miércoles, 8 de junio de 2011

Palabra en libertad (1)


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La poesía que quiero

Con motivo de la presentación de “País de la Sal” y “Libro de los Últimos Días” en Río Colorado, el domingo 5 de junio de 2011.


Libros impresentables

Queridos amigos,

No creo en las presentaciones de libros. Ni en los comentarios. Por respeto al libro mismo, prefiero que se presente a sí mismo y tal como es, no disecado ni reducido.

Menos todavía pretendería presentar poesía, criatura de por sí impresentable por autista e invasora, por silvestre y delicada. A ella, cuanto más, uno puede señalarla; avisar “ahí está”, como si estuviéramos ante la fugaz epifanía de un ave infrecuente.

De modo que vengo sólo a avisarles que aquí tienen este volumen nuevo que publiqué, integrado por dos libros puestos espalda contra espalda: “País de la Sal” y “Libro de los Últimos Días”; y les voy a leer algunas de sus páginas.

Opción por la palabra

Fuera del ritual de la presentación, quería decirles algunas cosas sobre mi modo de sentir y hacer la poesía. Cada uno de mis libros es un intento más de ser fiel a esa elección; un paso más en un camino inacabable.

Quiero la poesía como palabra nueva, inusitada. Que venga con un nuevo modo de nombrar. Esto no es cuestión de cronología o de escuela; puede ser novedosa una página del Romancero, puede no serlo una obra de vanguardia contemporánea.

No quiero la repetición. No sé si es válida en otros órdenes de la vida; pero seguramente, no en la poesía. La repetición de la palabra, el confinamiento en lo ya oído, la limita a mercancía de consumo, de uso masivo. Como lo quiso Gottfried Benn “la lírica tiene que ser absolutamente original, o no es lírica.”

¿Qué quiere decir?

Tomo en cuenta la pregunta que muchas veces oigo, también ante mis libros. “¿Qué quiere decir?” Esta pregunta hace a nuestra relación de lector y autor, de manera que no quiero dejarla a un costado, como quien disimula una falta de modales.

Creo que la poesía no tiene que querer decir. Un taiël mapuche, una nana, una vidala, se dicen, no “quieren decir” otra cosa, no apuntan a un significado lógico externo.

Busco la palabra no dirigida hacia un significado, la palabra que rompa con esa obligación del querer decir; palabra que simplemente se presente y se diga; palabra libre.

La ruptura

Romper con lo ya dicho y con el querer decir. En la creación poética, al menos como yo la experimento, es un momento decisivo ese en que se rompe con lo ya dicho, aún lo que uno mismo recién ha dicho; para que allí emerja la desnudez de lo no dicho, y la palabra lo señale. Momento decisivo, episodio difícil y a veces agotador de nuestra tarea.

Ruptura; de ahí, de la ruptura, la originalidad absoluta. Esa palabra dice lo nunca dicho, y lo dice como nunca, porque de entrada no se instaló en el campo de lo significado existente.

En ese punto cero de la palabra cada vez inicial, en esa virginidad fecunda, allí está para mí la poesía. Ese no querer decir la constituye como morada del ser.

Busco entonces la palabra que no narra, no explica, no desenvuelve, no publica, no pretende de antemano convocar.

Palabra que a la vez, precisamente porque se instala en su propia libertad y en su ser, se alza como utopía del ser y de la libertad. Ernst Bloch nos enseñó que cada forma es de por sí utópica; no porque haya o deba haber un “mensaje” al que se refiera, sino porque ella misma es irreductiblemente otra, aún siendo hacia todo y todos nosotros. Esto me orienta hacia la palabra que pretendo.

Se ha dicho que todos estamos en libertad bajo palabra. Con más necesidad entonces, la palabra tendrá que ser libre, tendrá que ser poética; porque de ella dependemos. Las palabras que se pronuncian nos alojan; pueden mantenernos presos o abrirnos el mundo. Las palabras que pronunciamos nos mantienen libres, en tanto los demás confíen en ellas, les crean por un día más. Así entiendo esto de la libertad bajo palabra, y de la necesidad de la palabra libre.

/Sigue./

La poesía que quiero (2)


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/Sigue/


Juego, expresión, símbolo


Coincido así con lo que plantea Norma Píngaro en su libro: la creación es un juego para des-encontrar la palabra. Juego… vocablo liviano, pero filoso; porque también se juega la vida; también hay inescapables reglas de juego; y el juego que jugamos nos juega: esa precisamente es nuestra relación con la palabra.

Si hay algo válido en la división de funciones del lenguaje, yo elijo la poesía como expresión. Si algo comunica, es porque expresa. Pero pienso que esas funciones no son distintas, sino dos extremos en el mismo arco de la palabra.

Busco la palabra que es símbolo. Si digo “sal”, intensamente y para sí misma, entonces esa sal pasa a concentrar y entrañar muchas otras acepciones. Alcanzo a ver algunas; otras se me escaparán, aún a mí que traje esa palabra, para siempre.

La palabra como símbolo es prismática, un abanico de colores que estaban escondidos. Con un término más técnico, diría que es polisémica. Un símbolo se irradia en multitud de signos y de sentidos, hasta contradictorios.


De contrabando

Algo más sucede con la palabra poética, la palabra símbolo. Es de cuidado, porque es contrabandista. Por su cualidad de símbolo, lleva muchos más sentidos de los que reconocemos cuando la pronunciamos. Y los transmite sin que lo sepamos, a otra gente, a otros lugares, a otros tiempos. Sucede así también con símbolos de otras clases: pensemos cuántos significados y referencias puede haber en una cruz, en una advocación religiosa, en los colores de la bandera…

Para mí, alcanzar esa instancia de la palabra simbólica, polisémica, es el cometido particular de la poesía.

Esta búsqueda no se lleva bien con la tendencia dominante a “adecuar” la producción literatura a las preferencias del mercado. La palabra libre no se presta a la adecuación que la degrada en cosa consumible, inerte. En este oficio nuestro, uno acepta de entrada estar proscripto del mercado.

Tan fuerte es nuestro deseo de esta palabra, que excede y borra la individualidad. Ojalá alguno de estos versos, alguna de estas estrofas o frases llegara más allá de este día, más allá de nosotros. Mejor aún, si llegara libre de nuestro nombre. Como lo sintió González Tuñón, qué mejor distinción que llegar a ser anónimo.

Pero venga la poesía, la dueña de esta jornada. Vamos a leer algunas páginas de cada uno de estos libros. Ojalá desde ahora sean también de ustedes.

Ramón Minieri

(Palabras pronunciadas en la presentación de "País de la Sal" y "Libro de los Últimos Días", el 5 de junio de 2011 en Río Colorado).

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De amor y ruinas



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Nace

entre ruinas


entre ruinas

crece


de ruinas

se alimenta


la indemne

flor


la ves

no hay

más

milagro



A S.M.

jueves, 2 de junio de 2011

Versión de un gazal del poeta Ghalib


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El poeta Ghalib




De traducciones y patos




Traducir nos es tan imprescindible como imposible. Imprescindible, pues en efecto, cómo podríamos subsistir, un solo día siquiera, si no intentáramos apropiarnos, en nuestro lenguaje, de aquello que se nos manifiesta en todos los otros lenguajes de los seres. ¿Habría relación, habría amor posible sin el intento constante de traducir, de traducirnos? Pero imposible; porque acaso hay modo de transmitir enteramente y desde la esencia en algún lenguaje, lo que se nos ha dicho en otro? ¿Será que todos los idiomas son traducciones más o menos aproximadas, más o menos descaminadas, de algo que se está diciendo en un idioma que no sabemos?

El Mulá Nasruddin supo opinar también sobre este tema de las traducciones literarias. Un pariente del campo le había traído un pato para compartirlo en una comida, y así se hizo. Pero luego, con el paso de los días entraron a caer visitantes del campo que se quedaban a comer a la mesa del Mulá, con el justificativo de estar vinculados a aquel pariente del pato. Las presentaciones llegaron a ser algo así como: “Buenos días… Yo soy el primo de la suegra del vecino del mejor amigo de Yusuf, el que te trajo el pato”. Hasta que llegó el día en que el Mulá entregó a un visitante un plato con agua caliente para que almorzara. Ante la protesta del comensal, el Mulá aclaró “es que este es el caldo del caldo del caldo de aquel pato”.

La siguiente versión (no me atrevo a llamarla traducción) resulta de un trasiego del urdu al inglés, y de este al castellano: es caldo de caldo del pato. Pero la poesía puede ser capaz de vencer tantas barreras, de modo tal que algo de aquel aroma y de aquella música se insinúe entre los versos traducidos de una traducción.

Sea como fuere, el poeta Ghalib (1796 – 1869) es quien dio ocasión para las líneas que siguen.


Gazal ( Gacela )

del poeta GHALIB (Agra, 1796 – Delhi, 1869)


Hay quienes aman mirar los ramos del mar que aparecen al amanecer,

Ver la caída de la noche de las alas de los ánsares, y escuchar

Las conversaciones que el mar nocturno mantiene con el amanecer.



Si no logramos hallar el cielo, siempre hay golondrinas azules

Ustedes saben que pasé mis veinte años llorando

Es que han de llorar quienes despiertan turbados al amanecer.



A Adán se lo convocó para dar nombre a los Tordos, a los Petirrojos,

a las diamantinas Cascabeles, y a los ositos lavadores de rabo anillado

que lavan a Dios en las corrientes del amanecer.



Siglos después, se mostraron los dioses de la Mesopotamia,

Todos barba y orejas; y tras ellos, los Generales

Con sus hijos de mantos azules que morirían al amanecer.



Aquellos ermitaños que comían saltamontes eran tan buenos

Que permanecían todo el día en su cueva; pero también es grato

Ver los postes de los cercados que aparecen gradualmente al amanecer.



Las personas que se aman hacen bien cuando con las primeras estrellas

Adoran al bebé que huele a establo, pero sabemos

Que aún las estrellas desaparecerán al amanecer.


Versión en español por Ramón Minieri, a partir de la traducción del original urdu al inglés de Robert Bly (2000)