sábado, 27 de diciembre de 2008

Les presento a Héctor Ciocchini


Héctor no solía incluir fotos de sí mismo en sus libros. Aquí aparece, arriba, primero a la izquierda, en un homenaje a su maestro Arturo Marasso.
Les presento a Héctor Ciocchini

Masacres y días alcionios

El universo es un lugar de masacres; pero en todo ese magma, hasta hay días alcionios.

Lugar de masacres, así lo calificaba Carl Sagan; predominan los desiertos gélidos, los huecos lóbregos, los planetas llameantes; y son rarísimos los momentos y sitios donde pueden darse la vida y la conciencia.

Pero hay días alcionios. Así los llamaron los navegantes griegos, reconociendo la certera intuición de las golondrinas costeras. Durante ciertos días y sólo durante ellos, los alciones se cortejan, construyen sus nidos y desovan. Son días de regalada bonanza; los marineros saben que en ellos pueden viajar confiados: los pájaros les han hecho saber que no habrá tormentas.

Por entonces vivíamos días alcionios; un milagro que para mayor disfrute ignorábamos, hasta que el tiempo mostró su calavera bajo la máscara dorada. Estábamos en el ojo del huracán. En el tortuoso siglo XX, el más cruento de la historia, y en el cruento siglo XX argentino, y en Bahía Blanca, la ciudad de silencios y torturas, transcurrían los años calmos 1964, 1965. En un pasillo de la Universidad, todos los días un viejito anarquista abría sus valijas, instalaba sus mesitas, y ponía a nuestro alcance su librería portátil. Parecía que en Bahía Blanca, la pacata ciudad que Payró describió en su Pago Chico, había florecido el desierto. Eran los años ’60, antes de que llegara el onganiato (1966-73), y luego las 3A (1975-76) y la dictadura de 1976 a 1983. (Mientras tanto, Remus Tetu aceitaba el percutor de sus rencores; Rodolfo Ponce escalaba jerarquías y armaba su tropa de matones, con el respaldo del fascismo gremialista; y en la Base Naval y en el Cuerpo de Ejército se afilaban espadas y se urdían capuchas; pero no lo sabíamos. Tampoco sabíamos, y hay quienes no saben o no quieren saberlo hasta hoy, que en esos días del gobierno de Arturo U. Illia seguían existiendo presos y perseguidos políticos.)
Presentación del maestro

Es una abusiva convención verbal decir que uno ha conocido a alguien. Todavía lo estoy conociendo a Héctor Ciocchini. Por entonces me lo presentaron; él tendría poco más de cuarenta años de edad. Era un hombre sosegado y esplendoroso. Si a partir de los cuarenta uno es responsable de su propia cara, entonces los rasgos de este hombre decían que su vida era la belleza; esa que está aliada a lo verdadero y lo bueno.

Francisco Maffei, maestro de filosofía ya mayor, había traído a los jóvenes humanistas que dieron su tono a la nueva Universidad Nacional del Sur, fundada en los años 50: a Antonio Camarero (quien tradujo del griego “República” de Platón para la edición de Eudeba); y a Carlos Astrada, y a Rodolfo Agoglia, y al poeta peruano Alcides Spelucín Vega, y a Yole Vázquez Presedo, y a Exequiel Ortega, y a Jaime Rest, y al prehistoriador Antonio Austral. Y a Héctor Ciocchini, con quien Maffei cultivaba una relación como la de un padrino mayor y cariñoso con su ahijado. La mayoría de estas personas venían de La Plata. Hasta poco antes de mi ingreso, la Universidad había tenido como Rector a Vicente Fatone, historiador de las religiones, budista, traductor de Arnold Toynbee.

Cuando Maffei me presentó a Ciocchini, este era el Director del Instituto de Humanidades, cuya formación él mismo había orientado. Había sido alumno de Arturo Marasso, al igual que Julio Cortázar. La foto nos lo muestra en un homenaje a su maestro. Y allí en Bahía Blanca, oh milagro también, en un piso bajo de Colón 80, estaba a nuestro alcance la biblioteca de don Arturo, ese gran poeta y sabio humanista.

Yo sabía que Ciocchini había publicado varios libros de poesía. Y él tenía noticias de ese tímido lector que lo escuchaba: ese Minieri del que, por indiscreción de un común amigo, había sabido que a los diez años de edad leía la Ilíada. Pero la poesía de Héctor estaba afianzada sobre columnas de sabiduría, entonces empecé a saberlo un poco. En aquella charla nos describió la biblioteca de Amy Warburg, su curioso ordenamiento, las correlaciones entre libros que parecían de temas remotos, esa conexión que se expresaba en la obra de uno de sus lectores, Ernest Cassirer, sobre los símbolos. Y habló con sereno entusiasmo de los emblemas, de la iconografía, de sus pesquisas de imágenes. Y todo parecía tan alto y tan hermoso, y gracias a él tan claro y accesible, que daban ganas de ponerse a leer, ponerse a indagar, a escribir, a vivir.

Nos cruzábamos a diario con estos seres excepcionales. A nuestra vista estaban sus vidas cotidianas, sus familias. Vivían en el Barrio Universitario, en casitas iguales a las de los estudiantes becados, separadas tan sólo por el espacio de un camino interior o un jardín. Los veíamos jugando a la pelota, al cricket; algún estudiante participaba en el juego. Escuchábamos sus risotadas cuando los miércoles iban, como nosotros, a un cine barato que ofrecía episodios y dibujos animados. Veíamos pasar a “las nenas de Ciocchini”, bellísimas criaturas amadas por todos, cuando salían a jugar o pasaban para la escuela. Alguna vez nos animamos a festejarle un cumpleaños a Antonio Camarero, y le entregamos un pergamino escrito en nuestro macarrónico latín.

Transmito estas anécdotas para dar cuenta de un clima de época, de una vida universitaria de cercanía, de cálidas y cordiales relaciones entre discípulos y maestros. También esto fue deliberadamente agredido y cercenado por las dictaduras y las 3A.

Hubo quienes podían escuchar a Ciocchini casi a diario, en las clases de Estilística, la última y consagratoria materia de la carrera de Letras. Yo que había optado por la Historia me desquitaba leyendo sus trabajos en Cuadernos del Sur, o Los Trabajos de Anfión. Atesoraba sus palabras, dondequiera las encontrara. Un alma generosa se define aún en sus gestos más pequeños; recuerdo una dedicatoria suya en el libro que obsequió a un amigo común: "al caro amico e fraterno discussore". En esa frase estaba él, como amigo y como guía en el camino. Lo escuchaba en una reunión, o en la feliz casualidad de una conversación de pasillo.

Frases memorables

Recuerdo tres de esas conversaciones. La primera, ya narrada, cuando fuimos presentados. Otra en su casa, donde reunió a varios discípulos para formar un equipo de investigación, e indagar sobre algunos cruces entre la historia, los símbolos y las letras. (Ahora me pregunto si he estado haciendo otra cosa, aunque mi intento es a fuerza de martillo y escoplo, mientras que Ciocchini trabajaba con cinceles y balanzas de joyería.) En aquella reunión y compartiendo el café estuvieron Panofsky y Riegl, y otra vez Cassirer y Warburg y Sedlmair; y también Góngora y Gerard de Nerval. Una obra de arte es insular, nos decía. Está aislada en medio de un mar, pero le llegan todas las corrientes del agua y del aire.

Me sentí absolutamente ignorante, como todavía me siento ante este hombre; apenas estuve en casa me hice un programa de lecturas que siempre estoy empezando. He ahí otra cualidad del maestro: la de mostrar vastos paisajes de saber, suscitando un deseo que no iba a cesar.

Otra vez, él se detuvo a conversar conmigo en la Universidad; en el salón de entrada al edificio de Colón 80, donde todavía funcionaba el Instituto de Humanidades. Como yo había andado medio perdido, me sentí privilegiado por su atención, por su escucha, distendido él, apoyado contra la pared, sus ojos contemplándome tras los gruesos vidrios ambarinos de los lentes. Yo había terminado el servicio militar, y ahora era empleado administrativo en la biblioteca. Le conté de mis demorados estudios. En un momento, me preguntó si yo escribía. Y… sí, lo intentaba, pero, confesé “soy un poco jansenista.” Si un texto no salía perfecto, no lo aceptaba. Y ahí estaba detenido, ante una hoja en blanco y sobre la altura de un montón de papeles estrujados y rotos.

Me escuchó con atención, y después me dio una lección perenne. Habló, no de mis dificultades, sino de las suyas. Cada año, al aproximarse el fin del cursado, sentía las limitaciones de sus esfuerzos con gran parte de los estudiantes. Le habían inventado una imagen de tipo abstruso, inaccesible. Sin embargo, lo que les proponía era tan elemental… Una de las primeras experiencias era hacer un recorrido por las calles de la ciudad. Quizás ir en un colectivo, uno de esos rojos de la 500, hasta el puerto de Ingeniero White. A la vuelta, en el aula, silencio. Por el tiempo que fuera menester. Cinco, diez minutos… hacer silencio, decía. Lea “El mundo del silencio”, de Max Picard. Allí, en el silencio, iba a nacer una impresión. Luego se trataba de escribir a partir de esa impresión. Periódicamente, volver a ella, a esa aparición primera.

“En realidad es tan simple. Todo esto se aprende cuando uno se pone a escribir. Y para aprender a escribir, hay que ponerse a escribir. Luego, reflexionar sobre qué hacemos y cómo lo hacemos. Pero, ponerse a escribir. Es como para conocer el sabor del pan: ningún libro puede darnos el sabor del pan. Hay que comerlo.”

Si algo escribí luego, fue gracias al impulso y el ánimo que me dieron estas palabras.

Crímenes y dolores. Una lección de valor ciudadano.

Después de aquellos días alcionios, había llegado la dictadura de Onganía; ya no nos reuníamos a conversar, escuchar música y tomar un vino con amigos como el luminoso Mario Merlino (quien luego del 76 se exilió y se quedó en España), como Guillermo Quartucci, refinado poeta y crítico (que se exilió y se quedó en México, tras padecer una ordalía de cárcel, tortura y huída); como Nora Esperguín (que se exilió y se quedó en Francia, donde es conservadora en el Museo de Grenoble); como Lucía Gallay (que un día de 1975 fue a trabajar en su cátedra de la Universidad y encontró que el departamento de Humanidades estaba cerrado definitivamente con llave… y sólo quedaba irse). Y ya estamos mezclando evocaciones de los otros regímenes criminosos: primero las 3A, luego los asesinos de 1976 a 1983, militares y civiles.

Una de las hijas de mi maestro, una de aquellas nenas de Ciocchini, fue apresada en la Noche de los Lápices y torturada hasta la muerte. Llorábamos por él, pensando que no hallaría modo de salir de tanto dolor. Amenazado de muerte, él tuvo que exiliarse.

En 1983, cuando ya había regresado, le envié mi primer libro de poesías. Me lo agradeció de la mejor manera: sin elogios, señalando qué versos le gustaban y cuáles no habría incluído él. Ese mismo año publicó “Herbolario”.

En 1984 nos dio otra lección. Estábamos mirando en la tele el inicio del juicio a las juntas militares; un testigo al que veíamos de espaldas daba sus datos personales. Era él, que se había animado a testimoniar, en tiempos en que todo parecía aún muy inseguro. Nos enseñaba también que la poesía y el humanismo se hermanan con el valor cívico.

Algunas de sus páginas de esa época tienen un tono de invectiva contra esta patria de maltratos. (Habría que recordar que también Dante, amante de su patria, es no sólo el autor del dulce estilo; también escribió invectivas contra asesinos y tiranos.) Me llegó también la noticia de que en algún momento se había dedicado a la pintura.

Ahora tengo a la vista, regalo preciado, su antología “Como Espejo de Enigmas”. Y puedo leer sus escritos últimos, de los que transcribiré algunos en este blog. Y veo cómo este hombre afrontó el dolor. Sin desconocerlo, sin negarlo. Como la ostra perlífera, transformó el recuerdo de la herida en belleza, en poesía. Poesía que igualmente es dolor; pero más, mucho más, es triunfo de vida.

Pueden parecer endebles las palabras frente a la fuerza de las armas. Sin embargo, las palabras de Héctor Ciocchini siguen vivas y encendidas, mientras la obra de los asesinos que lo hostigaron se va desvaneciendo en la execración. Los que mataron y quemaron libros son y vuelven a ser derrotados por los que engendraron vida, escribieron libros, reunieron bibliotecas.

Río Colorado, 27 de diciembre de 2008.

(Escrito en base a recuerdos personales, a relatos de amigas y amigos aquí citados, a datos aportados por Cuca Andía y por la Introducción a su Antología, a cargo de María Fernanda Santiago Bolaños.)

Héctor Ciocchini. Textos de su última época.



Ilustración: tapa de la Antología de HEC, Linteo Poesía, 1999.








Héctor Ciocchini en dos textos de su última época

Egina


(De: Fragmentos de un Diario. 1995).


Marasso siempre decía: “Me combaten y me niegan como poeta por mi culto a Grecia.” No lo comprendía hace más de treinta años. Ahora lo veo claramente. Todo está dado para que la intolerancia en todos sus aspectos haya prosperado en la Argentina.
Pero, en mi viaje, varios acontecimientos prepararon lo que para mí fue una revelación. En el pequeño centro de la ciudad había varias librerías. Mirando en los atriles, vi la obra de Jean Roy, La nuit c’est le manteau des pauvres.
Venía de recorrer los espléndidos restos del templo de Afaia, Coré o Proserpina, la que desaparece. Vi a varios muchachos desnudos en una actitud casi de adoración. El sol de la siesta era tibio como una dulce caricia. Pedí allí por mi hija María Clara.
Luego, al volver a pasar por aquella librería vi la tapa del libro de Jean Roy. Era una niña blanca como una estatua. Era un cuadro de René Magritte. De la sien de aquella niña goteaba la sangre provocada por una herida de bala. Su nombre era Souvenir. El presagio era certero. Desesperado no pude moverme.
Simone Weil decía que la única manera de consolar a los sobrevivientes de los campos de concentración era mostrarles objetos de belleza. Quizá el destino me deparaba esa verdad terrible en un lugar como Grecia. Durante años sufrí en mi cuerpo las torturas que se le infligían. Y luego, el saber de las complicidades que se tramaron para tales hechos fue un motivo desolador. /…/
Sabía que yo no pertenecía a ningún sitio. Que era un ser marginado de la vida, y que pocos podían entenderlo. La hermandad en el dolor es fuerte y rara. El consuelo es animal, pero la herida continúa abierta y sin consuelo. Era inútil decirlo, explicarlo. /…/
Recordaba una frase de una carta de Nietzsche: “¿Qué se ha hecho de las almas grandes y tiernas?” El solitario de Alta Engadina, el lector de Hölderlin daba su respuesta lúcida, aunque no consoladora.



Preparación del Viaje



(De “Los usos de la tierra”, 1999)

Alivia mis dolores, dulce noche,
tierna madre que traes el reparador sueño;
tú preparas mi viaje, esa encendida
llama de amor que me devuelve
a mi origen primero.
Liviano y distraído, fui como un niño
entre sombras y dudas,
en la tierna candidez que creaba
sus dioses y sus héroes.
Como una adolescente, mi alma se despoja
de su túnica, y en su otra mano lleva
el fruto que le entregó la vida.
En semisueño velas por un tránsito
que fue dolor e intenso gozo,
equivocado y solo,
por la selva
que odio y amor estrechan
en durísima fronda.
Unos ojos dulcísimos me aguardan,
los ojos que consuelan y apaciguan,
que el trovador y el místico entrevieron
nimbados de alegría más que humana.
Será dulce dormir en la mirada
de una justicia que es consuelo y gracia.

21-VI-1995.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Héctor Ciocchini en dos poesías

Héctor Ciocchini, en dos de sus poesías

Fue un noble hombre, un maestro afable y certero, un dignísimo poeta. Podía hacerte romper el cascarón tan sólo con una frase que después seguirías pensando durante años – me sucede a mí, que lo veo ahora, presente, que oigo su palabra al pie de la letra, cuarenta años después. Y fue un ciudadano valiente, que se atrevió a testificar contra los asesinos de una generación. .

Hay muchos motivos para recordar a Héctor, y muchos de sus mundos que esperan ser recorridos. Quiero volver un día de estos a hablar de él, como él lo hizo para rendir homenaje a su maestro Arturo Marasso, y como a su vez Marasso lo había hecho con Joaquín V. González. Lo haré, cuando supere la vergüenza, cuando me resigne a dejar de manifiesto lo poco que sé de hombre tan excelente, lo poco que mi ignorancia me permitió comprender de él. Con lucidez, Carlos Penelas me señala un camino en este empeño; él ha retratado al hombre y al poeta con trazos claros y luminosos.

Por hoy, les presento a Héctor Eduardo Ciocchini (La Plata, 1922 – Buenos Aires, 2005) en dos de sus poesías.

Las orillas desiertas
I


Reposa tu cabeza
torturada de sombras y tormentas:
sea la lluvia un saludable olvido
en su morosa destilación
sobre las piedras inmemoriales.
Después de cada viaje
en los recintos ardientes del amor,
en su azaroso olvido,
vuelvo a reconocer mi soledad
como un ciego las piedras de su casa.
Y así en la gruta del deseo,
en donde se repiten los sueños de los padres,
vuelve a llorar una sabiduría
en que sólo se atisba la corriente
de un mar brutal y sordo
que renueva incesante su pasión.

(De: Herbolario, 1982).


A María Clara

Sálvame, martirizada,
de la crueldad del amor, de los seres humanos,
de su feroz herida. Llévame
a la serenidad del canto.
Que mi plegaria sea ponderada, un bálsamo
para mi inquieto corazón.

Tú que sufriste todos los martirios
calma este agudo dolor, la soledad de la edad y de la muerte
asomando sus pies debajo de mis pasos.

Amor que me das muerte
retira la crueldad de tus armas,
cede tu paso al sueño y al reposo.

(De: Homenaje a John Keats y Fragmentos de un Diario, 1995).

martes, 16 de diciembre de 2008

Georges Navel, I. Les presento a un compañero.

Georges Navel, 1904 - 1993.


“El hombre vive de sus manos. La vida es lo que se toca.”(*)

Santos de ninguna iglesia
Georges Navel. Manos, huídas, presencias, trabajos.


Lo nombré días pasados, al comentar el trabajo de los panaderos. Desde ese momento les debo a quienes no lo conozcan una presentación del compañero Georges Navel.

Confesaré un sesgo que es una limitación: no logro ponerme en lector de Navel - frente o contra una página suya. Me siento hermanado con él desde que abrí su libro “Trabajos”. Hermanado en esa cuota de suerte que da la pobreza, cuando la necesidad refuerza la curiosidad, y desde chicos aprendemos oficios y tareas hasta alcanzar una “pobreza experta”.

Obrero y campesino

Navel se presentaba como obrero matricero, aún en tiempos en que ya había motivos para considerarlo escritor. En el trabajo fabril, fue esa la calificación mayor que obtuvo.

Había nacido en 1904, último entre trece hermanos de los que cinco habían muerto al nacer. En su familia lorenesa de campesinos proletarizados los chicos salían pronto a buscar trabajo, y la mamá hacía tareas en el campo.

“Mi madre me tuvo a sus cuarenta y siete años. Siempre la conocí como una madre, como una mujer cuya belleza no cuenta, sino la bondad, el calor, la mano que te alcanza panes con manteca.”…“No sabía leer, pero tenía las manos de todas las madres”. (*) La recordaba en sus encuentros con las otras mujeres, puesta a compartir dolores y a buscar palabras, palabras de ánimo o de resignación. Ella le transmitió saberes campesinos, gestos, amor a la naturaleza.

“Me esforzaba por conocer el lenguaje secreto de la naturaleza. Con los ojos cerrados y el aliento detenido, trataba de unirme al silencio de la piedra, de la savia de los árboles, esperando una iluminación: el conocimiento de la más alta felicidad.” (**)

La búsqueda de la felicidad sería una clave de la persona de Navel y de su trabajo de escritor, anudando vida, política, poética y revolución. Se lucha por un futuro, pero se debe ser feliz hoy.

Su papá, un “patriota, republicano y anticlerical”, fue obrero de un alto horno; terminó viendo su fábrica quebrada, su República amenazada, y sus hijos agotados. “Tenía más de sesenta años. De ellos, cuarenta en la fábrica. Le habían dado una medalla por los 30 años de buenos servicios, pero el capataz todavía le gritaba. Cuando ya no pudo trabajar más, le dieron una pensión que equivalía al precio de un litro de vino o de un atado de cigarrillos por día.” (*)

La niñez de Georges “no fue desafortunada; jamás pasé hambre. Que yo recuerde, ni mi madre ni mi padre me castigaron nunca. Yo sólo sufría verdaderamente en la escuela./…/ Como todos los chicos, tenía tantas cuestiones que debatir, que resolver interiormente… preocupaciones que no estaban en la gramática, la geografía, el cálculo. Los he olvidado, lamentablemente. Habría podido aprender todo eso y aún más, de haber sido de una manera diferente.” (*)

Escuela, fábrica, milicia

Primera huída: a los doce años Navel escapa de esa escuela que siente como un encierro; es una resistencia por la vía de la deserción.

Se emplea a los catorce años en Lyon, como obrero de fábrica. Para entonces “ya tenía mucho leído.” Charlando con los soldados, había aprendido que “la guerra no era problema de Alemania, sino de unos señores gordos que fumaban cigarros, los capitalistas.” (***) En Lyon, con sus hermanos mayores y con los compañeros, conoció el sindicalismo anarquista. Era entre 1918 y 1920: Europa vivía un despertar revolucionario. Asistía a cursos vespertinos, a la Universidad Popular, al Nido Rojo (donde se elaboraban poesías y canciones revolucionarias).

“Fue una iluminación: comprender que el saber y la inteligencia no eran privilegio de los ricos, los bien nacidos. Adherí a esta sociedad de hombres libres y a la causa de la emancipación del género humano.”/…/“El poco dormir, las comidas fugaces, las discusiones y las lecturas me tenían en un estado febril. Estrechaba las manos de compañeros en los mitines, en las reuniones; la mayor cantidad de manos posible. Cada mano, una certidumbre. Fue un invierno sin tristeza. Yo no tenía abrigo, pero si a veces temblaba, era sólo de exaltación.”
(***) La revolución rusa concitaba esperanzas; “todavía no sabíamos lo que empezaban a hacer el gobierno bolchevique y la Checa, también con los anarquistas.”

Luego de 1920, esas noticias, más las diferencias entre vanguardias y los fracasos políticos y gremiales, generan un clima de pesimismo entre los compañeros de Navel.

“Dejé de creer posible la transformación de la sociedad burguesa en una libertaria. Uno se sentía en un mundo sin pies ni cabeza; como si el hombre hubiera sido arrojado a la vida como a un pantano, donde sólo podía subsistir castrando su conciencia y escalpelando su razón.” (*)

En la fábrica, vivió una experiencia de doble faz. Por un lado, descubrió un placer del cuerpo en el esfuerzo: placer que se adquiere con la maestría, con el logro de movimientos perfectos. Como contracara estaba lo que él llamó “la tristeza obrera”: “la tristeza fatal de la gran industria. La marcha matinal de batallones que van hacia la fábrica, contra su muro, hacia su portal.”…“La idea de que vivir es una serie de trabajos alineados, cada mañana lo mismo. Los hombres son los que hacen el trabajo, no debieran ser hechos o deshechos por él.” (**)

Segunda huída de Navel. A los dieciocho años, deja la fábrica. Se propone “ver el país, como un modo de hacer mi bachillerato.”(*)…“Buscaba una vida más plena, en la que dependiera de mis fuerzas y viviera físicamente, en la que todo fuera acción directa, creación.” (**) Por entonces ya “había descubierto, algo tarde, que hay un principio de felicidad en el pensamiento, la meditación, la ensoñación, la reflexión… haga uno lo que haga, si se halla solo y marcha tranquilo.” (*) De modo que “vivía dos vidas a la vez, la vida interior y la vida práctica.”

En su andar por toda Francia, se desempeña como terraplenero en los Alpes, jardinero en Niza, pintor de obra, cosechador de lavanda, de heno, de tilo, de cerezas en el Mediodía; es peón de salina; alterna con temporadas como obrero ajustador en París y Lyon, en las fábricas de autos. Y a la par de todos estos trabajos, va desarrollando su pensamiento, en conversaciones con los compañeros y consigo mismo.

Tercera huída: cuando en 1927 lo declaran apto para el servicio militar, Navel salta los muros del cuartel. Durante cinco años vivirá bajo una falsa identificación. Y como ha empezado a escribir, publica poesías y críticas literarias bajo su nombre ficticio.

Otros compañeros que son hombres de letras (Emile Malespine, Bernard Groethuysen, Jean Paulhan) lo han animado a este nuevo trabajo, y le brindan páginas en sus revistas. En su libro “Pasajes”, Navel va a recordar la primera vez que cada uno de ellos le dio físicamente la mano.

En 1932 asume su identidad, se presenta a las autoridades, y lo sancionan con diez años de cárcel. Luego lo alistan en un regimiento; y después de cinco meses, lo dejan en libertad. Desde entonces iba a vivir en el campo, dedicado a escribir como tarea habitual, que combina con la siembra de papas, la plantación de viñas y nogales, la cría de pollos y conejos, la apicultura. Colabora con diarios y revistas de izquierda; como corrector de imprenta, adquiere un vasto saber gramatical y literario. Ha formado pareja con Marie Ferrari y tiene una hija, Claire “de temperamento feliz.”.

No todas son fugas. En 1936, aunque la República Española todavía no convocaba a voluntarios de otros países, cruza los Pirineos y se une a las milicias anarquistas contra los fascistas en el frente de Aragón. Percibió las limitaciones de estas fuerzas, y previó su derrota militar.

No todas son fugas, no. Bajo la ocupación alemana, trabajó para la Resistencia francesa. Años después, durante la guerra de Argelia, firmó el Manifiesto de los 121, que convocaba a la insumisión frente al gobierno francés: una sola e inolvidable carilla. Cada firmante de ella se arriesgaba al cadalso (1961).

Desde 1942 Navel había retomado lo que llamó “el trabajo de la pluma”, que también le costó fatigas pero con el que logró establecer los hábitos que llevan a sentirse feliz trabajando. En 1945 publicaba su primer libro, “Travaux”, también el más conocido. Por entonces encontró a su pareja definitiva, Denise. Y siguió escribiendo, publicando, enviando cartas que iluminan la tarea del poeta, hasta el día de su muerte en 1993.

Alabado seas, Georges Navel, por tus fugas; alabado seas por tus actos de presencia; alabado seas por tus manos; alabado seas por todos tus trabajos.

(*)Travaux
(**) Chacun son royaume
(***) Passages

Georges Navel, II. Textos, o el trabajo de escribir.


Algunos textos de Georges Navel


Manos

“El hombre vive de sus manos. La vida es lo que se toca.” (*)

La fábrica

“Fue con temor que entré por primera vez en la gran nave de la fábrica Citröen de Saint Ouen. Al entrar en este barullo formidable, me decía: Viejo, vas a sufrir acá. ¿Cómo vas a aguantar en este estrépito?

Veía a los demás, ante todo los matriceros, cuyo trabajo exige calma y concentración. Ante grandes mármoles, posaban el trusquín, trazaban una línea, luego se hacían un poco atrás para mirar de nuevo los diseños en las grandes hojas azules, una línea nueva para trasladar. Hacer esto en medio del estruendo me parecía un desafío, me asombraba que una nave tan bullente, tan agitada, pudiese ser un taller. ¿Cómo hacían los matriceros, los torneros, los rectificadores, para no perder el norte? /…/

Todo el espacio, desde el suelo hasta el techo de la galería, estaba cortajeado, surcado, ocupado por el movimiento de las máquinas. Los puentes rodantes corrían por sobre los fijos. En el piso, sobre caminos estrechos, circulaban en congestión carritos eléctricos. No había lugar para fumar. En el fondo de la nave, prensas colosales daban forma a los largueros, los capots, los costados, con un sonido de explosiones. /…/

Los coches de un modelo nuevo no habían salido en la fecha prevista. Esto suponía una gran pérdida para la Citröen. /…/ Se ganaba tiempo, pero se lo perdía para esperar la amoladora, la perforadora, el puente rodante. Estos huecos en la organización de una fábrica que pasaba por funcionar a la americana, para nosotros significaban fatiga.

Más que la insistencia de los jefes, el enorme tam tam de las máquinas aceleraba nuestros movimientos, tensionaba nuestros movimientos, tensionaba nuestra voluntad de ser rápidos. /…/ Afuera, la fábrica me seguía; había entrado en mí; en mis sueños, yo era máquina. Toda la tierra no era sino una inmensa máquina, y yo me había transformado en un engranaje.” (*)

Apicultura

“Hablan de que en la colmena hay una reina; pero nadie ha sabido que esa abeja esté dando órdenes o estableciendo leyes. En realidad, debiera decirse la Abeja Madre.” (**)

La tierra canta

“No hay terraplenero que no se regocije cuando lanza la palada. De la repetición del mismo esfuerzo nace un ritmo, una cadencia en la que el cuerpo encuentra su plenitud. Antes de la fatiga, si la tierra es buena se desliza bien, canta sobre la pala; hay por lo menos una hora en la jornada durante la que el cuerpo es feliz.”… “Se trata de que uno esté siempre conciente: del momento, de las cosas, del gesto.” (*)

Otra tierra

“La tierra de París no tiene olor.” (*)

El tiempo de las cerezas

“¿Por qué uno viene a la cosecha? Pagan poco en la cereza. Fidelidad a la estación… Es un encuentro con antiguas felicidades: un olor de heno, la luz de mayo, ensoñaciones. Conocí a un viejo panadero que, desde hacía veinticinco años, cuando llegaba la temporada dejaba la artesa y venía a fin de abril. Uno se siente cambiado, la piel se endurece, no es tan sensible, sufre menos el clima. Después se siente un nuevo toque de frescura, alcanzado por gracia. Un año yo volví por un aroma de retama, o por haber visto en un camino a un campesino bajo un gran paraguas azul, una mañana de lluvia fina de mayo. No se sabe por qué se vuelve. Comer cerezas hasta hartarse… Se cuentan los años, uno sabe que ha vivido una primavera más, se ha sentido sobre la tierra cuando retornó el mes de mayo. Es una fiesta que se da el trabajador temporario, cosechando primavera durante un buen mes. No se siente en ningún lado tan bien como encaramado a un cerezo, con los pies descalzos sobre las ramas, la espalda desnuda al viento, un hombro al sol y otro a la sombra, realmente en Provenza. Las escaleras le dan al cosechero una flexibilidad de gimnasta. Posado en tierra para cosechar las ramas bajas, siente la hierba en los pies desnudos. El invierno había dejado en los grandes zapatos un cadáver, un hombre blanco que andaba sin placer. En las cerezas uno se vuelve negro, gitano, con los riñones felices al caminar. Y no sólo los riñones: cada fibra, cada músculo hace su juego. Hacía tiempo que no se respiraba sino de un modo neutro, como cuando uno duerme. Nuevamente se respira con nariz de perro; no se respira, se bebe el aire en pequeñas copas y a grandes tragos por las fosas nasales. Son tantos los momentos en que uno se siente vivo, despierto al mundo…” (*)

(Será quizás por pensamientos como este que la canción de la izquierda francesa es "Le temps des cerises"?)

Programa

“Me propuse eliminar la imagen vaga que se tenía del obrero.”

Inspiración, método, escritura. Estado estético, locura a voluntad.

“No sé si esta pequeña iluminación de un breve retorno de la memoria de lo más vívidamente vivido reencontrará su camino o su encrucijada. He encontrado o practicado una especie de método favorable a una especie de permanencia del estado o de los poderes de la inspiración, estado fugitivo que conozco, pero raramente, por instantes, de tanto en tanto. A diferencia de la mínima inspiración fugitiva, o estado de vivo despertar, que luego demanda trabajar en frío de manera más o menos prolongada, busco un flujo constante que no me plantee esa exigencia. No lo consigo siempre, pero no hay trabajo en frío. Lo torrencial de ese flujo me incomoda, me siento diferente de como soy por lo común, demasiado invadido por la abundancia de recursos interiores de los que hasta ese momento venía sintiendo la carencia, salvo por breves momentos. Es demasiado, demasiado. En el momento mismo en que me ponía a plantar unas papas, tuve que dejar la tarea para venir a la mesa. Remitido a un momento de la infancia, creía vivir el tiempo como lo vivía mi madre, nos confundíamos, yo estaba allá. Escribí algunas pequeñas simplezas, poemas cortos, expresiones del momento. La fiesta se prolongaba, la ola no se retiraba sin dejar nada. Lo muy vívido no tenía aún voz. Había alcanzado ese estado en una mañana /…/ sin droga, sin alcohol, sin movimiento /… / sino bajo el efecto de los medios probados de pequeña felicidad. Esta atención absoluta, maníaca, voluntaria a los gestos y las percepciones, este poder de evocación y comprensión… Pareciera que este género de fenómeno se llama “estado estético” … Un estado de dulce locura, nada inquietante, que yo había esperado y provocado.”/ …/Confiaba hallar una maestría de los recursos del espíritu tal que me permitiera volverme loco a voluntad. /…/ Sin este pasaje por la experimentación de un retorno al mundo como cosa nueva, sin la parte de chifladura que entraba en esta experiencia, jamás habría escritos ciertas páginas sobre las cosas del trabajo. La prosa, la escritura recitante, no moviliza la inspiración de la misma manera o con la misma intensidad que lo que llaman poesía, eso otro indefinible.” (***)

Poesía y cancionero popular

“Como hacen los editores grandes, que de vez en cuando publican una obra excelente que no tiene muchos lectores, debieran hacer los editores de discos exitosos, de canciones, asumiendo la publicación de colecciones de poesía. No lo diría con total certeza, pero me atrevo a imaginar que sin la “poesía grande”, la canción popular que hasta el menos lumbrera escucha, sería casi muda o muy inferior. Aunque desconozco al autor, cuando escucho la canción “Llueve sobre la ruta”, diría que la canción y el tema hallan su origen en Verlaine: “Llora mi corazón como llueve sobre la ciudad”. (****)

(*) Travaux, Paris, 1946.
(**) De sus cuadernos de apicultura.
(***) Cartas al poeta Claude Kotelanne. Pág. 2, Meudon, 9 de mayo de 1967. En: A contretemps, nro. 14-15, décembre 2003.
(****) Ibid. Laval d’Aix, 28 février 1972. pág. 8.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Arte y esfuerzo de la galleta, I



En la foto, la bandeja con la masa para las galletas, a punto de ser
puesta en la cámara para leudar



Arte y esfuerzo de la galleta, I


Valga este madrugón que hoy me infligí, y valga este texto, para poner en palabras un arte y un oficio en trance de perderse; y para pensar en lo que significa para quien lo ejerce.

Se trata no sólo o no tanto de sentirse rescatador de algo; sino tan sólo de observar una tarea que, a pesar de su relativa modernización, pareciera seguir teniendo rasgos propios de los trabajos creativos tradicionales (esos que vienen desde el Neolítico). Una labor que supone sentido del tiempo, decisiones individuales, destreza, asignación de forma; y que recoge la herencia de diseños probados en una dilatada tradición.

Un nudo marinero dista de ser lo mismo que un adhesivo vinílico; comporta un acopio particular de antiguos significados, da pie a una especial diversidad de lecturas. Algo parecido, creo, sucede con la elaboración de estas formas de pan tradicionales y con formatos diversificados; nos reitera un mensaje de sentidos que es otro disfrute, aunado al sabor del pan mismo. Y hablando de sabor, no olvidemos que nuestro vocablo “saber” viene del latino “sapere”… que no es ni más ni menos que paladear. ¿Habrá paladar más regalado que el de quien puede disfrutar a la vez de los sabores materiales y también de los otros, los que remiten a una historia de símbolos? ¿Será por eso que el buen vino y las bebidas nobles se disfrutan doblemente?

(Fui esta mañana a observar lo que hacen los panaderos en la cuadra, pensando que acaso este trabajo fuera menos alienante que el común de ellos. Ahora no sé si es tan así. De ahí las idas y vueltas que ocupan los últimos párrafos de la parte II de este texto.)

Ha sido en la panadería Mar y Sol, de Víctor Klein, donde asistí a la gestación de la galleta de campo. Es un fruto de horno cada vez menos frecuente en nuestro país, salvo en zonas de población rural relativamente numerosa. Se la compra para llevar al campo en lugar de pan, porque está hecha de tal modo que al cabo de unos días se transforma en una especie de bizcocho aireado, suave y seco. Los consumidores la llevan en cantidad (una bolsa cada varios días). Para acompañar un trozo de jugosa carne asada, no se ha inventado mejor especie de “empanaje”, como decían antes.

En los pueblos donde se sigue elaborando galleta de campo (que para la Real Academia es “galleta maría”), la gente se pasa el dato acerca del lugar donde mejor la hacen. Aquí en Río Colorado mencionan la panadería de Klein (otros la del vasco Azanza; otros, la de Nito López). Klein logra una masa liviana, aérea y hojaldrada, que resulta irresistible, ya sea calentita, apenas sacada del horno, o cuando se seca y se transforma en leve y crujiente bizcocho.

Hoy a partir de las 4.30 de la mañana pude asistir al secreto de la preparación de esa masa, que culmina en su hojaldrado. Es alquimia. La maravilla reiterada del tiempo, que obra como ingrediente fundamental para las masas.(Esto último suena a pensamiento político; quizás lo sea).

Víctor Klein está acompañado en la tarea por Sergio Wolf. Los movimientos de ambos parecen responder a una partitura silenciosa. Son como pasos de baile cuidadosamente pautados, en los que no se pierde ni un segundo; no se rozan una sola vez, no se superponen gestos ni se entrechocan a la pasada.

Me dice Víctor que la masa básica para la galleta es la misma del pan. Sólo que los tiempos de elaboración son distintos. La protomasa espera unos 45 minutos más en la amasadora, mientras los muchachos se dedican a sobar, dar corte y forma a los flautines y felipes en crudo, hasta que quedan listos, tapados, esperando a que se los introduzca en la cámara de ambiente tibio donde van a leudar, al abrigo de cualquier cambio de aire.

Ahora le toca el turno a la masa que quedó esperando, para que con ella se preparen dos tipos de galleta: la “trincha”, que como su nombre lo indica es un tipo de trenza con ocho orejas infladas; y la que vinimos a homenajear, la clásica “galleta de campo”.

Durante un buen rato la pasta será trabajada por la amasadora, con agua fría (para que la levadura no comience a actuar antes de tiempo); se le agrega otro poco de harina, que ayudará a formar el hojaldre.

Una vez hecha, la masa de las galletas se extrae de la máquina. Víctor la distribuye en cuatro grandes tortones. Sergio los lleva, uno por uno, a la sobadora, donde los hace pasar y repasar. El ritmo de la máquina no permite distracción. Allí se transforman los tortones en una especie de gruesa manta de masa, doblada sobre sí misma, una y otra vez. Cuando el panadero se da por conforme, lleva esa manta blanca a la mesa de trabajo, y recomienza con otra. Así hasta terminar con los tortones.

Acto seguido, el corte. Con un molde pequeño se cortan redondeles de esa gruesa man-ta. Los redondeles se adhieren sin agregado alguno entre sí, en filas de a cuatro; cada una de ellas formará más tarde cada una trincha. Después. con un molde de mayor diámetro se cortan otros redondeles, y se los adosa de dos en dos para formar la galleta de campo.

Hecho esto, se tapan también estas masas con liencillos, como ya se ha tapado a las anteriores. Todas las masas, desde los flautines hasta estas últimas, están aguardando un nuevo paso, que consiste en introducir la torre de bandejas en una cámara cerrada en la que hay un pequeño calefactor encendido. Allí comienza el proceso de leudado.

Mientras eso sucede, nos vamos a casa a tomar un café. Volveremos a la cuadra a eso de las 7.30, para presenciar la puesta en horno de la trincha. Y otra vez a eso de las 9, para la puesta en horno de la galleta de campo.

Panadero de símbolos, durante estos intervalos trato de amasar un texto que acompañe a las fotos, que describa esta especie artística en extinción, para dejarlo leudar y luego ponerlo en el horno – y finalmente para servírselo a los amigos que esto leen, en el lustroso mostrador del blog.

viernes, 12 de diciembre de 2008

El arte de la galleta, II


Espiamos en el horno: la galleta de campo ya se está dorando.


Arte y esfuerzo de la galleta, II

Vuelvo a la cuadra (inmaculada como un quirófano) a las 7.30; los maestros ya están llevando al horno los flautines y felipes. El proceso de cocción dura entre 40 y 45 minutos. La regulación del horno automático es perfecta; comienza humectando la superficie de los panes, para que puedan crecer, sin que se les forme una corteza demasiado dura desde un comienzo. Luego va siguiendo una programación estricta, que permite lograr panes dorados, esponjosos y perfectamente cocinados.

Un rato más tarde, Víctor y Sergio colocan las masas para galletas en otro horno, a medias manual. Las ubican en hilera sobre una larga pala, y allí van al interior del espacio de hornear.

Tanto los flautines, como las trinchas, como las galletas, pasan por un momento fundamental en este proceso artesanal: el corte de piel. Es un tajo en la faz de lo que será cada producto; permite que durante la cocción, cuando la expansión de la masa prosigue y culmina, el pan o la galleta vaya aumentando de manera prolija y armoniosa.

Ese corte ha perdido algo con la modernización. Hasta mediados del siglo XX, se lo solía hacer en cruz o recordando alguna letra. Ahora es una simple incisión recta; la organización para el ahorro del tiempo y del trabajo habrá contribuido a este cambio, desacralizando un gesto antiguo.

Me parece que ha pasado muy poco tiempo cuando Klein me invita a mirar y fotografiar el interior del horno: las galletas de campo ya están dorándose.

Insisto, esto es un milagro. Tan reiterado, que hemos dejado de percibirlo. De un montoncito de harina y agua, hemos llegado a esta forma esférica, esta pompa de buen alimento, tan dorada y leve. Quién descubrió esta misteriosa operación de la levadura; quién estableció esta forma, esta esfera dorada en la que concluye una cocción…

Víctor me cuenta que llegó a Río Colorado con su familia cuando era chico. Que en la Escuela 91 tuvo que soportar esas agresiones racistas con que se vejaba, entre otros, a los “rusitos”. Que un buen día se cansó y decidió buscar trabajo. Y lo encontró – primero en la Cooperativa de Panificación de Villa Mitre, y después, durante muchos años, en la panadería de Azanza. Hasta que un día pudo tener su propia empresa, y se despidió de esta última panadería, sin pretender siquiera una indemnización.

En un tiempo fui empleado de banco. Esa actividad me permitió conocer a distintas personas en distintos trabajos. Entonces vi cómo cada trabajo produce a quien lo practica, genera una actitud particular. Los panaderos que conozco son por lo general de conducta límpida, sin trampas; cuidadosos y mesurados. Por lo general, no se enriquecen con su actividad. Van viviendo y logrando lo necesario, nada más. Estas personas con quienes hoy estuve confirman esa apreciación.

En cuanto al grado de alienación o de placer que conlleva este trabajo, pude observar por una parte ese ritmo exigido, que no deja espacio para un instante de distracción. Para cada minuto hay una tarea que hacer. Y las máquinas contribuyen a marcar ese compás. Como ya lo observaba Georges Navel "más que la insistencia de jefes o gerentes, el tom tom de las máquinas acelera nuestros movimientos." Sólo que en su libro "Trabajos", él se refería a la fábrica Citröen; en cambio nosotros estamos en un ámbito que supuestamente guarda aún algo de artesanal, de pequeño taller. La presión no pareciera ser menor, sin embargo.

De todos modos, se nota en algunos momentos la satisfacción por la tarea. Volviendo a Georges Navel, "el oficio no es tonto ni embrutecedor. Hay que trabajar en flexibilidad, vigilar los movimientos"... Él se refería al trabajo de pala y pico, y concluía "no hay cavador que no se regocije al arrojar una buena palada."

Entre la fatiga y el control extremado de los movimientos, entre la disciplina de la tarea y el placer de ejecutarla, está lo tópico y lo utópico de este trabajo.

...

Vayan algunos datos para concluir esta comunicación. El significado originario de “galleta” habría sido “guijarro” – algo así como un canto rodado. La relación se debe a la forma redondeada del producto.

El término apareció en la España del siglo XVIII: provenía del francés “galett”. Pero la galette francesa es un pastel redondo de poco espesor, o una crêpe hecha con trigo sarraceno. Nuestro guijarro es en cambio monumental, un globo de aire y hojaldre. En cuanto a la palabra misma, galette es diminutivo de un diminutivo: galette <<>cal piedra.
...
En trabajos como el de artesano panadero, en el manejo de los nudos, en los juegos tradicionales y la literatura oral, hay quizás más de lo que se ve, más de lo que puede narrarse en un manual o puede hacer un aparato. Cuántos sentidos y misterios transmite la rayuela, o insinúa y vela una ronda tradicional, un cuento folklórico “infantil”… De todos modos, espero que más pronto que tarde alguien esté demostrando que los juegos de computadora, o los juegos en red, o ciertas películas y series, reiteran las estructuras simbólicas de los juegos iniciáticos y de los cuentos de desvelamiento.

Mientras tanto, sirva esto como un alegato para fomentar el consumo de galleta de campo. Me dice Víctor que, debido la sequía que se ha producido en esta región, con la consiguiente liquidación de vacunos y el abandono de campos, el consumo ha disminuido a la mitad.

Mientras miro al interior del horno, donde se están dorando las enormes galletas, escuchamos el cantar de una lluvia abundante, que por fin se decidió a venir. Buen presagio.
...



martes, 9 de diciembre de 2008

Palabras de amor. La última carta de Nicola Sacco contra algunas mentiras.


(Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti durante la parodia de juicio.)



Palabras de amor. La última carta de Nicola Sacco a su hijo Dante.

Karol Woijtyla, llamado luego Juan Pablo II, postuló en alguno de sus documentos una “civilización del amor”. Bella consigna por cierto, que a uno le suena a trovador provenzal – alguno de aquellos cantores de un país que fue asolado por una Cruzada ordenada por un Papa antecesor del propio Woijtyla, genocidio y culturicidio del cual nadie en la Iglesia Católica se ha arrepentido hasta hoy.

Este cura Woijtyla mentía, en un intento de hallar una coartada para encubrir la complicidad de la dominación de la Iglesia con las demás dominaciones. La verdadera y férrea consigna es Ama a tu patrón más que a ti mismo, pero no ames al compañero que viene a proponerte rebeldía”.

La bella consigna de "la civilización del amor", poco tiene que ver con la ideología y la práctica del propio Woijtyla y de su inmediato sucesor, el ex integrante de las Juventudes Hitlerianas, a las que nunca renunció, Joseph Ratzinger, llamado Benedicto XVI. (¿Alguien vio la carta de renuncia? ¿Alguien ha escuchado que este blanquísimo cura haya dicho que le erró y haya pedido disculpas? Sólo nos quedan las fotos de él levantando la mano derecha. ¿Era para pedir una hostia?)

Una muy buena idea, esa de la civilización del amor. Como para preguntarse: ¿quiénes constituyen y forman la verdadera civilización del amor, civilización a la vez utópica y venidera? ¿En qué actos, en qué palabras la fundan?

Mi parecer es que sólo aquella/aquel que juega su cuerpo, su nombre y su recuerdo a la revolución, es capaz de pronunciar verdaderas palabras de amor. No son pues palabras de amor las de Ratzinger, ni las de quienes lo adoptan como guía. “Un ciego sólo puede guiar a los otros ciegos al abismo.” No son palabras de amor las que se pronuncian en las telenovelas, ni las de estos falsos profetas. Todas ellas están tasadas, a tantos pesos por vocablo exitoso, por punto de rating, o por colecta conseguida.


El 23 de agosto de 1927, el obrero inmigrante italiano Nicola Sacco y su compañero Bartolomeo Vanzetti fueron electrocutados en la prisión estatal de Charlestown, en el Estado muy blanco anglosajón, garantista, progre y demás, de Massachussets. Se los había acusado de haber asesinado a un pagador y a un sereno para robar la caja de sueldos de una empresa en ese mismo Estado.

Ya por entonces habían aparecido muchos indicios de que los dos condenados no eran autores de esos asesinatos. Se comprobó que jamás habían matado a nadie. Pero se los juzgaba y condenaba, en realidad, por ser activistas de un movimiento de trabajadores contestatario, y por haber luchado contra las patronales explotadoras.

Para ver de qué lado están las letras del amor, y si es del mismo lado que las letras de la verdadera justicia, los invito a leer algunos textos contrapuestos: un considerando de la sentencia que dictó el inicuo juez Thayer en 1926 contra la vida de estos hombres (una frase en la que el juez establece dónde está la moral, y cómo, para él y su clase, lo revolucionario es inmoral); el mensaje de este mismo juez a uno de sus amigos; la única frase que nos queda de Celestino Madeiros, ejecutado por crímenes comunes junto a Sacco y Vanzetti; las palabras de Bartolomeo Vanzetti en los instantes anteriores a su ejecución en la silla eléctrica; y el texto de la última carta de Nicola Sacco, dirigida a su hijo Dante.


Un considerando de la sentencia dictada por el juez Thayer


“Aunque el reo pueda no haber cometido el crimen que se le imputa, es culpable sin duda desde un punto de vista moral, porque es enemigo de las instituciones vigentes.”


El mismo juez Thayer le comenta su sentencia a un amigo


“¿Viste lo que les hice a esos cabrones anarquistas el otro día?”



Habla el “delincuente común” Celestino Madeiros


Esto dice, luego de auto inculparse por los asesinatos falsamente atribuidos a Sacco y Vanzetti

“¿No ven que estos no pueden haber matado a nadie? Vi venir a la mujer de Sacco con los chicos, y me dio pena por los chicos.”


Ultimas palabras de Bartolomeo Vanzetti, al pie de la silla eléctrica.


“Quiero deciros que soy un hombre inocente. Nunca he cometido un delito, aunque sí a veces algún pecado. Soy inocente de todo delito. No sólo de este, sino de todos. Soy un hombre inocente. Quiero perdonar a algunas personas por lo que ahora me están haciendo.” (Bartolomeo Vanzetti tenía 49 años de edad).


Carta de Nicola Sacco a su hijo Dante
(18 de agosto de 1927).

Mi querido hijo y compañero:

“He tenido siempre la idea de escribirte esta carta, pero la huelga de hambre y el pensamiento de que tal vez no lograra explicarme bien me han hecho retrasarla todo este tiempo. /…/

Si no ocurre nada entre el viernes y el lunes, nos electrocutarán el 22 de agosto… Por lo tanto, aquí estoy contigo lleno de cariño y con el corazón abierto, como he estado siempre en el pasado. /…/

Creo que nuestro afecto recíproco es hoy más profundo que en cualquier otro momento, pues no sólo es muy grande, sino que se puede comprobar el amor fraterno no solamente en la alegría, sino también en la lucha y en el sufrimiento. Recuerda esto, Dante. Hemos demostrado esto y, modestia aparte, estamos orgullosos de ello. /…/

Lo que voy a decirte ahora te va a conmover, pero no llores, Dante, porque se han derramado muchas lágrimas en vano, y tu madre ha llorado durante siete años sin que sirviera para nada. Así que, hijo mío, en lugar de llorar, sé fuerte para poder consolar a tu madre, y cuando quieras distraerla de su desaliento, te diré lo que yo solía hacer. La llevaba a dar un largo paseo por el campo, a recoger flores silvestres de aquí y de allá, y a descansar a la sombra de los árboles, en medio de la armonía de los riachuelos alegres y la suave tranquilidad de la madre naturaleza, y estoy seguro de que a ella le gustará mucho que lo hagas, y tú te sentirás feliz con ello.

Pero recuerda siempre, Dante, que en el juego de la felicidad no tienes que usarla para ti solo, sino mirar un paso detrás de ti. Ayuda a los débiles que piden ayuda, ayuda a los perseguidos y a las víctimas, porque ellos son tus mejores amigos; son los camaradas que luchan y caen, como cayeron ayer tu padre y Bartolo por la conquista de la alegría, de la libertad para todos los pobres trabajadores. En esta lucha por la vida encontrarás más amor y serás amado.

Lo que tu madre me ha contado que decías durante esos días terribles en que estaba en la celda de los condenados, en ese lugar inicuo, me ha dado una gran alegría, porque me demostraba que serás el muchacho querido con el que siempre he soñado.

Por lo tanto, suceda lo qué suceda mañana, cosa que nadie sabe, si nos matan no debes olvidar mirar a tus amigos y camaradas con la misma sonrisa de gratitud con que miras a los seres queridos, pues ellos te quieren del mismo modo que quieren a todo camarada perseguido que ha caído. Y esto te lo dice tu padre, que te ha dado la vida, tu padre que te ha querido y los ha visto y que conoce la nobleza de su fe (que es la mía) y el gran sacrificio que siguen haciendo por nuestra libertad; pues he luchado con ellos y son los que tienen aún nuestra última esperanza y hoy pueden todavía salvarnos de la silla eléctrica; es la última lucha entre los ricos y los pobres por la seguridad y la libertad. Hijo, quiero que comprendas en el futuro esta inquietud y esta lucha a vida o muerte.

/…/ Dante, pueden crucificar hoy nuestros cuerpos, como lo están haciendo, pero no pueden destruir nuestras ideas, que servirán para los jóvenes que vengan después.

Dante, cuando antes he dicho tres seres humanos enterrados, quise decir que con nosotros hay otro joven que se llama Celestino Madeiros, al que van a electrocutar al mismo tiempo que a nosotros. Ha estado ya dos veces antes en esa horrible celda de los condenados, que deberían destruir las piquetas del verdadero progreso, esa horrible celda que será para siempre la vergüenza de los ciudadanos de Massachusetts. Deberían destruir el edificio y levantar una fábrica o una escuela para enseñar a muchos de los cientos de huérfanos pobres del mundo.

Te pido una vez más que quieras a tu madre y estés cerca de ella y de los seres queridos en estos días; estoy seguro de que con la ayuda de tu valor y de tu bondad sentirán menos la pena. Y tampoco olvidarás, hijito mío, quererme a mi también un poco, puesto que pienso tanto y tan a menudo en ti.

Saludos fraternales a todos los seres queridos; muchos besos a tu pequeña Inés y a tu madre. Para ti, un abrazo de todo corazón.

Tu padre y compañero

(Al escribir esta carta, Nicola Sacco tenía 36 años de edad).


Nota (1): a pesar de múltiples pedidos, reclamos y presentaciones probatorias, el Estado de Massachussets tardó 50 años, hasta 1977, para revisar los veredictos contra Sacco y Vanzetti. Quizás los que deciden estas cosas siguieran creyendo que se había hecho lo correcto. El gobernador George Dukakis (aquel demócrata que según Al Gore era“demasiado partidario de las libertades”; aquel mismo que perdió la presidencial de 1988 frente a Bush padre) exculpó a Nicola y Bartolomeo precisamente el 23 de agosto de 1977. Nótese que el autor de la medida fue el Gobernador, y no algún tribunal de aquel Estado.


Crímenes de Estado y de sistema, como este, ayudan a entender por qué palabras como activista, anarquista, comunista, socialista, son tabú en los Estados Unidos, y suscitan tanto rechazo como aprensión. Es que el látigo instruye.

Pero se comienza a vencer al látigo a partir del momento en que nos autorizamos todas las palabras. Más aún si son palabras de amor. Es decir, palabras de revolución.

Nota (2): Hermoso modo de dirigirse a un hijo o a un padre, ese de llamarlo también "compañero". Hermosa palabra esa, que no debiéramos dejar que nos expropien para usarla mal: compañero, el que comparte con nosotros el pan. No utiliza ese vocablo ninguno de los Papas que se han mencionado aquí. Es otra pista para detectar dónde se construye de veras la Civilización del Amor.




martes, 2 de diciembre de 2008

Poesía. Las Piedras, el Agua.


Con esta poesía se inicia el libro "Las Piedras, el Agua". Está completo en el blog http://laspiedraselagua.blogspot.com/


El agua es piedra


Maduras
las montañas se desgarran
prorrumpen
en historias y espumas:

una hecatombe de corderos blancos
sucede en los raudales
sin retorno.

Fastos
del parricidio
del comienzo:

castrados cesan
los dioses de lo Mismo.


Por eso
el agua es piedra
que eligió transcurrir,

por eso
canta.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Las hormigas. Poesía.


(Foto: la magnolia en el patio de la casa de Olga Orozco, Toay).


Las hormigas


1

Es su casa
me dicen –
yo no encuentro nada de ella.

Sus libros, dicen
esos
en tumulto agolpados al borde tras los vidrios
como las almas anhelantes de los muertos
cuánto que nadie les conversa

Y está cerrado el cuarto de su infancia
quizás siempre lo ha estado
aún para ella

Sólo se siente un tiempo ardido
un aire que crepita en la sequía.


2

Pero el patio es una Arabia
caravana de aromas
de inciensos y resinas
detenida:

la magnolia
que reina y que padece

la sofora que enciende
su innumerable candelabro de oro,

y la sombra de toro que enristra sus moharras,
y el molle y su carcaj flechando soles.


3

Ella no cabe adentro de la casa
adentro
de vitrinas o muebles
no cabe en municipio ni catastro
ni en la memoria de las gentes
salvo para romperla
salvo
para romperse.

4

La magnolia agoniza
y al extremo
prorrumpe en flor,

después
sus alas caen
enrojecen
en el ardor del tiempo

hasta que las hormigas las destazan
las sumen en su oscuro,

a fermentar
qué vinos de dulzura
qué hongos o qué alucines –

por eso a veces
en los días de sequía
ves hormigas aladas.


En la casa de la poetisa Olga Orozco, Santa Rosa de Toay, noviembre de 2008.

La mejor explicación de la "crisis económica global"


La “crisis actual” (así la llaman), de fines de 2008, y la política económica de diversos países, Argentina incluida, explicadas por el pensador chino Yuan Tzu (el maestro Yuan*) (369 – 290 a.E.C.)


Violentando cajas fuertes

Como garantía contra los ladrones que roban bolsos, desvalijan equipajes y revientan cajas fuertes,
uno debe asegurar todas sus posesiones con cuerdas, cerrarlas con candados y acerrojarlas con cerrojos.
Esto (para los propietarios) es del más elemental sentido común.
Pero cuando aparece un ladrón fuerte, se lleva todo,
se lo echa a la espalda y sigue su camino, con un solo temor:
que cedan las cuerdas, candados y cerrojos.
Así, lo que el mundo llama un buen negocio no es más que una forma
de amasar un botín, empaquetarlo y asegurarlo,
formando una caja cómoda para los ladrones más audaces.
¿Quién hay, entre los llamados inteligentes,
que no desperdicie su tiempo amasando un botín
para un ladrón mayor que él?

*

En la tierra de Khi, de pueblo a pueblo
se podía oír el canto de los gallos, el ladrido de los perros.
Los pescadores lanzaban sus redes,
los campesinos araban los anchos campos,
todo estaba pulcramente señalado con líneas de demarcación.
En quinientas millas cuadradas había templos para los antepasados,
altares para los dioses de los campos y espíritus del grano.
Cada cantón, condado y distrito
era gobernado con arreglo a las leyes y estatutos…
Hasta que una mañana el fiscal general, Tien Khang Tzu,
liquidó al rey y se apoderó de todo el Estado.
¿Quedó acaso conforme con robar la tierra? No;
se apoderó también de las leyes y los estatutos,
y con ellos de todos los abogados, por no mencionar a la policía.
Todos formaban parte del mismo paquete. /…/
Nadie levantó la voz contra Khang Tzu
y durante doce generaciones el estado de Khi perteneció a su familia.
Nadie interfirió sus derechos inalienables.

*
El invento de las pesas y medidas,
la firma de contratos y la implantación de sellos
facilitan el robo.
Enseñar amor y obligaciones
es suministrar un lenguaje adecuado
con el cual demostrar que el robo
es en realidad para el bien de todos.
Un hombre pobre ha de ser ahorcado
por robar una hebilla de cinturón;
pero si un hombre rico roba todo un Estado
es aclamado como el estadista del año. /…/

*

Moraleja:
cuantos más principios éticos y deberes y obligaciones acumules
para meter en cintura a todo el mundo,
más botín acumulas para ladrones como Khang.
Por medio de argumentos éticos y principios morales
se demuestra finalmente que los mayores crímenes eran necesarios
y que fueron un señalado servicio a la humanidad.

(Versión de Thomas Merton).

*También trasliterado como Chuang Tsé, Chuang Tzu, Zhuang Tzu.

viernes, 28 de noviembre de 2008

País de la Sal. Poesías.


País de la Sal


Este
es el país de la Sal
el país de la sed

La sed
es un árbol sin párpados
de cornamenta blanca

Y del árbol de la sed
crecen
las varas de los rabdomantes

varas enhiestas
que despiertan manantiales
cuando piafan.

Este
es el país de la Sal

el comienzo
del comienzo de todas las aguas.


Todas las poesías de este libro en http://paisdelasal.blogspot.com/

jueves, 27 de noviembre de 2008

Tené de ahí que se cae...

G. W. Bush mira hacia el futuro con las lentes tapadas.


No es epifanía la de Epifanio, o
apuntalá que se cae.

En torno a un artículo aparecido en el Diario Río Negro, sección Opinión, el 27 de noviembre de 2008.


Epifanía significa aparición. En la historia cristiana, aparición de un astro que anuncia la venida del salvador, y luego manifestación de la divinidad encarnada a los hombres.

Pero el artículo de opinión del Dr. Hugo R. Epifanio en el diario Río Negro de hoy (27 de noviembre de 2008) no aporta nueva luz, ni es portador de símbolos de esperanza. En realidad, lo sustancial de su argumentación ya fue expresado por George W. Bush, en frases que incluimos al final de este comentario. No sólo no es alentador; tampoco es veraz.

Lo tomaremos en cuenta, no teniendo en cuenta quién sea el opinante, ni porque su aporte resulte original o especialmente interesante, sino precisamente porque es un muestrario del pensamiento estereotipado con que algunos grupos de interés y sus ideólogos intentan “explicar” el proceso económico en curso.

La columna se titula “No es el fin del capitalismo.” Quizás alguien haya dicho que sí lo es, y el Dr. Epifanio ha considerado necesario rebatirlo. O alguien estará temiendo que sí lo sea, y hay que calmarlo. Pero queda por saber a quién se le está respondiendo.

En el primer párrafo, el articulista toma con todo coraje el rábano por las hojas:

El libertinaje financiero con la creación de instrumentos sofisticados y el "apalancamiento" consecuente, más la baja de tasas implementada desde la Reserva Federal de los EE. UU. en favor de un mayor consumo son, entre otras razones, las que llevaron a esta crisis financiera mundial que nadie con vida haya visto jamás.

Esto es un sofisma funcional a la perpetuación del actual estado de cosas. Según este juicio, que en estos días repiten varios representantes del fundamentalismo del mercado (oligopólico), no hay problema con el sistema capitalista. En el peor de los casos, la dificultad es de índole moral. El libertinaje. Y la intervención estatal, claro. Estos factores provocaron la crisis. Queda implícito que el capitalismo ha de ser bueno, bonísimo. Bastaría con que los banqueros de algún modo no fueran “libertinos”, y que el Estado no pretendiera regular tasas ni favorecer el consumo. Eso es lo que produce las crisis, “entre otras razones” que el articulista no señala. (Nada menos científico que el uso de la palabra “etcétera”, dicen. O de sus equivalentes, como esas “otras razones” que el opinante guarda para sí.)

La forma en que está redactado el párrafo no permite saber si se ha querido decir que esta es la mayor crisis financiera mundial que se haya visto, o simplemente la crisis que se haya visto. Ni una aserción ni la otra son veraces. Las crisis cíclicas y destructivas del capitalismo son desde hace rato “las peores que se hayan visto”; y vienen siendo crisis, y se las ha visto, por lo menos desde mediados del siglo XIX.

¿Que la causa sea el “libertinaje”? Pero en un sistema de desaforado individualismo y apropiación privada, motores del progreso a la manera capitalista, ¿a qué se le llama “libertinaje”?. Y ¿quién califica a los “libres” (si algo de libertad, libre competencia y demás supuestos liberales tiene vigencia hoy) y los diferencia de los “libertinos”, que parecen ser los que tienen la sartén por el mango? Estos últimos (entendiendo por tales los que buscan su provecho a cualquier costo social o ambiental, los que se valen del apoyo de los Estados, lográndolo por connivencia, soborno o presión) no nacieron hoy. Desde que el capitalismo es capitalismo, tiene estos rasgos de exacción y atropello. El articulista debiera repasar cómo fue el proceso de formación originaria de los capitales europeos que sirvieron para las revoluciones agraria, comercial e industrial.

Tanto en las crisis del siglo XIX, como en la de 1929 y años subsiguientes, los “economistas” del sistema salieron a decir que el problema era el libertinaje. Es decir, la especulación desenfrenada. Hasta alguna novela hay que pinta esto, en la Argentina de 1890. Pero habría que aceptar por una parte, un dato empírico: la especulación no es la semillita que se pueda escupir, separándola de la bondadosa pulpa del capitalismo. Ambos vienen juntos. El proceso de acumulación de capitales, de excedentes crecientes cuyos propietarios y gestores buscan oportunidades de inversión, no es otra cosa que el resultado propio del sistema capitalista.

Por otra parte, habría que repasar conceptos elementales de historia económica, para entender cómo y por qué se producen estas crisis cíclicas, emergentes financieros que obedecen a características sistémicas. La causa no es el libertinaje de nadie, ni la especulación. La causa de fondo es la disparidad cada vez mayor entre los ingresos del trabajo y los del capital. Es decir, lo que hace al capitalismo como tal.

Los ingresos del trabajo se reducen o quedan comparativamente rezagados, pero entonces la masa de consumidores también ve disminuidas sus posibilidades de comprar los productos que el sistema produce cada vez en mayor cantidad. ¿Cómo se llena la brecha entre una oferta creciente y una demanda que corre peligro de estancarse por falta de una mejor distribución del ingreso? Con el crédito. Llámese tarjeta de crédito, préstamo personal, prendario o hipotecario. Y cuando no puede expandirse el crédito porque ya no queda alguien con calificación de riesgo adecuada a quien prestarle, pues entonces, disminuimos las calificaciones necesarias. Y se les presta a los llamados “ninja” (no income, no job, no aptitude). Pero el motivo de fondo es resolver esa brecha generada por la desigual, cada vez más desigual distribución del ingreso – una desigualdad que en el caso de los Estados Unidos se acentuó significativamente en la era Bush. Esto, hasta que la burbuja estalla.

El Dr. Epifanio estima que algunas intervenciones estatales son buenas para mantener este bonísimo sistema que es el capitalismo. Por ejemplo, él aprecia “la ayuda estatal coordinada entre los países centrales” que, según su vaticinio, determina que “ya pocas o ninguna entidad financiera caería”. En cambio, no es bueno para el Dr., que en los países europeos mantenga su vigencia lo que él denomina “el estado benefactor”, que “contribuirá a demorar su salida de la crisis.” Ante estas afirmaciones, no puede uno menos que formularse aquella antiquísima pregunta: cui bono? ¿Para quién o quiénes es buena la forma de intervención que beneficia a las grandes entidades financieras? ¿Por qué sólo en algunos casos se califica a un Estado como “benefactor” con sentido peyorativo? ¿No hay algunos Estados que son “benefactores” para los grandes bancos? Pero si acudir a salvar a esos bancos con billones de dólares es bueno, ¿por qué no es bueno que algún Estado acuda a ayudar en alguna medida a sus trabajadores con un modesto seguro de desempleo o una prestación social? Sería preferible quizás diferenciar los términos: hay Estados benefactores… de los grandes capitales, y otros a los que desde hace ya tiempo se denomina “de compromiso social”. Parece arriesgado pronosticar que estos últimos no generen condiciones para resolver la crisis cíclica de igual o mejor manera que los primeros. De hecho, las políticas keynesianas, la experiencia del gobierno de Roosevelt y las de las políticas anticíclicas del siglo XX, pueden abonar el razonamiento contrario.

El Dr. Epifanio concluye su artículo con un párrafo que posiblemente haya considerado tranquilizante:

Por ahora, EE. UU. seguirá siendo líder, no sólo por la existencia del dólar elegido por el resto del mundo como factor de intercambio y de protección, sino también y fundamentalmente por su distancia con el resto de los países en ciencia y tecnología. Como indicativo, es suficiente saber que posee más del 80% de las mejores 200 universidades del mundo. Y en la historia de la humanidad esto tiene un valor preponderante.
Ahora bien, para unos cuantos, el dólar no es factor de intercambio ni de protección. Tampoco está muy en claro cuál es el criterio para decir cuáles son las mejores 200 universidades del mundo; porque si estas sirven para reproducir el complejo militar – industrial, la despolitización obediente, la guerra y el deterioro ambiental, permítame dudar un poco de la calificación que Ud. formula. Posiblemente haya que confrontar también algunos índices del estado de la educación pública en ese país.

Pareciera que la moraleja final del Dr. Epifanio coincide en lo sustancial con los recientes ensalmos de G. W. Bush en la reciente cumbre de Lima:

- “Por más de una década el mercado libre probó ser una vía eficaz.”

- “El crecimiento económico en esta región podría ser ilimitado y es algo que concierne a los pueblos libres. Todo país que sea honesto con su pueblo contará con el apoyo de Estados Unidos.”

- “Nuestros socios pueden estar seguros de que la agenda compasiva de Estados Unidos se mantendrá.”

- “Seguiremos inspirando al mundo.”

- “Que Dios los bendiga.”

Le diría al Dr. Epifanio, que no me siento más tranquilo después de estas aserciones de Bush. Ni siquiera la deficiente formulación invita a la calma. Al contrario. Uno sigue preguntándose para quién o quiénes lo que Bush llama “el mercado libre”, que de hecho es oligopólico, ha probado “ser una vía eficaz”. Él no lo deja en claro, ni tampoco el artículo del doctor. Me temo que esta afirmación de George W. es tan poco acertada como aquel bushismo de que "Estados Unidos y Japón llevan un siglo de firme amistad".

También cabe preguntarse quién califica a “los países que son honestos con sus pueblos”, suponiendo que la honestidad o deshonestidad sea cosa de un país y no de un gobierno. Ya un poco despavorido, pienso cuál es “la agenda compasiva de Estados Unidos” (porque si esta que conocimos era la “compasiva”, cómo será la otra!). Me pregunto qué dimensiones de la vida social son las que pueden experimentar un “crecimiento indefinido”; y si no sería mejor revisar qué es lo que crece, para qué, en beneficio de quiénes y en qué sentido. Y en fin, me pregunto si quienes seguirán inspirando al mundo con la bendición de Dios serán George W. Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice, la Haliburton, Enron y todo el conglomerado de pocas y grandes empresas amigas de Bush y su gabinete.

Es de temer que, como dice el Dr. Epifanio, esto no sea el fin del capitalismo. A la vista de este haz de paralogismos, ocultamientos y distorsiones, es de temer que sí quiera ser el fin del pensamiento. El pensamiento propiamente tal, que es creativo, capaz de innovar… y de entender para transformar, en atención a ciertos valores que hacen que seamos humanos.


martes, 25 de noviembre de 2008

Michael Moore, palabras contra la dominación

Foto: después de la difusión de su documental "Sicko", Moore participa
en una movilización por un sistema público eficiente de salud.


MICHAEL MOORE Y LA FUERZA DE LAS PALABRAS

Este comentario nace de otro comentario que nació de otro comentario. Infatigable tejido social del conocimiento y la discusión que lo alumbra. Un artículo de Zlavoj Zizek sobre Barak Obama y los “cínicos” que no apuestan por él, me llevó a escribir una refutación de sus paralogismos –un rechazo al meloneo (ver en este mismo blog). A su vez, mi comentario incitó a un amigo anónimo (que firma “Diógenes – cínico y a mucha honra”) a formular el suyo: en él nos invitaba a releer un libro de Michael Moore, “Estúpidos hombres blancos”, como para enfriar los entusiasmos fáciles en torno a un presidente demócrata en Estados Unidos. A Diógenes que trajo a colación este libro, los debates vernáculos pro- o contra- Obama, le suenan a discusiones entre la servidumbre acerca del nuevo dueño de la mansión. Y él no quiere representarse como parte de la servidumbre.

Me puse entonces a buscar el libro de Moore, a quien conocía sólo como el documentalista de aquel impecable e implacable “Bowling for Columbine” (2002) y luego “Fahrenheit 9/11” (2004), entre otras obras cinematográficas.

¡Qué sorpresa! Este muchacho, nacido en 1954 en una familia de demócratas católicos irlandeses, básicamente buenas personas liberales” como él lo dice, (en esto, parecido a los Kennedy) se había convertido para el 2001/2002 en un lúcido portador de la conciencia crítica de su pueblo frente a la dominación en Estados Unidos. Y eso, en un ambiente comunicacional ensombrecido por el Estado Policía que sucedió al 11 de setiembre: el gobierno robocop del que se perdió el control remoto.

Moore encontró que esa dominación es un sistema articulado en el que no hay casualidades: la estupidización masiva, la ruina de las bibliotecas públicas, el abandono de la educación por el Estado, la “flexibilización” de las normas de resguardo ambiental y del contrato laboral (algo sabemos de esto por acá), el descontrol de la explotación del medio ambiente para elevar al máximo las ganancias de las grandes empresas, la concentración económica, el fomento al desempleo, la enseñanza de la sumisión, la guerra permanente en el extranjero, son todos engranajes relacionados, que refuerzan recíprocamente su acción.

Repasemos los temas fuertes de este libro, publicado en castellano en 2003:

- en el país de la “prensa libre”, existe en la práctica una cuasi censura; las empresas editoriales procuran no difundir un libro como el de Moore, que confronta con la Doctrina de la Seguridad Integral; los editores le piden que rehaga el 50% del texto; cuando el autor se niega a tal demanda, no distribuyen la obra; y cuando finalmente lo hacen, es porque el libro está siendo un éxito de venta en el extranjero;

- en el país de la “democracia”, el descarado fraude electoral de George W. Bush y asociados, con manipulación de padrones, papeletas y recuentos, y apoyado por una Corte adicta, le permite apropiarse de una presidencia que no ganó por la vía de los votos; de ahí el pedido que Moore hace llegar, en serio, a las Naciones Unidas para que intervengan en su país y depongan a un régimen fraudulento y despótico; por motivos mucho menos claros, otros países han sido invadidos en nombre de la misma democracia;

- Bush y su alibabesco gabinete destruyeron velozmente acuerdos políticos que cimentaban la paz internacional; reducen la legislación protectora y achican los fondos destinados al cuidado ambiental, al sostenimiento de los sistemas cultural, educativo y de salud, a la vivienda social; recortan el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, de las mujeres, la protección de los niños… y en fin, todo lo que no sea el negocio de los oligopolios;

- hay dudas fundadas de que el presidente del estado más armado del mundo sepa leer; y si en caso de tener que afrontar una decisión difícil poseería el equilibrio y la lucidez propias de un hombre normal; (acerca de la lectura: fíjense qué buen argumento para futuras campañas que la promuevan - si no leés vas a ser como George W.);

- en el país definido por sus gobernantes y publicistas como el de la “igualdad de oportunidades”, se acelera el empobrecimiento pasmoso de los sectores de medios y bajos ingresos, en paralelo con el enriquecimiento escandaloso del 1% más rico del país. La indagación de Moore acerca de los niveles salariales comienza cuando se entera de que, por obra y gracia de las grandes empresas de aeronavegación, el piloto del avión comercial en el que viaja cobra un sueldo tan exiguo que tiene que solicitar asistencia social;

- el gran peligro son los hombres blancos. Moore recapitula sus propias vicisitudes: han sido blancos los que en diversos momentos de su vida lo estafaron, postergaron o echaron, así como los descubridores y propagadores de una serie de males que aquejan a toda la humanidad (bombas atómicas, guerras, compuestos químicos nocivos, fraude electoral, genocidios)… Pese a esto, el estereotipo que venden los medios de comunicación es el de un delincuente negro: “pareciera que en todas las ciudades el mismo negro con la misma gorra es el que comete todos los atentados contra la propiedad”;

- persiste la práctica generalizada de segregación y postergación de los negros, enraizada en la larga tradición esclavista del país, vigente hasta hace dos generaciones. Esta persistencia se demuestra con observaciones directas, números y datos concretos que prueban la posición subalterna de los afroamericanos salvo en el béisbol y el rap. Se dirá que algún juez de la Corte Suprema o algún Colin Powell “llegaron”… casos excepcionales en los que, oh casualidad, son promovidas las personas más reaccionarias;

- hay desoladoras evidencias de que los ciudadanos de la nación imperial, los soldados del primer ejército del capitalismo, constituyen “un país de burros”: la mayoría de los adultos, legisladores incluídos, no superaría una modesta evaluación de ingreso al colegio secundario. En este marco, los tragicómicos “bushismos” no son anécdotas aisladas, sino emergentes de un estado asnal fomentado y alentado desde los poderes, y representado en un presidente borrico (con perdón de Platero y familia). El Estado abandona las escuelas y estas son copadas por las empresas oligopólicas, que hasta llegan a establecer contenidos y actividades educativas (lo que será el programa de Estudios Nutricionales auspiciado por una fábrica de hamburguesas, o el de Economía cuyos lineamientos y textos elabora, produce y provee la General Motors!);

- hay comprobaciones igualmente desoladoras, estadística en mano, de la postergación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social de esa “sociedad igualitaria”;

- las políticas de Bush no significaron una ruptura con respecto a las de Bill Clinton; la única diferencia finca en que este último mantenía una apariencia de progresismo, sonreía mejor, y tenía aventuras que distraían a la gente. Entre otras menudencias, Clinton: truncó el posible desarme nuclear total que ofrecía la Rusia postsoviética; permitió que las industrias automotrices no disminuyeran los niveles de contaminación generados por los motores que les ponen a sus autos; alentó la invasión de reservas naturales para beneficiar a la minería y a la extracción de petróleo.

Larga y fatigosa lista es esta, rebelde a todo resumen. Invito a remitirse al original, que enriquece estas noticias terribles con anécdotas individuales que hasta suelen resultar divertidas. De todos modos, lo que se percibe como fenómeno y proceso en todas las páginas del libro, es la destrucción de la vida social cotidiana y sus pautas por el frenesí neoliberal y la voracidad de los grandes capitales en los Estados Unidos. No se trata de economía, sino de la vida misma, tonto! Cosa parecida a lo que significó para nosotros la tiranía militar. Lo cotidiano está teñido y acotado por la dominación. El agua corriente ya no es potable: contiene cada vez más arsénico, pero las leyes ahora lo permiten; los autos contaminan cada vez más, pero no hay normas que lo impidan, ni aliento a tecnologías alternativas; si un miembro de la familia se enferma, la cobertura del seguro social estará limitada en el tiempo y en las prestaciones; y en fin, a la vista de cómo están los tiempos, no conviene cambiar la puerta descascarada y rota del garage. Y en esa sociedad desaparecen los varones, y aumenta la agresividad y el desamor.

Intento conectar todo este mapa de ruinas que presentaba Moore en 2003, con lo sucedido recientemente – la victoria de Obama en las elecciones presidenciales. Algunos análisis señalan que ha sido el voto de las etnias postergadas, de los negros y de las mujeres, el que le ha permitido al candidato demócrata ese holgado triunfo.

En un principio Moore se opuso a Obama, porque este había votado a favor de la guerra en Irak. En realidad, los tres candidatos demócratas votaron de ese modo. Pero luego Moore decidió apoyarlo, cuando se trataba de elegir entre él o Hillary Clinton. Parece que ese apoyo fue importante para la campaña del ahora electo presidente.

Me pregunto si el mejor servicio de Moore a esa campaña no ha sido más bien, varios años antes, un libro como “Estúpidos hombres blancos”. Las ideas de ese libro circulan también entre quienes no lo han leído, ya sea por medio de los documentales, o porque después de publicado el volumen, esas ideas empiezan a “estar en el aire” de la época. Como dijera don Ata,

Si uno pulsa la guitarra

pa cantar coplas de amor,

de potros, de domador,

de la sierra y las estrellas,

dicen : ¡Qué cosa más bella!

¡Si canta que es un primor!

Pero si uno, como Fierro,

por ahi se larga opinando,

el pobre se va acercando

con las orejas alertas,

y el rico vicha la puerta

y se aleja reculando.

El libro convoca a los sujetos de la explotación: negros, mujeres, trabajadores, empleados del montón. Y hace que los blancos de clase media, por la vía de la revelación o del ridículo, perciban su posición de dominados que se hacen cómplices de la dominación. Todos van parando las orejas.

Visto desde fuera de los Estados Unidos, Moore ha sido una voz clamando en el desierto. Pero con su propia obra ha poblado de camaradas ese desierto. La relación de ida y vuelta entre esa obra y la historia reciente, la historia de hoy mismo, invita a apostar por lo que puede hacer un intelectual que se juega por la causa común. Y a apostar también, cómo no, por el poder de las palabras.