jueves, 29 de enero de 2009

La escritura y el mar vacío


Foto de Alberto Malva, "El mar en el atardecer".


La escritura y el mar vacío

Entonces, será que uno escribe para esto.

Aparte de todos los otros fines que uno dice y que se hace creer, uno escribe para llegar no sé si a un fin, a un simulacro de fin, un punto en el que se detenga la escritura.

Punto en el que no hay por ahora necesidad de decir, por un momento. Sólo se escucha la hueca resonancia de un mar de silencio, sin criaturas.

Tanto es lo ignorado... Homenaje a Martín Gil.


El árbol de nombre desconocido en la esquina de mi casa.

Tanto es lo ignorado. Homenaje a Martín Gil (1868 – 1955)

Nos rodea lo ignorado, y así nos dejamos vivir.

-¿Ese árbol? Usted sabe cuánta gente me pregunta el nombre… No sé – me dice mi vecina ante ese magnífico ejemplar plantado desde hace treinta años frente a la puerta de su casa; ese que todos los veranos se prodiga en extraños frutos tejidos con prietos hilos de seda resinosa en su interior. – Alguien habrá traído una semilla del norte – aventura ella. Tampoco yo sé el nombre de ese árbol, cuya foto incluyo aquí.

Ignoramos también el nombre de muchas de las estrellas que admiramos cada noche. Desconocemos cómo vive el insecto que anda por el patio, y cómo va a obrar nuestro perro o nuestro gato. No sabemos cómo se hacen la sal, el azúcar, el pan, nuestros alimentos elementales. Las más y los más desconocemos el significado de nuestros nombres, el origen de nuestros apellidos. Se nos escapa el motivo y la intención de algo tan íntimo como nuestros sueños –su alambique está en un cuarto cerrado para nosotros. Ignoramos el nombre de esa flor silvestre, tanto como el día y la hora en que hará eclosión la crisálida dormida de nuestra muerte, por ahora plegada en algún lugar secreto de nuestro cuerpo.

Vamos como el minero con su lámpara sorda sobre la cabeza, iluminando apenas y mal, el menguado espacio que van a hollar nuestros pies. La desmemoria atrás, la imposibilidad de prever adelante, nos cierran el espacio.

Por eso es tan liberador que de vez en cuanto encontremos algún sabio. Alguien que haya querido ocuparse de ver un poco más, y un poco más lejos. Alguien que haya querido ofrecer lumbre gratis, sin otro goce que el del propio conocimiento y el servicio a los demás – aunque a veces los beneficiarios se resistan de mala manera a recibir el servicio gratuito.

Por eso es tan valioso un hombre como Martín Gil, al que quiero rendir homenaje en este artículo y en el siguiente. Un sabio nuestro, escasamente reconocido. Porque en fin, parte de este asedio de lo desconocido es que también ignoremos a nuestros sabios.

Semblanza de Martín Gil. Datos y textos.


Camino de las Altas Cumbres, Córdoba. Construido en la gobernación de Ramón J. Cárcano, siendo Martín Gil su ministro de Obras Públicas.


SEMBLANZA DE MARTÍN GIL. Datos y textos.

El casi olvidado Martín Gil fue un sabio argentino. En las efemérides lo califican, injusta y menguadamente, como “meteorólogo, astrónomo y escritor.”Aún esto no sería poca cosa. Pero fue, insisto, un sabio, conforme al modelo de los “savants” franceses… o aún antes, al de los Siete Sabios de Grecia.
Así quisiera que lo consideremos, porque su interés por el conocimiento no reconoció límites disciplinarios. Fue fundador de la meteorología nacional; impulsó y renovó el Observatorio Astronómico de Córdoba. Pero también fue doctor en Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Y ministro de Obras Públicas en el excelente gobierno de Ramón J. Cárcano, ese demócrata ilustrado, en la provincia de Córdoba, cuando se construyeron escuelas y caminos que renovaron la geografía y la mentalidad provincial. Por entonces Martín tenía 27 años de edad. Y también fue diputado y Senador provincial, y diputado nacional; y profesor del Colegio Nacional de Buenos Aires, y director del Servicio Meteorológico Nacional… y observó festejos y recopiló canciones en la sierra, y escribió muchos bellos libros, en una prosa tan poéticamente científica como científicamente poética.

¿Hará falta más que esto para reconocerle el apelativo de “sabio”? Por si fuere menester, el Simurgh recordará algunos rasgos y textos del admirado Martín Gil.

Nació en Córdoba el 23 de octubre de 1868, y murió en Buenos Aires el 9 de diciembre de 1955.

Fue tan prudente como valiente. Sabemos que la clerigalla cordobesa era y es hueso duro de roer. En alguno de sus escritos (“Charla de don Lino”, de 1906, en el volumen “Aguamansa”) consta este diálogo, sólo en apariencia ingenuo:

- Bienaventurados los mansos, don Lino, porque ellos poseerán la tierra.
- Lo dudo, amigo! Los mansos cuando más podrán contar con un lindo bozal, de plata si usted quiere; con necesidades, las más de las veces, o en su defecto con tierras celestes inaccesibles al impuesto territorial, es verdad, pero muy poco aptas para la agricultura.

Tengamos presente que el personaje de don Lino, el zapatero, es vocero del pensamiento de don Martín.

Posiblemente también lo sea don Quiterio, con quien Martín regresa, al tranco de la mula, en la noche serrana, de una novena. Aunque ambos son de la fracción conservadora de Cárcano, un librepensador y anticlerical reformista, se aproximan al anarquismo:

- ¿Qué es lo que divisa tanto, niño? – dijo el viejo animando la mula que amenazaba espantarse.
- Miraba esa larga cinta de luz lechosa que alumbra como sin ganas, allá arriba – le contesté, señalando la Vía Láctea.
- Y a la verdad, que está bastante relumbrosa – dijo ño Quiteria levantando la cabeza -; parece como si fuera el tirador de plata con que el cielo se faja la cintura. Y ese es el único tirador con chafalonía que veo durar a su dueño, en estos malos tiempos que corremos – dijo con tristeza -. ¿Y sabe, niño, por qué le dura? – Porque en el cielo no hay cuestiones con Chile, ni política, ni jueces de paz, ni escuagras que mantener, ni pulperías, ni casas de empeño; si no, ¡qué años que estaría toda su plata convertida en barra y requeteguardada en el baúl de algún gringo masón!”
… (Una novena en la sierra, 1902)

En estos días de enero de 2009 veía yo a Sirio ardiendo como una antorcha en el cielo. Y recordaba las observaciones de Martín Gil sobre lo justo o injusto de que hablemos de la “canícula”, los días del Perro (constelación de la que Sirio representa la cabeza) para referirnos a las más ardorosas jornadas de verano. Y aún otra observación de su libro (imposible de conseguir) “El cielo y la tierra”, que supo contarme el amigo poeta Ángel Fuentes “Cuando Sirio acrecienta su brillo, en uno de sus ciclos, entonces es más fuerte el celo de los gatos.” Y efectivamente, estos han sido días de gañidos, maullidos y alaridos entre los enamorados felinos del barrio.

Martín Gil utilizó la prosa poética para referir sus reflexiones científicas y antropológicas. Sus descripciones de las costumbres cordobesas (que a menudo criticaba) y de los rituales (en los que no creía) son respetuosas, sin dejar de marcar lo que él no compartía. Con suave ironía se refiere al efecto de las múltiples campanas de las iglesias cordobesas, que has de escuchar creas o no, sobre los nervios desquiciados de los pobres enfermos insomnes; a la percepción de las beatas, agudizada por ayunos y largas oraciones, a la que no se le escapa noticia alguna de la vida del vecindario. Y se divierte narrando cómo los gérmenes patógenos de Buenos Aires, en congreso general, deciden trasladarse a la ciudad de Córdoba, pues en ella pasarán todavía muchos años antes de que exista una red cloacal adecuada…

El presente ciclo de desecación de la región, la arborifobia cordobesa que produce la tala de los naranjos del patio de la Universidad, y así provoca la huída de la estatua del obispo Trejo, la avidez de los procuradores que embargan las cosechas de trigo, la indiferencia del ferrocarril inglés ante las penurias del chacarero gringo, la vocación festejante de los ediles de la docta, que a la menor oportunidad hacen estallar bombas de estruendo (estamos hablando de los comienzos del siglo XX)… todo ello es señalado, comentado y gentilmente expuesto por Martín Gil, que mezcla la crítica social con la sonrisa.

Prosa poética, dijimos. Demos tan sólo una muestra de ella.

“En octubre, a las tres de la mañana, el cielo es un jardín. Es el mismo que corresponde a las primeras horas de las noches de verano, así que anticiparse a gozar de él es como si dispusiéramos de una parte del cielo en invernáculo. Las mejores flores del jardín están abiertas”… “Hacia el norte, van pasando las Pléyades, ese grupo delicioso de seis pequeñas estrellas a simple vista. Son las vírgenes que acompañan a Diana, huyendo de Orión, el cazador. A sus ruegos, fueron convertidas por los dioses en siete palomas blancas y colocadas en el cielo.”…” Apuntando al centro del grupo con el anteojo, se presencia un bello espectáculo, porque entonces las siete palomas se extienden y se separan como espantadas, brilla su plumaje, y entre los claros que ellas dejan, surge una multitud de estrellitas, como si el instrumento fuera un halcón, que al perseguir y dispersar la bandada de palomas, hubiera puesto en alboroto un enjambre de picaflores.”… “Siguen sus hermanas las Hyades, las divinidades pluviales,siempre llorando la muerte de su hermana Hyas. Forman una V o un compás, y en el extremo de uno de sus brazos resplandece una linterna roja: es Aldebarán, el ojo del toro. El Tauro despide chispas por su ojo de fuego, al verse amenazado por Orión.”… Y así prosigue la cautivante prosa de este científico, hombre de leyes, recopilador de dichos y costumbres, conocedor omnívoro.

Julio Salinas señaló que frente a la adocenada y rutinaria poesía de fines del siglo XIX, la prosa poética marcaba los nuevos rumbos de la palabra viva. Al leer a Martín Gil, se siente esta vitalidad de la palabra. No sólo sabía mucho; fue capaz de decirlo de la mejor manera, iluminando sin herir.

En algún momento de su vida Martín Gil fue dueño de algún campo. Luego dejó de tenerlo. Más no sé, porque he hallado pocos datos de su biografía.

Lo que sí creo es que no necesitaba campos, quien de este modo se había hecho dueño del cielo, de la tierra y de la palabra.

El Sultán Progre


Agustín Tosco: no fue sultán ni progresista.


IMPACTANTE ACTUALIDAD POLITICA DE UN APÓLOGO DEL SIGLO XIII:



EL SULTÁN PROGRE

Érase un Sultán que al asumir sus funciones decidió impartir a su gobierno un perfil netamente progresista, que iba a diferenciarlo de sus antecesores.

Desde un comienzo, impulsó una serie de políticas proactivas.

Puesto que en aquel siglo XIII en Kandahar no existían los canales de televisión, llamó al sabio del lugar para que opinara al respecto.

Le expuso lo siguiente:

- Mira, he decidido comprarles a mis súbditos una vez por mes todos los pájaros que tengan enjaulados, para dejarlos en libertad en un acto público. De este modo promuevo a la vez la conciencia ambiental y la redistribución del ingreso. ¿Qué te parece?

El sabio le respondió:

-Lo lamento por los pajaritos y por tus súbditos.
- ¿Cómo dices? Sospecho que estás en contra de este proyecto nacional y popular.
- Si pagas por los pajaritos, tus súbditos se van a sentir impulsados a cazar más y más de ellos. Durante la caza, son muchos los pajaritos que perecen. Los que llegas a liberar son apenas una parte de los que originariamente estaban en libertad. Y por otra parte, acostumbras a tus súbditos a vivir del pago que el gobierno les hace por cazar y matar pajaritos. Lo interesante sería que gobiernes de tal modo que no haga falta ponerte a comprar pajaritos - ni súbditos.

No sé si el Sultán Progre acusó al sabio de ser un anti Kandahariano en conferencia de prensa, o si este logró sobrevivir a pesar de su sinceridad.

Lo que sí sé, es que en este cuento de hace ocho siglos ya estaba definida una diferencia importante: el negocio del progresismo es que existan injusticias para morigerar – y así acumular capital político; mientras que el cambio verdadero consiste en hacer innecesarios los Planes y Proyectos de los bondadosos sultanes progres.




miércoles, 28 de enero de 2009

Dos días de viaje por Tuván. Primer día.

Mapa (relativo) de la República de Tuván


Dos días de viaje por Tuván. Primer día.


Los blogs nacieron como diarios de viajes; este pretende serlo, aunque nuestro viaje no siempre supone desplazamiento corporal, sino más bien de la mirada; crónica de la andanza inconclusa que nos hace ser quienes somos. En esta travesía, hoy los invito a incursionar por Tuván.

¿Para qué existe Tuván?

Es más fácil hacernos esta pregunta con esta República y país, que por ejemplo con el Estado y el país llamados Argentina. Proponemos pues un rodeo, caros lectores discusores, para preguntar indirectamente por nosotros mismos.

Parece naturalizada la existencia de los estados nacionales, tanto que mi pregunta suena irreverente. A nadie le gusta que le anden tocando el Estado. Menos aún, si se identifica con él y a la vez se siente como algo endeble, inseguro de sí mismo. Reiteradamente cito a Macedonio Fernández cuando escribía “los pueblos inexistentes son malsanos”; lo son especialmente para quien se pone a preguntar con insistencia acerca de ellos.

Desembarcamos

Tyva o Tuván es una pequeña república ubicada en el sur de Siberia. Con sus 170.000 km2 (menos que la provincia de Córdoba) y sus 300 mil “habitantes” si lo son (menos que Chubut), hace poco ruido en los medios. ¡Con decirles que no figura en el Almanaque Mundial! El editor habrá calculado que no valía la pena aumentar el costo agregando una hoja para país tan inconspicuo. Sí le dio espacio al discutible Vaticano, que no tiene crecimiento demográfico natural, o a la República de Naurú con sus 30.000 surferos, narrando inclusive su crisis entre el ejecutivo y el legislativo (crisis de Naurú, no del Vaticano, por supuesto). En cambio nuestra Tuván sólo aparece en las más anárquicas y felizmente sueltas páginas de Wikipedia. Mejor esto que andar en malas compañías.

Recorriendo sitios y blogs en pos de Tyva, sus habitantes y sus saberes, por momentos temí estar malcopiando a Borges en su persecución de Tlön y Uqbar. Pero este es un país real, no menos que USA si lo es; y su río Alash está corriendo ahora mismo, con aguas no menos reales que las de cualquier poesía o de cualquier río, v. gr. el Colorado.

Pero volvamos a la cuestión urticante. ¿Para qué existe Tuván? Es un país bastante más antiguo que el nuestro. En el siglo XIII lo conquistó Ghenghis Khan, uniendo así a los preexistentes tuvanos con los demás mongoles. Los manchúes los incorporaron al Imperio Chino en el siglo XVIII. En 1885 los tuvanos se rebelaron contra los chinos; en 1917 se pronunciaron a favor de la revolución soviética; pelearon otra vez contra los chinos que los invadieron en esos tiempos revueltos; se declararon República Popular en 1924; y en 1992 han asumido el estatuto de República Autónoma.

Están ahí, existiendo desde la prehistoria, defendiendo su existencia desde al menos el siglo XIII, ¿para qué?

Naciones, estados, providencia y crímenes

Para Godofredo Guillermo Herder, ministro eclesiástico, historicista y optimista, cada nación de la tierra era necesaria, porque encarnaba un sentido querido por Dios, un designio suyo de confiarnos o enseñarnos algo. Todas y cada una debían existir; si alguna hubiera faltado, habría quedado trunco el propio discurso divino, como un texto al que se le sustraen varias letras, e ininteligible la historia humana que se fundaba en él.

Hoy más bien nos preguntamos si tienen sentido los fanatismos nacionales, las masacres que ocasionan, y con ellos, las naciones que los generan. Y apostamos a modos de organizar las sociedades no sustentados en la nación: estados multiétnicos, estados federativos… y estados como los que aún están por inventarse.

Herder escribió lo suyo cuando aún Alemania no estaba unificada. Él pensaba las naciones más como pueblos que como estados; las sentía como entidades colectivas fascinantes por sus particularidades y diversidades, sus músicas, sus idiomas, sus formas literarias. Estos rasgos les daban sentido y presencia, más que un Estado propio.

En esa serie de pequeños estados alemanes que eran Alemania pero de otra manera, el pensador anarquista Rudolf Rocker descubrió una vida cultural más intensa y bulliciosa que bajo el estado único que luego remacharon los prusianos. La Alemania unida a fuerza de sangre y acero quiso luego imponer su receta al continente y al mundo, con los resultados consabidos.

La República de Tuván, o Tyva, quizás esté a salvo de incurrir en tales excesos. En parte porque precisamente no es un estado nacional. Los tuvanos son sólo uno entre los muchos pueblos turco-mongoles del Asia, no el único. Hasta les resulta un poco difícil decir desde qué lugar o raya se diferencian de sus vecinos inmediatos. Hay tuvanos dando vueltas por Mongolia y por China. Hay rusos, mongoles y chinos en Tuván.

El estado-nación como asesino serial

Es para pensar si existe realmente algún estado-nación en el mundo. Diría que no: que no hay estado tal que se superponga exactamente con una nación, ni viceversa. Los estados naciones son construcciones ideológicas. Amasijos de himnos, inflamantes lecturas escolares, mapas ampulosos a la hora de servirse tierras irredentas, conscripción, burócratas, oficiales y prelados, esos “estados nacionales” que no lo eran, se comportaron como los asesinos más masivos y alevosos de todos los tiempos. Hay que recordarles a los distraídos que los mayores crímenes no son cometidos por pibes a los que hay que penalizar, sino crímenes de Estado, cometidos por personeros que creen tener una misión trascendente. (Y a menudo también, por las grandes empresas asociadas a esos personeros.)

Ha habido una construcción mítica de los estados nacionales, también en la Argentina. Se dio por supuesto que aquí debía haber una sola nación. Si no la había, era cuestión de hacerla. “El Estado crea la escuela, y la escuela crea la nación”. La conscripción al modo prusiano completaba la tarea creativa. De este modo aplastamos, desde el primer grado escolar en el más piadoso de los modos, a naciones presentes en nuestro territorio que siguen hasta hoy esperando se les reconozca su derecho a la existencia como tales, en un estado federativo plurinacional.

El intento de construcción ideológica del estado nación redunda en tragedia. La historia reciente de las guerras balcánicas nos lo dice una vez más, como la del Medio Oriente. Las operaciones de extinción de diferencias en los países latinoamericanos lo han demostrado. Creo que hay motivos para no querer un estado israelí sobre tal modelo; tampoco un estado palestino, ni un estado mapuche. Se trata de no copiar los modales de los estados victimarios, sino de imaginar estados sin víctimas necesarias.

Por cierto la otra construcción mítica, aquella de la dictadura del proletariado, causó tantos muertos como la de los estados nacionales. Pero cuando Stalin se vio amenazado por una posible victoria nazi, volvió de su mal digerido materialismo dialéctico al nacionalismo mítico, reinstaurando el culto a la Santa Madrecita Rusia, en una síntesis del milenarismo tradicional con el soviético.

Pero bueno, ¿para qué existe Tuván?

Preguntarle a la pregunta

El pensamiento nace en la pregunta. Pero sólo crece y despliega las alas cuando nos animamos a preguntarle a la pregunta. En este caso, ¿para qué nos acostumbran a preguntar para qué?

¿Será para que nos acostumbremos a contestar en términos de “para que…”? ¿Es decir, a encuadrarnos en un pensamiento forzado según el cual los entes deben tener finalidad? Y por otra parte, ¿quién está autorizado a definir ese para qué?

Pero por qué no pensar que cada ente tiene y debe tener ante todo su fin y su gozo en sí mismo…

Veamos entonces qué índole de felicidad, si alguna, brinda Tuván a propios y a extraños, a habitantes y a lectores lejanos; qué hay allí de bello y propio en sí mismo. Entonces podremos dar por superada la pregunta inicial.

Acompáñenme al post siguiente, y trataremos de desbrozar esa incógnita.

Dos días de viaje por Tuván. Segundo día.

El majestuoso valle del río Alash, comarca del canto profundo de Tuván.


Dos días de viaje por Tuván. Segundo día.

Algunos rasgos de Tuván

Para extasiarse con el país, basta pensar que tiene 9.000 ríos. ¡Nueve mil! Ríos de montaña, cantarines, aunque helados en pleno invierno, cuando la temperatura media es de unos veinte bajo cero. El majestuoso Yenisei es el padre o la madre de casi todos ellos. Por si esto fuera poco, varios grandes lagos suman algunos miles de kilómetros cuadrados, junto con los lagos salados. Es un país de agua.

Otro dato: a pesar del esfuerzo de los planificadores y burócratas en los tiempos soviéticos, el 82% de los tuvanos son nómades y pastores, aún hoy. Para un mundo en el que es doctrina aceptada que el sedentarismo es condición de la vida social y de la construcción estatal, es un índice desafiante.

En Tuván se acepta y alienta la relación sexual entre una mujer y cuantos varones se le pongan a tiro, entendiendo que este es un modo de generar una numerosa y variada progenie. Esto no es por una política de la República, sino por tradición. Las bondades del sistema se pagan con una alta tasa de sífilis (que afecta a un 2,5 por ciento de la población).

Las persecuciones que promovió Stalin fueron inútiles para desarraigar el chamanismo y el budismo, que siguen gozando de preferente adhesión en el pueblo. Tuván, y específicamente su capital, Kizil, son los únicos lugares del mundo en los que existen clínicas chamánicas. A ellas acuden pacientes de muchos otros países; norteamericanos, europeos y japoneses son sus pacientes, junto con rusos y chinos.

Hablando de Kizil, los tuvanos se ufanan de tener su capital enclavada precisamente en el centro geográfico del Asia. Esa sensación y esa imagen del “centro” funcionan como anclaje simbólico de una sociedad de relaciones más bien laxas, por influjo de la trashumancia. Quizás nos autorice a pensar que Tuván, en lugar de encerrarse en cercos, gira en torno a un corazón, un polo de atracción interior.

En los años 1920 y 1930, Tuván emitió series de sellos postales tan bellos como exóticos, con ilustraciones de la vida de los nómades en la estepa mongola. No abundan imágenes del nomadismo en la filatelia moderna, y por eso las estampillas tuvanesas lograron un duradero éxito. En nuestros días atrajeron la atención del premio Nobel de Física Richard Feynmann, quien viajó a Tuván y se volvió un entusiasta difusor de la cultura y las artes del país.

Apuntemos también la inexistencia de fronteras claras entre Tuván y sus vecinos. En realidad, por momentos los tuvanos son sus propios vecinos. Van y vienen desde y hacia Mongolia, la república del Altai o la China, y otros tuvanos andantes en esos países suelen encontrarse en Tyva. Da como para sospechar que unos cuantos tuvanos no han de tener muy en claro si son tales, o mongoles, altaicos o algo más.

Hay que aceptar por principio que el retrato de ellos que nos dan los censos es notoriamente dudoso. También es arbitrario por definición el colorido deslinde en que se afanan los mapas. Se nos dirá que en ningún caso los mapas o los censos son veraces. Cierto es; sólo que en el caso de Tuván, lo son desembozadamente y sin disimulo.

El canto profundo o canto de garganta

Pero ninguno de estos datos fue el que me llevó a Tuván. Como muchos de mis contemporáneos, llegué al país siguiendo un hilo de música.

Estaba escuchando el bello disco de Bela Fleck & The Flecktones “Live at the Quick”, y me quedé pasmado al oír uno de sus temas, “Alash Khem – Alash River Song”, un canto del río Alash. El cantor invitado que presenta el tema es Kongar-ol Ondar, a quien pueden escuchar en el enlace marcado.

Me fascinó por más de un motivo. El canto estaba acompañado por acordes del instrumento que los tehuelches llamaban ko-olo: el arco musical o violín bucal, utilizado por casi todos los pueblos originarios americanos. Esto compagina con un dato de la antropología física: según su código genético, los tuvanos son los parientes más cercanos de los indígenas del Nuevo Mundo.

Pero hay mucho más en el canto del Alash. Es el llamado “canto de garganta”, que algunos cantantes actuales de rock han incorporado; desde lo profundo de su garganta, el intérprete emite dos voces al mismo tiempo: una grave, como la del bajo de una gaita, y la otra aguda, a veces con sonoridad de trino.

Kongar-ol Ondar, Mikhail Halperin, Huun Huur-tu, Gennadi Tumat, el grupo Alash y las señoras Tyva Kyzi y Sainkho Namtchylak, son algunos de los intérpretes contemporáneos más conocidos del canto Tuván.

Este canto es ceremonia y nexo cósmico. Tiene el sentido mágico y sagrado de la música primordial (rechazo el término “primitiva”, para cualquier lengua o arte de que se trate). El cantante siente que está diciendo lo que dicen la roca, el río, la montaña, la perdiz de nieve, la estrella; está conviviendo con ellos y hablando con sus voces… Aspira a ser comunión con el universo y de los seres y expresión de ellos.

Esto me enseña Tuván

A esta altura de la investigación confusional, ya no puedo responder para qué existe Tuván. Sospecho que ni siquiera la pregunta es correcta, y menos aún que alguien se arrogue el poder de responder a ella. Posiblemente sus habitantes no estén mejor o peor por obra de una República por la que no parecen ponerse muy ansiosos. La expectativa de vida es de 56 años, posiblemente debido a las rudas condiciones de existencia y de trabajo, en esos largos inviernos con 25 grados bajo cero de temperatura promedio.

Por ahora, sólo puedo decir lo que a mí me enseña:

-
puede existir un estado que no flagele ni amenace a sus vecinos; un estado que no pretenda ser el personero exclusivo de una sola nación, ni el representante encarnado de una misión religiosa o política, o de un milenario;

-puede existir un país de nómadas, sin fronteras claramente definidas, que no tenga propiamente “habitantes”, sino viandantes;

- ese país puede estar constituido por aguas fluyentes más que por tierras emergidas;

-no es necesario que la gente pertenezca a una o varias iglesias establecidas para que perdure una república;

- la sífilis debe ser curada; pero quién sabe si hay que corregir su causa;

- la nobleza y riqueza de un país finca en sus bellezas, sus sentidos y saberes; estampillas y canciones son riquezas que una sociedad puede tener y aportar al mundo.

Bello planeta este, en el que cualquier día podés descubrir un país del que no tenías noticia, y hacerte dueño de alguna de sus posesiones que el orín no corroe ni la polilla consume... y recibir de él nuevas interrogaciones que no esperabas.

En cuanto a la pregunta con que inicié este viaje, creo que debiera cambiarla para decir “¿Qué tiene Tuván para dar?” Diría que esa es la verdadera pregunta por el sentido. Pregunta cuya respuesta no puede ser dada de modo permanente ni por ninguna autoridad.

Ahora me pregunto cuál será el sentido, quizás el secreto de este pueblito mío. Qué tenemos, sólo nosotros, para dar al mundo y a nosotros mismos. Quizás el canto de ciertos pájaros de escaso renombre, como el gallito copetón o el cortarramas. O la persistencia de la galleta de campo. O el aroma de pichanas que las mujeres del pueblo aspiran a la tardecita, sentadas a la puerta de sus casas. O algún cuento anónimo, o alguna música que todavía no sabemos apreciar.

Es como para ponerse a respetar todo, o casi todo. Y a descubrir que hay mucho de sagrado que no se encuentra en los templos oficiales.
Ramón
28 de enero de 2009


jueves, 22 de enero de 2009

Las calles callan. Héroes, poetas, batallas. Y adoquines.

LAS CALLES CALLAN

Héroes, poetas, batallas. Y adoquines.

Las calles callan tanto…

En una esquina de la cuadra donde viví en Córdoba, había habido tiempo antes una laguna; y a sus orillas, un gigantesco tala. Durante las noches tórridas del verano, en la charla con los vecinos nacidos allí añorábamos el reflejo de la luna sobre las ondas de esa laguna perdida, y sentíamos la ausencia del árbol campestre y enorme. Algunos pájaros daban vueltas sobre el lugar a comienzos de la primavera, como buscando las aguas y la sombra que ya no estaban.

A la orilla de esa laguna se había peleado una de las batallas de la guerra civil. En 1861 las tropas cordobesas que respondían al presidente Derqui, federal y hombre del interior, fueron derrotadas por las tropas cordobesas que respondían al general Mitre, liberal centralista y porteño. Fue un entrevero de caballerías, sin tiros ni huellas de hombres.

Después, en 1869, sobre esas mismas tierras se proyectaron, trazaron y vendieron los solares de un pueblo nuevo. Un arquitecto francés diseñó una plácida ciudad europea, con calles anchas, una plaza amplia, árboles extendidos, lugares para silencios y pasos lentos. La laguna quedó tapada por el pavimento, y el árbol fue talado.

A veces los sucesos, de tan intensos, se tornan metáforas. Esto de tapar un campo de batalla y el recuerdo de la batalla misma con una ciudad europeizante es también una imagen de nuestra peripecia nacional.

La historia siguió haciendo lo suyo. Ese nuevo Pueblo General Paz, así se llamaba, era independiente de la ciudad antigua. Recibía mercancías sin cobrar impuestos de ingreso. Hubo entonces una guerra aduanera y jurídicamente cordobesa, hasta que se zanjó la contienda incorporando a General Paz a la ciudad de Córdoba. Para prolongar la metáfora, hoy por hoy la antigua ciudad europea, enloquecida por los negocios inmobiliarios y los martillos neumáticos, es otro barrio, igual en su condición de tal a la Villa El Náilon o a Los Cuarenta Guasos.

Cuando andaba por Córdoba, la amada Córdoba, sentía que dos por tres, bajo un solado, en una cripta por descubrir o tras una pared, había una presencia como la del cuento del amontillado o la del gato amurado de Poe. Córdoba debe ser la ciudad argentina con más fantasmas reconocidos y oficializados por metro cuadrado, sea en criptas, en antiguos palacetes o al aire libre. Le hubiera encantado a Baudelaire, para quien los fantasmas eran la población más significativa de París. Azor Grimaut, el escritor de Córdoba, habría conversado gustosamente con Baudelaire, y le habría presentado a los fantasmas de su ciudad: los conocía personalmente, a todos.

Juan Larrea, Agustín Tosco

Después supe que uno de esos fantasmas se llama Juan Larrea (esto lo aprendí del poeta inglés y patagónico Robert Gurney). Por ahí anda un hombre que encarnó el verbo; sé que enseñaba en la universidad. ¿Dónde habrá vivido? ¿Qué caminata hacía diariamente por esa ciudad de su exilio?

Otro hombre me sale al paso, siempre, en la esquina de Colón y Vélez Sársfield, donde todavía está el mismo pavimento que él pisó. Allí debiera estar su efigie: la estatua de Agustín Tosco, caminando, avanzando un paso, con su noble mameluco, junto a otros. Tosco fue un gran poeta del siglo XX, por lo que escribió y por lo que hizo; y uno de los grandes autores del inmortal cordobazo, obra histórica y ópera colectiva inigualada. Desde esa esquina comenzó el tramo decisivo de su marcha, compartida con muchos. ¿Cómo una ciudad que tantas cosas recuerda no le ha dedicado esa estatua? Todo ese recorrido por la Vélez Sarsfield hasta el cruce con San Juan, fue una Vía de la Revolución o de la Rebelión, para la ciudad y para la Argentina. Pero en esa última esquina han erigido un shopping, el Patio Olmos. Por ahí suelen andar una chica y un joven remedando estatuas vivas, empolvados de blanco, a cambio de unas monedas. Esas estatuas no tienen aire cordobés ni mameluco – son impostada y vagamente clásicas, como el antiguo Pueblo General Paz. El sudor y el cansancio les corroen también a ellas la corteza marmórea y el ademán augusto. Más estatuarias siguen siendo las fotos de aquel Tosco en cuyo cuerpo y ropa revivían los carteles de la República Española.

Los adoquines de Bahía Blanca

Dicen que hay algún fantasma clásico en Bahía Blanca. Que alguien dejó un grabador encendido durante la noche en el Teatro Municipal vacío, y que allí quedaron registrados los aplausos de una concurrencia paqueta que anda por entre esas sombras. Pero en todo caso se trata de una población escasa. Los fantasmas que de veras claman y no se resignan a dormirse son otros, los que fueron sembrados entre 1975 y 1983.

Cuando camino por las calles de Bahía Blanca, entreveo en mi memoria los adoquines. Eran unos cubos grises, grandes y desparejos. Las tortuosas calles adoquinadas parecían una larga serie de jorobitas, que hacían resonar las ruedas de los carros y de los autos. Por la mañana se escuchaba el rítmico son de los cascos de los caballos. Tiempo después oí algo parecido, pero ejecutado por zapatos; era una música tradicional canadiense que trajo el amigo Gabriel Bendersky, musicólogo cordobés. Por entonces el lechero, el panadero, el carnicero y el pescadero venían en carros, y el clop clop los anunciaba con un matiz de alegría, de frescor matutino; un sonido que pregonaba que el mundo estaba funcionando, que los trabajadores de los tambos y las panaderías habían estado desde el alba preparando los alimentos para todos, que los pescadores habían regresado con sus lanchitas de las aguas de la bahía, que ciertas cosas andaban bien. Las herraduras sacaban chispas de los adoquines, y a veces quedaba en el aire un momentáneo aroma que recordaba al de la pólvora.

Eran los años que siguieron al golpe de 1955. Ignorantes de algunos aspectos de esa historia contemporánea, los chicos traviesos del barrio (es decir, todos) conseguíamos grandes bulones para un juego explosivo. Rellenábamos la rosca del bulón con carburo de potasio, o con potasio nomás, y luego apretábamos fuertemente la tuerca. El paso siguiente era arrojar el bulón con todas las fuerzas sobre un adoquín… y sentir que los tímpanos hacían ruido de papel roto cuando estallaba la carga explosiva. Quise decir que eran los tiempos de la resistencia peronista, y solía haber algún atentado. De modo que al escuchar nuestros bulonazos, las señoras del barrio salían a retarnos, y alguna, asustada, nos decía que basta, que había creído que eran los peronistas. Las demás callaban. Seguramente habrá adoquines a los que les falte alguna esquirla, ahí donde pegó y estalló un proyectil.

En otros lugares como Tandil había adoquines menudos, de diseño perfecto. Habrían hecho falta cuatro de esos adoquines mignon para equilibrar uno de los toscos cubos bahienses. A esos pequeños se los disponía con más arte, componiendo formas de palmeras abiertas en el pavimento; era todo un desafío pensar cómo los obreros armonizaban una palmera con otra en los bordes.

Unos y otros, adoquines mayores o menores, rutinarios o elegantes, fueron sustituidos en la década de 1960 por la uniformidad del asfalto. Los dueños de autos bendijeron el cambio en nombre de sus carrocerías. Se sabe que es muy fuerte la identificación del ser humano con el auto, con sus padecimientos y alegrías. Así el auto pasa a ser la víscera más importante de una persona.
No sólo recuerdo los adoquines de Bahía Blanca. Cuando muchachos sostuvimos alguna vez un idilio en la hermosa plaza Moreno (sobre la calle de este nombre, al 900). Una plaza de formato antiguo, con casuarinas, pérgolas de flores, y el suelo tapizado con conchilla blanca que traían de la costa de Punta Alta. Un día supimos que bajo esa plaza había un cementerio. Fue cerrado a fines del siglo XIX porque ya estaba repleto, con tantas víctimas de las pestes, y se creó uno nuevo en las afueras. Nuestros amores habían transcurrido, con sus penas y alegrías, sobre las constancias de la muerte. Quizás sea así siempre, pero no nos damos cuenta.

Una poesía de Robert Gurney

Bob Gurney es un hermano que me ha nacido en los últimos meses. Mientras esto escribo, sé que él sentirá como propios esos párrafos relacionados con Córdoba y con su Juan Larrea. También he venido a descubrir que él creció en Luton, donde había calles adoquinadas como las de mi infancia bahiense. Con elegancia y concisión que multiplican la carga emotiva, él expresa este modo de sentir las piedras, las calles, y lo que está oculto bajo lo visible:


Rhythms

The first poem I wrote
was triggered by the sound of high heels
striking the pavement
outside our house
in Luton.

I was fifteen.

A friend of mine,
who lives in Río Colorado,
remembers the clip-clop, clip-clop
of horse-shoes
hitting the cobble stones
outside his home
in Bahía Blanca.

He can still hear the echo.

Grey stones, flecked with quartz,
hacked out by convicts
from the quarries of Olavarría,
they are probably still there,
buried under the tarmac.

He can still picture
the tracks of the baker’s,
the milkman’s and the butcher’s carts
left in the dew.

Robert Gurney

En la traducción de Verónica Minieri:
Ritmos

El primer poema que escribí
lo desató el sonido de tacos altos
golpeando la vereda
fuera de nuestra casa
en Luton.

Tenía quince años.

Un amigo mío
que vive en Río Colorado
recuerda el clip-clop, clip-clop
de las herraduras
retumbando en los adoquines
fuera de su casa
en Bahia Blanca.

Todavía puede oír el eco.

Piedras grises, moteadas con cuarzo
partidas por convictos
en las canteras de Olavarría,
es probable que todavía estén ahí
sepultadas bajo el asfalto

Todavía puede ver en su mente
las huellas del carro del panadero
del lechero y del carnicero
que quedaron en el rocío.


... y otros ecos

En algunas calles los adoquines no fueron arrancados de su lecho de arena, sino simplemente tapados por el asfalto. A veces una rotura en el pavimento más moderno permite distinguir los hombros fuertes, intactos, de las viejas piedras que parían cantos y chispas. Esos cubos de granito venían de Sierra Chica, donde los labraban los presos. Cuánto esfuerzo, cuántas manos y cinturas fatigadas, cuánta maldición y quizás también cuánto de olvido, de distracción y hasta de risa ocasional en la cantera, ha sido tapiado con los adoquines de Bahía Blanca. Penurias, desgracias, maltratos y compañerismos que mutaron en caminos compartidos, cantarines, luminosos.
Este que llamamos "el mundo" es apenas uno entre los muchos mundos que conviven, se traslapan y se entrelazan. Siento que habitamos en niveles, como los infiernos y cielos del Dante, o quizás más certeramente, como los varios mundos superiores e inferiores que se conectan a través del rehue, el árbol mágico que es eje de universos. En cada calle de ciudad y en cada callejuela de nuestra entidad personal está el mundo de los presos, el de los soldados derrotados o vencedores, el de la laguna y el tala perdidos, el de los héroes que deciden caminarlas de modo irreversible, el de los poetas, el del tambo y la panadería con sus carros de reparto. Con todos esos personajes y con todos esos mundos me gustaría que nos encontremos. Y que estos renglones sirvan como una precaria guía para recorrer algo de lo que las calles callan.
También me quedo pensando en el modo de hacer que las calles vuelvan a decir lo suyo. Ponerles pies, canciones y estribillos que las hagan hablar. Algo así he compartido en una marcha contra un fraude electoral. Y también en un festejo de Carnaval, cuando las ciudades recobraron murgas y comparsas que habían estado prohibidas por los gobernantes del período oscuro.
Ramón
Río Colorado, enero de 2009.

miércoles, 21 de enero de 2009

Mis dos Rosas. La abuela Choilao.

Tejedora mapuche, Cushamen.
Mis dos Rosas

La abuela Choilao


La Patagonia ha venido siendo tierra de expatriados, de refugiados. También yo lo era cuando llegué acá en 1975. Pronto supe que mi venida, como la de otros de mi generación, era apenas un episodio en una extendida historia de exilios terrestres o ultramarinos, tanto o más desgarradores. La zona del Colorado había sido también un punto de llegada para los mapuches expulsados de otras tierras, tierras más al oeste y al sur, cuando la ocupación militar y latifundista de 1878. Aquí habían encontrado más fuentes de trabajo, en campos donde pronto se fragmentó la gran propiedad; también había dispensario, escuela, tren hacia la ciudad cercana, y no era difícil hallar un terreno baldío para alzar el ranchito. Se entiende entonces que el primer camaruco que se menciona públicamente después de la ocupación fuera el celebrado en 1893 en Buena Parada, poblado originario sobre ese río que entonces tenía el color del lacre.

A poco de llegar supe de una abuela mapuche que en el pueblo era reconocida y valorada como tal. Doña Rosa Chuelan, o Choilao, era una mujer ya mayor, nacida hacia 1900, madre de muchas familias. Bajo un algarrobito en su patio de Buena Parada plantaba su telar, y en él tejía una fronda de matras, ponchos, fajas. Sobrevivía y alimentaba a más de un chico gracias a la venta de esos magníficos tejidos. Sus guardas recitaban mudamente los significados mágicos: la greca que es camino hacia los trasmundos, el choique que es galaxia (porque su plumaje forma las Nubes de Magallanes, en el cielo, donde los difuntos siguen en perenne y feliz cacería).

Mucho tiempo después supe que la abuela Choilao les había prohibido hablar “la lengua” (mapuzugun) a sus hijas y nietas. Y no quiso enseñarles a hilar ni a tejer. Las sacaba de su lado cuando estaba trabajando, con modales destemplados. Alguna de sus nietas aprendió un poco, espiando a hurtadillas. Ya mayor, viajaba con una beca municipal a Bahía Blanca… para aprender telar mapuche.

Un almanaque editado por el gobierno provincial en 1974 estuvo ilustrado con una gran foto de la abuela, toda su altivez y sabiduría ante el telar. Ella murió pobremente. Hoy son apenas menos pobres sus hijos y sus nietos.

En los años 70 todavía resultaba difícil comunicarse con la abuela Choilao. Ella tenía sus razones para recibir con cierta aspereza a los visitantes, y más aún si demostraban curiosidad, como en mi caso. Y tampoco eran muchos los que intentaban acercarse a los hermanos mapuche. Hoy sabemos más claramente que todos somos indios, en tanto que todos somos pobres. La escuela pública, bendita sea, supo ayudarnos a descubrir esto.

Rosa Choilao es una de mis dos Rosas. La otra es Rosa Luxemburgo. Ambas nacieron en países y pueblos sometidos. Una tuvo que guardar un forzado silencio. Pero su vientre preparó un desquite que recién está empezando en sus nietos. La otra hizo historia y poesía, habló en palabras y en revoluciones. No tuvo hijos de sangre, pero de tanto en tanto sucede que alguna calle en el mundo se llena con los hijos de su voz. Desde mis ojos y mi memoria, las dos Rosas suelen mirar lo que escribo; aspiro a sentir alguna vez su aprobación.

jueves, 15 de enero de 2009

Antefuturos. Vaya a saber quiénes somos.


El cementerio de Juárez. Imagino conversando allí en las tardecitas a mis ancestros los Parodi, los Fontana, algunos de los Minieri. Los Zubeldía en cambio se reúnen en los subsuelos de los cementerios de Tandil y de María Ignacia - Vela.


Antepasados, antefuturos


Identidades entrecruzadas

Desciendo de hombres oscuros: desconocidos, expatriados, muertos antes de tiempo, algún suicida. Desde chico vi en el mundo a mi alrededor que los hombres casi no estaban; era este un país de mujeres que sostenían el andar cotidiano de las cosas. Una generación después iba a repetirse esto.

Tan oscuro es mi linaje, que ni siquiera puede decirse que Minieri sea el verdadero apellido. Mi bisabuela paterna tuvo un encuentro amoroso con alguien, y de resultas de tales escaramuzas (ojalá gratas) vino al mundo mi abuelo paterno, Roberto. Para evitarle mayor vergüenza a la chica, su padre (o sea, mi tatarabuelo) registró al chico como de él y de su esposa. De ese tatarabuelo que figura como bisabuelo en los papeles, sólo me llegó que era dueño de un negocio de venta de zapatos en Benito Juárez, provincia de Buenos Aires.

Me hubiera gustado conocer a esa bisabuela Minieri, hija de un Minieri y madre de un Minieri, que tramó un nudo tan redundante para iniciar esta rama de la gigantesca enredadera humana. Seguramente habrá tenido sus encantos para atrapar a un caballero andante. Ahora, en cuanto a la discordancia entre el apellido formal y el verdadero, muy posiblemente la mayoría de las familias de la tierra habrá experimentado similares intromisiones, y nadie parece molestarse mucho por ello. Y en fin, a la corta o a la larga, ¿acaso no venimos todos de alguien desconocido?

Lo cierto es que en esta situación, felizmente no puedo ser anti nada. Ni antisemita, ni antinegro, ni siquiera antigermano, por decir algo. Vaya a saber qué sangre lleva uno. Ha sido un condicionamiento que agradezco; me evitó desde el vamos devaneos racistas o fundamentalistas de cualquier índole, en los que sería soberbia no pretender incurrir. Si estuviera de moda hacerse un escudo, pondría en su campo algo que indique el origen no del todo claro. Pongamos, un guante de mano izquierda, para aludir a cosas por zurda.

Sigamos otro paso con el linaje Minieri. El siguiente hombre oscuro fue ese abuelo Minieri nacido de un desconocido. Crecido ya, casado, y cuando habían pasado unos pocos años de su feliz matrimonio con mi abuela Angelita, salió un día de casa y ya no volvió. Muchos años después, cuando la abuela hojeaba las páginas del diario La Nación, prorrumpió en un grito y se deshizo en sollozos. Había encontrado en la sección de fúnebres de un diario tan distinguido la noticia de que su esposo era finado. Lloraría ella su juventud perdida, su única oportunidad de amar, en un tiempo, un lugar y un medio social donde había quedado condenada a una falsa viudez perpetua, vestida íntegramente de negro. (También mi padre se extravió y terminó matándose.)

La abuela Angelita era de la familia Zubeldía Casal, inmigrantes vascos que se habían afincado en las hermosas tierras de María Ignacia - Vela, poblado de nombre esquizoide, cerca de Tandil; allí tenían un campito que recordaba a su Guipúzcoa, con un arroyuelo entre varias grandes peñas. Criaban ovejas y habían alzado una casa que otrora se divisaba desde el tren, “la casa de las catorce ventanas”, siete de ellas visibles en el costado del alto caserón lejano frente a las vías.

La prole del bisabuelo Zubeldía, cuyo nombre desconozco, y de su mujer, estuvo formada por trece hijos. En la familia había un aura de intelectualidad y un toque de divertida locura. De los trece hermanos la mayoría fueron solterones y solteronas. Sólo dos se casaron. Las y los restantes seguían habitando entre la casa solariega de María Ignacia y una que tenían en Tandil, donde alcancé a conocer a algunos.

Los hombres (mis tíos abuelos) salían temprano a trabajar las majadas y recorrer el campo. He contado en otro lugar cómo Ramón se diferenció cuando joven: buscó trabajo letrado en una escribanía, en el medio intelectual y ácrata del pueblo de Vela. Las mujeres hacían algunas tareas con la preparación de manteca, quesos, el ordeñe, algo de hilado y tejido con la lana de las propias ovejas. Esto hasta que la modernización de la década de 1960 y el envejecimiento hizo que fueran dejando de lado estas labores. Desayunaban, almorzaban, merendaban y cenaban con cordero y mate, acompañados por alguna fruta de los durazneros y perales del patio. En la mesa dejaron durante bastante tiempo un plato con cubiertos para “la finadita Ignacia” que ha de haber sido alguien muy especial, porque su muerte ocupaba años después un lugar enorme en las palabras y los actos de sus hermanos. Terminada la comida, y como un signo de refinamiento en seres que se manifestaban aquejados siempre por alguna migraña, pasaban una bandejita de plata con aspirinas, para que los comensales se sirvieran.

Alcancé a conocer a Ramón, para mí el personaje más interesante de los Zubeldía, y cuyo nombre llevo. En otro lugar de este blog he tratado de juntar lo que de él recuerdo.

Llegué tarde para conocerlo a Manolo, es decir Manuel Zubeldía, hermano y compinche eterno de Ramoncito. Cuando comencé a tratarlo a este último, estaba desolado por la muerte de Manuel, que era el humorista de la familia. Ramón era la viva imagen de la “gravitas”, hasta en su habla, que parecía la página abierta de un clásico; en cambio Manolo había sido jocoso y dicharachero.

Sí pude tratar a mi abuela Angelita, mujer de amores incondicionales, capaz de hacerse escasear la comida para brindarle un regalo a un ser querido. Era menuda, casi no dormía ni comía, parecía aspirar a desencarnarse definitivamente. A sus setenta años, fumaba. Cuando quería vestirse de lujo, se calzaba un vestido largamente abotonado, negro por supuesto, una chaquetilla del mismo color encima, un ancho pañuelo de encaje, y unas altas botitas del mismo color. Tocaba la guitarra de oído interpretando velozmente milongas, valsecitos y serenatas. Sufría periódicamente unas migrañas que la dejaban caída e inerme en su cama. Ella las atribuía al peregrinaje de una aguja por el interior de su cuerpo. En una ocasión, decía, estaba cosiendo, y por distracción apoyó el brazo donde había una fina aguja. Esta se introdujo en alguna de sus venas, y desde entonces andaba por allí.

También traté a su hermana, mi tía abuela Elenita, que siempre había sido la niña terrible de la familia. A los casi setenta años seguía con su regalado tren de vida, consistente en permanecer hasta casi el mediodía en la amplia cama sedeña, donde se maquillaba meticulosamente, leía, conversaba con las visitas y tomaba su mate en bandeja de plata. El rostro de Elenita era un hermoso artificio, como el de las faraonas egipcias coloreadas de albayalde. Habría sido una experiencia inolvidable ver emerger cada mañana sus rasgos de la nada, cuando ella se dibujaba las cejas, se pintaba dos mejillas sonrosadas con colorete, se diseñaba una boca…

Acostumbrado a pensar que nada se olvida en algún lugar de nuestras vísceras, que todo se recuerda en nuestra desmemoria, doy por sentado que algo traigo de cada uno de estos antefuturos. He hablado ya del reloj irreductible de Ramón, y de la herencia de su porfía que creo llevar; quizás otra media faz de mi carácter sea bufonesca como la de Manolo – me permito una broma en los momentos más álgidos. Quizás la aguja en el cuerpo sea una buena metáfora que puedo tomar prestada de Angelita, para justificar ese dolor que a veces precede a sus motivos, los días en que parece desgastado el deseo, la aguijante inquietud que no cesa. Quizás día a día, pero en mi caso con esta caja de maquillajes de la escritura, tenga que hacerme un rostro encima de una superficie donde hay nada. Quizás sigo poniéndole un plato a cada uno de ellos, y no sólo a la finadita Ignacia, en la mesa de mi tiempo. Y quizás soy otro furtivo y fugitivo; y un día voy a ver la noticia de mi óbito en un diario – no creo que sea La Nación -, y me pondré a llorar por todo lo que no me supe acompañar fielmente, rutinariamente, aburridamente, como todo amante que aprende a soportar a la criatura amada a pesar de ella misma. Y de sí mismo.


Enero de 2009.

martes, 13 de enero de 2009

Pájaros y dinosaurios.


Los cóndores vuelven a poblar Sierra Pailemán


PÁJAROS Y DINOSAURIOS

Se escucha en estas tierras de Río Negro, y especialmente en el monte, el cantar de todas las aves del mundo. Ahí está el bellísimo pecho colorado; y el verderón, que la gente llama cardenal, y los jilgueritos. Hasta mi patio llegan calandrias, tordos, ratoneras y loros barranqueros – aunque vivo a dos cuadras de la plaza. Algo bueno ha sucedido: ya no se los caza como antes, ya no se ven las grandes jaulas donde se los tenía encerrados en el patio de una casa. Hasta un casal de buitres anda este año, dando vueltas por el cielo, como inmóviles y en trance, hasta que se llaman con un grito filoso y se encuentran en la punta de un álamo.

Ahora sabemos que el presuntuoso gallo doméstico desciende del tiranosaurio. Es un parentesco casi evidente. Pero qué alquimia de la vida ha llevado a transformar algún veloz predador picudo y agresivo, en estas canciones aladas. En otros lugares están amenazadas por el exceso de luz eléctrica o por los muros de los edificios que detienen al viento. Pero nuestro país del viento, es también país de aves, y lo seguirá siendo. Lo es particularmente la Región Sur. Allí sólo se cierne contra ellas la amenaza de la minería con molienda de grandes cantidades de roca, que con su fragor espanta a los pájaros. Más acá, en los valles bajo riego, las espantan los cañoncitos con que los chacareros tratan de resguardar las frutas para que no las devoren palomas y loros.

Hay utopías insepultas por aquí (ya conversaremos sobre ellas) ; y fósiles también. El País o los Países del Río Negro son tierras de fósiles.

A la entrada de Valcheta hay un extenso campo donde afloran troncos de un bosque petrificado. Al sur de Darwin, don Salatino Mazzulli ha encontrado dátiles; esa árida extensión era un bosque de cicadáceas. En los bordes del Gran Salitral del Gualicho, en el que cabría un pequeño país europeo, afloran ancas de dinosaurios.

Ahora estos antiguos países de dinosaurios son países de pájaros.

Una evolución similar hizo que los latifundios se fragmentaran y disolvieran. Vascos alambradores, contratistas de esquila, gallegos comerciantes, compraron de a pedazos esos latifundios. Y estas fueron tierras de pequeños propietarios, de productores agrupados en cooperativas, de gente capaz de sostener ideas de cambio social y comprometerse con ellas. Los dinosaurios habían dado lugar a los pájaros.



Cierta vez vi enfrentarse a un ave de estas tierras y un dinosaurio.

Cuando el Papa Juan Pablo II visitó por segunda vez la Argentina, en abril de 1987, estuvo brevemente en Río Negro. En Viedma lo esperaban el obispo Hesayne y una muchedumbre.

Hesayne invocó a Ceferino Namuncurá, y planteó ante el Papa un problema fundamental: el de las tierras para las comunidades originarias. El Papa le respondió pontificando sobre la evangelización, sin mencionar siquiera los problemas de los indígenas, las tierras, el trabajo. En fin, habló desencarnadamente.

La estampa del pequeño Hesayne frente al gran Papa, clamando por algo y recibiendo una respuesta que aplastaba su voz, se me hace parecida a la de Alfonsín hablándole a Reagan para sostener que la deuda externa era una deuda de origen político, e impagable.



Ahora me pregunto si no está viniendo una nueva era de los dinosaurios.

Sobre todo me preocupa el efecto de la rápida y brutal concentración de la propiedad de tierras sobre nuestra constitución social. Hemos dejado de ser aquel brioso país de pequeños propietarios y de cooperativas, salvo alguna excepción.

Como pueblo no les demandamos a nuestros gobiernos que actúen frente a este proceso, que es mortífero para nuestras sociedades. Un país de latifundios, grandes empresas y peones o empleados, no es un país de grandes libertades.

Y en cuanto a la escritura, me pregunto qué pasa cuando la mayoría de los escritores queda atada a una burocracia estatal, o a un empleo urbano. Qué pasa con el pensar y el sentir cuando se les quita la tierra, el agua y el viento.

El derecho de todos al viento y al agua, es el derecho a la tierra. Y veo que nos están y nos estamos desterrando.

El empobrecimiento en tierra, en lugares, es también una erosión de símbolos. Símbolos que viven en un espacio determinado, que perecen cuando ese lugar se pierde.

Hará dos años, se difundió la noticia de que es posible el cultivo de soja en nuestros valles patagónicos. Hay quienes dicen que las pruebas han sido exitosas – por supuesto que esto depende de lo que se considere “éxito”. Yo ruego a los manes del viento y del agua que no permitan ese éxito de la uniformidad, de la uniformación. Feliz fortuna, el conflicto de la patria sojera impuso un compás de espera en estos experimentos.

La minería del oro a cielo abierto, hasta hoy vedada en Río Negro, es destructora para la tierra y también para las aves. Ya dijimos que las ahuyenta sin remedio, el fragor de la molienda de miles de toneladas de roca.



Los dinosaurios, los viejos monstruos, gigantescos, avasalladores, se transformaron en estas canciones aladas, estos pájaros. Pero como los cambios nunca se detienen, es de temer que un país de aves que cantan vuelva a ser un país de dinosaurios.

Quisiera que recuperemos el sentido del derecho a la tierra, esta verdad elemental. Tierra y paisaje, lugares, tierra conformada. Que nos hagamos dueños de la nostalgia del agua, de la poesía del agua y del viento sobre la tierra de todos. Para que así recuperemos el país del Río Negro, con sus símbolos y su poesía.

Porque hay algunos secretos que debo confiarles: el agua no sabría de amor, sin la tierra; y los pájaros son de la misma especie que el viento.
(Párrafos de una presentación en el Fondo Nacional de las Artes, año 2007).

miércoles, 7 de enero de 2009

Entienda la economía, lea una buena novela. 1.

Carlo Ponzi (1920), magnate ítalo-norteamericano de Boston, inventor de la combinación financiera que lleva su nombre.


El abuelito Madoff y Carlo Ponzi

¿Lo ubican a Bernard Madoff? Un abuelito sonriente, parecido a Papá Noel, millonario y filántropo neoyorquino, ahora preso por estafa. Ensartó a un montón de incautos en el manido y viejo espinel de una “combinación Ponzi”.

Esa combinación debe su nombre a Carlo Ponzi, un millonario ítalo norteamericano que en 1920 ofrecía pagar un 50% de interés en cuarenta días, o doblar el capital en 90, mediante operaciones con bonos postales. Ponzi estafó la “enorme” suma de quince millones de dólares. Pero Madoff nos demuestra el progreso del capitalismo: arrambló con cincuenta mil millones de dólares - una suma bastante como para aliviar de su deuda externa a más de un país pobre. Madoff engatusaba a los clientes con supuestos negocios en opciones a futuro, y los giles formaban fila para pedirle que tomara su dinero.

Las predicciones económicas de Kurt Vonnegut

Lo más divertido, o lo más triste del caso es que esta historia ya estaba escrita. Le cedo la palabra a Walter Starbuck, protagonista de la novela de Kurt Vonegut “Jail Bird”, Pájaro de celda, que en 1979 nos contaba:

/83/ … “sólo había otro individuo más en el campo de instrucción de la cárcel. Arrastraba una bolsa grande de basura e iba recogiendo papeles con una púa fijada al extremo de un palo largo. Era un individuo pequeño y viejo como yo. Cuando vio que nos acercábamos, se situó entre nosotros y el edificio de oficinas, y me apuntó con la púa, indicando que tenía que decirme algo muy importante. Era el doctor Carlo Di Sanza, doctor en derecho por la Universidad de Nápoles. Se había nacionalizado norteamericano y cumplía su segunda condena por utilizar el correo para organizar un Plan Pomzi. Era un feroz patriota.”/ … /

“- No olvides una cosa – me dijo -. Este país, te haga lo que te haga, sigue siendo el país más grande del mundo. ¿Verdad que no lo olvidarás?” … “Fuiste un imbécil por haber sido un comunista. En un país comunista no hay oportunidades. ¿Por qué querrías vivir en un país sin oportunidades? “… “En Norteamérica yo he sido millonario dos veces. Y volveré a serlo.

- Estoy seguro – dije. Y lo estaba.

Simplemente iniciaría su tercer Plan Pomzi… consistente, como antes, en ofrecer a los imbéciles unos intereses enormes por el uso del dinero. Como las veces anteriores, utilizaría la mayor parte de su dinero en comprarse mansiones y Rolls Royces y lanchas rápidas y demás, pero devolviendo parte como los elevados intereses que había prometido. E irían acudiendo a él cada día más, al enterarse por los satisfechos receptores de los réditos, y él utilizaría su dinero para pagar más réditos… y así sucesivamente.


Estoy convencido de que la mayor fuerza del doctor Di Sanza era su absoluta estupidez. Era un estafador tan eficaz porque no podía entender, ni siquiera después de una doble condena, por qué un Plan Pomzi tenía que acabar inmediatamente en catástrofe.

- Yo he hecho rica y feliz a mucha gente – dijo - ¿Lo has hecho tú?

- No, señor… aún no – dije – pero nunca es demasiado tarde para intentarlo.

Conclusión (provisoria): si quiere ver cómo viene eso de la economía, consulte a su novelista. Y no sólo entenderá ciertos resortes y cuerdas de esa maquinaria, sino que además disfrutará de una lectura tan inteligente, lúcida, dramática y chispeante como la de esta novela de Vonegut – que por algo, por algo no ha sido de los más aplaudidos por la gente notoria. Si a "Matadero 5" le sumamos esta "Pájaro de Celda", pueden sospecharse los motivos.

Pero… ¿qué pensar acerca de esto que contaba y preveía Walter Starbuck en la novela?

La historia da para más. Les propongo continuar con esta lectura, en el post que sigue ahí abajo.
(Textos según la edición de 1980 de Editorial Argos Vergara S.A., Barcelona. Traductores José M. Alvarez y Ángela Pérez).

Entienda la economía, lea una buena novela. 2.


Kurt Vonnegut, autor de "Pájaro de celda" (1979).


Malos versos. Madoff, Ponzi, Roosevelt y Vonnegut

Seguimos con Kurt Vonegut en “Pájaro de celda”, su brillante novela de 1979. Nos dice a continuación Walter F. Starbuck, el preso que estaba siendo liberado cuando se encontró con el Dr. Di Sanza:

“Me siento inclinado a creer ahora, con mi tosca idea de la economía, que todo gobierno próspero es por necesidad un Plan Pomzi. Acepta enormes préstamos que no puede devolver. De qué otro modo puedo explicarles yo a mis nietos cómo eran los Estados Unidos en los años treinta, cuando sus propietarios y políticos no podían hallar medio de que muchos de sus compatriotas ganasen aunque sólo fuese para cubrir las necesidades más básicas, como la alimentación, la ropa y el combustible. ¡Era un infierno conseguir zapatos!

Y luego, de pronto, se veía a gente que antes era pobre en clubs de oficiales, elegantemente vestida y pidiendo filet mignon y champán. Había antiguos pobres en los clubs de alistados, adecuadamente vestidos y pidiendo hamburguesas y cerveza. El hombre que dos años antes tapaba los rotos de las suelas de los zapatos con cartón, tenía de pronto un jeep o un camión o un avión, o un barco, y suministros ilimitados de combustible y municiones. Le daban gafas y le arreglaban la dentadura si hacía falta, y lo inmunizaban contra todas las enfermedades imaginables; estuviese en la parte del planeta que fuera, hallaban un medio de proporcionarle pavo asado y salsa de arándanos para el Día de Acción de Gracias y el día de Navidad.

¿Qué había pasado?

¿Qué podía ser aquello sino un Plan Pomzi?

Cuando el doctor Carlo Di Sanza se hizo a un lado y nos dejó pasar a Clyde y a mí, Clyde empezó a maldecirse por su falta de visión amplia.


- Encargado de bar, técnico en aire acondicionado, cerrajero… guardia de prisión – dijo – pero, ¿qué me pasa a mí?, ¿por qué pienso tan en pequeño? /…/ Los que triunfan en este país nunca piensan en cosas pequeñas.

- ¿Los que triunfan? – dije, incrédulo - ¡Estás hablando de delincuentes que están en la cárcel, por Dios!

- Sí, claro, pero casi todos tienen mucho dinero guardado fuera. Y aunque no lo tuvieran, saben cómo conseguir muchísimo más.”


Ilusión y versos malos: capitalismo cuartetero

¿Cómo ven ustedes ese texto?

Para mí, estas páginas de Vonegut son más explicativas que los libracos de Samuelson y otro montón de académicos. El sistema capitalista, es algo consabido, se nutre de lo precapitalista, lo extra capitalista, y aún lo anticapitalista. Sin ello, no sólo no podría crecer; ni siquiera lograría subsistir. El pegamento para que se sostenga el edificio de apariencia racional y utilitaria, está constituido por afectividad, capacidad para dejarse ilusionar, fidelidad a los compromisos, y un montón de esas virtudes bondadosas que enseñaba la escuela.

Capitalismo sin un aderezo de ilusión, nadie se lo traga. Sea que la ilusión se llame Obama o Bettie Mae Page o la que sea. También es como para volver a pensar cuál es el papel de los escritores, los cronistas de blogs y de diarios, los famosos ensayistas aparecidos en la revista Ñ…

La ilusión es el pegamento del sistema capitalista. Y posiblemente de otros. ¿Habrá sistema en el cual el rey no esté desnudo? Lo cierto es que la prisa de estos días es por restablecer, antes que la rentabilidad, la ilusión.

Encuentro otra idea urticante en la reflexión de Walter Starbuck. La economía a partir de Roosevelt dice él, funciona como un Plan Pomzi. E interpreto yo: aceptado que es imposible repartir mejor los ingresos, imposible evitar la sobrecapitalización de unos al lado del empobrecimiento progresivo de otros, entonces hay que aceitar el sistema para que pueda seguir funcionando. El aceite económico se llama endeudamiento, crédito cada vez más difundido con cada vez menos requisitos; el aceite político se llama intervención del Estado (tolerada a regañadientes, pero imprescindible para el poder económico) y guerra; y el lubricante ideológico – afectivo… completar sobre la línea de puntos.

El anticomunismo intransigente del doctor Di Sanza, su defensa de la tierra de las libertades y las oportunidades, calzan con el perfil ideológico del heroico empresario generador de utilidades y más utilidades… por cierto, él ha hecho ricos a algunos! También el Estado ha hecho lo mismo. Y estos antecedentes alientan la pervivencia del mito: ved, si estos pudieron, entonces pueden lograrse infinitas ganancias para infinitas personas, dice la homilía.

Y siempre habrá un Ponzi. Y siempre uno entre mil se mantendrá a flote por un tiempo, alentando este pobre y repetido mal verso. Y siempre habrá alguno que crea, y habrá alguno que le lleve sus ahorros al Madoff más reciente, que en fin, no hace otra cosa que darles aquello que quieren a los que pretenden vivir de rentas por arte de milagro.
Lo vamos a extrañar a Kurt Vonnegut. No es casual que en vida no haya recibido montones de premios, ni haya sido citado en los discursos de los presidentes norteamericanos.


(Los textos de Vonnegut han sido tomados de la edición Argos Vergara S.A. Barcelona, 1980. Traducción de José M. Alvarez y Ángela Pérez. )

lunes, 5 de enero de 2009

Antefuturos. Ramoncito Zubeldia y el reloj impertérrito.


(Estación María Ignacia - Vela, hacia 1895, época del nacimiento de Ramón Zubeldía.)


Antefuturos. Relatos que nos hacen ser.
Quizás a todos hay relatos que nos constituyen, desde las primeras palabras que escuchamos, o desde ciertas historias que nos narran o que presenciamos en la niñez y la juventud. Aquí en "Antefuturos" van algunos de los relatos que me hicieron ser este que soy.

Ramoncito Zubeldía y el reloj impertérrito

Cuando lo conocí ya andaba por los 70 años, y aún mantenía su altura destacada; pero sus hermanas y sus conocidos insistían en el diminutivo.

Era mi tío abuelo, hermano de mi abuela paterna, Angelita. Después de la separación de mis padres, la mitad materna del árbol no había vuelto a tratarse con los Zubeldía. Y allí me aparecí yo a verlos, cuando tenía once años de edad; qué emoción. Luego seguíamos charlando con Ramoncito, cuando los visitaba una o dos veces por año, en los viajes de vacaciones a Tandil.

Ramón había sido muy lector en sus años mozos. Me contó que había trabajado como empleado de escribanía, sin más instrucción que la de una escuela de campaña en los pagos de Vela, donde la familia tenía un campo y un caserón. Allí se habían afincado sus padres, Zubeldía y Casal de apellido, venidos de Guipúzcoa. Tan sólo leyendo y escribiendo por su cuenta, se había hecho de una esmerada preparación y una destacable caligrafía, útil en los tiempos anteriores a la máquina de escribir.

Ramoncito era uno entre trece hermanos y hermanas. Alguno falleció de joven (“de mocito” decían ellos). De los que vivieron, los más quedaron solteros, entre ellos Ramón y Manuel, cuyos nombres llevo.

Otro día contaré lo que pude alcanzar a saber de los Zubeldía, una familia de lo más interesante, todos con un esmerado vocabulario y una conversación refinada… y con un toque de divertida locura.

En la ciudad Ramón usaba siempre traje negro limpísimo, de chaleco y con pantalón de tipo bombacha, hecho en fino casimir. Varios de esos trajes tenía. El reloj de esta historia, un Ulysse Nardin de plata, ocupaba uno de los bolsillos de ese chaleco.

Me comentó que los González Pacheco, afamados anarquistas, y uno de ellos, Rodolfo, destacado escritor y dramaturgo, eran sus vecinos de campo en Vela. Y con un dejo de orgullo “Y m’hijo, desde joven yo fui y sigo siendo de la Idea.” Sentí la mayúscula en esa palabra cuando él la pronunció. Más tarde supe que Vela (o mejor María Ignacia – Vela) había sido un centro de conocimiento y difusión del pensamiento y la agitación ácrata.

De algún modo que no alcancé a comprender, Ramón era también del partido conservador. Y anticlerical, y antimilitarista.

Cuando recién lo conocías, caías en la trampa. Te preguntaba la hora. Y al igual que yo lo hice, consultabas tu reloj pulsera y le decías, por caso “Las diez y media”. Ceremoniosamente sacaba su reloj de tapas del bolsillo, esos llamados “cebolla”, lo abría como si necesitara verlo y declaraba “No, m’hijo. Son las nueve y media.” Si querías discutirle, estabas perdido. Te iba a explicar que la hora solar para la Argentina era esa que él conservaba en su reloj. Que así se había mantenido hasta 1930. Pero entonces aparecieron los aprendices de brujo a corregir el horario; una hora de adelanto, y después volver atrás… así hasta que alguna vez hubo quien se olvidó de volver a enmendar las cosas, y la mayor parte de los argentinos había quedado con esa hora. Oficial pero falsa. Y para peor, nadie se acordaba de falsificación.

Contra tanto desconcierto y mentira, él mantenía incólume su adhesión a la hora verdadera (según creo, es la del meridiano de Greenwich menos 4). Y alegaba también: “Por qué la gente le dice mediodía a la una de la tarde? Porque sienten que el verdadero mediodía no es cuando lo marca la hora oficial, m’hijo”.

Nunca modificó la hora de su reloj. A veces la hora oficial se alejaba aún más de él (como en el año 1974, en que hubo dos horas de diferencia; y lo mismo le habría sucedido ahora). Cuando alguna vez le pregunté qué esperaba, respondió estoicamente “Nada, m’hijo. Si se acomodan, vamos a andar de acuerdo. Y si no, yo sigo con la hora verdadera.”
Más de una vez me he sentido el último sostenedor de alguna verdad. Y entonces elijo ser porfiado como Ramoncito, fiel a lo que es válido, aunque todos los relojes por algún tiempo estén marcando lo contrario. Alguien tiene que recordar cuál era la hora buena, por si un día se pretende recuperarla.

Ramón Zubeldía falleció en Tandil un día de 1974, a la hora 9 de su reloj. Me divierte pensar que en el acta de defunción figura seguramente la hora que no es.

Antefuturos. Santos Fontana y la expatriación.

Foto: Estación Vázquez, del FCS en provincia de Buenos Aires.

Relatos que nos hacen ser

Quizás a todos hay relatos que nos constituyen, desde las primeras palabras que escuchamos, o en ciertas historias que nos narran o que presenciamos en la niñez y la juventud. Aquí en "Antefuturos" van algunos de los relatos que me hicieron ser este que soy.
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Antefuturos

Vengo de un linaje de hombres oscuros. Esta foto de la estación Vázquez, provincia de Buenos Aires, recuerda a uno de esos hombres.

Mi bisabuelo Santos Fontana fue patriota, estudiante agitador, exiliado, empleado y escritor por afición.

Joven aún, en la década de 1870, participó en las actividades de los estudiantes italianos contra los gobernantes austríacos. Lo descubrieron porque en una función de la ópera, a la que asistía como becario, allá arriba en el gallinero, gritó “Viva Italia!” y arrojó unos panfletos. Supo que iban a arrestarlo, y tuvo que escapar cruzando a nado el Adige. A la orilla se despidió con un abrazo de su padre, al que nunca volvería a ver. Y se vino para América.

Había dejado trunca su carrera de derecho. Primero en Buenos Aires y después en el pueblo de Benito Juárez, fue empleado de un estudio jurídico y notarial. Insistía en combatir desde lejos a los tiranos de su tierra, publicando artículos y versos inflamados en los diarios que aquí se editaban en italiano.

Tuvo seis hijos. Cuando las dos menores, mi abuela Violante y su hermanita Julia, tenían tan sólo cinco y dos años de edad, Santos Fontana murió de un ataque al corazón, sentado en un banco de la estación Vázquez, cercana a Juárez, adonde había ido para realizar un trámite del estudio en que trabajaba. Sería en el año 1900.

Sus combates fueron al fin tan sólo esos que libró cada día para dar de comer a los suyos; sus armas, los lenguajes: esa porfía para manejar un idioma extraño y para no dejar de escribir en el de su país natal; su única gloria, la narración de aquella historia a los más chicos, una y otra vez: el grito en la oscuridad de la ópera, el abrazo al padre, la fuga de una patria que tardaba en liberarse. Imagino las caritas anhelantes de aquellas criaturas alrededor de la luz del quinqué. A través de alguno de esos chicos, la fascinación del relato llegó hasta mí. Y vengo pensando y sosteniendo que es propio de hombres luchar por la libertad; que no es desdoro haber sido derrotado; que mediante la palabra también se puede pelear para ser libre. Algo de ese relato de Santos Fontana me hizo este que soy, y quizás se prolongue en otros.

Me trajeron fotos de la Estación hace pocos días. Por el comentario de un amigo vine a enterarme de que una familia del pueblo donde vivo, tan distante de Vázquez, va allí con frecuencia, y acaricia la idea de quedarse a vivir en un lugar tan bello y tranquilo. Les pedí que me trajeran alguna foto del último lugar de mi bisabuelo, pensando que tendrían demasiadas cosas que hacer como para recordar esto. Y a los pocos días vinieron con estas imágenes.

Vázquez, pueblo enclavado en una rica zona agrícola, era un lugar próspero; hasta tenía su propio teatro donde se representaban óperas. Actualmente sólo habitan allí, me dicen, 48 familias.

Poetas, patrias, preguntas

Son preguntas que surgieron pensando en Juan Larrea y en algunos temas de la poesía de Robert Gurney. Sin duda él escribiría esto de modo mucho mejor.






Poetas, patrias, preguntas (en las huellas de Robert Gurney)



En las páginas de ciudades y poblados europeos en internet, suele aparecer una lista de personas destacadas que han nacido o viven allí.

Estuve buscando a mi amigo, el poeta Robert Gurney, en la página de Luton, donde nació; en la de St. Albans, donde vive; en la de Port Eynon, donde pasa algunas temporadas. Aparecen deportistas, cineastas, cantores exitosos y actores de cine, pero no él. Y en general, es raro que aparezca algún poeta.

En esta otra punta del mundo, a veces los poblados y las ciudades ni siquiera tienen una página donde asentar sus nombres. Pero cuando la tienen, es igualmente denso ese olvido.

¿Será que los poetas en estos tiempos tienen que ser necesariamente expatriados? Más que nada en estos tiempos, aunque no sólo en ellos. Homero fue un sin techo, y Dante un prófugo subversivo.

La lista de ejemplos cercanos es demasiado extensa:

Juan Larrea
exiliado en el silencio y en Córdoba

Rafael Alberti
contemplando las aguas de un río que nunca lo llevará de regreso a su tierra
por más que quiera pagarle al barquero con un canto

Héctor Ciocchini
obligado a exiliarse
por ser peligroso para la Argentina
su lápiz

Pizarnik expatriándose de este desvastamiento
definitivamente

Juan Gelman
otra vez recorriendo el camino de los expulsados de Sefarad
sin siquiera la gran llave de la que fue su casa

y Tilo Wenner y Paco Urondo
y todos los que fueron arrancados en flor -

pero qué pasa -
desde hace un tiempo los poetas no pueden tener patria

o estas patrias no quieren tener poetas
aunque les deben su existencia:

porque a ver
quién dijo por primera vez
Argentina –

no fueron las fuerzas vivas
ni las instituciones constituidas -



aunque no queda ni un retrato


de aquel
Martín del Barco Centenera.

domingo, 4 de enero de 2009

Encuentros con Robert Gurney

Encuentros con Robert Gurney
Patagónico, poeta de varios mundos


Van dos años desde mi primer encuentro con Robert Gurney. No sé si alguna vez llegaré a verlo y estrecharle la mano; sin embargo, por el puro camino de la palabra, él se ha instalado en mis días. Es una presencia que llegó a través de la red de computadoras, como para refirmar aquel pensamiento de Rafael Barret: las máquinas no son cosas sino criaturas mixtas, espíritu que aletea en la materia.


El camino para llegar hasta Bob, admirado poeta, lo han trazado tres poetas admirados; como una noria de cangilones, una roldana de cantares nos ha llevado hasta las mismas páginas. Páginas que son personas y lugares habitados.


Juan Larrea


Tres poetas; los citaré por orden de llegada al mundo. El primero, Juan Larrea, nacido en Bilbao en 1895. Cuando apenas orillaba los treinta años, ya Vicente Huidobro lo saludaba como al genio joven que estaba renovando radicalmente la poesía española. Larrea había pasado por el tamiz las estéticas contemporáneas, y estaba proponiendo y haciendo una poética superadora. Lo admiraron Gerardo Diego y Luis Cernuda, para quien fue maestro oculto de Federico García Lorca, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre.


Larrea vivió en París desde 1926, y escribió en francés gran parte de su poesía, traducida luego al castellano por él mismo y sus compañeros poetas. Realizó una travesía iniciática por el Perú de su amigo César Vallejo entre 1929 y 1931. De nuevo en Europa, formó el Museo de América de Madrid; hizo donación de sus colecciones de arte incaico al pueblo de la República española, cuya causa apoyó; asistió a la creación del Guernica de Picasso e intervino en su traslado a Londres; y se vino definitivamente a América en 1939. Él había pregonado que “sólo hay un modo de ser, el de la pasión”; y es la pasión, pasión sustentada en un conocimiento sólido, la que nutre sus geniales prosas de crítica cultural, política, estética. Aún en 1977 llama a lo de Guernica “el crimen” y a Franco “el monstruo de los monstruos”.


Desde 1956 y hasta su muerte en 1980 Juan Larrea, verbo de nuestro tiempo, estuvo viviendo, dando clases e investigando en la Universidad, en una Córdoba donde pocos lo percibieron y lo recuerdan. Desde ya que él no buscó la difusión; pero es para preguntarse por qué fue escasamente advertido. ¿Será por esa degradación que sintió Martínez Estrada “cuando al maestro lo transforman en profesor y al discípulo en alumno”, encerrados ambos en puntajes y diplomas? ¿O porque en la ciudad de Genta y Hugo Wast, su persona y su obra no eran del agrado de las fuerzas del orden?


Nicolás Guillén


Tres poetas. El segundo, Nicolás Guillén, nació en Camagüey en 1902. Así como Larrea eligió escribir en francés para hallar esa poesía que luego nos alimenta en español, así Guillén buscó y encontró en la lengua de Cuba otra lengua, hasta entonces inédita: la que estaba en la voz de los negros. Y la trajo para renovar el idioma común, la vida, y la política grande, que es poética. Antes de cumplir sus treinta años, también él había hecho estallar este nuevo lenguaje, con Motivos de son (1930) y Songoro Cosongo (1931). De travesía por América, en 1947 Guillén estuvo en Córdoba, donde dio una conferencia y pasó una temporada en El Retiro; su visita, comentada en uno de los diarios cordobeses, atrajo a los círculos de intelectuales de izquierda; hoy casi nadie la recuerda tampoco. Volvió aquí en 1958, pero tuvo que irse antes de lo previsto hacia La Habana, para su encuentro definitivo con la Revolución, en los primeros días de enero de 1959.


…y Raúl Artola


El más recién nacido de los tres, Raúl Artola. Sería injusticia querer dar cuenta de su obra de poeta; sólo me doy permiso para decir que Raúl es capaz de desplegar cada palabra que elige para revelar en ella una riqueza inigualable. Para imaginarlo, hará falta acudir a otro idioma: no ya al francés o al mulato caribeño, sino al japonés. Admiro su “Croquis de un Tatami”; por contagio de tan feliz título, vine a pensar que sus poesías son frutos de origami; universos, aves, bestias y pueblos contenidas en formas, cuadros de Petorutti o de Francis Bacon que hablan, dotadas de innumerables planos y matices. Aquí me extenderé sobre otro de sus afanes. Artola fue en su momento un exiliado interior. Nacido y crecido en los hermosos pagos de Las Flores (no muy lejos de Azul, de Chillar, lugares también de mi infancia) allí padeció persecución y angustia en 1974 y después. Por entonces se acercó definitivamente al oficio de poeta, y luego quiso vivir en la Patagonia. Ha hecho de sí, creo, el más certero y generoso conocedor y pregonero de la poesía y la narrativa de este sur, y de los autores mismos. Todos le debemos el espacio de alguna página, alguna referencia, algún consejo para la publicación de nuestros trabajos. Y esto ya desde mucho antes de que iniciara su revista “El Camarote”, que va por los catorce impecables números ofrecidos sin interrupción.
Desde esa tarea, desde “El Camarote” y desde Viedma, lugar de puentes, Artola hizo de puente para mi encuentro con Bob.
Relato de varios encuentros.

La cosa fue así. En el 2001, viviendo en Córdoba, recordé que por allí había andado Nicolás Guillén. Llegó en 1947 a una ciudad erizada de enfrentamientos, intervenciones y persecuciones. Busqué datos, entrevisté a quienes habían estado cerca de él, y escribí un artículo, que no fue publicado en el diario “grande” al que lo envié. Años después, cuando Raúl leyó este trabajo, le dio espacio en El Camarote.

Al cabo de unos días de la publicación, un mensaje de Artola me anoticiaba de un acontecimiento singular. Desde Inglaterra el poeta Robert Gurney le había enviado una poesía inspirada por ese artículo, escrita en castellano. Me vi citado en versos: frases, nombre y apellido. Fue al mismo tiempo una iluminación: ese hombre al que no conocía, con su varita de rabdomante, había descubierto poesía bajo la prosa de mi artículo.

Mi primera tentación fue agradecerle a Raúl por tan bella y alentadora invención. Luego, cuando accedí a la poesía de Gurney en Internet, creí en la existencia de él, y en los milagros que opera la palabra. Hoy aquella página está en su “Poemas a la Patagonia.”

También Robert está en un cruce de idiomas y de patrias. Nació y reside en Inglaterra; pero en su juventud coincidió con el argentino galés Enyr Jones, con quien aprendió el castellano. Sospecho que Jones, como luego Ferdy Woodward, fueron para Gurney verdaderos maestros.

Es algo más que casualidad que se haya encontrado con Raúl Artola. Bob venía descubriendo las voces y los seres de la Patagonia, como viajero, explorador y lector, capaz de alentar y valorar a un gran poeta de esta tierra, Andrés Bohoslavsky. Acudo a las palabras del propio Bob, mejores que cualquier comentario: "Creo que hay que subrayar la importancia, para mí, de la poesía de Andrés Bohoslavsky. Cuando la leí por primera vez, una puerta se abrió."


La Patagonia, Córdoba, el sapo, la sal.


También creo más que casual mi propia resonancia con Bob Gurney. Coincidimos en ser apasionados patagónicos por adopción, como Artola. Hemos buscado huellas de poetas que anduvieron por Córdoba, y a veces nos hemos planteado preguntas similares en torno a los poetas y al olvido. Bob había abordado la obra de Guillén desde su cátedra. Me comenta: "La poesía de Nicolás Guillén me ayudaba mucho (daba clases sobre él en La Universidad de Middlesex (Londres)." Ha realizado un extenso y pensado estudio de la obra de Juan Larrea, que ha marcado época en el conocimiento del poeta exiliado en Córdoba.
Otras correspondencias me asombran: cómo él menciona más de una vez el juego del sapo, que desde hace años me intriga y apasiona. (Ese invento griego que creció en la Normandía medieval, que entretuvo a Descartes en sus ratos perdidos en los Países Bajos; que extrañamente sigue en vigencia aquí, único país junto a Perú donde presenta la figura gorgónica de “la vieja”.) O su interés por la Trapalanda, que ando buscando, cuyos datos están en algún otro lugar de este blog, y que ocupa algún párrafo hermoso en el libro de Mollie Robertson. Y también, por ser habitante de un país de la sal, me sentí cerca de él al saber que vive parte de su tiempo en Port Eynon, lugar de antiguas salinas.

Saludo en Bob los rasgos más preciados que pueden caracterizar a un amigo, un escritor, un hombre. Esa generosidad de los poetas que están atentos a la palabra dondequiera y en quien se dé (quizás espejo de esa soledad de los poetas a quienes les urge hallar afines). Esa vocación para ponerse en viaje, buscarse en camino. Esa individualidad múltiple, hecha de tantas intersecciones; como la obra de arte en palabras de Ciocchini: insular, pero lugar de llegada de múltiples corrientes y vientos. Esa multiversidad facilita encontrarlo y encontrarse en él.

En su obra, aprendo el motivo de la elección de un lenguaje: no supe muy bien por qué escribo en castellano, hasta conocer los motivos que él da. Aprendí también que la poesía es un idioma que está más allá de los idiomas conocidos, y puede darse en más de uno de ellos a la vez. En sus páginas la presencia del lenguaje y los hechos de cada momento, la vida de las humildades de esta tierra, son transfiguradas por su toque de varita, que allí descubre la poesía. Lo que él señala es esto, pero es precisamente por ello más que esto. Es lo que es; pero cuando él lo dice, adquiere intensidad y se torna memorable.
Agradezco este regalo, haber sido nombrado por Robert Gurney en una de sus poesías. Conociendo su palabra y su persona, qué más, qué mejor podría haber pedido.
Ramón Minieri
Río Colorado, 3 de enero de 2009.


Para leer más poesía de Robert Gurney:

http://www.poeticas.com.ar/ (Poemas a la Patagonia)

http://www.bublegum.net/perebesso/13341/CARA+Y+CELLO+DE+BOB+GURNEY+A+ORILLAS+DEL+LAGO+DE+WARDOWN+.html