viernes, 26 de septiembre de 2008

Discurso a los graduados de Kenyon, por David Foster Wallace (2005)


Si alguien se siente como empezando a transpirar /tos/ le diría que lo haga nomás, porque así voy a estar yo. De hecho, voy a /mascullando mientras levanta su toga y saca un pañuelo del bolsillo/… mis felicitaciones a los padres, y mis congratulaciones a los egresados 2005 de Kenyon.
Dos pescados jóvenes van nadando, y se cruzan con un pescado más viejo que viene en sentido contrario. Este los saluda a la pasada diciéndoles “Buen día, muchachos; ¿qué tal el agua?” Los dos jóvenes nadan otro poco, y luego uno lo mira al otro y le dice “¿Qué diablos es el agua?”


Es un requisito habitual para los discursos de graduación en los Estados Unidos, desplegar alguna historia tipo parábola didáctica. La historia resulta ser una de las cosas mejores y menos boluda del género; pero si a ustedes les preocupa que pueda presentarme acá como el tipo grande, sabio y experimentado que les va a explicar a los peces jóvenes lo que es el agua, tengan la seguridad de que no va a ser así. Yo no soy el pez viejo y sabio.


La clave de la historia es simplemente que a menudo las realidades más obvias e importantes son las que más nos cuesta ver y poner en palabras. Dicho así, por supuesto que esto es una obviedad banal, pero el hecho es que en las trincheras cotidianas de la existencia adulta, las obviedades banales pueden tener una importancia de vida o muerte; o algo así es lo que quiero sugerirles en esta mañana seca y hermosa.


Por supuesto que una de las principales condiciones de un discurso como este, es que se supone que yo les hablaré acerca del significado de su educación en las artes liberales, para tratar de explicarles por qué el título que ustedes están por recibir tiene un valor humano verdadero, en lugar de un simple precio material.


Hablemos entonces acerca del cliché más insistente en el género de los discursos de graduación: el de que la educación en las artes liberales no trata tanto de llenarlos a ustedes con conocimiento, sino que trata de enseñarles a pensar. Si ustedes son parecidos a lo que yo fui como estudiante, nunca les habrá gustado escuchar esto, y tienden a sentirse un poco insultados cuando se proclama que necesitaban que alguno les enseñara cómo pensar; pues el hecho de haber sido admitidos a un colegio, supone una buena prueba de que ya sabían pensar. Pero voy a plantearles que el cliché sobre las artes liberales no debe ser tomado para nada como insultante, puesto que la educación realmente significativa en materia de pensamiento que se supone adquirimos en un lugar como este, no consiste en realidad en la capacidad para pensar, sino más bien en que sepamos elegir acerca de qué pensar. Si la libertad de elección total de ustedes en cuanto a sobre qué pensar parece algo demasiado obvio como para discutirlo, les quisiera pedir que piensen acerca del pez y el agua, y pongan entre paréntesis por unos minutos su escepticismo acerca del valor de lo totalmente obvio.


Aquí les contaré otra pequeña historia didáctica. Se refiere a dos tipos que se sientan juntos en un bar en la remota y salvaje Alaska. Uno de los tipos es religioso y el otro ateo; los dos empiezan a argumentar acerca de la existencia o no de Dios, con tanto acaloramiento que se mandan como cuatro cervezas. Y el ateo dice: “Mirá, no es que yo no no tenga razones para no creer en Dios, o que no hay puesto a prueba toda esa historia de Dios y la oración. Justamente el mes pasado me agarró esa terrible ventisca fuera del campamento, y me perdí por completo, y no podía ver nada, y estaba tapado de nieve; de modo que hice la prueba: me arrodillé en la nieve y grité: “Oh, Dios, si hay un dios, estoy perdido en la ventisca, y voy a morir si no me ayudas”. Y el tipo religioso no se contiene: “Bueno, entonces ahora debés creer” le dice; “Al fin de cuentas, estás vivo”. El ateo revolea los ojos: “No, hombre, lo que sucedió fue que pasó una pareja de esquimales, y me mostraron el camino de vuelta al campamento.”

Es fácil analizar esta historia desde una perspectiva corriente en las artes liberales: la misma precisa experiencia puede significar dos cosas totalmente diferentes para dos personas distintas, pues ambas personas tienen dos patrones diferentes de creencia, y dos maneras diferentes de construir significados a partir de ella. Dado que promovemos la tolerancia y la diversidad de creencias, en ninguno de nuestros análisis desde las artes liberales pretenderíamos que una de las dos interpretaciones sea cierta y la otra falsa o mala. Lo cual está muy bien, salvo que nunca terminamos hablando acerca del lugar de procedencia de estos patrones y estas creencias. El significado, que viene del INTERIOR de los dos tipos. Es como si la orientación más básica de una persona hacia el mundo, y el significado de su experiencia, estuvieran de algún modo estampadas, como la altura o la medida de los zapatos; o hubieran sido automáticamente absorbidos de la cultura, como el lenguaje. Como si el construir significados no fuera el resultado de una elección personal, intencional. Además está todo el tema de la arrogancia. El no religioso está totalmente seguro de su rechazo a la posibilidad de que los esquimales que pasaron no tenían nada que ver con su plegaria por ayuda. Y es cierto que hay también cantidad de personas religiosas que parecen arrogantes y demasiado convencidos de sus propias interpretaciones. Son probablemente más repulsivos que los ateos, al menos la mayoría de ellos. Pero el problema del dogmático religioso es exactamente el mismo que el del incrédulo de esta historia: la certidumbre ciega, un cerramiento mental que llega a ser una prisión tan total que el prisionero ni se da cuenta de que está encerrado.

El punto en esto es que allí veo una parte de lo que realmente significa enseñar cómo pensar. Se trata de ser un poco menos arrogante. Tener un poco de conciencia crítica acerca de mí mismo y de mis certidumbres. Porque un alto porcentaje de las cosas que tiendo a afirmar automáticamente, llega a demostrar su total falsedad y carácter ilusorio. He aprendido esto por el camino más difícil, y les pronostico lo mismo a ustedes.

He aquí precisamente un ejemplo de lo totalmente erróneo de aquello de lo que uno tiende a sentirse automáticamente seguro: todo en mi propia experiencia inmediata sostiene mi profunda creencia de que soy el centro absoluto del universo; la persona más real, vívida e importante que existe. Rara vez pensamos en esta especie de autocentramiento natural y básico, porque es socialmente muy repulsivo. Pero es cierto para muchos de nosotros. Parece que estamos programados así desde el nacimiento. Piensen acerca de esto: no hay experiencia alguna que ustedes puedan tener, de que no sean el centro absoluto. El mundo como ustedes lo experimentan está ahí enfrente de USTEDES o detrás de USTEDES, a la izquierda o a la derecha de USTEDES, en el televisor de USTEDES o el monitor de USTEDES, etc. Los pensamientos y sentimientos tienen que serles comunicados a ustedes de algún modo, pero ustedes mismos son lo inmediato, urgente y real.

Ahora no se preocupen pensando que voy a empezar a aleccionarlos acerca de la compasión u otras de las llamadas virtudes. No se trata de una cuestión de virtud. Es una cuestión de cómo elijo alterar de algún modo mi naturaleza o liberarme de ella, de esta programación por defecto que está tan honda y literalmente auto centrada, esto de ver e interpretar todo a través del lente de uno mismo. La gente puede adecuar esta programación de un modo que a menudo se describe como “bien ajustado”, lo que sugiere que no es ningún término accidental.

Dada la preparación académica imperante aquí, una cuestión obvia es cuánto de este trabajo de ajuste o programación por defecto incluye nuestro conocimiento y nuestra intelectualidad actual. Esta cuestión parece tramposa. Probablemente lo más peligroso de la educación académica – al menos en el caso mío – es que permite que mi tendencia a sobre-intelectualizar, que se pierda en argumentos abstractos por sobre mi cabeza, en lugar de simplemente prestar atención a lo que está frente a mí, prestando atención a lo que está sucediendo en mi interior.

Estoy seguro, muchachos, de que ustedes ya saben que es muy difícil permanecer alerta y atento en lugar de quedar hipnotizado por el constante monólogo adentro de sus propias cabezas (lo que puede estar sucediendo justo ahora). Veinte años después de mi graduación, he llegado gradualmente a entender que el cliché de que las artes liberales te enseñan cómo pensar, es un enunciado de corto alcance para una idea mucho más profunda y seria: aprender cómo pensar significa en realidad aprender cómo ejercer cierto control sobre cómo y qué piensas. Significa ser conciente y estar lo bastante al tanto como para elegir a qué le vas a prestar atención, y elegir cómo vas a construir significado a partir de la experiencia. Porque si no podés ejercer esta clase de elección en tu vida adulta, vas a estar totalmente apresado. Pensemos en esa vieja frase hecha que dice que la mente es un excelente servidor, pero un amo terrible.

Esta, como muchas frases hechas, tan poco agraciada y renga en la superficie, expresa por cierto una verdad grande y terrible. No es para nada casual que los adultos que cometen suicidio con armas de fuego casi siempre se disparan a sí mismos, dónde: en la cabeza. Le disparan al terrible amo. Y la verdad es que la mayor parte de esos suicidas en realidad están muertos mucho antes de apretar el gatillo.

Y yo sostengo que esto es lo que es real, cualquiera sea el boludo valor que se supone tenga la educación de ustedes en las artes liberales: cómo guardarse de incurrir en una confortable, próspera y respetable muerte en vida, inconcientes, como esclavos de sus cabezas y de su programación natural por defecto, en el sentido de estar únicamente, completamente, imperialmente solos, un día sí y otro no. Esto puede sonar como hiperbólico, o bien como una insensatez abstracta. Pero vamos a lo concreto. El hecho simple es que ustedes, graduados, no tienen todavía ninguna clave de lo que realmente significa “un día sí y otro no”. Sucede que hay partes enormes y enteras de la vida adulta norteamericana de las que nadie habla en los discursos a los graduados. Una de esas partes incluye el aburrimiento, la rutina y la frustración mezquina. Los padres y otra gente aquí saben muy bien de qué estoy hablando.

A modo de ejemplo, digamos que es un día promedio de un adulto; ustedes se levantan a la mañana listos para ir a su trabajo desafiante, de cuello blanco, para graduados, y trabajan fuerte durante ocho a diez horas, y al fin del día se sienten cansados y algo estresados, y todo lo que quieren es irse a casa y tener una buena comida, y quizás desenchufarse por una hora, y después irse a la cama temprano, porque mañana tienen que levantarse temprano para hacer lo mismo otra vez. Pero luego recuerdan que no hay comida en casa. No han tenido tiempo de ir de compras esta semana, debido a su empleo desafiante, de modo que después del horario de trabajo tienen que meterse en el auto y manejar hasta el supermercado. En este horario el tránsito es como les digo: muy malo. De modo que llegar hasta el mercado les lleva más tiempo del que debiera, y cuando finalmente están allí, el supermercado está atestado, porque por supuesto es la hora del día en que toda la gente con empleo trata también de apretujarse en algún tipo de almacén. Y el almacén está horriblemente iluminado, y con una musicucha matadora, o con pop corporativo; y es realmente el último lugar del mundo donde quisieran estar, y quisieran salir lo antes posible; y tienen que preocuparse por todas las enormes, confusas, amontonadas islas del mercado, para encontrar allí el producto que quieren, y maniobrar su carrito desvencijado a través de toda esa otra gente cansada y apurada con sus carros (etcétera, etcétera, y la cortamos porque es una ceremonia muy larga); y consiguen su provisión de comida, pero ahora resulta que no hay suficientes cajas abiertas aunque sea la hora pico de fin del día. De modo que la fila ante la caja es increíblemente larga, lo que resulta estúpido y enojoso. Pero ustedes no pueden descargar su frustración sobre la frenética chica que trabaja en la caja, que está pasada de trabajo en un empleo cuyo tedio y falta de significación cotidiana supera la imaginación de cualquiera de ustedes, aquí en este prestigioso colegio.
Pero bueno, finalmente llegan a la caja, y pagan su comida, y les dicen “Tenga usted un buen día”, con una voz que es la voz absoluta de la muerte. Luego tienen que tomar sus crepitantes, endebles envases de plástico de las mercaderías de su carrito, que tiene esas ruedas locas que se desvían de modo enfermizo hacia la izquierda, y todo el tiempo a través de la saturada, desigual y sucia playa de estacionamiento, y después tienen que manejar todo el camino hasta su casa a través de un tránsito lento, pesado, intenso, tapado de utilitarios en la hora pico, etcétera etcétera.

Todos los que están aquí han hecho esto, por supuesto. Pero esto no ha sido parte de su rutina de graduados, días y semanas y meses y años.

Pero así será. Y hay muchas rutinas más temibles, enojosas y aparentemente sin sentido además. Pero ese no es el punto. El punto es que estas huevadas nimias y frustrantes son el lugar donde se va a llevar a cabo su tarea de elegir. Porque los atascos de tránsito y las góndolas recargadas y las largas filas ante las cajas me dan tiempo para pensar, y si no ejerzo una decisión conciente acerca de cómo pensar y a qué prestar atención, voy a sentirme cabreado y miserable cada vez que voy de compras. Porque mi programación natural por defecto es la certeza de que situaciones como esta se refieren realmente todas a mí. Se trata de MI hambre, MI fatiga, MI deseo de estar en casa, y parece que toda la gente en todos lados está justo atravesada en MI camino. ¿Y quiénes son todos esos en mi camino? Y miren qué repulsivos son casi todos, qué estúpidos y bovinos y de ojos muertos e inhumanos parecen en la fila de la caja, o qué fastidiosa y brutal es la gente que está hablando fuerte por sus celulares, en medio de la fila. Y miren qué profunda y personalmente desagradable es esto.

O, por supuesto, si soy un poco más conciente socialmente acerca de mi programación natural, puedo insumir tiempo durante el enorme y estúpido atasco caminero de utilitarios, Hummers y cuatro por cuatro, que queman sus tanques de gasolina desperdiciados; y puedo detenerme en el hecho de que los carteles religiosos o patrióticos más destacados siempre parecen estar sobre los vehículos más grandes y más groseramente autistas, manejados por los conductores más desconsiderados, feos y agresivos. Y puedo pensar acerca de cómo los hijos de nuestros hijos nos despreciarán por haber desperdiciado todo el combustible del futuro, y probablemente destrozado el clima, y cómo hemos abusado, y qué estúpidos y autistas y desagradables somos todos, y cómo la sociedad moderna de consumidores se chupa todo, y así adelante y demás.

Ustedes captan la idea.
Si elijo pensar de este modo en el almacén y en la autopista, bueno. Cantidad de nosotros lo hacemos. Sólo que pensar de este modo tiende a a ser tan fácil y automático que no necesita ser una elección. Es mi programación natural por defecto. Es el modo automático en que experimento las partes atestadas, aburridas, frustrantes, de la vida adulta cuando estoy operando sobre la creencia automática e inconciente de que soy el centro del mundo, y de que mis necesidades y prioridades inmediatas con las que determinan las prioridades del mundo.
La cosa es que, por supuesto, hay modos totalmente diferentes de pensar acerca de este tipo de situaciones. En este tránsito, todos estos vehículos detenidos y paveando en mi camino, no es imposible que algunas de estas personas en utilitarios hayan estado en accidentes de auto terribles en el pasado, y ahora para ellas la experiencia de manejar sea tan terrorífica que su terapeuta les haya ordenado conseguirse un enorme y pesado utilitario, de tal modo que se puedan sentir lo bastante seguros como para conducir. O que el Hummer que precisamente se me atravesó puede estar conducido por un padre cuyo chico está lastimado o enfermo en el asiento a su lado, y él está tratando de llevarlo hasta el hospital – y ese es un apuro más grande y legítimo que el mío; por lo que, en realidad, soy yo quien está en SU camino.
O puedo optar por obligarme a considerar la semejanza que todos los demás de la fila del supermercado tienen conmigo, en su frustración y aburrimiento; y que posiblemente algunas de estas personas tengan vidas más tediosas y penosas que la mía.
De nuevo les pido que no piensen que esto es un consejo moral, o que les estoy diciendo que se supone deban pensar así, o que alguien espere que ustedes lo hagan automáticamente. Porque es difícil. Exige voluntad y esfuerzo, y si ustedes son como yo, algunos días no pueden hacerlo, o están desganados, o no quieren.
Pero la mayor parte de los días, si ustedes se mantienen atentos como para darse a sí mismos una oportunidad de optar, pueden elegir ver de modo diferente a esa señora gorda, de mirada apagada, demasiado maquillada, que le gritó a su chico en la fila de la caja. Quizás ella no es habitualmente así. Quizás ha estado varias noches sosteniendo la mano de su esposo que está muriendo de un cáncer de huesos. O quizás es una empleada con bajo sueldo de una oficina de autos, que justamente ayer ayudó a tu esposa a resolver un problema tremendo y fastidioso de papeles, mediante un pequeño acto de amabilidad burocrática. Por supuesto que nada de esto es muy probable, pero tampoco es imposible. Depende de cómo lo consideremos. Si uno está automáticamente seguro de que sabe cuál es la realidad, y está operando sobre su programación por defecto, entonces uno, y es mi caso, posiblemente no considere las posibilidades que sean enojosas y miserables. Si realmente uno aprende cómo prestar atención, entonces reconocerá que hay otras opciones. Esto estará realmente en el poder de ustedes para experimentar una situación infernal de consumo, con saturación y lentitud, no sólo como dotada de sentido, sino como sagrada, con un fuego de la misma índole que las estrellas: amor, compañía, la unidad mística de todas las cosas en lo profundo.
No quiero decir que esa cosa mística sea necesariamente cierta. Sino sólo que la Verdad, con V mayúscula, es que ustedes pueden decidir cómo van a intentar ver eso.
Esto, sostengo, es la libertad de una verdadera educación, de comprender cómo estar “bien ajustado”. Ustedes tienen que decidir concientemente qué tiene significado y qué no lo tiene. Ustedes deciden a qué rendir culto.
Porque hay otra cosa tan rara como verdadera: en la trinchera cotidiana de la vida adulta, no existe realmente cosa tal como el ateísmo. No hay tal cosa como no rendir culto. Todos rinden culto. La única elección es, a qué. Y qué razones que llevan a cada uno a elegir quizás una clase de dios o de cosa espiritual para rendirle culto, sea JC o Alá, o YHWH o la Diosa Madre Wican, o las Cuatro Nobles Verdades, o algún repertorio inviolable de principios éticos.
Es casi seguro que otra cosa a la que rindas culto te va a comer vivo. Si le rinden culto al dinero y las cosas, si estos son la llave que decide el real significado de la vida, entonces nunca tendrán bastante; nunca sentirán que tienen bastante. Esa es la verdad. Si rinden culto a su cuerpo y a la belleza y al sexo, siempre se sentirán feos en algo. Y cuando llegue el momento, y la edad empiece a notarse, morirán un millón de muertes antes de que finalmente los lloren. A cierto nivel, sabemos todos que estas cosas han sido codificadas en mitos, proverbios, frases hechas, epigramas, parábolas; el esqueleto de cualquier gran historia. El truco es mantener esa verdad frente a uno en la conciencia cotidiana.
Si tributan culto al poder, terminarán sintiéndose débiles y temerosos, y necesitarán cada vez más poder sobre los otros para ocultar su propio miedo. Si rinden culto a su intelecto, para ser vistos como listos, terminarán sintiéndose estúpidos, un fraude, siempre al borde de ser descubiertos. Pero lo insidioso de estas formas de culto no es que sean malas o pecaminosas, sino que son inconcientes. Son programaciones por defecto.
Son la clase de culto que ustedes gradualmente se insertan interiormente, día tras día, volviéndose más y más selectivos acerca de lo que ven, y de cómo miden su valor, sin percatarse de lo que están haciendo.
Y el así llamado mundo real no los va a desalentar en ese uso inconciente, porque el llamado mundo real de los hombres y el dinero y el poder, tararea maravillosamente en una piscina de miedo, bronca y frustración, y ansias y culto de sí mismo. Nuestra propia cultura actual ha manipulado estas fuerzas en formas que han brindado una extraordinaria riqueza, comodidad y libertad personal: la libertad de ser todos señores de nuestros reinos del tamaño de un cráneo, solos en el centro de la creación. Esta clase de libertad tiene mucho en su favor. Pero por supuesto hay diferentes clases de libertad, y la clase más preciosa es aquella de la que ustedes no oirán hablar mucho en ese gran mundo exterior de desear y conseguir y /ininteligible, suena como “disponer”/. La clase de libertad realmente importante incluye la atención y la conciencia y la disciplina, y ser capaz de ocuparse genuinamente de los demás, y sacrificarse por ellos una y otra vez, cada día en miríadas de menudas formas sin atractivo.
Esa es la libertad verdadera. En eso consiste ser educado, y entender cómo pensar. La alternativa es la inconciencia, la programación por defecto, la carrera de ratas, la constante sensación de estar roído, de haber tenido y haber perdido alguna cosa infinita.
Bien sé que posiblemente esto no suene divertido, chispeante o grandemente inspirador, como se espera que suene un discurso de graduación. Lo que sí es, hasta donde yo puedo verlo, es la Verdad con V mayúscula, envuelta en una serie de lindeces retóricas. Ustedes, por supuesto, son libres de pensar como quieran. Pero no desprecien esto de entrada, como si sólo fuera una sacudida de dedo del admonitorio Dr. Laureado. Nada de esto se refiere a la moralidad, la religión, el dogma o las grandes cuestiones fantásticas acerca de la vida después de la muerte.
Porque la Verdad con mayúscula se refiere a la vida ANTES de la muerte.
Se refiere al valor genuino de una genuina educación, que casi no tiene nada que ve con el conocimiento, y casi todo con la simple conciencia; conciencia de lo que es tan real y esencial, tan oculto a la mirada superficial en torno a nosotros, todo el tiempo, que tenemos que recordárnoslo una y otra vez.
“Esto es el agua.”
“Esto es el agua.”
Hacerlo es inimaginablemente difícil; permanecer conciente y vivo en el mundo adulto, un día sí, un día no. Lo cual significa que otro gran cliché resulta ser verdadero: la educación de ustedes verdaderamente ES trabajo de toda la vida. Y comienza ahora.
Les deseo un camino más que afortunado.


(traducción rm, setiembre 2008)

David Foster Wallace 1962 - 2008


Aquejado por una fuerte depresión, el pasado 12 de setiembre el escritor norteamericano David Foster Wallace se colgó en su propia habitación, en su casa de Claremont, California. Allí lo encontró a la noche su esposa Karen.

En estos últimos tiempos, Foster era profesor de escritura creativa en el Pomona College de Claremont. Había publicado ya las novelas La escoba del sistema (The Broom of the System, 1987); y La broma infinita (Infinite Jest, 1996) novela de culto de más de mil páginas. Escribió además cuentos, crónicas periodísticas y no ficción.

Hijo de profesores universitarios, Wallace había logrado lauros en el campo de la filosofia y la lógica, y también como tenista. Para su comentarista David Gates, fue “un genio que también era escritor”, capaz de publicar un libro como “Todo y más: una historia compacta sobre el infinito” (2004).

En el país de Hemingway, Jack London, Ambrose Bierce, Malcom Lowry, John Kennedy Toole, Jerzy Kosynsky, Silvia Plath, Hunter Thompson… ¿será este nuevo suicidio algo así como lo que señalaba Kurt Vonnegut y nos recuerda Rodrigo Fresán, la muerte del canario en la mina de carbón (ese que llevan los mineros para detectar cuándo el aire se torna mortífero)?

Acerca de su tarea como escritor, Wallace sostuvo alguna vez: “En el mundo real todos sufrimos a solas, la empatía de verdad es imposible. Pero si una pieza de ficción nos permite identificarnos con el sufrimiento de un personaje, podremos con más facilidad imaginar que otros se identifiquen con el nuestro. Esto alimenta, redime, nos deja menos solos en nuestro interior”.

Les ofrezco en otro post de este mismo blog, la traducción del Discurso de David Foster Wallace a los egresados de Kenyon en el año 2005. Alguna vez él escribió “¿Qué tal si resulta que todos los infinitamente densos y cambiantes mundos que tenemos adentro en cada momento de nuestras vidas pueden de alguna manera ser abiertos después, después de lo que uno concibe como que uno se muere?” Qué tal si este fuera un modo, aunque tardo y pobre, de acercarse a esos mundos de Wallace, y un poco romper el solipsismo...


Ramón. Setiembre 26 de 2008.


martes, 23 de septiembre de 2008

El Ave Simurgh y el Coloquio de los Pájaros



El Ave Simurgh

Esta es para mí la metáfora de las metáforas. Aunque tan sólo pueda narrarla o describirla, sin presumir de entenderla, se me hace que en ella está figurada la iniciación, el camino hacia sí mismo y hacia todo otro, el encuentro con la divinidad - o con la propia divinidad. Y alcanzo a ver también una reflexión acerca del verdadero significado de la autoridad y del magisterio.

Mausoleo de Attar, en Nishapur


En algún lado he leído (Raffaele Pettazzoni) que al orar, ningún politeísta lo es. Porque cada vez que un devoto piensa en un dios, cada vez que se dirige a él o a ella, siente a esa deidad como la única. Pettazzoni definió esta posición como “henoteísmo”. Lo mismo puede sucedernos con una obra poética. Al estar con ella, la sentimos como única, inigualable – y lo es. Eso me sucede con “El Coloquio de los Pájaros”, la obra de Farid Ud -Din Attar de Nishapur en la que nos espera Simurgh.

La primera parte del poema es una Invocación en forma de himno. Es imposible resumir esta invocación; hay que leerla por entero y dejar que haga su efecto. Sólo voy a copiar algunos renglones, a modo de muestra:

“No hay nada más que El / pero nadie lo puede ver.” …
“Quien ve un reflejo suyo pierde el sentido / y quien lo ve por completo pierde su ser.” …
“Cada átomo tiene una puerta diferente / y te guía por un sendero diferente a la esencia”…
“Para conocerse a uno mismo / se han de vivir cientos de vidas.” …
“Si le das valor a la verdad, no busques analogías.”


La segunda parte es un saludo a cada especie de ave que interviene en la osada búsqueda de Simurgh. Son ellas el Coronado, el Colibrí, el Loro, la Perdiz, el Halcón Real, la Codorniz, el Ruiseñor, el Pavo Real, el Faisán, la Torcaz, el Pichón, el Halcón, el Dorado. Cada una representa algo de nosotros, y de las condiciones de la búsqueda.

La historia comienza en la tercera parte, de manera muy directa. “Todas las aves del mundo, conocidas y desconocidas, se reunieron en una asamblea.” Y allí coincidieron en la necesidad de contar con un rey, como lo tienen todos los países. Sólo un rey podría garantizar “una buena organización y una correcta administración”, se dicen.

El Coronado y los obstáculos de las aves

El Coronado es el iniciado – iniciador. Será quien oriente el viaje. Les dice a las aves: “Tenemos un rey verdadero, que vive detrás de las montañas Kaf. Su nombre es Simurgh. Él está cerca de nosotros, pero nosotros estamos muy lejos de él.” Les relata a las aves cómo se manifestó por primera vez el Simurgh en la China, a medianoche: gracias a una de sus plumas que cayó en el Celeste Imperio nació la escritura y la ciencia de los chinos. “De ahí el dicho: el conocimiento se encuentra en China”.


Exaltadas por las palabras del Coronado, las aves deciden ir juntas a buscar a Simurgh: “todos se hicieron amigos de todos y enemigos de sí mismos.” Pero cada ave tiene en sí misma un obstáculo, y lo manifiesta ante el Coronado y ante las demás. El Ruiseñor está pendiente del amor de la Rosa, de la que no puede alejarse ni una sola noche. Al Loro le bastaría con acercarse a Khizr y beber el agua fresca de su fuente de inmortalidad. El Pavo Real sólo añora el Paraíso originario, y no este nuevo viaje. El Pato es feliz en la superficie límpida del agua, en la que se desliza y lava sus problemas. La Perdiz ama las piedras preciosas, y no puede desprenderse de ellas. El Humayun gobierna a los reyes mediante su sombra, y no le atrae dejar de lado su poderío para buscar al Simurgh. El Halcón se deleita en la compañía de los reyes; para qué apartarse de sus cortes. La Garza vive presa de su melancolía y de la pasión por el mar donde anida. El Búho feliz entre las ruinas, y en la espera de encontrar un tesoro allí, no querría viajar. El Gorrión siente como limitación su propia fragilidad.

Una por una las aves exponen sus dudas, y a todas les responde el Coronado mediante parábolas, historias y ejemplos. Una de las historias más cautivantes es la del Jeque San’an, que se enamora de una joven cristiana hasta “perderse”.

Parten las aves por fin, y “había tantas en el lugar de partida, que con su masa taparon a la luna.”

Se suceden momentos en los que los pájaros alegan con el Coronado, aquejados aún por dudas y cuestiones. Veintidós de ellos plantean sus alegatos. Y en su papel de Guía, el Coronado alterna apólogos, relatos y apelaciones enérgicas, logrando que sigan todos en camino.

Los siete valles

Las aves atraviesan siete valles, más allá de los cuales se encuentra el Simurgh. Son ellos: el Valle de los Cuestionamientos, el Valle del Amor, el Valle del Entendimiento, el Valle de la Independencia y la Separación, el Valle de la Unidad Pura, el Valle del Asombro, y finalmente el Valle de la Pobreza y de la Nada.

De los miles de pájaros, sólo treinta llegan al palacio del Simurgh. El Chambelán sale a recibirlos; cuando les pregunta sus nombres y orígenes, las aves responden airadas: será que el Rey quiere burlarse de ellas, que va a demorarlas, después de tanto sufrimiento… El Chambelán les señala este último obstáculo “¿Sólo traéis quejas y lamentos? ¡Regresad entonces por donde habéis venido, oh vil montón de tierra!” Inflamadas de amor, las aves se proponen simplemente ver a Simurgh, sin importarles nada más. Y entonces son admitidos ante su presencia.

“Al final, en un estado de contemplación, se dieron cuenta de que ellos eran Simurgh, y que Simurgh era las treinta aves.


El Simurgh, sin usar el habla les dijo: “El sol de la majestad es un espejo. El que se ve en él ve a su alma y a su cuerpo, y los ve por completo. Como habéis llegado hasta aquí como treinta aves (si-murgh), os miráis como treinta aves en este espejo. Si hubieran venido cuarenta o cincuenta, hubiera sucedido lo mismo. Y aunque ahora habéis cambiado, en este espejo os véis como antes. "


Pero hay que leer personalmente toda la historia, y especialmente la parte que sigue a este momento de reconocimiento, así como el exaltado himno del Epílogo. “No leas esto sólo como un poema / ni como un libro de magia o sentimiento / sólo así quedarás insatisfecho / de tí mismo y del mundo/ y sentirás que de algo quedas hambriento.”

Y… sigue.

He consultado una edición en castellano en la que no se indica al traductor ni al editor. Ha sido publicada por Editorial Humanitas de Barcelona, en 1988; está maculada por cantidad de groseros errores tipográficos. Una excelente edición en inglés está disponible gratuitamente en Internet, en el sitio Sacred Texts; es la traducción de Edward Fitz Gerald, realizada en 1889. Esteban Ierardo ha publicado una brillante y certera síntesis del poema.

Aconsejo leerlo; no creo que sigas siendo el mismo, después de haber participado en el Coloquio de los Pájaros.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Noticias, no de ayer


Noticias, no de ayer; noticias verdaderas

La mayor parte de lo que nos venden como noticia, ¿lo es?

Quiero decir: por etimología y definición “noticia” es palabra emparentada con “conocimiento”; ahora bien, estos bocados de información balanceada para el criadero de súbditos, ¿permiten realmente llegar a conocer algo? La segunda acepción de la misma palabra nos señala que la noticia es una comunicación “antes desconocida”. Es decir, una novedad. Pero, ¿cuántas de las noticias de hoy son de veras novedosas?

Felizmente, de vez en cuando se filtra alguna noticia a pesar de tanto noticiero.

Esta sección del Ave Simurgh quiere ser un espacio de noticias novedosas, que aporte algún conocimiento. ¡Tampoco son “buenas noticias”! Nos negamos a incurrir en el género epiceno y anestésico de las buenudeces.

Yendo a un ejemplo, podría ser una “noticia verdadera”, es decir simplemente una noticia, la siguiente:

Invierta en unicornios

Un anónimo articulista de la revista “Ñ” del sábado 20 de setiembre de 2008, da cuenta de los precios récord alcanzados en una subasta de obras de Damien Hirst, señalada porque se hizo sin participación de marchantes. El breve suelto va acompañado por la imagen de un unicornio de aire chagalliano. Teniendo en cuenta las recientes quiebras de “sólidos” bancos neoyorquinos (crisis de todos los corsarios, Morgan incluído), el cronista da su noticia: “a la vista de lo que sucede con los bancos, es más seguro invertir en unicornios.”

De paso, diré que este me pareció el comentario más inteligente de estos días sobre la economía mundial.

La dama de la imagen ya sabía esto de las inversiones inteligentes. A comienzos del siglo XVI ella invirtió en un unicornio portátil. Y además, en un cuadro de alguien que iba a dar que hablar: un tal Rafael Sanzio.


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sábado, 20 de septiembre de 2008

Recorridos por el bestiario mítico

Fénix, centauros, basiliscos, quimeras, unicornios, ouroboros...
Recorridos por el bestiario mítico

Avistajes del Ave Fénix
Últimamente no hemos tenido noticia de avistajes de ave fénix en esta comarca. Quizás porque las apariciones de chupacabras, más sensacionalistas y con mejor prensa, han absorbido totalmente la atención pública. Pero que lo hay, la hay. (La contradicción de géneros no es por error: al igual que los dioses arcaicos, Fénix es tan femenina como masculino – rasgo que caracteriza a un ser completo.)
Su escasa notoriedad se explica porque sólo ofrece su espectáculo una vez cada mil años. Es difícil anunciar que en el informativo, o en nuestro programa del próximo sábado, tendremos las declaraciones exclusivas del Fénix, en vivo, en directo y con la pira preparada. De uno a otro episodio, hasta el cronista más avispado se olvida; a ver, dónde anotaría usted algo que tiene que recordar dentro de mil años. O apenas 500, según otra versión; pero hay quienes calculan 1.461 años, o hasta 12.954, ni uno menos. (Sería esta la duración de un ciclo estelar, el Gran Año: el tiempo que les insume a los cielos el regreso a una misma posición inicial, según el starlore - sabiduría ancestral sobre las estrellas).
Además, el Ave reside en la lejana Etiopía, país empobrecido por el progreso, pero que en el mundo antiguo y en los mitos era rico en extrañezas y sustancias aromáticas. Otras versiones la ubican en Arabia o la India, tierras igualmente pródigas en plantas odoríferas.

Rasgos del Ave
Es bastante fácil reconocer a Fénix. Para empezar por lo más visible, se caracteriza por la majestuosidad. De punta a punta de las alas mide un mínimo dos metros y medio, y a veces hasta tres y medio. Tiene aire de ave rapaz, de pico y garras fuertes. Es que los animales míticos son cualquier cosa, menos indefensos.
Otro rasgo del Fénix es su gran belleza. Para los sabios persas, es más bello que el más bello de todos los pavos reales – y eso que estos son tan hermosos, y con tantos ojos en su plumaje, que se los ascendió a emblemas del Que Todo lo Ve, en Todo está Presente, y Todo lo Sabe. Las plumas de Fénix son de color rojo fuego, púrpura, oro y azul claro; el púrpura no el rojo de la realeza. Además, dos largas plumas forman su tocado.
Queda algo pasmoso por señalar. Es la unicidad. No hay dos Fénix en el mundo en un mismo momento. Esta especie consta de un solo individuo.

Sobre la muerte, o el nacimiento, del Fénix
Pero lo más bello y cautivante y único en el mito del Fénix es la forma de su muerte, que es la forma de su (otro) nacimiento. Cuesta aceptar que una historia tan hermosa y rica en significados sea invención humana. Si es posible que el Fénix nazca de nosotros, entonces…
El Ave anticipa el momento de su deceso. Entonces reúne madera de palma y ramas de varias plantas aromáticas: sándalo, incienso, el exquisito cardamomo, resinas... Con todo ello construye un nido; un nido para su muerte. Allí pone un solo huevo, grande y blanquísimo; una apuesta sin alternativa. Puesto que hay una especial relación del ave con el Sol, su padrino simbólico, son los rayos de este los que inflaman el nido. Según la variante hindú del mito, esto se ocurre casi a comienzos de la primavera (por estos días); dicen los hindúes también, que el propio Fénix es quien acerca una tea a su pira.
El fuego dura tres días. En su última imagen Fénix aparece en medio de las llamas que empiezan a consumir su plumaje y su carne, pero en soberana actitud triunfante. Su muerte es su victoria.
Es que entre las cenizas del ave y su nido, aparece lo nuevo. Algunos mitólogos sostienen que el huevo blanquísimo y radiante, como el que dio origen al Cosmos, hace eclosión para que nazca el nuevo Fénix. En cambio, en la India aseguran que allí se despereza una pequeña oruga, cuya metamorfosis dará origen al nuevo y único espécimen alado. Esto ocurre tras nueve días de incubación silenciosa.
El ave filial es fiel a la memoria de ese genitor al que no conoció. Deposita en un tronco hueco sus cenizas, y emprende el vuelo hacia la ciudad egipcia de Heliópolis, donde se guardarán, junto al altar del Sol y a los restos de todos los Fénix anteriores, en un templo dedicado a ellos. Una muchedumbre de aves de toda clase, que oscurece el firmamento, escolta este viaje último y primero.
El joven Fénix regresa luego a Etiopía y se instala para vivir su milenio. Se alimentará sólo de gotas de incienso, hasta que le llegue el turno de su perecimiento.

Según Heródoto de Halicarnaso, que trajo este mito de Egipto a Grecia, el huevo no contiene la vida venidera, sino la pasada. Lo escuchamos:

“Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, nombrada fénix. … Tales prodigios nos cuentan de ella, que aunque para mí poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia al templo del Sol, forma un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcanzan a llevar, probando su peso después de formado para experimentar si lo soportan; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre; lo ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí lo que refieren.” L II, Cap. LXXIII Un huevo preñado del cadáver del padre...

Impactante por su brevedad y su acento en la extrañeza, es la descripción de Claudio Claudiano, el último gran poeta romano (del siglo IV e.C.):

“El Fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. No sacia su hambre comiendo ni apaga su sed con fuente alguna.”

En Metamorfosis, ese imprescindible tratado sobre las mutaciones, escribía Ovidio:

"cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo alto de una palmera. Allí se sitúa y, entonando la más bella de sus melodías, expira. A los 3 días, de sus propias cenizas, surge un nuevo Fénix, y cuando es lo suficientemente fuerte, lleva el nido a Heliópolis, en Egipto, y lo deposita en el Templo del Sol."

Aquí aparece el Fénix profiriendo un canto final y melodioso. Volveremos a escucharlo.


Otras apariciones del Ave Fénix
Algunos semejantes de la criatura del fuego y del sol están presentes en otras mitologías. En China, el Fêng-Huang, cuyo nombre significa “macho-fénix (Feng) + hembra-fénix” (Huang). Pero véase la diferencia: hay casales de Feng Huang, algo excluído en el mito egipcio. El fénix chino es portador de buena suerte, protege a la emperatriz, rige el sur, es figura de la unión entre el yin y el yang, y por ello simboliza el buen entendimiento entre los esposos. Como politólogo, es muy confiable: sólo se lo ve cuando no hay en el gobierno oscuridad ni corrupción; pero alza su vuelo para alejarse del país, cuando vienen tiempos de guerra y de problemas en la sociedad.
Ahora bien, el Feng Huang, como el ave Garuda del hinduismo, el Pájaro de Fuego del mito ruso, el Ho-Oo japonés, el Yel o el Quetzal americanos, sólo tienen en común con el Fénix el hecho de que por sus venas corre sangre de mito, y cierto señorío sobre los aires y sus habitantes. No son únicos, ni mueren y nacen a la manera del Ave Fénix.


El Fénix según Hans Christian Andersen
En su cuento “El Jardín del Paraíso”, de implacable y puritana moraleja, pero poblado de bellas descripciones, el célebre autor de “La Sirenita” transcribe el relato de la muerte y el nacimiento del fénix. Así se lo cuenta el Viento del Sur al Viento del Levante:
“- En esa hoja de palma el Ave Fénix, la única que hay en el mundo, ha escrito con el pico toda su biografía, una vida de cien años.” …”Yo presencié cómo prendía fuego a su nido, estando ella dentro, y se consumía, igual que hace la mujer de un hindú. ¡Cómo crepitaban las ramas secas!. ¡Y qué humareda y qué olor! Al fin todo se fue en llamas, y la vieja Ave Fénix quedó convertida en cenizas; pero su huevo, que yacía ardiente en medio del fuego, estalló con gran estrépito, y el polluelo salió volando. Ahora es él el soberano de todas las aves y la única Ave Fénix del mundo. Hizo un agujero con su pico en la hoja, a modo de saludo.”


El ave de la iluminación
En el relato iniciático “El Coloquio de los Pájaros”, del poeta persa Attar de Nishapur, el Ave Fénix sirve de ejemplo a los que temen demasiado a la muerte.
“…este hermoso pájaro vive en el Indostán. Es admirable, no tiene pareja y vive solo. Su pico, muy duro y largo, tiene forma de flauta con casi cien hoyos. De cada uno de ellos emana un sonido, y cada sonido esconde un secreto. A veces hace música por esos hoyos; cuando las aves y los peces la escuchan, se agitan, y las bestias más feroces rugen; después, todos guardan silencio. Un filósofo visitó en cierta ocasión al ave Fénix, y de ella aprendió la ciencia de la música. El ave Fénix vive durante mil años, y sabe perfectamente el día en que ha de morir. Cuando llega el momento, se rodea de una buena cantidad de hojas de palma, se pone entre las hojas y comienza a gritar. Emite con su pico una música que nace desde el fondo de su corazón. Expresa la pena de la muerte, y tiembla como una flama. Las aves y demás animales salvajes son afectados por esta música; algunos se agitan, otros mueren, abandonados por sus fuerzas. El Fénix agita sus alas y fricciona sus plumas, y así produce una gran hoguera.”
Attar describe luego el nacimiento de la nueva criatura. Y alecciona a quien escucha:
“Incluso si vivieras tanto como el ave Fénix, incluso si supieras que vas a renacer después de morir, no aceptarías la muerte cuando llegara el fin de tu vida.”… “Nadie escapa de la muerte, use el truco que use. Aprende del milagro del ave Fénix. La muerte es un tirano, y siempre debemos guardar en la mente la idea de la muerte. Aunque vayamos a durar mucho sobre el mundo, llegará su momento, y nada es tan fuerte como ella.”
Cuentan que Attar de Nishapur murió cantando, a los ciento diez años de edad.

El nombre del Fénix
La etimología de “Fénix” trae reminiscencias de la imagen ruborosa del flamenco. Fenicopterux (alas purpúreas), su nombre griego, es el origen del que nosotros usamos; se relaciona con Foinix, vocablo que significa “rojo púrpura”. La púrpura era un producto típico de los fenicios (de ahí el nombre dado a su país y a ellos mismos), mercachifles del mar, proveedores de mantos para señores y cortes del mundo mediterráneo.
Por aludir a alguien que es único en su tipo, el término se presta a ser empleado también con otros sentidos: laudatorio, como en el caso de Lope de Vega, a quien llamaron “el Fénix de los ingenios”, para denotar que no hubo otro capaz de tanta invención. O peyorativo, en cuyo caso “Fulano es un fénix” es frase que lo clasifica como un raro pájaro, nomás.

Juegos con fénix
Wikipedia aporta información sobre varios juegos electrónicos y de computadora que incluyen al Fénix, su arma principal, el fuego, y su regreso con otra vida luego de alguna derrota - un nuevo individuo nacido del huevo.

El saber del Fénix
Hay un saber que es más que ciencia y más que técnica, un saber iniciático de la transmutación: la Alquimia, fuente inagotable de mitos y claves. La Alquimia es el saber y el arte del fénix. Trata de la destrucción, del perecimiento por el fuego, como paso y condición inevitable para el nacimiento. A la nigredo, el ennegrecimiento, la inmersión en la nada, sigue la rubedo, la etapa púrpura que antecede al logro del oro de sí mismo. Muerte parto, que engendra lo nuevo. Por eso preside los tratados alquímicos la imagen del fénix, a modo de “empresa”.

El Ave Fénix en la poesía
Elijo dos poesías, entre las muchas que mentan al fénix. Una es contemporánea y en lengua árabe; su autor es Mahmud Darwish. Aquí, en la traducción al español de María Luisa Prieto,

La Muerte de Fénix
En los himnos que cantamos
hay una flauta,
en la flauta que nos habita
un fuego
y en el fuego que encendemos
un Fénix verde.
En su elegía no he distinguido
mi ceniza de tu polvo.

Una nube de lilas basta para ocultarnos la
jaima del pescador.
Camina, pues, sobre las aguas como el Señor.
Ella me ha dicho:
El recuerdo que llevo de ti no está
desierto
y ya no hay enemigos para las rosas que
surgen de los escombros de tu casa.

Un anillo de agua rodeaba la elevada
montaña
y el Tiberíades era el patio trasero del primer
Paraíso.
Le dije: la imagen del universo se ha completado
en unos ojos verdes.
Ella me respondió: Oh, mi príncipe y mi cautivo,
guarda mis vinos en tus jarras.

Los dos extraños que se han consumido en
nosotros son
esos que hace un instante han intentado
matarnos,
los que volverán a sus espadas dentro de poco,
los que nos preguntan: ¿Quiénes sois?
- Dos sombras de lo que fuimos aquí,
dos nombres del trigo que crecen en el pan de
las batallas.

No quiero regresar ahora, como
los Cruzados de mi casa. Soy
todo este silencio entre los dioses y los que
se inventaron un nombre.
Soy la sombra que camina sobre las aguas,
la escena y el testigo,
el adorador y el templo
en la tierra de mi asedio y del tuyo.

Sé mi amado entre dos guerras
en el espejo -dijo ella-.
No quiero regresar ahora a la
fortaleza de mi padre.
Llévame a tu viña y reúneme con
tu madre.
Perfúmame con agua de albahaca, espárceme
sobre la vasija de plata, péiname,
enciérrame en la cárcel de tu nombre, mátame
de amor. Cásate conmigo.
Despósame por los ritos agrarios,
adiéstrame en la flauta y quémame para que
nazca
como el Fénix, de mi fuego y del tuyo.

Una forma semejaba al Fénix llorando
ensangrentado
antes de caer al agua
cerca de la jaima del pescador.

¿De qué sirve mi espera y la tuya?


Otra poesía, la de Paul Eluard http://amediavoz.com/eluard.htm(1895 – 1952),

El Ave Fénix

Soy el último en tu camino
la última primavera y última nieve
la última lucha para no morir.

Y henos aquí más abajo y más arriba que nunca.
De todo hay en nuestra hogera
Piñas de pino y sarmientos
Y flores más fuertes que el agua
Hay barro y rocío

La llama bajo nuestro pie la llama nos corona
A nuestros pies insectos pájaros hombres
Van a escaparse
Los que vuelan van a posarse.

El cielo está claro la tierra en sombra
Pero el humo sube al cielo
El cielo ha perdido su fuego.
La llama quedó en la tierra.
La llama es el nimbo del corazón
Y todas las ramas de la sangre
Cantan nuestro mismo aire

Disipa la niebla de nuestro invierno
Hórrida y nocturna se encendió la pena
Floreció la ceniza en gozo y hermosura
Volvemos la espalda al ocaso
Todo es color de aurora.


Referencias pertinentes, y otras no tan
Se ha atribuido a un ex presidente argentino una confusa alusión a esta ave mitológica; según las malas lenguas, proclamó “Soy como el Gato Félix, que renace de sus propias cenizas”. No negaremos que el Gato Félix ha manifestado capacidad para perdurar en el tiempo, pero sólo cuenta hoy con unos 89 añitos de vida (poco más que el autor de esa frase). Lejos está de empardar el milenio, o al menos los quinientos años de Fénix.
Más pertinente es el uso de este nombre por un grupo de economistas nacionales que presentaron un Plan Fénix, que apunta a la resurrección de la economía argentina.

De te fabula narratur
En el encuentro primero con un mito, puede que nos fascinen sus múltiples y coloridas envolturas. Lo mismo sucede con cuentos humorísticos como los del Mulá Nasreddin, que en realidad apuntan a despertar conciencias. Nos divertimos o maravillamos con el relato, hasta que llega el momento en que éste nos apela, con las palabras del poeta latino (Horacio, Sátiras I, v. 69): Quid rides? Mutato nomine, de te fabula narratur. “¿De qué te reís? Si cambiamos el nombre, la fábula habla de vos.”
¿En qué sentido el mito del Ave Fénix podría referirse a cada uno de nosotros?
Creo que en algún momento nos sentimos familiares del ave fénix precisamente en aquello que contradice toda posible familiaridad: su carácter único. ¿Acaso no somos, todos, especímenes únicos de una raza sin otros integrantes? Y la existencia y la unicidad suponen soledad. La soledad del poder, o la soledad de la belleza, la soledad del arte, o la simple soledad del ser. Solos de ser, entendemos al Fénix que por definición no encuentra semejantes.
Hay otro giro aún en torno a la belleza, la belleza como creación. Es ella la que hace la unicidad, lo irrepetible, así como genera la soledad dramática. Esa belleza, ese hacer de sí mismo la obra de arte, se sostiene en la sobriedad y en la elección sin concesiones de los alimentos – alimentos del alma. El Fénix no se permite otra cosa que esas gotas de una especie aromática; y el aroma es la manifestación física más cercana al espíritu, que es soplo.
En algún otro particular, el mito del Ave Fénix habla de nosotros, porque habla de lo que anhelamos sin conseguirlo. La longevidad extrema, como atributo que nos asemeja a las estrellas o a los dioses.
Ahora bien, se me hace que lo más inusitado y atractivo del fénix, y por allí se asemeja a nuestros anhelos menos cumplidos, es que él /ella hace su propia muerte. No como suicidio, sino como obra de arte. Y como el modo de engendrar progenie, que no es continuidad. Este hacer de muerte vida, de vida muerte, muerte que por serlo genera vida, se resume y expresa en la fórmula perfecta del Dante:

Così per li gran savi si confessa
che la fenice more e poi rinasce,
quando al cinquecentesimo anno appressa
Inferno, XXIV, 107.

Muere y así pues renace”. Arte que es muerte que es vida, que es concluir y es comenzar… ¿habrá que decir más, para entender el cautivante encanto de esta criatura?
Se ha considerado al Fénix como emblema de resurrección. No compartimos esta interpretación: no es el mismo fénix el que vuelve, sino su criatura póstuma. El mito es aún más rico y desconcertante que la idea de resucitar, porque imagina la supervivencia en el otro, en lo otro. El Fénix es a tal punto único, que no tiene contacto ni siquiera con su retrato en su descendencia. ¿Cómo se perdura en el otro? Ahí la contradicción irresoluble. Existirás en tu obra; ahora bien, ella, como tu hijo, es vos, pero es otro, otra.
El Fénix, en vida y en muerte, es su propia obra de arte, obra que logra su más consumada expresión en la consumación del propio artista, identificado con ella. Cuando la obra es propiamente obra, cuando está más allá de todo diletantismo, el artista se inmola en ella.

Música en nuestra pascua enrevesada
Si nuestro calendario sagrado estuviera de acuerdo con nuestro ciclo estacional, por estos días de setiembre, de primavera, tendríamos que estar celebrando la Pascua de resurrección, o los festivales de alguno de los dioses que renacen con la vegetación. Ahora sería el tiempo de nacimiento del joven Fénix.
¿Con qué música acompañar este suceso? Encontramos un extenso repertorio de temas posibles… y no hemos elegido ninguno. No nos pareció adecuada la Canción del Ave Fénix, de Raphael, porque su estribillo reitera la promesa: “renaceré”; por el mismo motivo dejamos de lado los temas del grupo Saratoga, Rata Blanca, Track, Silver Fist, Daniela Romo… y todos los titulados “Resurrección” o algo parecido, a saber los de H.I.M., Amaral, Bone Thugs, Silvio Rodríguez, Gustav Mahler…
En fin, hemos elegido para hoy tres temas que ni siquiera nombran al Fénix. La introducción a “Demasiado Ego”, sobre música de G. F. Händel; y las canciones Fax U y Chipi Chipi, del disco “La Hija de la Lágrima”. Es que en ellas canta un Ave Fénix: Charly García.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Filosofía pueblerina. El pensamiento del común.

Filosofía pueblerina
El pensamiento común, en chistes y en historias


ESTA SECCION DEL BLOG IBA CRECIENDO Y CRECIENDO... TANTO, QUE HUBO QUE FORMAR OTRO BLOG CON ELLA.

SI LES INTERESAN LOS CUENTOS, APODOS, APOLOGOS E HISTORIAS VARIAS DE UN PUEBLITO, PUEDEN AHORA ENCONTRARLOS EN

http://elmulaenlapatagonia.blogspot.com

GRACIAS, NOS VEMOS!

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Gilgamesh el inmortal... o casi inmortal?


Columna en el programa “Ladran, Sancho”, 6 de setiembre de 2008.
Si le interesa el texto completo de la epopeya de Gilgamesh en castellano, solicítelo en este blog.


Leyenda y mito

Alguna vez hemos abordado la diferencia entre mito y leyenda. En términos sencillos, la leyenda es “algo que se cuenta”. Los partícipes no pretenden que esos hechos maravillosos hayan sido reales. En cambio, el mito sucede. Los hechos del mito están ocurriendo; ese illo tempore (“en aquel tiempo”) no es un “pasado” sino un tiempo fundante, tiempo de permanente vigencia y presencia.

El mito se actualiza en el rito. Cada vez que las mujeres lloran cantando las endechas del joven pastor divino que ha muerto, él está muriendo. Cada vez que saludan gozosas el renacer de las hierbas que sembraron en un pequeño tiesto, el dios está volviendo a la vida. (Joseph Cambell; Mircea Eliade).

La leyenda de Gilgamesh; épica, novela.

Esta vez comentaremos una leyenda, en lugar de un mito. A pedido de varios fanáticos de las historietas (como Carlos y Lucho), recordaremos a Gilgamesh. Pero, pese a ser leyenda, este relato contiene noticias de varios mitos.

Este es el primer poema épico que conocemos: un poema con héroes y hazañas pasmosas. O es la primera novela de aventuras, en cierto modo una road-movie escrita en tabletas de arcilla en Súmer, allá entre 3.000 y 2.500 a.E.C., en base a relatos orales anteriores. Al escuchar la narración, sentiremos que los temas de Gilgamesh resuenan en muchas otras obras de literatura, universal y argentina.
La epopeya de Gilgamesh comenzó a descubrirse casi por casualidad, cuando en la década de 1870 algunos investigadores ingleses se pusieron a desempolvar y leer varias cestas con tabletas traídas de Nínive y almacenadas en el Museo Británico. Como tantas riquezas de países pobres, también esta se halla en un país dominante. Allí encontraron, para su sorpresa, un relato del diluvio que era bastante anterior al tiempo de redacción de los textos de la Biblia. Luego, en otros lugares, se fue completando el poema. Algunas tablillas se encontraron en Boghaz Keui, locación turca hoy, y antaño capital del reino hitita; entre estas, las de Asiria y otras, se fueron llenando renglones del relato.

Gilgamesh es el individuo que “casi” vence a la muerte. Casi, al igual que Orfeo. O acaso realmente logró la inmortalidad? A ver…

Empecemos por Uruk, donde reinaba un soberbio semidiós

El largo poema comienza presentando a su relator, aparentemente el mismo Gilgamesh:

¡Aquel que ha visto el fondo de todas las cosas y de todos los países
aquel que ha conocido todo para enseñarlo a todos,
mostrará parte de su experiencia, y cada uno la aprovechará!
Él ha poseído la sabiduría y la ciencia universal;
¡él ha descubierto el secreto de lo que estaba oculto!
Él lleva en sí el conocimiento de lo que fue anterior al Diluvio,
ha hecho largos viajes, ha padecido,
y se han señalado sus viajes sobre una estela.


La ciudad de esta historia es Uruk. Se nos describen sus impresionantes murallas trazadas a cordel, alzadas sobre siete cimientos de ladrillo y betún. Allí reina Gilgamesh, quien ordenó construirlas; no es un hombre común: dos tercios de él son de dios, y sólo un tercio es humano. Llamativamente, el poema menciona a su madre, la sabia Nin Sin, pero no a su padre.

Gilgamesh es un gobernante soberbio y prepotente: “no le deja un hijo a su padre, una hija a su madre, ni la hija de un valiente, ni la esposa de un héroe”. Las “gentes de Uruk” se quejan de él a los dioses; estos, respetuosos del sentir popular, escuchan el reclamo y reunidos en consejo deciden actuar: fabricarán a otro ser que pueda enfrentarlo de igual a igual.
Aparece Enkidu

La diosa Aruru, que antes había fabricado a los primeros humanos, crea a este competidor de Gilgamesh. Según el texto, ella “imagina en sí misma” a un dios; y amasa el barro de la creación, para hacer esta criatura. ¿No les suena conocido, esto del dios, la imagen, la semejanza, el barro, la criatura?

El ser así creado, Enkidu, es una especie de yeti velludo, que convive con las gacelas y los rebaños. Un cazador lo ve, y espantado va a darle la noticia de esta monstruosa aparición a Gilgamesh, el gobernante de la ciudad.

La mujer que educa, y el distanciamiento

Que las mujeres humanizan a los hombres, es cosa que los varones sabemos – y no siempre nos gusta reconocer. Gilgamesh le envía una educadora a ese hirsuto salvaje al que ha empezado a admirar sin conocerlo. Es una hieródula, una prostituta sagrada, vinculada al templo.

Enkidu queda fascinado al verla, y hace el amor con ella durante seis días y siete noches. (Quisiéramos saber el nombre de la chica, pero no está registrado.)

Pero vean cómo el amor de mujer lo distancia a uno de las bestias. Cuando Enkidu quiere volver a beber junto con las gacelas, los animales huyen de él, asustados. La hieródula lo convence entonces de buscar un amigo digno de él, “semejante a un dios”; y emprenden juntos el camino hacia Uruk. El poema se detiene para decirnos que ella y él “se miran en el camino”…

Mientras tanto, Gilgamesh ha estado soñando con un toro, con un hacha que cae del cielo, con un luchador que lo oprime… Su madre interpreta esos sueños: está por llegar alguien que será su compañero.

La amistad, la aventura y la muerte

Como tantas buenas amistades entre muchachos, la de Gilgamesh y Enkidu comienza con una larga pelea: ambos luchan, destruyendo puertas y muros, hasta que Gilgamesh queda con su rodilla doblegada en tierra. Pero Enkidu reconoce al derrotado como su rey, y como tal, semidivino.

Y emprenden su primera aventura juntos: una incursión al país custodiado por el gigante Humbaba, donde crecen los cedros. El consejo de ancianos de la ciudad (algo así como un Senado), trata de disuadir a Gilgamesh, pero es más fuerte su ansia de gloria. Es que él, nos lo dice su madre, “no conoce el reposo”. Los artesanos les preparan arcos y cascos, y parten de Uruk los dos. Hablándole a Enkidu, Gilgamesh resume el código del héroe de todos los tiempos:

“Amigo mío, sé indiferente a la muerte; aquél que es un valiente y en quien se ha confiado, aquél que va adelante, sabrá preservar su cuerpo y salvará a su amigo; por sus bellas acciones, se hará un nombre”.

Los dos amigos logran matar a Humbaba y despejar la ruta hacia el país de los cedros, el Líbano. Innana, la Venus sumeria, ofrece entonces sus favores al triunfante Gilgamesh, pero él la rechaza con improperios. ¡Esto sí que es soberbia: despreciar a la diosa del amor! (Lo mismo que harían Narciso, Hipólito...) Para castigar el sacrilegio, los dioses envían a un toro feroz que todo lo destroza. Pero los dos héroes matan al toro. Finalmente, el castigo para la soberbia de Gilgamesh será lo más doloroso que sucederle pueda: la muerte de Enkidu, su amigo.

El llanto y la pena de Gilgamesh se hacen sentir todavía con toda la fuerza de la congoja, cinco mil años después.

“Lloro por mi amigo Enkidu
como una plañidera en los funerales. No he de empuñar más
el hacha que pende a mi costado; de mi cintura ha desaparecido el puñal;
mis vestidos de fiesta no me dan ningún placer;
me ha acometido el dolor, y estoy postrado en la aflicción.
¡Oh Enkidu, mi amigo, mi querido amigo,
juntos hemos caminado por montes y valles;
juntos hemos domado y dado muerte al toro celeste;
juntos hemos dado muerte a Humbaba, que residía en el bosque de los cedros!
Y ahora, ¿qué sueño te ha poseído?
¡Tu rostro está inmóvil y no me escuchas!”
Gilgamesh toca su corazón, y este no late más;
rodea a su amigo con sus brazos, como se hace con una desposada;
y ruge de dolor, como un león,
¡como una leona a quien le han arrebatado su cachorro!”


Gilgamesh viaja en busca de la vida eterna

Gilgamesh no acepta que haya que morir; y como hombre activo que es, parte en busca de la inmortalidad. Sabe que un antepasado suyo, Um-Napishti, “ha sido incorporado a la Asamblea de los dioses y ha obtenido la vida”. Irá a buscarlo para conseguir lo mismo; en el camino sortea desfiladeros, supera a los temibles Hombres Escorpiones, y “sin poder mirar hacia atrás” llega por fin a orillas de un gran lago, que lo separa de la morada de Um Napishti. Una diosa tabernera se apiada de él y lo aconseja con palabras cuyo eco se escuchará después en las reflexiones de Salomón:

"¡Oh, Gilgamesh! ¿Por qué andas errante por todos lados?
¡La vida que persigues nunca la obtendrás!
Cuando los dioses crearon el género humano,
han fijado que su destino sea morir;
y ellos han guardado la inmortalidad entre sus manos.
En cuanto a tí, ¡oh Gilgamesh!, satisface tu vientre;
día y noche, diviértete;
que cada noche sea una fiesta para tí:
lleva vestidos bordados,
lava tu cabeza y báñate;
siente placer al mirar al pequeño que se agarra de tí,
alégrate de que tu esposa contra tí se estreche...”

Pero de todos modos, el dios-barquero del trasmundo le enseña a Gilgamesh cómo cruzar el lago de la muerte y alcanzar la morada de Um Napishti. Se nos relata el viaje en detalle: Gilgamesh impulsa la balsa durante un mes y medio, mediante varas que debe dejar perderse una tras otra en esas aguas letales. Cuando ha gastado todas las pértigas, y sólo puede impulsarse con el viento que da en sus vestiduras puestas a modo de vela, llega a la orilla donde lo espera su pariente inmortalizado.

El diluvio

Interrogado por el joven aventurero, Um Napishti le revela lo que llama “un secreto de los dioses”. Es la historia del diluvio, y de cómo él, Um Napishti, por mandato de los dioses confeccionó y dirigió un arca en la que puso “la simiente de toda cosa viviente”, para salvarla, así como a su familia. El detallado relato de la construcción de la nave, de sus medidas, del diluvio que dura cuarenta días con sus noches, de las aves que van en busca de tierra, será retomado luego en el Génesis judío. Sólo subrayaré un detalle que revela una sensibilidad especial en el poema: el Noé sumerio se asomó a la cubierta del barco y vio todo cubierto por las aguas; y entonces, nos dice, “me incliné, me senté y lloré”. Algo que no hace el Noé bíblico. No es la única interesante diferencia entre ambas versiones.

La opinión de las mujeres era muy tenida en cuenta; como lo había hecho la madre de Gilgamesh, ahora la esposa de Um Napishti da un consejo decisivo: su marido debe ayudar al héroe para que este obtenga el talismán de la inmortalidad. Es una flor que nace en el fondo de las aguas, y cuyas espinas desgarran las carnes de quien quiere apresarla. Gilgamesh se ata piedras a los pies, se sumerge, y trae la planta mágica a la superficie. Su proyecto es generoso:

“Ur-shanabi, esta planta es una planta famosa;
gracias a ella, el hombre renueva su soplo de vida.
Yo la llevaré a Uruk, la de los cercados, y la haré comer; repartiré esta planta;
su nombre será: ‘el anciano vuelve a ser joven’!
Yo mismo la comeré, y volveré al tiempo de mi juventud!”


Demasiada felicidad. Fatigado, Gilgamesh se duerme a orillas del lago, y la serpiente que ronda por allí huele esa maravillosa flor, y la devora. Desde entonces las serpientes renuevan su vida y su piel, pero los humanos seguimos siendo ineludiblemente mortales.

El reino de los muertos

La epopeya concluye con un viaje de Gilgamesh al reino de los muertos, en busca de su añorado amigo Enkidu. Luego de practicar varios rituales propiciatorios, llega hasta el difunto, y este le explica la ley de los infiernos:

"- Lo que has tenido cerca, lo que has acariciado y daba goce a tu corazón,
es ahora roído como un vestido por los gusanos.
Lo que has amado, lo que has acariciado y daba goce a tu corazón,
está ahora cubierto de polvo.
¡Todo se hunde en el polvo;
todo se hunde en el polvo!
"

Gilgamesh y su otra inmortalidad

No pudimos obtener la flor de la vida eterna, pero… ¿acaso no la ha logrado Gilgamesh de algún modo? Desde el redescubrimiento de su leyenda en las tabletas de Nínive en 1873, y desde la publicación de “La epopeya de Gilgamesh” por S. N. Kramer en 1944, venimos reconociendo cómo esa historia que se recitaba allá por el 4.000 a.N.E., se prolongó en la tradición literaria mundial.

Las versiones bíblicas de la creación a partir del barro ,y del Diluvio, retoman este relato, que estaba en boca de los cananeos cuando los hebreos invadieron Palestina; las epopeyas homéricas reiteran los temas de la existencia de semidioses, la amistad entre los héroes, la muerte del amigo dilecto, el viaje de ultratumba. Orfeo, Ulises, Eneas, intentan el mismo viaje de Gilgamesh. En los mitos resurge el conflicto del héroe que rechaza el amor; o reaparecen los sabios consejos acerca de cómo disfrutar esta breve vida que se nos concede. Otros temas menores, como la forja de las armas, estaban también destinados a reaparecer, una y otra vez, en los cuentos y la épica. Y en cuanto a la amistad fraternal y la muerte trágica del amigo… ¿no hay algo de Gilgamesh y Enkidu en nuestros Martín Fierro y Cruz?

Si Gilgamesh no logró eternizarse físicamente, por cierto su nombre y su historia gozan de una destacable longevidad. Muchos de nuestros contemporáneos lo conocen gracias a una memorable historieta, "Gilgamesh el inmortal", inventada por Lucho Olivera en 1969, y continuada por Sergio Mulko, Ricardo Ferrari y Robin Wood, hasta la década de 1980.

Algunas reflexiones

Luego de este recorrido por la leyenda y los mitos de Gilgamesh, uno vuelve a descubrir que, como lo sugiere el poema y lo afirman varias de las canciones que trajimos, somos quienes somos porque tenemos los amigos que tenemos. ¿Son los amigos la escuela del ser?

Por otra parte: la amistad es indestructible… salvo para la muerte. Y esta es la tragedia de las tragedias – más aún entre los héroes, que siempre mueren jóvenes. El héroe está casi condenado por el destino a perder tempranamente una parte de sí mismo, a quedar mutilado del amigo.

La búsqueda de la eternidad, o al menos de alguna clase de sobrevida, sigue siendo un desafío para la humanidad. ¿Cómo lograrla? ¿Mediante la prolongación del nombre, o merced a cierta fama póstuma, o por el recuerdo que tendrán de nosotros quienes nos aman?

¿O se sobrevive mediante el arte, mediante la creación, que salva nombres e historias, de este diluvio del tiempo?

En fin, este cronista siente que todavía, sesenta siglos después, ignoramos casi todo acerca de la relación y la tensión entre el amor erótico y la amistad.

Quizás desconciertos como estos explican que Gilgamesh sea una obra tan actual aquí y ahora, como lo fue en Uruk hace 6.000 años.

Un poco de música

Tenemos que limitarnos a escuchar sólo dos o tres canciones; pero es de una enorme riqueza el caudal de música con poesía dedicada a la amistad y la inmortalidad.

Hoy Ute Lemper nos cantó un tema que habla de la camaradería entre quienes enfrentan juntos a la muerte, y al mismo tiempo, de la nostalgia de una mujer. Es “Lilí Marlene”, canción de soldados que ha sido traducida a 37 idiomas. La cantaron los adversarios en más de una guerra; algo hay en ella que la hace sobrevivir a su tiempo, como a Gilgamesh.

Para contrastar, les ofrecemos un cantar desaforadamente machista: “Amigo” por los Inquietos del Norte; aquí una amistad latina se construye a partir de la misoginia.

Y podríamos proseguir con bellezas como Friendship, en la exquisita interpretación de Ray Charles; la Guajira de la Amistad, de José Martí, en la voz de Gianfranco Pagliaro; Amigo Bronco (en la que se añora a un caballo que ha muerto, como aquel alazán de Yupanqui); Los tres amigos, un narcocorrido con algún ribete heroico, cantado por Los Tigres del Norte; Mon ami, mon maître, por Serge Lama; la bellísima Amitié, por el senegalés Youssou N’Dour; I miss my friend, una balada por Darryl Worley…
Buenas noches, y hasta el próximo sábado.






martes, 2 de septiembre de 2008

La iluminada y el inquisidor. La olvidada Angela Carranza.



La iluminada y el Inquisidor
Una destacada cordobesa del siglo XVII condenada a la desmemoria

(Si desea el texto extenso de este trabajo, puede solicitarlo en este blog)

Ilustración: Auto de Fe de 1699. Grabado limeño. En este auto fue expuesta Angela Carranza.

La construcción política del olvido argentino

La historia de nuestro país es pródiga en desmemorias. Razones de Estado, de género, de geografía política o de etnias –razones del poder, en fin- han construido el desconocimiento de figuras y momentos molestos para la “historia oficial”.
Si una pensadora, además de ser mujer fue oriunda del interior, reivindicó la santidad de un indio, criticó abusos del clero y se atrevió a opinar sobre los dogmas… entonces no cabía para ella otro destino que el ver sus escritos quemados, su pluma confiscada y su palabra borrada.
Esto le sucedió a la beata Ángela, nacida en Córdoba a comienzos de la década de 1640 con el apellido Carranza, y a quien sus adeptos de Lima reverenciaron con el nombre de Ángela de Dios. Su historia nos llega compendiada y narrada por sus poderosos adversarios; es en las exageraciones, en los clivajes y omisiones de este discurso dominante, donde hallamos material para arribar a otro relato.

Vida y milagros: Angela Carranza en Lima

Sabemos que en 1665 Ángela (con 25 años de edad) arribó a Lima, capital del Virreynato al que estas tierras pertenecían. Los cronistas dan a entender que venía de su Córdoba natal. Toda una aventura para una joven, ese viaje y esa radicación en la capital. En la propia Lima tomó los hábitos de agustina – algo que en su época y entre las beatas, no suponía profesar como monja.
Ángela se hizo notar por su piedad, sus visiones, su inclinación al razonamiento teológico y al debate de cuestiones eclesiásticas. Su principal acusador, el inquisidor Francisco de Valera, manifiesta que funcionarios y dignatarios destacados consideraban una distinción el trato con la iluminada: “Tuvo engañado al género humano en este reino, sin reservarse Virreyes, Arzobispos, Obispos y Prelados: hacía felices solo el comunicarla.”
Angela orientaba a los poderosos como a la gente común con sus consejos y visiones. La gente se disputaba sus reliquias, que – otra vez hacemos testimoniar a Valera – llegaron hasta Roma.
Mujer con acceso a Dios y consejera de hombres… para sus acusadores, Ángela era una mistificadora que Satán utilizaba para aumentar su cosecha de almas. Desde una mirada no oficialista, podría decirse que ella daba continuidad al intento de construir un cristianismo de y desde los débiles y las minorías. Y de desconstruir el catolicismo de Roma y la Inquisición. Franciscanos, sefardíes, moros conversos por la fuerza, mujeres, mestizos e indios, delinean el cristianismo de los conquistados, los dominados, los pobres y los débiles, los privados de voz.

Los alumbrados: el otro cristianismo "anarquista"

Los “alumbrados” con quienes se conecta a Ángela, no constituyeron una organización, un movimiento unificado. Sánchez Dragó describe brotes de grupos e individualidades en Castilla y Andalucía, con hiatos en el espacio e intervalos en el tiempo. Pero una y otra vez la aspiración es la misma: la vivencia directa de una relación con la divinidad, no gestionada por las jerarquías; la valoración del sentimiento más que del ritual; la fuerte relación afectiva con Cristo y su Madre. Ese movimiento sin estructuras ni instituciones, supone una religiosidad crítica frente al poder...hasta el punto de ser anarquista, de no proponerse a sí mismo como poder. No nació esta corriente en el siglo XVII, sino que hallamos representantes de ella ya en la Baja Edad Media: la magnífica obra de Margueritte Porette, orientadora de los Hermanos del Libre Espíritu, sentenciada y quemada en 1310; y la casi olvidada Bloemardinne de Bruselas.

Este “otro” espacio simbólico cristiano se diferencia también del dogma oficial porque considera que una mujer puede ser reflejo de Dios, devenir otro Cristo. Expresión máxima de esta valoración de las mujeres, los "guillermitas" de Milán, del siglo XIII, veneraron a la Santa Guillemette de Bohême como encarnación del Espíritu Santo. Los seguidores de esta creencia fueron exterminados por las hogueras de la Inquisición en el siglo XIV. La Iglesia pontifical ha pedido perdón por estos crímenes... es posible hacerlo, cuando ya sus víctimas, y los valores por los que vivieron, han caído en la desmemoria colectiva, por efecto de tan eficaz control social.

Ahora bien: quién califica, quién nombra. La Dra. Rocío Quispe Agnoli señala que mujeres como Ángela Carranza son desplazadas de una a otra etiqueta: de la virtud al vicio, de mujer santa a hereje, de beata a alumbrada. Al imponerles estos últimos nombres, Ángela y otras como ella pasan a ser mujeres peligrosas para el orden y el dogma.

Ese “otro cristianismo” no proscribe el disfrute de la sexualidad y del cuerpo. Se la culpa a Ángela Carranza por haber andado alguna vez semidesnuda y por mantener relaciones amorosas con hombres. Los clérigos de su tiempo veían en estas conductas otras tantas modalidades de rebeldía femenina. El cardenal Adriano de Utrecht en 1519 había ordenado procesar a la visionaria española Francisca Hernández porque “tiene los ojos demasiado alegres para ser beata”. Según el discurso dominante, una buena cristiana tenía que ser fea y aburrida.

Esas mujeres insumisas...

El problema con estas mujeres que rompían con los roles prescriptos, era el de aquella Mari Sánchez de 1579 a quien su cura párroco denunciaba porque “ni quería obedecer ni rreconoçia perlado, diziendo que á solo Dios se deuia la obediencia, y otros muchos errores”... Mari había subido al púlpito para rebatir los dichos del cura de su pueblo, “esa muger hija de un humilde ortolano y seguida por gente simple”.

Pero el colmo del escándalo era la escritura. Refiriéndose a Ángela nos lo dice una vez más el propio inquisidor Valera: “lo que más horrible fue era lo que ocultaba al pueblo y solo manifestado a sus confesores” ... “Esto es, sus copiosos escritos en materias teológicas; en quince años escribió quince libros, compuestos de quinientos y cuarenta y tres cuadernos, con más de siete mil y quinientas fojas, cuyo asunto principal, decía, se encaminaba a que por sus escritos había de declarar la Santa Sede Apostólica por de fe, el misterio de la Concepción purísima de Nuestra Señora, y que para este fin la había Dios elegido singularmente, constituyéndola maestra y doctora de los doctores.”
Y no sólo de la Concepción Purísima trataba Ángela en sus escritos. Allí registraba sus diálogos con el Señor – conversaciones tan confiadas, que Él llegó a decirle: “Con el amor que te tengo no reparo en nada”. Y sus críticas a la vida conventual, a la jerarquía eclesiástica, a la Inquisición, “cueva de ladrones”; al gobierno colonial “lleno de injusticias, codicias, tiranías y ventas de oficios”…

El pecado de la escritura no controlada

La Dra. Quispe Agnoli señala otro terreno en el que Angela Carranza se salió de los roles prescriptos a una mujer de su tiempo: el control de su escritura. “La escritura en la sociedad colonial hispanoamericana fue regulada de manera muy efectiva. Si una mujer escribía, eran hombres (confesores, padres, guías, jueces) los que evaluaban dicha escritura antes de que se hiciera pública y, si era necesario, la reescribían.” Pero “ Ángela revierte la jerarquía religiosa que inaugura la relación entre hombre confesor-guía espiritual y mujer confesada / guiada, al reclamar durante su juicio la propiedad intelectual de sus cuadernos. Además, como podemos observar en las palabras que la autora coloca en boca de Cristo, ella, y solo ella, es el medio de comunicación de la palabra divina. Ángela confronta la esperada humildad femenina, contradice las fórmulas retóricas de falsa modestia, y rompe el voto de obediencia a su confesor.”
¿Faltaba algo para que la cordobesa atrajera la persecución? Quizás esto: sostener, contra el criterio de las jerarquías eclesiásticas, que un indio fallecido en 1677 (Nicolás de Aillón), cuya esposa mestiza Jacinta de Montoya estaba fundando un “recogimiento”, se encontraba en el Paraíso. Allí lo había visto Angela, “gozando de la misma gloria que el rey David”.

Feroz captura, proceso y sentencia

El resto es fácil de imaginar. Una captura sorpresiva a la madrugada, por una calesa verde en la que Angela desapareció; un proceso que duró seis años, con prisión y tormento; 11.000 folios de atestados; un forzado pedido de perdón; y un auto de fe el 20 de diciembre de 1694. Los 543 cuadernos escritos por Ángela fueron quemados. Tajantes edictos del Tribunal de la Inquisición de Lima impusieron a todos los fieles la entrega de sus reliquias y obras. Y la prohibición fue especialmente drástica en lo referente a los escritos:

“sin que puedan /los fieles/ tenerlos, leer los originales, ni copiados ni traducidos en cualquier lengua que sean, ni venderlos, ni imprimirlos, ni rasgarlos, ni quemarlos, ni referir de memoria lo en ellos contenido, debajo de excomunión mayor, pena de quinientos pesos y otras a nuestro arbitrio, porque así conviene al servicio de Dios nuestro Señor y a la mayor exaltación de su fe, y lo contrario haciendo, procederemos contra los inobedientes y rebeldes como contra personas que sienten mal de las cosas de nuestra santa fe católica, apostólica y romana”. (Citado por José Toribio Medina).

Ángela Carranza fue sentenciada a cuatro años de encierro en un convento, a otros diez años de destierro, a la prohibición de hablar de sus experiencias y a la privación de papel, tinta y plumas “para que no escriba”. Hasta el momento no hemos hallado referencias suyas posteriores a 1694.

La Inquisición incesante. Valera, Sarmiento, Granada.

La Inquisición es una institución duradera. Quizás la más vital y presente entre nosotros, aunque sus denominaciones cambien de tanto en tanto. (No hace muchos hemos recordado la quema de un millón de libros en la Argentina de 1981). Ángela Carranza ha sido eficazmente olvidada casi hasta hoy. En su tierra natal poco se ha dicho o escrito sobre ella. La “política de la memoria” instala en el recuerdo colectivo a otras personalidades religiosas más sumisas al orden establecido, como la promocionada madre Tránsito Cabanillas.

Uno de nuestros pensadores ha dejado un retrato grotesco de Ángela. Es Domingo Faustino Sarmiento, que en sus “Recuerdos de Provincia” la sentenció a la caricatura. Y desde una visión racionalista, despreciativa de las creencias populares, el polígrafo Daniel Granada repitió los juicios del atrabiliario Valera y de Sarmiento.

Pero en el límite de lo narrable, allí donde la posibilidad de la memoria confronta con el olvido, está la presencia de Ángela Carranza y de otros que pensaron y sintieron sin someterse al dogma y al poder. Sus procesados y torturados confesores Ignacio Ijar, fray José de Prado y fray Agustín Román; el jesuita chileno Bernardo Sartolo, autor de un libro condenado sobre la vida de Aillón, y el confesor de este, fray Pedro de Ávila Tamayo, son candidatos a revistar en esa inconspicua cofradía. Y el milenarista Manuel Lacunza, con su también condenado libro que Manuel Belgrano hizo reeditar; y nuestro conmovedor Francisco Ramos Mexía, el estanciero amigo de los indios, iluminado y convertido por los escritos de Lacunza.

Sarmiento y Hegel, Marcelino Menéndez y Pelayo, Daniel Granada y el inquisidor Francisco Valera, quizás estarían de acuerdo en desdeñar estas trochas cegadas, marginales al camino real de la memoria sancionada desde el poder.

Pero acaso es momento de revisar hasta dónde nos ha llevado esa historia, dónde nos deja fijados esa memoria. ¿Tenemos hoy tantos motivos para aplaudir sus fastos y recuerdos?

En el ámbito de lo silenciado están las posibilidades de otras historias alternativas. Otros procesos, otros desarrollos, otros países y pueblos yugulados. De esas historias no se puede decir que no fueron: ni siquiera han tenido todavía la oportunidad de ser comenzadas.
(De “Historias del Olvido”.)

La ciudad y los mitos


Columna de inactualidad en el programa “Ladran, Sancho” en FM de la Comarca, La Adela (provincia de La Pampa) el sábado 23 de agosto a las 20.30

La ciudad como mito, desde Jericó hasta Chica

Escuchábamos "New York, New York", en la célebre versión de Frank Sinatra; ahora oigamos unas sevillanas del siglo XVIII, cantadas en 1931 por Argentinita, Encarnación López Júlvez. Al piano el recopilador de las canciones, Federico García Lorca. En ambas canciones, como en tantos tangos, como en las de Charly García y casi todo el rock, se nos está diciendo que somos seres de ciudad; que esa determinada ciudad, para bien o para mal, es constituyente de nuestros tejidos afectivos y mentales. Tanto, que hasta tiene su propia forma musical, su "aire": Sevilla tiene sus sevillanas; y Nueva York y Buenos Aires y tantas otras ciudades tienen sus músicas propias e inconfundibles.

Ambigua criatura, la ciudad mítica. La vida y la muerte, la crueldad y la santidad, se mezclan en la mitología de esta creación material humana – la más grande, esa donde caben y se dan todas las otras creaciones.

Jericó y la música final

No conocemos ningún mito de fundación de la ciudad más antigua y continuamente habitada del mundo, Jericó , la “ciudad de las palmeras”. Se formó hacia 9.000 a. E. C. y sobrevivió a todos los imperios, reedificándose veinte (sí veinte veces) sobre sí misma, hasta hoy.

Pero nos queda un mito de su destrucción por la música. Hay un lazo entre ciudad y música. Hace unos días comentábamos cómo la muralla de Tebas de Grecia fue creada por dos héroes gemelos: el forzudo Zeto, que levantaba las piedras a pulso, y Anfión, que movía los sillares con la sola fuerza de la armonía, al tocar su flauta. En cuanto a Jericó, cuando los invasores israelitas (los de entonces, 1450 a.E.C.) ocuparon Palestina por la fuerza, destruyeron la ciudad con la música de sus trompetas, según se lo había indicado su dios.

La ciudad como un corte: Eridú y familia, México y Cuzco.

De las primeras ciudades, las de Súmer, sí tenemos leyendas originarias. Las tablas reales sumerias dan una lista de cinco urbes que dominaron sucesivamente el país antes del diluvio: Eridú, Bad Tibira, Larak, Sippar y Shuruppak. Nos dicen: “Cuando bajó del cielo / La realeza se asentó en Eridú.”

Hay un corte, una interferencia de los dioses en el espacio y el tiempo de los hombres, que constituye la ciudad, criatura teo-política, sede del poder sacerdotal y real. Un dios la funda, introduce esta novedad en el tiempo y el espacio. Quizás porque se siente a la ciudad como protectora, nutridora, ordenadora, se le atribuye carácter divino.

Algunas veces el corte es producido por un rey-dios, un emperador celeste. Así en el caso de Menfis, de Persépolis, de Beijing, de la Samarcanda refundada por Tamerlán…

En nuestra América, hay también una intervención divina en los comienzos de México y Cuzco: una señal de los dioses marca el lugar donde han de fundarse. Para Tenochtitlán (en 1325 E.C.), es la aparición del águila sobre un nopal; para Cuzco (siglo XIV), la varilla de oro que se clava allí donde hay una conexión entre varios mundos.

La ciudad como crimen o como tesoro de seducción

Otro mito posterior y diferente atribuye la fundación de Eridú al dios babilonio Marduk. Fundar la ciudad sigue siendo tarea de la deidad, sí. Pero ahora, según el texto del Enuma Elish, Marduk funda la ciudad (y la humanidad misma) luego de un crimen. Da muerte a la serpiente/caos Tiamat, habitante del abismo, el Apsu. Un pensamiento dualista pone al dios matador y ordenador frente al poder de lo confuso. El dios matador funda la ciudad (que es ni más ni menos que el cosmos), sobre el cadáver de lo caótico. Sobre esa muerte pronuncia las palabras que van creando los seres de este mundo.

Recordemos el mito de la fundación de Roma. También allí la ciudad nace de un crimen: un fratricidio, hecho por el varón.

Hay otra corriente de mitos totalmente enfrentada a esta. Mitos donde una diosa nutridora y protectora funda el orden y la civilización, con dones robados a los dioses gracias a sus artes de seductora. Así lo hizo Inanna, la Venus sumeria, para beneficio de los humanos. Esas diosas de las ciudades llevan coronas muradas, con almenas, como Cibeles, … y luego las Vírgenes Negras que difundieron los templarios.

La ciudad es el muro

Para el mito de la fundación, el muro es la ciudad misma. El nombre de la antigua capital egipcia, Menfis, significa “muros blancos”. Uruk era “la ciudad de las altas murallas”, construídas nada menos que por Gilgamesh, con siete capas de ladrillos abetunados superpuestas en sus cimientos. La muralla separa lo que se entiende como “ordenado”, del resto del mundo, lo caótico. Caótico por dominado. Porque desde que hay registros, y hasta Chiapas, “eso otro” que es el campo, lo vago, el vértigo del espacio, se viene insubordinando (¿Sería Tiamat un emblema de esta insurrección?) (¿Y será por esto de la muralidad, que el Urbanismo todavía se imparte en las facultades de Arquitectura?). Al identificar campo y barbarie, Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento (fresca aún la marca de la rebelión rural de 1829 en la campaña bonaerense) apelaban a un viejo y fuerte tema mítico.

Cuando alguien “insulta” la ciudad (es decir, salta por encima de su muro, como lo hizo Remo), sobreviene el castigo impuesto por el “orden”: el fratricidio. Así nace y se afianza la ciudad. Y cuando en nuestras tierras los conquistadores procedían a una fundación, los símbolos recordaban la escena de Roma. El fundador hacía plantar el rollo o picota, un poste que serviría para ajusticiar a quien fuere menester. Se plantaba ante el rollo con su espada desenvainada, y tras dar unos tajos al aire, a las hierbas y a la tierra, daba por fundada la urbe.

La ciudad como ombligo

Toda ciudad se siente, es, un ombligo. El caso más gráfico, Cuzco, la ciudad habitada más antigua de América: su nombre significa centro, ombligo, cinturón. Allí, según la mitología inca, confluían como en un punto de capitón el mundo inferior (Uku Pacha), el visible (Kay Pacha) y el superior (Hanan Pacha).
Cuzco era un punto de enlace cósmico. Hay alguna analogía entre esta concepción del eje que une los mundos, y nuestro árbol del Gualich. Y su fundación no rompe o mata, sino que concilia y une los mundos. Un dato diferencial es que hay una mujer fundadora: junto a Manco Cápac está Mama Ocllo, que viene a traer las artes de la civilización. Rapa Nui, Pekín, Delfos, también creen o creyeron ser ombligo del mundo. V. Los fundadores míticos de Cuzco

Ciudad, lo que fue; ciudad, lo que vendrá

Pensamos el pasado enhebrando ciudades, y de igual modo pensamos el futuro. El tiempo que vendrá se expresa en la ciudad soñada, en la que se va a concretar la vida perfecta, justa y feliz. La Cittá del Sole de Campanella, como las utopías de Charles Fourier, Robert Owen, Benjamin Richardson, Etienne Cabet, son todas ellas ciudades felices – las ciudades de la paz final y la justicia.

El milenarismo cristiano llama a esa ciudad, a ese tiempo del fin de los tiempos, la "Jerusalem celeste". San Juan la vio y la describió en el Apocalipsis. Sus doce puertas son doce enormes perlas; y doce macizas piedras preciosas son su cimiento. Tendrá forma cuadrada, como según el pensamiento mítico ha de tenerla todo aquello que está destinado a perdurar en este bajo mundo.

Otras ciudades venideras, soñadas en nuestro tiempo, distan de ser tan luminosas y felices. Las anticipaciones en las películas y series (Matriz, Ciudad Gótica), nos pintan megalópolis desgarradas entre tribus que defienden sus cotos neofeudales; ciudades en las que hay que esconderse bajo tierra para escapar de los abusos del poder. Isaac Asimov ubica en el futuro, no a Jerusalem sino a Chicago. Para entonces se llamará Chica (según la novela “Un guijarro en el cielo”), y será el centro urbano de una región donde el suelo está tan contaminado por las armas nucleares, que relumbra. Pero esa Chica será también el centro de la transformación, desde donde comenzará a construirse de nuevo un mundo de paz.

Otros presagios

Será que para reconstruir nuestra vida, nuestras sociedades, tenemos que encontrar nuevos mitos – sobre todo, nuevos mitos para la ciudad? Nuevos presagios que no se refieran a la criminosidad y el robo de los dones de la civilización? Vean qué hermoso y renovador es un relato de ciudades chinas de Ray Bradbury, narrado por Esteban Ierardo: http://www.temakel.com/ensayobradbury.htm

Los Anfiones de hoy

Nos despedimos con música: la “Cumbia de la Ciudad” de León Gieco, donde el cantor profetiza: la utopía se está dando aquí y ahora, en las calles y en los encuentros de la ciudad, en ”la gente que trabaja en las calles de noche y de día”. A semejanza de Anfión, poetas como Ray Bradbury y León Gieco pueden mover las piedras con sus imágenes y su música.

Un abrazo para todos, y buenas noches.