miércoles, 25 de mayo de 2011

La diosa, las diosas (1)

Centro ceremonial de Lycosura: al frente el templo con el primer
altar de las diosas; a la izquierda el área teatral, a la derecha la
columnata de la galería de pinturas
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El lugar del lobo y de los misterios

En Lycosura se celebraban los misterios de la Diosa.

Lycosura, “el lugar del lobo”, estaba en la silvestre Arcadia. Era, decían, la ciudad más antigua del mundo, “la primera que el sol alumbró.” Su fundador un rey lobo, Licaón. Hay un lazo de necesidad simbólica entre el lobo-hombre y el Estado. También el dios que preside a los dioses, se llama en esta comarca Zeus Liceo, el dios lobo.

La diosa… ignoramos su nombre, hasta hoy. Se aludía a ella mediante un epíteto, Despoina, palabra que significa “la Señora”, y de cuya forma masculina procede nuestro término “déspota”. Despoina tiene como componente a potnia, “la dueña, la señora”. Quedan imágenes de la Potnia Theron, la señora de las bestias, entre leones y ciervos.

“En cuanto al nombre real de Despoina, temo escribirlo para los no iniciados” confiesa el viajero e historiador Pausanias.

Iniciado era sólo el que había participado en los misterios. Los devotos de estos cultos nunca daban a conocer públicamente el nombre de su deidad; hacerlo podía acarrear sanciones terribles. Tampoco los judíos pronunciaban el nombre de su dios; pero menos rigurosos, se permitían escribirlo.

La estatua de Despoina en Lycosura no estaba hecha toda en mármol, aunque no lejos había canteras; era acrolítica, es decir, mitad piedra (el pedestal) y mitad madera (la parte superior). No por antigua, sino porque así se la quiso, simbiosis de lo perecedero y lo durable.

Se contaba que las partes de piedra se tallaron en peñascos que habían estado enterrados en el mismo sitio. En un sueño alguien los vio; cuando excavaron en el lugar soñado, en el secreto de la tierra, los hallaron.

De la efigie aún tenemos a la vista su largo vestido, compuesto de túnica y manto, que le llegaba a los pies. Sus tallas, al modo de franjas bordadas, representan una imaginería rica y compleja. Hay bandas compuestas por rayos triangulares, por águilas, por victorias con incensarios, por ramas de olivo, serpientes, figuras danzantes con cabezas de animales, y por ondas marinas.

Otros atributos de la diosa o de las diosas de la familia, eran la cesta, el pequeño arcón, la antorcha, el cetro, la diadema, la corona murada…

(sigue)

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La diosa, las diosas (2)


Túnica y manto de Despoina
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Las tres deidades, el espejo, la cueva sin sombras

Se suponía que Despoina era hija de la diosa Démeter (“la madre de la cebada”). En una cueva cercana al santuario de Lycosura se hallaba una imagen de madera de Démeter llamada Melania, la Negra, “debido a su vestimenta” otra vez según Pausanias.

Eran madre e hija, pero eran la misma diosa. La filiación era un modo de traducir una relación esencial. Una tercera deidad era otra faz de la misma presencia: en el templo de Lycosura, tras sendos altares de Démeter y Desponia hay otro de la Gran Madre. Una trinidad, una trimurti, señala diversos aspectos de un mismo poder.

Es que el número tres significa no menos que multiplicidad: supone el paso a otra instancia, casi a lo incontable. De la unidad más la pareja, a una situación en la que son posibles más relaciones que integrantes. Decir que la diosa es una y es tres, equivale a presentarla como unidad múltiple, inagotable.

Hay más aún. En la cueva dedicada al Zeus de los Lobos en Lycosura, ni las personas ni los animales arrojan sombra. Pero cuidado: quien ingresa sin permiso en esta caverna, muere antes del año – antes de que el sol vuelva a la misma posición.

Y más todavía. En un lateral del templo de las diosas hay un espejo que sólo te devuelve una imagen turbia de tu propia cara; en cambio, en él se reflejan claramente los semblantes de las divinidades.

El conjunto ceremonial de Lycosura también incluía un teatro, en el que se representaba el misterio. Más se confiaba en transmitir y comprender mediante la escena, el drama, que con algún relato libresco. Una galería de cuadros contribuía al mismo fin. Y no menos importante era el huerto sagrado, donde crecía toda clase de árboles, incluso un roble silvestre. Sólo no hay allí granados, que dan el fruto de ultratumba.

¿Hay que explicar algo de todo esto? La ciudad del rey lobo, el espejo de las diosas en el que se diluye la individualidad, el dios que da luz sin sombra… Da pudor querer traducir este simbolismo en un código discursivo que lo expone y lo empobrece.

Se sospecha un parentesco entre la Diosa y las manifestaciones de divinidad femenina en tantos otros pueblos y épocas. Vírgenes Negras, Candelaria, la parda Santa Sara de los gitanos… la lista es tan innumerable como lo que se alumbra desde el interior de la tríada.

Alguna interpretación fácil sostiene que la búsqueda actual de las diosas y vírgenes apunta a figurarnos un poder superior más condescendiente y dulce que el de los dioses machos. Si esto es lo que se busca, una “diosa buena”, también suena a reducción, quizás por sentimentalismo. En realidad, la diosa también sabe ser terrible. Lo es Hécate, otro nombre para la misma criatura simbólica, especializada en este caso en las encrucijadas, la magia y el misterio (aunque en su momento fuera diosa del amor, algo igualmente o más terrible). Lo es Ártemis, lo es Afrodita, lo es la misma Démeter. Castigan con ferocidad algunas faltas… pero sobre todo una: la de quien se atreve a contemplarlas en su desnudez. Cuidado, voyeurs de toda índole.

Por eso, prefiero no querer explicar más. Elijo saber mediante la poesía, como el que soñó dónde estaban las piedras que hicieron posible tallar las estatuas.

Hay en nuestros días un buen mercado para historias misteriosas, rebuscadas o inventadas a partir de algún dato real. No lo sagrado mismo, que de por sí es misterio, sino las conspiraciones en torno a lo sagrado, ocupan un lugar preferente en esta moderna literatura de cordel. Ya no hay argumentos de guerra de espías entre los soviets y los yanquis; entonces, se los sustituye por la guerra de espías en torno al Vaticano.

Nada hay en esas seudo historias tan rico, tan sugerente y tan transformador como en la verdadera historia de los símbolos humanos. Historia tan compleja y misteriosa, que hasta hoy desconocemos el nombre de la diosa. Feliz circunstancia, porque así ella puede responder a todos los nombres.

Ramón Minieri

Mayo 25 de 2011

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lunes, 23 de mayo de 2011

Guerra a la lectura útil

Mujer con libro. Pablo Picasso.

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Como aquellos alcaldes del villorrio de Móstoles que le declararon la guerra al emperador Napoleón, este escritor de aldea le declara la guerra a la lectura útil.

Levantamos la bandera de la lectura inútil, como arte, fuente de gozo y espacio ocioso. ¡Basta de guías de lectura, cuestionarios, orientaciones y demás alias del leer ladrón, del avieso leer para acopiar datos útiles! Cuando de verdad se lee, se lee para leer, del mismo modo que cuando se ama de veras, se ama para amar. Si lo que se quiere es que alguien lea, la única orientación debiera ser aquella que una vez hizo un ángel: “tolle, lege”, toma, lee. Si lo que se pretende es que mediante la lectura crezca el diálogo y el conocimiento, la única pregunta válida debiera ser “¿Qué leíste?”? Pregunta que contiene a muchas otras: qué sentiste, cómo recibiste lo que allí había, qué te llevó a pensar...

Hasta el corazón de las humanidades, las viejas musas revoltosas, ha entrado el vicio de la consigna. Se nos dice “En este texto de Cervantes encontrarás las cuatro características de…” “señala cuáles han sido las etapas de la historia latinoamericana según…” Hay un implícito mandato negativo que amenaza: “Y ni se te ocurra con ponerte a divagar, con encontrar o comentar otros hallazgos”. En los cuarteles de antaño se decía que los cadetes novatos debían dejar afuera sus atributos masculinos. Ahora da la sensación de que hay aulas en cuyo dintel hay que dejar colgados el pensamiento propio, la fantasía y la sensibilidad, si es que uno quiere ingresar.

La posibilidad de despliegue que ofrece la lectura, queda así escamoteada en función del acopio de datos. No se trata ya de leer, sino de leer para cumplir con el programa. Se lee para hacer viable el desempeño de una profesión o de un empleo. Se lee para el mercado, en fin. El mercado de los títulos o de los ingresos.

Algún docente (los que antes se llamaban maestros) murmura avergonzado que de este modo, con la guía o el cuestionario, se logra que los chicos atiendan a lo que leen. Y con ello se favorecen los hábitos de lectura. Me atrevo a disentir. Ninguna jaula enseña a volar, y leer es un arte de volar, hasta perderse y hasta encontrarse quizás. ¿Quién tendrá ganas de leer algo tan aburrido, leer para encontrar las cuatro características de o las etapas según? Quizás más conducente y generador sería invitar a leer para encontrar algún error real o presunto del autor, o para escribir lo que a uno le venga en mente, le repica o le pica luego de leer el texto, sea algo o nada.

Con los mismos argumentos quisiéramos defender el pensar inútil, el estar abstraído. Hay ejemplos, desde el pícaro Tales de Mileto hasta hoy, de que la abstracción no es distracción; y no hay invento que haya nacido sólo de la aplicación, sin divagación, sin inspiración pasajera. Newton estaba mirando la manzana, Benjamin Franklin extasiado ante el rayo; los dos, afuera del laboratorio, y sin guía de lectura en mano.

Pero el mercado exige leer como entrenamiento para el éxito personal venidero (que acaso jamás llegue). Una lectura útil, una lectura que se cierre en algún tipo de resolución, como un cuestionario contestado.

Llegamos a pensar que precisamente eso, el generar mentes de cuestionario resuelto, sea el propósito de la educación formal, del llamado sistema educativo, y del sistema social en su conjunto. No se trata de propiciar la innovación, lo heterodoxo, lo otro, sino de reiterar lo mismo, aunque se lo aderece de tanto en tanto con la apariencia de lo nuevo.

Queridos amigos de todos los gremios, incluidos los del magisterio: defendamos la lectura utópica, la lectura no sistémica. Contra el leer útil, contra la guía de lectura, contra el cuestionario, sostengamos la lectura que merece el nombre de tal. Si hay que adjetivarla, diremos lectura ociosa, o creativa, o libre.

Hay modos y modos de leer, como de cualquier otra cosa. La diferencia está en el modo; el “qué” es en realidad una forma aparente, estatuada, del decisivo “cómo”. Lo que parece una misma operación desde una visión de lo externo, se revela diferente cuando preguntamos por las operaciones mentales involucradas. Arnold Toynbee señalaba que leemos como los hebreos, minuciosamente, palabra por palabra, al pie de la letra; y con ello malentendemos los textos griegos, que fueron escritos como ayudamemorias, para saltar de frase en frase y más allá de todas las frases. Tomando ese hilo, diríamos que el modo de “leer” mutilado que hoy se instala sin crítica en algunos espacios del sistema educativo, responde a dos modelos: el catecismo, y el manual de instrucciones de una maquinaria. El vocabulario traiciona la progenie de este modo de lectura: la “guía” recuerda aquellas Guías de Pecadores, el “cuestionario” huele a inquisición.

¿A quién sirve ese modo cautivo de leer?

Por nuestra parte, le declaramos la guerra sin cuartel a la lectura útil. Invitamos a maestros y discípulos, a que vayan al amor de la palabra. Dejen a un lado los manuales de cómo acariciar, y pónganse a jugar a la entrega, sea que el encuentro resulte gratificante o terrible. Los llevará mucho más allá de ustedes mismos, nos llevará a otros mundos.

Esperémonos en el próximo extravío, en el próximo hallazgo que no pudo ser previsto por ninguna guía.

Simurgh. Mayo 2011.

Dedicado a las plazas de España y al recuerdo de Móstoles.

viernes, 20 de mayo de 2011

La lengua de las aves



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El Rey Sabio
dicen los libros
entendía el lenguaje de las aves

también
los libros dicen
el Dios Niño

amasaba
pájaros en el barro
les soplaba
una palabra
y alzaban vuelo

oigan ahora
este murmullo de alas
son los hijos
de los hijos de aquellas aves

será que el barro
estaba esperando nombre
para leudar

será que las palabras
siempre
son para irse

las palabras
no cantan ni procrean
en cautiverio

será que esto
sólo puede entenderlo un sabio

y esto
sólo puede decirlo un niño





Ramón Minieri
(Del libro “La lengua de las aves”)

martes, 10 de mayo de 2011

Iram, Ubar y los instrumentos celestes, 1.


El radar satelital y las fotos infrarrojas permiten divisar las rutas que se anudaban en Iram. Son los delgados trazos de color violáceo en la foto de la izquierda, y blanquecinos en la imagen a la derecha.

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Esta historia trata de una ciudad perdida; tan perdida que se llegó a creer que nunca había existido. Y de cómo fue descubierta otra vez por ciertos instrumentos celestes. A saber, los satélites, pero más aún, las palabras: instrumentos celestes, creaciones humanas.


La llamada de un loco


Podemos comenzar por el último capítulo, a partir del momento, en 1983, en que alguien en la NASA recibió un raro llamado telefónico. La persona que llamaba preguntó, con tono vacilante, si sería de interés de la agencia utilizar la lanzadera espacial para encontrar una ciudad perdida.

En lugar de cortar con ese loco, llamado Nicholas Clapp, cineasta de profesión, el hombre que recibió la llamada lo escuchó. El geólogo investigador Ron Blom, tal el nombre del oyente, había colocado un letrero sobre el monitor de su computadora: “¡Atrévete a ser estúpido!”. Comenzó allí el trabajo que llevaría a Clapp y Blom juntos, a realizar uno de los grandes descubrimientos arqueológicos de finales del siglo XX: el de Iram, la ciudad perdida de la región de Ubar, “la Atlántida de las arenas” (así llamada por T.E. Lawrence).


Cuentos de viejas

“Y después de esta hazaña, Kanmakán encontró a una negra muy vieja, errante del desierto, que contaba de tribu en tribu historias y cuentos a la luz de las estrellas. Y Kanmakán, que había oído hablar de ella, le rogó que se detuviese para descansar en su tienda y le contara algo que le hiciera pasar del tiempo y le alegrase el espíritu ensanchándole el corazón. Y la vieja vagabunda contestó: ` ¡Con mucha atención y con mucho respeto!´ y le refirió esta historia” … (El libro de las mil noches y una noche. Noche 141).

De este modo se habrá transmitido la historia de Ubar. Las consejas afirmarían que ese desierto, tan desierto que se lo llama Rub-al Khali, el Cuadrante Vacío, no siempre lo había sido. Que allí se había alzado Iram, la soberbia ciudad perdida. Las palabras de las ancianas trazarían en el aire el plano de la urbe “pavimentada de oro”; describirían su muralla octogonal, con aquellas torres angulares “altas como no se han vuelto a ver”. Esas míseras vagabundas hablarían con familiaridad de las fabulosas riquezas, de los palacios de aquella ciudad de mercaderes. Es que en ella se anudaban las rutas del incienso: la sustancia aromática venía de la costa de Arabia y seguía su camino hacia el Medio Oriente y Europa, donde serviría para honra de las deidades y trance extático de los fieles paganos y cristianos.


La narración abundaba en detalles. Iram había estado edificada sobre el oasis más grande de Omán, el gran pozo de agua de Wabar.

Pero un día había sobrevenido el castigo divino sobre aquella ciudad soberbia en su riqueza. Y la historia moría a manos de la moraleja: tarde o temprano, decían las viejas, los dioses castigan el excesivo esplendor de las ciudades. Los príncipes nómades escuchaban y asentían.



La perdición de la ciudad perdida

Es un relato arquetípico, el de la perdición de la ciudad perdida. Se entiende que antes que olvidada o extraviada, ha sido castigada. Jericó, Babel, Sodoma y Gomorra, Talavera de Esteco, Pichao… siempre la ciudad es figurada como lugar de riqueza y extravío, de resistencia al dogma, y por ello destinada a perecer en alguna catástrofe enviada por un poder superior: la ira del dios o de los dioses.

Es que pareciera que hay guerra, pese a las treguas, entre las religiones semíticas y la vida urbana. Los judíos y los musulmanes, nietos de pastores trashumantes, y con ellos los cristianos, bisnietos de los nómades hebreos, recelan de la ciudad, esa ciudad en la que crecen el debate, la individualidad, la diferenciación, el lucro. Cuanto más, llegan a aceptar una ciudad sagrada: Jerusalén, Medina, Roma. Pero alguna de ellas puede ser juzgada a veces como un antro de vicio y perdición. Roma ha sido asimilada a Babilonia, y Cristo lloró al prever el mal destino de la pecadora Jerusalén.

Iram de Ubar fue una ciudad perdida también en este sentido. Así la recuerda el Corán:

“6. Acaso ignoráis cómo el Señor se vengó de Aad / 7. Y de Iram la de orgullosos pilares / 8. Como nunca se han vuelto a construir en el país / 9. Y de Thamud, que talló las rocas del valle / 10. Y de Faraón, amo de un séquito brillante / 11. Todos ellos opresores de sus países / 12. Y crecidos en corrupción / 13. Sobre todos ellos el Señor envió sus plagas vengadoras ” … El Corán, capítulo 89 (La Aurora).

En el caso particular de Iram “de las mil columnas”, la ira del Señor la sumió definitivamente en las arenas – así se contaba su final.


¿Quién habría apostado a que la capital del incienso volvería, no sólo del olvido, sino aún más, del castigo divino?




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Iram, Ubar y los instrumentos celestes, 2



Restos de las murallas de Iram, sobre el domo derrumbado del pozo de agua.

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Lo que quedaba




Los cuentos de las viejas en el desierto concidían con otros testimonios. En un mapa del siglo II, Ptolomeo había dejado constancia de la existencia de una región de los “ubaritas”; la ciudad reapareció porfiadamente en Las Mil y Una Noches, en la obra de Washington Irving y en alguna página de T. E. Lawrence.



En tiempos más recientes afloraron documentos que señalaban hacia la extraviada Ubar. Las tabletas de los archivos de Ebla, ciudad-reino reencontrada en 1973 por arqueólogos que trabajaban en Siria, señalaban a la ciudad de Iram como una plaza con la que había tráfico habitual. Ebla había existido desde los años 3.000 antes de nuestra era.


El loco y lo que vino después



Clapp creyó en la leyenda de Iram, al igual que otros locos antes que él habían creído en otras leyendas (Heinrich Schliemann, el que descubrió Troya; Leonard Woolley, arquéologo del Súmer; Arthur Evans, que reencontró Cnossos). Los datos de la biblioteca de Ebla lo afianzaron en su creencia.



Cuando supo que las ciudades mayas habían sido estudiadas utilizando la tecnología espacial, Clapp pensó que por fin Iram podría ser hallada. Las prospecciones sobre el terreno en Omán habían fracasado; a ver qué sucedía con los instrumentos celestes.



Lo que sigue es quizás el episodio más breve, pero el decisivo. Mediante observaciones satelitales con radar y fotografías en luz infrarroja, se descubrió el entramado de rutas soterradas que llegaban a Iram y partían de ella. Luego, nuevas expediciones arqueológicas acompañadas por búsquedas en archivos, establecieron el sitio de la ciudad.



Allí se descubrió también que la leyenda entrañaba una verdad. Las murallas, ahora sumidas en la arena, habían estado edificadas sobre un techo con forma de caverna. Bajo ese domo había existido un gigantesco pozo natural de agua dulce. La población creciente de Iram extraía las aguas de ese depósito natural subterráneo, y las almacenaba en las celebradas torres de la ciudad, para hacerlas llegar a todos sus rincones. Hasta que la disminución del agua subterránea vació la cúpula de calcáreo sobre la que se asentaba la ciudad. Al quedar sin sustento, la cáscara de roca se quebró, y la ciudad toda se desplomó bajo tierra.


En este extremo la historia deviene símbolo y premonición. La ciudad se prende de la tierra, y la chupa hasta devorarla, y perece junto al pecho que la nutre. Justicia poética. Otra advertencia que no van a escuchar los Haliburton y Obamas de esto que llaman mundo, esta civilización en sus postrimerías, que cada vez se come con mayor avidez el petróleo, el gas y los pueblos que están encima de los yacimientos. Estos fulanos perdieron la noción de justicia como la de poesía – si es que alguna vez las entendieron.

Iram existió desde el 2800 a.e.c hasta el 500 d.e.c.: unos 3300 años de existencia emergida. Luego de su enterramiento, permaneció sumergida durante unos 1500 años.


Sumergida en las dunas, pero aflorando porfiadamente en las palabras de las tabletas polvorientas; y de las viejas, los locos y los estúpidos.



Instrumentos celestes.

















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lunes, 9 de mayo de 2011

CON RENGLONES TORCIDOS (1)




Edgar Morisoli, maestro poeta.

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El guardián del pensamiento sano





Érase que se era un ministro “de Cultura y Educación” del gobierno de La Pampa, que un día decidió que no se debe hablar de ciertas publicaciones, que es mejor que no lleguemos a leerlas. Con ese fin, se propuso impedir su difusión. Así fue que prohibió que los libros “Edgar Morisoli, poeta del sur” de Ana Silvia Galán, y “Pampa Libre” de Jorge Etchenique, se incluyeran entre las obras que la provincia iba a difundir en la Feria del Libro de Buenos Aires.



La decisión del ministro da para hilar, y mucho. ¿Desde cuándo y desde qué concepción un administrador gubernamental se cree autorizado a ejercer la policía ideológica sobre sus mandantes? ¿Desde cuándo y desde qué doctrina un gestor de nuestros recursos, al que le encargamos apoyar, proveer espacios, acompañar con recursos, se cree llamado a excomulgar autores y desaparecer obras?




Parece que el capitán Ridley tiene imitadores en nuestras tierras. Aunque quizás el ministro no leyó Fahrenheit 451, por ser un libro peligroso; pero sí añora aquellos tiempos de quienes se designaron a sí mismos guardianes del pensamiento sano argentino, y se dedicaron a quemar libros. Creerá que, aunque con más sutileza, hay que continuar la tarea emprendida en 1976 y suspendida por razones de fuerza mayor en 1983.


Me pregunto si este ministro habrá tomado alguna decisión de igual importancia en toda su carrera. Da para prever que tan sólo en esta prohibición se cimentará su fama.


Viene a la memoria el caso de aquel incendiario que quemó un templo para que lo recordaran eternamente. Como adecuado castigo, su ciudad dispuso que jamás se lo nombrara.


Haremos lo mismo en esta página. Pero acompañaremos esta sanción con una promesa de indulgencia: el día que se publiquen las obras completas de este señor, lo vamos a mencionar. Y aunque no coincidamos con lo que allí exprese, no pretenderemos que se las censure.

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Con renglones torcidos, 2.







Jorge Etchenique, brillante ensayista y narrador.




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El ministro promotor. Buena obra preterintencional.




Así como hay homicidios preterintencionales, hay buenas obras que se realizan más allá y aún en contra de la intención del actor.


En la historia que venimos narrando, el dislate del ministro censor ha servido como eficaz promoción para la obra de Ana Silvia Galán, Jorge Etchenique y Edgar Morisoli. Más de un compatriota que hasta hará un mes no los conocía, se sentirá ahora invitado a asomarse a sus libros. Y una vez que los transite, los hará parte de su vida y de su pensamiento.


Un antiguo dicho sostiene que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. La concepción de un dios así de hegeliano, o así de zaino, está a mitad camino entre la religiosidad y el más crudo pragmatismo. Es como para hacernos aceptar que la deidad produce gripes, guerras, sismos y genocidios con el mejor de los fines.


Hemos recordado el dicho, al presenciar la reacción inmediata y generalizada de los escritores, pero no sólo de ellos, contra el acto de censura del ministro. Y nó sólo en Santa Rosa, ciudad que exhibe el glorioso título de ser la única que ha depuesto a un intendente fascista. Sino en todo el país. No hay mal que por bien no venga, y esta movilización colectiva y rápida ha sido la buena novedad del caso.


Ahora, volviendo a aquello de los renglones, y siguiendo el sano consejo del Mulá, "dejemos a Dios de lado por el momento". Bástenos comprobar que la cultura y la creatividad pueden escribir y obrar rectamente con ministros torcidos.


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