miércoles, 25 de febrero de 2009

Argentina, socialismo y cocaína. Las profecías de Valle Inclán.

Haciendo click sobre la imagen, se puede leer otra poesía profética de Ramón del Valle Inclán. Esta, alusiva a Bolivia.

Argentina, socialismo y cocaína. Las profecías de Valle Inclán.

Yo anuncio la era argentina
de socialismo y cocaína.
(“La pipa de kif”, 1918)

El autor de estos versos no encajó en ningún oficio, ningún nicho ecológico, ninguna estantería, ninguna institución. Como dramaturgo, tuvo que soportar que alguna de sus mejores obras fuera rechazadas por sus pares; una novela suya fue pospuesta en un certamen, aunque en privado el jurado reconoció sus méritos: se la consideró demasiado innovadora… En poesía tuvo que inventar su propio e incómodo género, el esperpento. Para más, su aspecto físico: una capa que no dejaba en paz al aire, una barba de satanuelo que se interponía cuando querías verle la cara; y en el colmo de lo desparejo, había quedado manco de consecuencias de un intercambio de golpes. Porque también le gustaba batirse a duelo.

Ramón del Valle Inclán (1866 – 1936) gallego, de la Galicia de los misterios, del lenguaje secreto de los canteros, del Finisterre, del picnic familiar con el muerto al lado, no quiso ser lineal. El cuadrilátero dictador Primo de Rivera, al enterarse de un arresto de 15 días impuesto al poeta, lo calificó de “eximio escritor y extravagante ciudadano”. No se dio cuenta: la ciudadanía de Ramón era antes que nada su escritura. Y Ramón no podía ser ese tipo de ciudadano ágrafo que el primo de Primo quería, un ciudadano bueno para las dictaduras.

Por cierto uno entiende que a Rivera lo haya desconcertado este hombre que se proclamaba carlista leninista. Esta conjunción todavía desconcierta a sus comentaristas. Pero una cosa no quita la otra. En su último congreso legal (1972) el carlismo se definió como “partido de masas, de clase, democrático, socialista y monárquico federal”. Y alguien desde el poder fabricó un asesinato político contra la reunión carlista de 1976 en Montejurra, para cortarle el camino a esa tendencia. (Se contrató a un matón argentino que había baleado muchachos en Ezeiza en 1974; el saldo fueron dos carlistas muertos y varios heridos.)

“Tirano Banderas”, “Los cuernos del Teniente Friolera”, “Ruedo Ibérico”, son algunas de las obras en que este ciudadano de las letras iluminó con poesía implacable los malos hábitos de nuestras dictaduras españolas y americanas. A su muerte, el poeta fue homenajeado por Mundo Obrero y por el partido Comunista.

Como todos los poetas, sabiéndolo o no, Ramón del Valle Inclán fue profeta. Cuando se libera la palabra, esta se sitúa no en el futuro, sino por encima de los tiempos. Y así resulta profética – que no es lo mismo que anticipatoria.

En 1918 publicó “La Pipa de Kif”, libro escrito entre el humito del cáñamo al que elogia en una de las poesías, “La tienda del herbolario”. En otro poema, “Aleluya”, brotan los versos que inician este artículo. Para hacer más completa la cita, incluimos algunos renglones más:

En mi verso rompo los yugos,
y hago la higa a los verdugos.

Yo anuncio la era argentina
de socialismo y cocaína.

De cocotas con convulsiones
y de vastas revoluciones.


Evitaré avanzar en interpretaciones sobre el núcleo de esta visión. Sólo diré algo que entreveo: postular la ruptura del yugo (emblema de los Reyes Católicos, y luego del fascismo español) era una arriesgada apuesta simbólica política. En cuanto al socialismo argentino, recordemos que en 1904 Alfredo Palacios había sido electo como primer diputado socialista de América por los votantes de los conventillos de la Boca; que en 1913, Enrique del Valle Iberlucea era ungido primer Senador socialista en el continente. Y en 1918 la Reforma Universitaria sacudía las instituciones.

En su segunda venida a América en 1910, Ramón había estado en la Argentina; y también anduvo por Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Al buscar imágenes para acompañar esta presentación, he hallado también una profecía suya para Bolivia.

Propongo pensar en esta profecía argentina. Incumplida, se dirá. Pero qué profecía lo es más que aquella que conserva intacto su potencial de cumplimiento – es decir, su incumplimiento. Aquella palabra que se mantiene más allá de lo viable, camino a lo esperanzable.


25 de febrero de 2009.

lunes, 23 de febrero de 2009

El grillo marinero y el conquistador incierto



El grillo marinero y el conquistador incierto


Esto lo cuenta Alvar Núñez, el conquistador que no quiso serlo. Un soldado que se había alistado en su expedición delaño 1540 al Río de la Plata “venía malo con deseo de oír la música del grillo” que escuchaba en su tierra natal. Se le ocurrió entonces traerse uno a escondidas.

Durante los dos meses y medio que duró la navegación de alta mar, el pobre ortóptero habrá estado sometido a los vaivenes del barquichuelo, y sin ganas de ponerse a cantar. Las cosas cambiaron cuando la nave, sin advertirlo sus tripulantes, se acercaba, y por demás, a una costa rocosa de la isla Santa Catalina, en el actual Brasil:

aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y la música de él recordó* a toda la gente de la nao, y vieron las peñas, que estaban a un tiro de ballesta de la nao, y comenzaron a dar voces para que echasen anclas, porque íbamos al través a dar en las peñas. Y así las echaron, y fue causa de que no nos perdiésemos; que es cierto que si el grillo no cantara nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos”… (*) recordó: despertó

Imagino que el grillo gaditano estaría furibundo. Son los machos de la especie los que cantan, y tienen un temperamento bastante irascible. Después de dos meses y medio encerrado y a los bandazos, reclamaría libertad y buena compañía.

Hay motivos para pensar que la música de este grillo era algo distinta de la que interpretaban sus parientes americanos; sabido es que existen dialectos en los cantos de los animales. Este que venía de Cádiz, ¿tendría un matiz flamenco en su cante? ¿Habrá intercambiado tonadas con los grillos de este lado del mar?

Me pregunto también si una vez radicado en América, el grillo marinero habrá encontrado pareja entre las habitantes de estas tierras, al igual que los tripulantes humanos de la nao. Algo de su herencia, canto y estampa, quedará en el grillo que escucho todas las noches en esta lejana Patagonia?

Pero lo mejor del relato es la prueba de que una canción, una melodía, puede salvar a cuatrocientos hombres y treinta caballos. Alvar Núñez Cabeza de Vaca lo atribuye a “milagro que Dios hizo por nosotros”. Viendo las calamidades que últimamente perpetran los voceros y personeros de los distintos dioses, precisamente en nombre de estos, prefiero creer que el milagro lo hizo el grillo, nomás. Y la nostalgia de ese rudo soldado, que extrañaba el cantar cristalino de sus noches andaluzas.

Cae la tarde y empieza a cantar el grillo que habita mi patio - o será que yo ando por su patio. Su canto es inmenso; imposible señalar de dónde procede. El soldado que trajo el grillo habrá creído que era para él solo. Quizás se extendió por todo un país. Canciones y amores no aceptan ser guardados.


Fuentes:

De la imagen: foto-natura-huesca.blogspot.com/2008/08/grill...
Del relato: Ñúñez Cabeza de Vaca, Alvar. Comentarios, Capítulo 2, fol. 59 r.

viernes, 13 de febrero de 2009

“Es el tiempo el que golpea”. Asaltos de la poesía.

“Es el tiempo el que golpea”. Asaltos de la poesía.

La poesía es un faisán que desaparece entre la maleza.
Wallace Stevens.

Wallace Stevens (1879 – 1955) nació, pasó su vida y murió en Nueva Inglaterra, la región fundacional de los Estados Unidos. Se recibió de abogado en Harvard y trabajó al servicio de empresas aseguradoras. Cuando le ofrecieron una cátedra de literatura en Harvard, la rechazó. Alguna vez, en tren de urdir la solapa de uno de sus libros, previno al redactor:

“Evíteme, por favor, contar los datos biográficos. Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores”.

Pero mentía; estaban corriendo muchos torrentes bajo esa superficie espejada.

En 1923, cuando Stevens tenía cuarenta y cuatro años de edad, se editaron dos poemarios suyos, Harmonium y El clavel del búho. (Suyos… hasta donde es posible decir que la poesía pertenece a alguien). En ese mismo año nacía su única hija.

Desde cuándo estaba bullendo tanta poesía bajo esa vida rutinaria, esmerilada, no lo sabemos. Él mismo no quiso relatarlo. Por el momento las cosas quedaron así. Recién varios años más tarde, cuando ya tenía 57 de edad, Stevens comenzaría a publicar otros libros, hasta seis, en una sierie que interrumpió su muerte en 1955. Coherente con estos ritmos y disritmias, su manera de concebir la poesía, a la que considera presente en el preciso momento en que nos elude y evade (como ese faisán entre la maleza), reclama alguna página venidera en este blog.

Wallace Stevens me recuerda a Rumí, aquel notario del siglo XIII de Konia, que cuando estaba muy instalado en sus funciones de intelectual y jurista, fue asaltado por la poesía (bajo la figura de su visitante, el linyera místico Shams de Tabriz), y desde entonces no pudo dejar de estar enamorado, de cantar y escribir dísticos.

Hubo algún puente invisible entre Wallace Stevens y la poesía del mundo islámico. Para entender esa relación que parece remota e inesperada, quizás baste aceptar la lógica del asalto. El asalto es total; te asalta toda la poesía, y no un capítulo de ella. Y también te arrebata todo. El asalto es incontable e ilimitable.
En un hermoso sitio de Internet dedicado a los poemas de Ghalib, encuentro que Frances W. Pritchett, estudiosa de la obra en urdu de este poeta, nos señala una página de Stevens que es también un ghazal, al menos en sus primeras estrofas en la que repite la incantación “es el tiempo el que”…

No he hallado traducciones al castellano de esta poesía de Wallace Stevens, de modo que les ofrezco la que yo he intentado. Precaria como es, me parece que un poco trasluce el ritmo obsesionante del golpeteo del tiempo que golpetea en las palabras de la poesía de Stevens. Agrego en nota al pie (1) el original en inglés.

Todos los preludios a la felicidad (En: El puro bien de la teoría.)

Es el tiempo el que golpetea en el pecho y es el tiempo
El que pega contra la mente silenciosa y ufana,
La mente que sabe que es destruida por el tiempo.

El tiempo es un caballo que corre en el corazón, un caballo
Sin jinete por una carretera a la noche.
La mente se sienta a escuchar y lo oye pasar.

Es alguien que camina velozmente en la calle.
El lector junto a la ventana ha terminado su libro
Y mide la hora por lo tardío de los sonidos.

Aún en la respiración está el golpeteo del tiempo, a modo de
Un retardo en sus golpes,
Un caballo grotescamente tenso, un caminante como

Una sombra en mitad de la tierra. Si imaginamos
Una persona platónica, una gran escultura libre del tiempo,
Y suponemos en ella el habla que no puede hablar,

Una forma, entonces, protegida del golpeteo, puede
Madurar. Un ser capaz puede reemplazar

Al caballo oscuro y al caminante que camina rápidamente.

¡Ah, la felicidad! El tiempo es un enemigo encapuchado,
La música enemiga, el espacio hechizado
En el que tienen lugar los preludios encantados.


Esta es la poesía que asaltaba a ese abogado de las aseguradoras de Nueva Inglaterra, contenido en su traje bien planchado. ¿Cómo hubiera podido resistírsele?

De esta vera historia quiero extraer una inmoraleja: hasta bajo el chaleco más gris puede estar desapareciendo un faisán.

Ramón
13 de febrero de 2009.

(1) All the Preludes to Felicity (De: The Pure Good of Theory.)
It is time that beats in the breast and it is time
That batters against the mind, silent and proud,
The mind that knows it is destroyed by time.

Time is a horse that runs in the heart, a horse
Without a rider on a road at night.
The mind sits listening and hears it pass.
It is someone walking rapidly in the street.
The reader by the window has finished his book
And tells the hour by the lateness of the sounds.
Even breathing is the beating of time, in kind:
A retardation of its battering,
A horse grotesquely taut, a walker like
A shadow in mid-earth . . . If we propose
A large-sculptured, platonic person, free from time,
And imagine for him the speech he cannot speak,
A form, then, protected from the battering, may
Mature: A capable being may replace
Dark horse and walker walking rapidly.

Felicity, ah! Time is the hooded enemy,
The inimical music, the enchantered space
In which the enchanted preludes have their place.


miércoles, 11 de febrero de 2009

La poesía es panteísmo y revolución. El corrido de la muerte de Emiliano Zapata. 1



La poesía es panteísmo y revolución. El Corrido de la muerte de Emiliano Zapata.


Estos días estuve escuchando de nuevo, una y otra vez, el hermoso Corrido de la Muerte de Zapata. La canción narra cómo Emiliano, abanderado del reclamo campesino de Tierra y Libertad, fue atraído a una trampa y baleado a traición por los militares reaccionarios en 1919. La escucho en la interpretación de Amparo Ochoa; pese a lo trágico del tema, su voz transmite una alegría secreta. Será la alegría que da el poder de recordar, de reavivar la presencia de un hombre íntegro, un héroe popular. Será la alegría que da el saber la verdad, esparcirla, y mantener en alto la voz de la poesía.

En la familia de los Corridos conviven muchas formas. Esta vez se trata de una Bola Suriana. El nombre de esta forma, dice el estudioso mexicano Avitia citando a Catherine Heau, quizás provenga de “bolera”, un aire musical acaso emparentado con el bolero; este estaba en trance de parto en la cuenca del Caribe, alejándose de sus antecesores españoles. Y es “suriana” porque florece en la región centro suroeste de México, que incluye a los estados de Morelos, Michoacán, Guerrero y Oaxaca, lindante con Chiapas.La bola suriana presenta una particularidad: su primera parte rompe con el modelo del romance español. Esa parte se llama el “canto”; la forman los cuatro primeros versos de cada estrofa. Sorpresa: estos versos no son octosílabos, sino aparentemente “desparejos”. En realidad, tanto ellos como la música del “canto” recogen ritmos indígenas; en cambio la parte siguiente, el “descante”, mantiene los octosílabos propios del romance. Una hermosa mestiza.

Podemos escuchar la canción mientras leemos su letra. No fue facil conseguirla completa, hasta que dimos con el blog de Tania Fernández Valquicira. Sólo en parte ha sido escrita por su autor "oficial", Armando Liszt. Varias referencias que nos interesan son el resultado de agregados hechos por los “jilgueros” (trovadores populares) y recogidos en las hojas sueltas en que se imprimía la letra para su difusión.
Después comentaré algo más. Por ahora sólo voy a remarcar un dato que pocas veces aparece: una mujer es quien compuso la música. La parte del “canto” está escrita en bastardilla. Les pido que pongan atención en las segundas estrofas de la otra parte, el "descante" (p. ej. la que comienza con "Campanas de Villa Ayala"...)

Corrido de la Muerte de Emiliano Zapata. Letra (parte): Armando Liszt Arzubide
Música: Graciela Amador
Fragmentos
Canta Amparo Ochoa

Escuchen, señores, oigan el corrido,
de un triste acontecimiento;
pues en Chinameca fue muerto a mansalva
Zapata, el gran insurrecto.

Abril de mil novecientos
diecinueve, en la memoria
quedarás del campesino
como una mancha en la historia.

Campanas de Villa Ayala,
¿por que tocan tan doliente?
Es que ya murió Zapata
y era Zapata un valiente.

El buen Emiliano que amaba a los pobres
quiso darles libertad;
por eso los indios de todos los pueblos
con el fueron a pelear.

De Cuautla hasta Amecameca,
Matamoros y el Ajusco,
con los pelones del viejo
Don Porfirio se dio gusto.

Trinitaria de los campos
de las vegas de Morelos,
si preguntan por Zapata,
di que ya se fue a los Cielos.

Le dice Zapata a don Pancho Madero
cuando ya era gobernante:
Si no das las tierras, verás a los indios
de nuevo entrar al combate.

Se enfrentó al señor Madero
contra Huerta y a Carranza
pos no le querían cumplir
su Plan, que era el Plan de Ayala.

Corre, corre conejito,
cuéntales a tus hermanos
ya murió el señor Zapata
el coco de los tiranos.

Montado con garbo en yegua alazana
era un charro de admirar
y en el coleadero era su mangana
la de un jinete cabal.

Dice a su fiel asistente
cuando andaba por las sierras;
mientras yo viva, los indios
serán dueños de sus tierras.

Amapolita olorosa
de las lomas de Guerrero,
no volverás a ver nunca
al famoso guerrillero.

Con gran pesadumbre le dice a su vieja:
Me siento muy abatido,
pues todos descansan, yo soy peregrino,
como pájaro sin nido.

Generales van y vienen
dizque para apaciguarlo;
y no pudiendo a la buena
un plan ponen pa' engañarlo.

Canta, canta, gorrioncito,
di en tu canción melodiosa;
cayó el general Zapata
en forma muy alevosa.

Don Pablo González ordena a Guajardo
Que le finja un rendimiento,
Y al jefe Zapata disparen sus armas
Al llegar al campamento.

Guajardo dice a Zapata:
Me le rindo con mi tropa,
en Chinameca lo espero,
tomaremos una copa.

Arroyito revoltoso,
¿qué te dijo aquel clavel?
Dice que no ha muerto el jefe,
que Zapata ha de volver .

Abraza Emiliano al felón Guajardo
en prueba de su amistad,
sin pensar el pobre que aquel pretoriano
Lo iba a sacrificar.

Y tranquilo se dirige
a la hacienda con su escolta;
los traidores le disparan
por la espalda a quemarropa.

Jilguerito mañanero
de las cumbres soberano,
mira en qué forma tan triste
ultimaron a Emiliano!

Cayó del caballo el jefe Zapata
y también sus asistentes
así en Chinameca perdieron la vida
un puñado de valientes.

Señores, ya me despido,
que no tengan novedad
cual héroe murió Zapata
por la Tierra y Libertad.

A la orilla de un camino
había una blanca azucena,
a la tumba de Zapata
la llevé como una ofrenda...

Arroyito revoltoso,
¿que te dijo aquel clavel?
Dice que no ha muerto el jefe,
que Zapata ha de volver...
Les ofrezco un comentario sobre esta letra, en la segunda parte de este artículo.

La poesía como panteísmo y revolución. El corrido de la muerte de Zapata. 2.


Poesía es revolución. Comentario sobre la bola suriana de la muerte de Emiliano Zapata.


Traición, sangre, muerte. De eso habla la canción cuya letra copiamos parcialmente en la primera parte de este artículo. En esto se asemeja a algunos romances históricos de España. Pero nos habla también de un hombre perfecto en lo suyo, capaz de la palabra como de la fuerza redentora, que ha hecho votos de dedicar su vida a la defensa de la libertad de los humildes; una libertad que sólo se logra, él lo sabe, cuando los pobres tienen la tierra.

El tema del corrido es tan luctuoso como memorable. Pero me cautivan una y otra vez sus rasgos panteístas, de ingenua comunión con las cosas y los seres vivos. El relator habla con las campanas, y estas por cierto le responden. Alecciona a las flores: la trinitaria del campo, la amapolita olorosa, para que estén al tanto de que lo sucedido es irreversible. Flores de semblante triste, de contenido adormecedor o mortal; nos las hace amigas la apelación, el diminutivo. El gorrión, el jilguero, el conejo, se acercan también en esta letra, para recibir la noticia que habrán de esparcir. El arroyo y el clavel confabulan y quizás fabulan: Zapata no ha muerto, habrá de volver. Y la redacción popular de esta letra concluye con la ofrenda de una blanca azucena. En el catolicismo popular, la azucena menciona el milagro de San José: la vara seca que vuelve a florecer.

Esa aparente ingenuidad no es una distracción. Estas notas de comunión son centrales al relato, que es narración pero es poesía. Porque sólo en poesía se puede mantener vivo el mito de la revolución. Ese mito necesario de transformación, de acceso a otra instancia que atraviesa el tiempo, de apocalipsis (definido como lo quiso William Blake: revelación de lo humano en todo, y especialmente en lo que parecía inhumano).

Confío en la proximidad, siempre, cada día, de una revolución que ha sabido agazaparse en la poesía. Confío en la perduración de un movimiento en el que se da parte a los pájaros, a las campanas y a las flores no menos que a los combatientes.

Como en una hornacina o entre las manos hechas nido, la canción mantiene vivo el recuerdo de Emiliano Zapata, insurrecto sin mancha. Y algo más, mucho más. Esa poesía mantiene viva el ascua de la revolución.

Tiene que ser así. La verdadera revolución es la que realiza un proyecto poético, “ilusorio”, “ingenuo” de re-unión. De los hombres con la tierra, de hombres con mujeres, de los seres humanos entre sí. Re-unión de naturaleza y humanidad, en la que todo lo que se venía creyendo natural o material, exhibe su interior corazón humano. La poesía, como la revolución, añora y propone ese proyecto, hasta cuando es invectiva. ¿Hay otro proyecto digno de los seres humanos?

Por eso la bola suriana sigue y seguirá derrotando a la bala disparada desde el norte.

Ramón
10 de Febrero de 2009.

viernes, 6 de febrero de 2009

Las calles callan. Poesía.

Adoquines grandes en una calle de Buenos Aires.
“Las calles callan”

Durante varios meses estuve sin escribir poesía. Mi último libro, “Ciudad”, había quedado incompleto, y pensé que lo estaría por mucho tiempo. Hasta que en enero de 2009 Robert Gurney me envió un poema suyo en el que recordaba el empedrado de las calles de Luton. Comenzamos a conversar a distancia sobre las calles y sus pavimentos, y escribí “Las calles callan” en prosa. Luego ese texto se convirtió en esta poesía, donde también está el relato de Gabi Nacach y su murga, y la lucha de Lili Bina en Córdoba: sin saberlo, ayudaron a escribir esto.

Poesía

Las calles callan



1

Es tanto
lo que callan las calles.

Bajo el asfalto
están los adoquines
como niños hijos de reyes
ahogados en sus camas

sus rodillas marcadas
por cicatrices de aventuras:

les arrojábamos bulones
a reventar
cargados de potasio y de saña

para espantar al mundo
a los poderes constituidos
a las viejas del barrio.

Eran los tiempos de la resistencia
una señora pulcra se asustaba

- deben ser los peronistas
decía.



2

Los adoquines
ahí abajo
recordarán

el zapateo
de las herraduras

los caballos trotones de los carros
del lechero
el quintero
el panadero

venían
redoblando
desde un alba de potreros y de cuadras

cloqueando
que todo estaba bien
que el mundo
se prestaba a mantenernos
otro día.

Los adoquines festejaban
rompiendo en chispas.


3

Adoquines
de 20
centímetros de arista
hombro con hombro desparejos
de galeotes
en fila

o adoquines pequeños
granitullo
dibujando florones y abanicos
como en las viejas carpetitas de hilo

todos están
bajo el asfalto

con las muescas
que dejaban las mazas de diez kilos
de los presos

- penados
les decían

tallaban el granito
en Sierra Chica

cada uno
cada golpe
irrepetible.

Tanto
callan las calles.


4

Ni tampoco el asfalto
es inocente

su sombra coagulada
silencia bosques de helechos
derretidos

fétida
carne de dinosaurios

alas de libélulas

debieran poner letreros:
pisar con mucho cuidado.


5

El barrio donde viví
en Córdoba
antes se llamó Pueblo
General Paz

lo planeó un arquitecto
francés

calles y plazas como calmos gobelinos
soforas y lapachos de ademán cortesano

y rejas de balcones Segundo Imperio
segundo
imperio
con testas de leones en llamas
floreciendo
en el centro de un sol.

Una ciudad francesa
una alfombra de lujo

tendida sobre los campos de monte
donde en tiempos crecían
yeguadas y entreveros.

6

Ahí
en General Paz
me decían
hubo
una laguna
y un tala gigantesco
en la calle Deheza

- esto no lo vi escrito
en ningún libro.

En ese lugar
habían peleado
caballos y moharras
de cordobeses contra cordobeses
de federales contra liberales

la última batalla
(las batallas
siempre son las últimas).

Ganaron los liberales.

7

En 1940
descuajaron el tala
secaron la laguna
para facilitar el tránsito

ahora la gente
camino del mercado
pisa el campo de batalla
y no lo sabe

a comienzos de cada primavera
una bandada de pájaros da vueltas
buscan el agua
los juncos
donde anidaban sus ancestros
hace treinta generaciones.

Los viejos
cuando charlan en las noches de verano
de silla a silla
en la vereda

remojan su memoria
en aquella laguna sin nombre.


8

Cuando alguien sabe algo
con certeza
dice

me lo sé de memoria.

Yo me lo sé de memoria
a Agustín Tosco
en marcha
por las calles de Córdoba

por más que esas calles
ahora callen.


9

Lo veo
Agustín Tosco
erguido
dando un primer paso
de una marcha de mil millas

aplomado
como una efigie

rampante
como el obrero que viene marchando
desde 1936
desde un cartel
de la República Española

pero de medio perfil
está escuchando
a un compañero
que le dice algo.


10

Camina
Agustín Tosco
junto a Atilio López
el obrero
el que será elegido
vicegobernador
el que será asesinado
por el terror blanco

camina
por Vélez Sársfield

un paso y cae
el general Onganía
un paso y cae
el gobernador Uriburu
tan parecido al bicho que lleva su apellido
un paso y cae
el general Levingston

cuando camina
Agustín Tosco
junto a la muchedumbre.


11

Lo veo
de memoria

Agustín Tosco
el hombre de Luz y Fuerza
hombre de luz
hombre de fuerza

camina
con la muchedumbre
camina
por Vélez Sársfield
hasta la esquina de San Juan
camina
hacia el presidio de Trelew

(sus compañeros
van a marchar
hasta que él salga libre)

camina
hacia el hospital
donde va a morir
demasiado pronto.

Tantas calles caminó
y ahora ninguna lo nombra

tan firme fue
frente a los tiempos
y ahora
en una ciudad de tantas estatuas
no hay una
que imite su firmeza.


12

De tanto en tanto
una nueva multitud
camina
por el centro de Córdoba
van por Colón y luego
por Vélez Sársfield
hasta San Juan
donde ahora hay un shopping

y nada cae –

pareciera
que la multitud camina
del mismo modo que los pájaros
sobrevuelan
en círculos
el lugar donde estuvo la laguna.

Pero
quién sabe.


13

Gabi Nacach
es antropóloga
y murguera

me dice
elegí aprender y enseñar
con el cuerpo y el alma
bailando carnavales.

Han nacido 700 murgas
en los últimos diez años
y en este mes son 105
sólo
en el carnaval de Buenos Aires.

Los gobiernos militares
las habían prohibido

ahora
en este país célebremente triste
tenemos
más comparsas que regimientos
más murgueros que curas.
14

Tres veces por día
los noticieros de Buenos Aires
les avisan
a los automovilistas

tal avenida está cortada
por una marcha
por un piquete.

A este paso
entre murgas y reclamos
van a gastar el asfalto

a este paso
van a aflorar
los adoquines

van a contar
lo que las calles
callaban.

Río Colorado, febrero de 2009.


A Gabi Nacach, murguera en las calles de Buenos Aires.
A Lili Bina, luchadora en Córdoba.
A Bob Gurney, quien me enseñó palabras que destapan las piedras.

jueves, 5 de febrero de 2009

Por qué "Antefuturos". Los viajeros, el viaje.

Inmigrantes italianos en la cubierta de un barco, 1918.
Antefuturos

Los viajeros, el viaje


Cuánto viaje para llegar hasta acá; hasta vos que estás leyendo, hasta mí que estoy escribiendo, a ambos lados de este espejo imperfecto. Cuántos viajeros, desde el comienzo de la especie, se han ido pasando la semilla, de un siglo a otro, de un continente a otro, como en una carrera de postas. Y con la semilla un encriptado de sueños, fantasmas, miedos y alegrías: nombres de mitos con los que nos hacemos y deshacemos.

Decía que somos algo más que viajeros. Somos el viaje mismo; en nosotros está cifrado todo lo que ha sucedido. Estuve ahí, podemos decir cada vez. Estuve a la orilla de ese río de Siberia y en ese monte del Cáucaso. Estuve en ese barranco de Etiopía y en esa antigua ciudad. Estuve con los bárbaros y con los imperiales, con los peones que arrastraron piedras en Sacsahuaman, quizás sin ganas y sin saber para qué, y con los que sabían, y con los que después asaltaron la fortaleza. Encuentro mi cara y la tuya ahí arriba, en la foto de esos inmigrantes arracimados en la cubierta del barco que los traía a la América, a los logros y decepciones de la América.

Estuvimos ahí. Estamos ahí todavía, porque ese ahí es parte nuestra.

A veces pensamos que este viaje es una larga serie de derrotas. Qué pocos festejos nos han tocado vivir; y aún estos, qué relativos, qué sospechables. Fiestas de príncipes nuevos que luego se volvían tiranos, de revoluciones que después fueron traicionadas. Y aunque nada de eso nos sucediera o nos afectara, de todos modos seremos siempre vencidos por el olvido y la muerte. Pero en perder y perder está nuestro ganar: el viaje sigue y con él seguimos después de cada derrota, más allá de lo derrotado.

El viaje sigue. Por eso los antepasados son antefuturos. Revisando su legado de deseos y frustraciones recogemos lo esencial para la próxima etapa. Si el viaje es aprendizaje, como en Wilhelm Meister, en el cuento del Compañero de Viaje de Andersen y en tantos otros relatos, entonces siempre hemos estado aprendiendo, y seguimos aprendiendo.
Ramón
Jueves 5 de febrero de 2009

Revancha y derrota de Luis Parodi

Luis Parodi. Foto de 1945.

Antefuturos

Revancha y derrota de Luis Parodi

De mi abuelo materno Luis Parodi no tengo recuerdos personales. Llegamos a tocarnos, él me conoció, pero se murió cuando yo era muy chico. Lo admiro y amo por lo que luego he averiguado de él: su porfiada adhesión a la vida, pese a los padeceres y las tristezas.

Había nacido en Pontedecimo, un borgo residencial al norte de Génova, en 1887. El lugar se llama así desde hace más de dos mil años, cuando los romanos construyeron un puente, justo en la décima milla contada desde Génova hacia el Norte. El apellido no era muy original: hay cientos de Parodis en esa región, y decenas en la Argentina. En fin, siempre procedemos de alguna tribu.

(En Pontedecimo había estado Juan Bautista Alberdi en 1843, invitado a la casa de sus parientes, los Barabino. El autor de la Constitución y los minués logió la belleza del lugar, el verdor de bosques y plantíos logrado a fuerza de trabajo contra la aridez natural, los caminos parejos y limpios. Los parientes le cebaron mate con una yerba que habían hecho traer desde el Paraguay.)

La familia de Luis era relativamente rica. Vivían envueltos en música. Él tocaba el clarinete en la banda escolar, leía partituras, iba con sus padres en carruaje a la ópera de Génova. Estaba de moda Mascagni (Cavalleria Rusticana), y comenzaban a escucharse las discutidas melodías del joven Giacomo Puccini – un Piazzolla de entonces.

Algo sucedió después que dejó a los Parodi en una pobreza extrema; quizás la catastrófica crisis económica de la década de 1890.
No se trata de esa pobreza en la que yo crecí, en la que Charles Péguy era experto, en la que uno se puede hacer experto, instalarse y vivir momentos de alegría. Sino de esa que sobreviene, como una privación y otra, parecida a una inundación que no deja de crecer y sumir; y frente a la cual sentimos que todavía no hay saber, no hay saber posible.

Lo más triste está en los detalles. No vivimos “la pobreza”, sino los golpes concretos que nos laceran. Una hermana querida de Luis se murió “de tristeza y consunción”. Llamaban consunción al hambre y al sufrimiento por el frío extremo. Uno moría “consumido” por la pobreza. Y la tristeza. Las amigas de la joven habían dejado de tratar con ella.

Luis trajo bellas canciones e historias de Génova. Contaba que en los días de verano, los chicos se zambullían en el mar Ligur, en el puerto. Sacaban a flor de agua y mostraban entre los dientes las monedas que arrojaban los turistas desde los barcos. Él era un buen nadador; quizás alguna vez lo haya hecho. También contaba cómo las mujeres que vivían cerca del mar se lavaban los cabellos en el agua salada y cristalina, una y otra vez. Por eso, decía, las genovesas tienen ese pelo rubio cobrizo.

Pero él se vino a vivir a un lugar sin mar, sin bellos jardines, sin ópera, sin puentes ni ríos ni colinas.

En 1908 emprendió el viaje hacia la Argentina, junto con un hermano menor. Deprimido, este hermano se mató de un escopetazo en Río de Janeiro. Luis, que tenía veinte años, siguió viaje. Desembarcó en Buenos Aires y trabajó en todo lo que se daba, hasta lograr empleo estable como mayoral de tranvía. Un buen día se enteró de que en un pueblito, Juárez, buscaban empleados para un molino. Allá se fue.

Como en otros lugares del interior, en Benito Juárez se hacía la molienda del trigo de la región. Hoy muchos de esos molinos están abandonados. Pero en aquellos años los dueños de la empresa harinera querían comenzar a fabricar fideos; y para eso fue contratado Luis Parodi. Durante el resto de su existencia sería fideero.

Quedan hilachas de memoria de sus inicios en Juárez. Lo invitaron a un asado que terminó en trifulca, y él escribió una crónica versificada de los hechos en su trabajoso castellano. Mi abuela Violante recitaba cuatro de esos versos: “Batifondo y confusión/ por parte de los más bravos./ Yo, parado en un rincón/ hacía el papel del pavo.” Dos generaciones rieron con estos versos.

Se afilió al Partido Socialista. Tenía sólo dos sillas en su pieza, pero llevó una como donación para el partido.

En 1918 se casó con mi abuela María Angela Violante Fontana, a quien llamaban Viola. Hija del finado Santos Fontana, Viola era muy lectora y amante de la música. Tuvo que dedicarse a la costura desde adolescente (se decía “coser para afuera”), y se quedó con las ganas de ser maestra. Creaba sus propios modelos, diseñaba los moldes de prendas originales y elegantes. Pero añoraba el magisterio, y nos tomó a sus nietos como alumnos, en una escuela universal que funcionaba en la cocina de su casa. Su programa incluía música y recitados de poesía, aunque el chico tuviera sólo cuatro o cinco años. Y también lecciones de cocina, huerta, herboristería, historia de Italia, efemérides argentinas, y cuanto pudiera presentarse.

Don Luis seguía siendo un convencido socialista. Cuando nació su primer hijo, en los épicos tiempos iniciales de la revolución bolchevique, quiso llamarlo Lenin Parodi. El jefe del registro civil de Juárez se negó; y mi tío pasó a llamarse Amílcar. Después sería un porfiado conservador. Me pregunto qué habría hecho de haberse llamado Lenin.

Mi abuelo llegó a ser el maestro fideero de la fábrica, con un buen sueldo. Una decisión suya lo pinta de cuerpo entero: se trajo la primera radio que hubo en Juárez, costosa y enorme como una catedral gótica, para escuchar la ópera del Teatro Colón. Se compró también la primera victrola del pueblo. Y desde siempre tenía su guitarra, con la que se acompañaba para cantar en xeneixe. Fue amigo personal del famoso tenor Beniamino Gigli, que eligió el piano que compraría don Luis para la casa. Si quieren oír cómo cantaba Beniamino...

Sus hijos lo recuerdan trabajando en el patio de la casa que se había construido. Tenía allí un pequeño parque con frutales y flores de toda clase, como los que había descripto Alberdi. Pasaba los ratos libres pintando tutores con prolijas franjas blancas y rojas, plantando y abonando los arbolitos que se hacía traer desde la capital.

Viajaba al menos una vez por año a Buenos Aires para asistir a la temporada lírica. Era amigo de una familia de genovesas que revistaban en los coros del Colón. Sus dos hijas tuvieron nombres vinculados a la ópera y al arte. Lily, la menor, se llamó así por la Pons; Fanny, por la desenfadada Fanny Brice, cantante de temas tan exitosos como My Man (1920) y una de las primeras divas del cine móvil. Mi abuela miraba de reojo estas preferencias de su marido.

Parecía haber ganado una revancha. Había recuperado la música, el verdor, cierta belleza en su vida. En los veranos recuperaba también el mar, cuando iba con familia y parientes en una caravana de dos o tres autos hasta Mar del Plata.

Las preferencias políticas de don Luis cambiaron cuando Mussolini llegó al poder y empezó a realizar obras que resolvían viejos problemas de Italia. Ese Duce tan eficaz, también un antiguo socialista, le devolvía su orgullo de ser italiano.

Esto lo llevó a nuevas decepciones y tristezas. Mussolini se mostró más y más autoritario, se asoció a Hitler, y metió a Italia en una guerra larga y desastrosa. Las noticias de las miserias del fin de la guerra le recordaron a don Luis sus tiempos de joven en Génova. Para colmo, el Mariscal Badoglio y el Rey parecieron retomar el poder; la democracia cristiana, auspiciada por el Papa, se afirmaba como primera fuerza política de Italia; y los norteamericanos se paseaban por Europa como señores. Y don Luis sentía una visceral antipatía hacia los generales, el Rey, la iglesia y los yanquis.

Sobrevivió por poco tiempo. Vendió la casa en Juárez y se mudó a Tandil, en la esquina de Chacabuco y Garibaldi. Allí lo trataron de un cáncer de estómago del que murió cuando tenía 60 años. Había dicho que quería morir a esa edad.

Ese primer lugar

La bahía de Genova, el mar Ligur, la montaña y el boscaje.




Ese primer lugar

La vida de mi abuelo Luis Parodi, que traté de narrar en el artículo anterior, parece trazar una parábola. Comienza con días felices, y luego se hunde en pérdidas: la hermana, el hermano, la música, la floresta, el mar, todo lo pierde.

Después se toma la revancha. Pieza por pieza va recuperando lo perdido. Reconquista la música, el amor, la belleza, el orgullo patriótico. Hasta que un nuevo golpe le arrebata casi todo. Creo que de algún modo decidió que no valía la pena envejecer. Como lo había anunciado a menudo, murió a los 60.

¿Acaso durante nuestros años de vida buscamos recuperar un primer lugar perdido? Para él fueron las colinas y boscajes, el mar y la ópera de Génova. Quizás para mí lo sea ese rincón de la cocina de mi abuela, donde en los días fríos se sentía el aliento cálido de la cocina económica y se veían arder las maderitas. Esa mesa con un hule verde sobre la que siempre estaba el milagro de los libros y de las revistas, en los que había tanto para ver – eran inagotables, como la conversación de la nonna Viola.

¿Es así?

Quería compartir con vos estas preguntas. ¿Qué viajes te hacen ser? ¿A cuáles de los viajeros sentís cerca? ¿También añorás un lugar primero?




Ramón.


Febrero de 2009.

domingo, 1 de febrero de 2009

El silfio, 1. La planta que dio origen a la forma del corazoncito.

La semilla/fruto del silfio representada como un corazoncito, en una
antigua moneda de plata de la ciudad de Cirene.

El silfio, 1. La planta que dio origen a la forma del corazoncito.


Algo hemos contado acerca del silfio en una charla sobre las plantas y el poder. Volvemos sobre el tema, a pedido de un amigo.

Cuando queremos dibujar un corazón, casi por automatismo le damos esa forma de “corazoncito” con dos asas a la que nos han acostumbrado desde chicos. Así nos lo enseñaron la gráfica más o menos ingenua transmitida por madres y padres, las historietas, los libros infantiles o no tantos, la práctica escolar, y aún la iconografía religiosa. Por otro lado, sabemos que la forma del corazón no es esa. El simpático objeto de las dos orejitas dista de semejarse a ese músculo ceñudo y porfiado, ese trabajador incansable con rostro de puño que defiende oscuramente nuestra vida.
Para saber de dónde procede aquella forma convencional, tenemos que volver la mirada hacia el silfio.

En algunas imágenes hititas y mitanas aparece un príncipe distribuyendo cierto producto vegetal entre sus cortesanos: semillas de silfio. El reparto de este preciado producto hecho por el señor de la ciudad o del reino entre sus vasallos, fue práctica habitual en las civilizaciones arcaicas, anteriores a griegos y latinos. El rey o señor compraba cargamentos de él, y los entregaba en palacio, en un acto político que demostraba su magnanimidad, su carácter de sostenedor del bienestar de los súbditos… y de paso, como todo acto de poder es acto de confirmación de un orden, remarcaba las jerarquías políticas: las semillas eran entregadas a los señores o jerarcas del reino. Se supone que estos realizarían luego algún tipo de distribución, tampoco igualitaria, entre quienes integraban sus séquitos.
El silfio es una planta extinguida – aunque actualmente en Italia están realizando investigaciones para recuperarla o para detectar otras del mismo género, Asteracea. Tendemos a olvidar lo que ya no existe. Pero teniendo en cuenta lo importante que fue, un olvido tan radical y difundido parece extraño. Se lo conoció, valoró y utilizó, y se lo representó en frescos, tabletas y relieves en Creta, Mitanni, Hatti, Egipto y todo el Cercano Oriente. Pero ahora está en la penumbra de la memoria, como en nuestras tierras sucede con el cebil, fundamental para las experiencias místicas y artísticas en las culturas originarias de las regiones del centro y noroeste.

Falta que señalemos lo que hacía tan valiosa a la planta. Lo vemos en el artículo siguiente.

El silfio, 2. De la antigüedad al Viagra, pasando por el Sagrado Corazón.

Antigua moneda de plata de Cirene que representa la planta de silfio.


El silfio, 2. De la antigüedad al Viagra, pasando por el Sagrado Corazón.


Parecido a un hinojo gigante, el silfio sólo crecía en una zona paralela al mar de 200 por 60 km en inmediaciones de la bella ciudad griega de Cirene, actual Libia. La moneda de la ciudad reproducía la imagen del vegetal, que supo ser su gran fuente de riqueza.

Laser, silphion, silfio, tales los nombres con que llamaron a la planta . Debido a su lugar de origen, los romanos lal denominaron "ferula tingitana", la vara de Tánger, o de Marruecos.Se la usaba como especia o como medicina. Según el mito, había sido un regalo del dios sanador, Apolo. Los romanos aseguraban que valía su propio peso en denarios de plata (apreciadas monedas de las que viene nuestro término “dinero”). Se comerciaba una resina extraída de la planta, similar a la asafétida.

¿Por qué el silfio brindaba poder a quien lo poseía en cantidad y lo entregaba? Nos dicen que calmaba la tos, la fiebre, los dolores, la indigestión; curaba las verrugas... También se lo apreciaba como aromatizante en la cocina. Pero la clave radica en que era un anticonceptivo; según se lo usara, operaba como una píldora del día después o como un abortivo (como lo es aquí el gualeguay), por sus propiedades estrogénicas. De modo que los príncipes disponían nada menos que de la posibilidad de regalar a los fieles de su entorno el acceso a un placer sin consecuencias.

La desertificación, la sobreexplotación, el sobrepastoreo, extinguieron al silfio. Parece que sólo el que se daba en estado silvestre poseía las cualidades indicadas. J.S. Gilbert sugiere que estas se debían a que la resina venía mezclada con cantaridina (polvo de cantáridas); de allí sus propiedades estrogénicas, excitantes, vigorizantes para el varón, y abortivas.

Según otro mito, los mellizos hermanos de Helena, Cástor y Pólux, visitaron cierta vez su Esparta natal. Le pidieron al dueño de la casa donde había transcurrido su infancia que los dejara pasar la noche en la habitación que en vida habían ocupado – antes de ser mutados en inmortales. El hombre se negó, alegando que en ese cuarto dormía su hija virgen, y los alojó en otro. Por la mañana, no estaban ni la chica ni los dioses. En el dormitorio de ella sólo encontraron una rama de silfio y una estatuilla de los Dióscuros.

Cuando usted dibuja un corazón – esa forma ya impuesta, con dos alitas – está dibujando el emblema egipcio y cireinaico para representar el silfio: sus semillas, tan vinculadas con lo amatorio, tenían ese aspecto. (Ver la foto en el capítulo anterior).

La Iglesia Católica comenzó a usar ese mismo diseño como emblema del Sagrado Corazón en el siglo XVII, a partir de una visión de la Santa Margarita María Alacoque.

Y los soldados que el Duce Benito Mussolini envió a conquistar Cirenaica también usaron al silfio como distintivo – pero en este caso, la rama de la planta, el “silfio d'oro”- para condecorar a los combatientes.

En tiempos más recientes, una de las presentaciones más difundidas del sildenafil (la droga básica del “viagra”, revolucionario remedio de la disfunción eréctil) es una grajea en forma de “corazoncito”… es decir, de silfio.

Tan cercana a lo etéreo, tan despegada de lo material… y sin embargo, cuánto poder acumula y ejerce una imagen. Poder que puede sobrevivir a la desaparición del objeto que era representado, poder que se difunde y prolonga en otras manifestaciones y objetos, y que contagia hasta la semblanza que damos a las divinidades. Poder de la forma, capaz de hacer resucitar aquella planta, aquella semilla perdida que le dio origen.
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