domingo, 19 de septiembre de 2010

Belgrano, ese hereje. 1.

Manuel Belgrano en los días de Mayo de 1810.

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Mayo y la religión. Rebeldes, condenas y cruzadas

En estos fastos del Bicentenario, poco o nada se ha aludido al pensamiento herético de Manuel Belgrano. Pareja omisión ha ocurrido con la dimensión religiosa del pensamiento de los participantes en la Revolución de Mayo.

No se trata de reivindicar el papel de la Iglesia católica en aquellos días, porque estuvo en contra del naciente estado revolucionario, y siguió estándolo hasta mediados del siglo XIX. Los curas patriotas eran réprobos para la jerarquía; no por primera ni por última vez, los fieles que propiciaban un cambio histórico se encontraron ante la condena de sus pastores. Acostumbrados (para mal) a tirar las tablas al suelo y administrar políticamente la ira de Dios, los jerarcas son a menudo quienes anticipan, asientan en doctrina e inician, con alguna homilía moralista, los operativos de represión contra los díscolos.

Nos estamos perdiendo, en este 2010, la oportunidad de aprovechar el afán conmemorativo para hacer luz sobre este papel de la Iglesia, que nos ha permeado hasta lo cultural, y que responde al patrón de una larga y repetida historia, de sucesivas rebeliones de cristianos sofocadas por sucesivas cruzadas exterminadoras. Cruzadas, literalmente hablando. No se olvide aquella que escabechó a los albigenses y mató en la cuna un proyecto cultural diferente del auspiciado por las jerarquías. Pero no sólo eso.


Es parte de la religión


Yo extraño más la falta de otro aspecto, otro debate, que tiene que ver con la renovación planteada desde adentro del pensamiento cristiano de aquella época.

Algo tuvieron que ver las creencias y prácticas religiosas (no la jerarquía eclesiástica) con la mentalidad de estos muchachos, la mayoría en la treintena de su edad, que en Mayo de 1810 se jugaron el pescuezo para cambiar el régimen. Por cierto eran portadores de ideas y concepciones de la Ilustración, y estaban inmersos en la corriente secularizante que venía desde la expulsión de los jesuitas; pero a la vez los hallamos pensando desde los marcos de la devoción heredada, y popular entonces. Contradictorio, se dirá. Como la vida, como la historia... y como las propias revoluciones.

Lo confesional se entrelazaba con lo político; baste recordar ese espacio de encuentro prerrevolucionario que fue la Casa de Ejercicios de sor Antonia de la Paz y Figueroa. Si la célebre jabonería de Vieytes albergó pensamientos limpiadores entre el olor de la potasa, también el convento de sor Antonia aunó gente y estableció lazos entre adultos y jóvenes inquietos, abogados en los dos derechos y jefes de milicia.


¿San Belgrano?

En este olvido de lo religioso, queda también sumido el pensamiento heterodoxo de Belgrano.

El cromo de este muchacho, Manuel, al que se pinta como uno de los buenazos de la película patria, nos escamotea rasgos interesantes de su persona, a saber: su jacobinismo, su porfía militante, su conciente decisión de utilizar la espada para cortar con el gordiano nudo leguleyo del viejo orden. Sí en cambio, se han recuperado en estos días sus posiciones como economista; han pasado del reservorio científico a un reiterado discurso general. Para más loa, se nos presenta a un Belgrano que se anticipó a las políticas económicas actuales; un progre de centro izquierda keynesiano avant la lettre. Del mismo modo que antes se lo figuraba como valiente, sacrificado e improvisado militar... y muy poco más.


En fin, ya todo eso está instalado en el marketing patriótico de nuestros días; basta de ello. Propio del historiar es buscar lo nuevo en lo viejo, para crear lo nuevo de hoy en esto viejo de hoy. Es hora de ponernos a profanar, a cuestionar. Es decir, a intentar hacer historia.

La profanación, la puesta en escena del conflicto, no va por el lado del escandalete privado, al modo de los programas de varieté televisiva. Que algún prócer estuviera aquejado de sífilis, que otro haya consumido opio, son datos para esa variante de crónica menuda que sirve al desentendimiento histórico, a perdernos entre chismes de vecindad. Quedarnos en que Sarmiento se desfogaba dos veces por semana, es un modo de obturar todo lo que hay que discutir sobre el presunto padre del aula.

Hay una media sombra que acompaña, siempre, a la media luz propia de toda representación histórica (que por eso es, precisamente, representación). En esa media sombra se nos ha perdido de vista un Belgrano que se interesaba en una posición religiosa que estaba, está, en el dudoso límite con el anatema.


Tipo raro, el cura Lacunza


El criollo Manuel de Lacunza y Díaz vivió entre 1731 y 1801. Por ser jesuita, le tocó padecer una dolorosa expulsión de América. Falleció en un pequeño accidente durante un paseo, cuando estaba exiliado en Imola, Italia, bajo la sombra del poder pontifical. Una muerte por causas no aclaradas.

En el exilio y en la añoranza de su Chile natal que no volvería a ver, privado de la posibilidad de decir misa, integrante de una orden desprestigiada y suprimida por el papa, falto de otro sustento que los cada vez más magros envíos de dinero de su familia, Lacunza se proyectó en una revolución de palabras. Escribió su magna obra “La Venida de Cristo en Gloria y Majestad”, en cuatro densos volúmenes, durante diez años de trabajo en su casucha en un barrio marginal de Imola. Esa obra mayor estuvo anticipada por el “Anónimo Milenario”, folleto que circuló cuasi clandestinamente en copias manuscritas por Indias, a fines de la década de 1770 y durante toda la de 1780.

El “Anónimo” fue leído y discutido ardorosamente en estas tierras. Planteaba, con sustento en textos evangélicos, un modo de entender la religión, pero aún más, un modo de ser del tiempo y el decurso histórico, que rompía con las posiciones de la jerarquía y con el relato histórico-religioso oficial (relato dudosamente cristiano).

Ya ante ese folleto, no faltaron voces que pidieron la intervención de la Inquisición; nada remisa, la Suprema prohibió el texto. Es ese un dato que conviene retener: el pensamiento de Lacunza ya era calificado o descalificado como herejía, cuando Belgrano todavía era un pibe, quizás un adolescente.

En 1790, Lacunza concluyó su obra mayor, y esta comenzó a rodar por los caminos, las inteligencias y las sensibilidades de la América española de su tiempo. Manuel Belgrano, otro Manuel que seguramente habrá pensado en el significado de su propio nombre, iba a ser abordado por esos libros.

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Belgrano, ese hereje. 2.


La conexión dominicana. Sepulcro de Manuel Belgrano, ante el convento que dirigía Fray Isidoro Guerra.

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Los dos Manueles

¿Por qué camino le habrá llegado la obra de Manuel Lacunza a este joven abogado porteño? Quizás el amplio interés de Belgrano por los temas de su tiempo, y entre ellos los debates teológicos corrientes, lo haya llevado a anoticiarse de la discutida obra de Lacunza cuando todavía estaba en España, entre 1786 y 1794. Ahora bien, téngase presente que el libro circulaba escasamente, en unos pocos ejemplares copiados a mano.

Una hipótesis verosímil señala a Fray Isidoro Celestino Guerra, prior del convento de Santo Domingo, como mediador. La familia Belgrano era devota de esa parroquia, donde hoy se guardan los restos del patriota. Y según Priora, fray Isidoro “fue dueño de la copia manuscrita más prolija y exacta de las que circulaban en Buenos Aires” del escrito de Lacunza. Si Belgrano, al volver de Europa, traía ya el interés por ese pensador, aquí, a la vuelta de casa, encontró el modo de conocer mejor su obra.

La edición de Londres

El canon de la literatura revolucionaria es más amplio de lo que quizás acostumbramos reconocer y citar. Así como Mariano Moreno mandó imprimir el Contrato Social como texto de Estado, Belgrano consideró a la obra de Lacunza como uno de los grandes escritos orientadores para su tiempo; a tal punto, que financió de su peculio una edición impresa de los cuatro volúmenes del cura chileno. Cuando se encontraba en Inglaterra en misión diplomática, llevó a un editor londinense la copia manuscrita de fray Isidoro Guerra, para que sirviera de base a la tirada. Cuatro mil ejemplares salieron de prensa, y la mayor parte de ellos tomó el camino de nuestra América, donde es difícil encontrar alguno.

Belgrano mismo presentó la obra, y firmó esa presentación como “El Editor Americano”.

En el escrito liminar, nos da las razones que lo impulsaron a la publicación. Hay motivos eminentemente políticos: el editor asevera que el emprendimiento es un “servicio a mis compatriotas”; que así provee la demostración de “la superioridad de los talentos americanos”, para cuya acreditación bastaría con esta sola obra. Lo impulsa el disgusto con la pobre e incorrecta edición hecha en Cádiz en 1812, considerada un insulto al pensador, a tal punto que sus lectores habría preferido que no se la hubiera realizado; el hecho de que esa edición haya sido alumbrada “muy de priesa como en negocio de contrabando”; y la necesidad de dar réplica a cierto diputado peninsular que en las cortes de Cádiz había preguntado a qué clase de bestias pertenecían los americanos. La respuesta política de Belgrano apunta a la vez a la superioridad de los americanos sobre los españoles europeos en teología... y en materia editorial.

En 1816 salió a luz la edición belgraniana de Londres. Ese mismo año la obra fue denunciada como herética; se la incluyó definitivamente en el Index de libros prohibidos en 1819. Siguió circulando pese a la prohibición, porque aún en 1824 se publicaba en Madrid un escrito “preservativo” contra los peligros que entrañaba la obra de Lacunza. Por esa misma época era publicada en traducción al inglés por Irving, en 1827. El movimiento milerista la tomó como inspiradora; y ha influido sobre los Adventistas y los Testigos de Jehová. En nuestro país, el profético Francisco Hermógenes Ramos Mexía, el único santo estanciero y extraoficial, siguió la doctrina de Lacunza.


Pero, ¿qué escribió Lacunza?


Lacunza escribía de a ratos; cuando hallaba una dificultad para hilar su pensamiento, nos cuenta que “dejaba de escribir con la pluma y escribía con las rodillas”; oraba hasta encontrar el hilo de la palabra. Alguien que colaboró con él nos lo describe, alternando la escritura con aquel que consideraba otro modo de escribir: la contemplación.

Es una flagrante injusticia querer dar cuenta en pocos renglones el contenido de “La Venida de Cristo en Gloria y Majestad. Observaciones de Juan Josafat ben Ezra.” Está en la red inmaterial el facsímil de la edición en tres volúmenes realizada en Londres en 1826. Aquí nos limitaremos a presentar algunos de sus conceptos básicos. Son ellos:

- la interpretación de la escritura por la escritura misma: en contraposición con las lecturas evemeristas o tradicionalistas del texto bíblico, Lacunza sostuvo la prioridad de la interpretación del texto a partir de lo que el texto dice, acudiendo a las concordancias y correspondencias entre las profecías; en palabras de sus partidarios, era una lectura “natural” de la Biblia;

- la partición del tiempo: el actual decurso temporal llegará a un momento de quiebre; tras él, sobrevendrán otros tiempos, anunciados en la profecía;

- el quiliasmo: esta concepción, dejada de lado por la propia Iglesia luego de los tiempos del cristianismo primitivo, concreta la imagen de la división de los tiempos. Vendrá el fin de la era que hoy está en curso; pero no será el fin del mundo. Acto seguido tendrá lugar el juicio de los justos, y con ellos, por mil años (quiliasmo), gobernará la tierra el propio Cristo que habrá regresado ella. Bajo ese reinado de paz y justicia, todos los pueblos del mundo se convertirán;

- la postrimería: finalmente, Satanás corromperá a las naciones; pero Jesucristo, que aún estará en la tierra, subirá a su trono y juzgará a todos los hombres.

- la urgencia por la práctica: estos acontecimientos trascendentes que están por suceder, reclaman de cada uno ciertas definiciones y acciones concretas.

La visión de los tiempos y de la historia que Lacunza retoma de las Escrituras es la del milenarismo, al que defiende de sus críticos eclesiásticos. Junto a los profetas, sostiene que esta era va a terminar; y que vendrá el Cristo, venida real o en un colectivo simbólico, para ser el señor efectivo del mundo.


/Prosigue en el siguiente post. RM/

Belgrano, ese hereje. 3.

Retrato de Manuel Lacunza en la edición de 1826 de su obra.

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Una doctrina a contrapelo

La obra de Lacunza confrontaba con algunas de las líneas maestras del poder jerárquico sobre el cristianismo.

A partir del siglo V d.e.c., los dignatarios eclesiásticos habían ido dejando de lado, discretamente, la espera del próximo arribo del Salvador. La concepción de un kairós, tiempo de ruptura, transversal al cronos, a la duración, quedó en el limbo de lo ya no más dicho. Se deshistorizaba así el drama histórico religioso. Ya no estaba en el centro de atención el destino de la humanidad y de las naciones, sino el goteo de almas individuales, que serían juzgadas, una por una, como en un sistema jurídico liberal, y destinadas al lugar que les correspondiera. La noción de Día del Juicio, día universal, quedaba discretamente sustituida por la sucesión de expedientes judiciales personales.

La recuperación conceptual hecha por Lacunza vuelve a poner en segundo lugar el cronos, y con ello el proceso acumulativo temporal, y entroniza el kairos. Pero si lo más decisivo del tiempo es el kairos, entonces pasa a ser necesidad que los seres humanos se ocupen del conjunto, no sólo de la individualidad de sí mismos. Que observen las señales históricas; y que en su caso, se jueguen por alguno de los bandos del drama, el que crean más conforme a los valores cristianos.

El propio Lacunza lo señala en uno de los párrafos finales de La Venida:

"En suma, no perdamos tiempo: la felicidad suma, completa y eterna que está prometida a los justos, hermanos menores del Hombre Dios, conformes a la imagen de su Hijo, no podremos alcanzarla jamás, si no nos servimos de aquellas dos alas absolutamente necesarias e indispensables, que son fe y justicia. Sin estas alas, no separadas, sino unidas entre sí, y ayudándose mutuamente como buenas hermanas, no tenemos que esperar la herencia en el reino de Cristo y de Dios ni ser coherederos de Cristo, pues se nos pide que padezcamos con él, para que seamos también glorificados con él".

Mas, si tal es el drama, entonces quedan harto disminuidos los papeles y aranceles de los administradores de confesiones, casamientos y bautismos, la menuda administración de la ira de Dios dirigida contra una viejuca que murmuró un ensalmo o un adúltero pueblerino. Ni siquiera se podía confiar en esos administradores para que leyeran la Escritura. Por cierto no eran ni son muy dados a esas lecturas de las fuentes originarias. Aparte de la natural propensión a la comodidad, puede que les retintineara la mente una advertencia; quien se anima a leer la Palabra y a pensarla, está dando el primer paso hacia la hoguera. Esto habían enseñado las jerarquías, desde el arranque de su proyecto de poder; y reforzaron esta pedagogía del terror en los tiempos modernos.

Por qué Belgrano

¿Será el lacuncismo de Belgrano un rasgo intelectual que se corresponde con sus concepciones políticas? La pregunta es válida porque ser persona no se agota en lo sistemático, y felizmente, si vamos avanzando en coherencias, es por el camino de las contradicciones. ¿Puede que esa opción doctrinaria del general abogado haya sido una pieza suelta, desconectada del con junto de sus ideas?

Este curioseador entiende que por el contrario, Belgrano eligió entre las versiones del cristianismo de su tiempo, aquella que concordaba con una visión transformadora y revolucionaria, jugada en la relación entre los pueblos, la historia y la intervención metafisica.

Creo que el Belgrano político y revolucionario se vincula fuerte y hondamente con el Belgrano lacunciano, teniendo en cuenta que:

- La publicación de la obra del expulso es una reivindicación de otro modo de pensar la religión, pensarla desde lo americano. “De contrabando” en España, la Venida de Cristo venía a ser cuasi oficial en América;

- Al sostener la reversión o subversión del tiempo, los postulados de Lacunza cuadran con un ideario revolucionario o transformador, y especialmente cuando proclaman la necesidad de una acción inspirada en la fe y la justicia.

- Se percibe un parentesco simbólico y metafórico; las imágenes del quiliasmo son capaces de inspirar la acción política: la Revolución se parece más a la parusía que a la suma liberal de vidas y tiempos de los individuos; la visión de “otro siglo” era contagiable a la política; el modo en que simbolizamos el tiempo, sea como metáfora o como cosmovisión, promueve o ciega la irrupción de lo utópico en la historia;

- el tiempo del cairós es de permanente inminencia; tiempo de acecho y busca de señales, de esperar y operar; en suma, la clase de tiempo que postulan y viven las revoluciones;

- la instauración de lo Otro, que viene a reponerse en el centro de una historia humanizada, la recreación de Dios, la revisión del tiempo, manifiestan en el campo del simbolismo religioso la revolución deseada por Belgrano;
- la exigencia de práctica para la teoría y de teoría para la práctica integra el mensaje milenarista. La teoría o la visión del milenio no se realiza sin la acción humana; pero la acción humana no tendría sentido si no se insertaria en la utopía sobreviniente. La integración entre teoría y práctica es, también, un modelo para la revolución.
Quede en claro que con estos renglones y con estas conclusiones, no tratamos de presentarlo a Belgrano como un adventista anticipado, sino como un revolucionario íntegro. No se trata de pasarlo de un cuadro a una estampita, sino de romper el marco y recobrar una persona viva, en sus coherencias y contradicciones. Tampoco quisiéramos hacerle decir a Belgrano más de lo que ya dijo. Pero sí estimamos que no es casual su opción religiosa; aunque en su tiempo no hubiera sido formulada en los términos de nuestras conclusiones, hay una concordancia cierta entre la lógica política y la de esta creencia.

Pero entonces

Pero entonces, ¿por qué la insistencia en presentarnos a este hombre como un católico ejemplar? Su adhesión al milenarismo lo aleja de las jerarquías eclesiásticas. Sí en cambio es destacable su devoción mariana, la apelación frecuente al acompañamiento de la Virgen en las empresas políticas. El general devoto no criticó a San Martín por meter preso y cambiarle el apellido a un cura reaccionario, sino que le sugirió superar su distanciamiento racionalista con respecto a la devoción de los pueblos.

Pero eso requiere ponernos a estudiar otro tema, que tiene que ver con Guadalupe, la Candelaria, Sumampa y Luján, y con una presencia numinosa que no se agota en el marco eclesiástico. Por hoy, hagamos aquí una pausa.


(Páginas de El Rey Desnudo. Símbolos y poder. Por Ramón Minieri. En preparación.)


Lacunza y Díaz, Manuel S.J La venida de Cristo en gloria y majestad. Observaciones de Juan Josafat Ben Ezra
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/05815173144647151932268/index.htm.


Parra, Freddy (2003). Historia y escatología en Manuel Lacunza. La temporalidad a través del milenarismo lacunziano. Santiago de Chile. Rev. Teología y Vida, v. 44 n.2-3


Priora, Juan C. (2003) Manuel Belgrano y Manuel Lacunza S.J.: Una conexión intelectual enigmática. Paraná, Universidad Nacional del Litoral, Departamento de Filosofía, IV Jornadas de Comunicación de Investigación en Filosofía.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Lili Campazzo y “Escrito sobre un vidrio”


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Escribir sobre un vidrio, supone que el cristal esté empañado. Que hace más frío del lado de afuera. Supone que uno acepta de entrada la precariedad, la escasa duración. Supone que, aunque borrosamente, la imagen de quien escribe está en lo escrito, ante o tras lo escrito. Todo eso me dice Lili, ya desde el título, y después en cada página.

Estas poesías de Lili Campazzo me dejan boqueando por su brevedad interna – un destello, una fulguración. Simulan ser pequeñas, son feroces, mordiscos de otra mirada sobre lo que creía ya visto.

Para compartirlas, elijo tan sólo tres, y las más breves, en un volumen que se hace sentir en cada una de sus 47 páginas. La última me impresiona por su música, que se derrumba como un final de cante jondo.


XI

Los vecinos no saben leer estas ventanas.

XII

Que todo el mundo
sea la sombra del silencio.

VIII

Por eso escribo en las ventanas
Para que nada dure
Para que nada.
...

Migas. Homenaje a Lili Campazzo.


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Migas



no
manuales
acerca
de los pájaros


no palabras
ya dichas

palabras
para siempre

no
de esas que nombran
lo que vino siendo


dame
tus migas
de luz
borrosas


que saben perecerse
alimentando

a los pichones
de los que aún no soy.



A Lili Campazzo, con motivo de su libro "Escrito sobre un vidrio".

domingo, 5 de septiembre de 2010

Tan bello, tan cierto, tan triste



...



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Aquella linterna que andaba por el mundo



A veces me despierto de noche y me parece sentir
como una vez que era chico que afuera
mi viejo y mi vieja están atando
los dos caballos a la carreta y me parece
oír todavía la voz de ella
que dice: “Sé bueno, Gino, pobrecito, sé bueno,
Bruno”. Son Bruno y Gino los caballos.
Y entonces viene a la memoria cuando oía
las ruedas de la carreta rodar sobre la carretera
pisando las piedritas y hacían
un ruido que sonaba y se perdía
en el negro fondo de la noche tragándose
a mi viejo, la carreta y los caballos que
quedaban sólo ellos con la linterna
hamacada bajo la carreta,
una linterna que iba por el mundo,
que echaba un poco de luz
a la miseria.


Tolmino Baldassarri
Poeta romagnolo nacido en 1927
(De la antología "Nuevos poetas italianos", Poesía dialectal. Buenos Aires, Paradiso ediciones, 2004. )