Katherine Anne Porter. Cuentista, novelista, periodista, militante (1890-1980).
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Las noticias de enfermedad, miedo y muerte en las provincias centrales del Imperio de estos días me hicieron sentir contemporáneo de Katherine Anne Porter.
He vuelto a un libro suyo que me ganó de entrada la sede del amor y de la angustia. Amor por los seres débiles que somos, angustia por el entorno civilizado de amenaza. El libro es una colección de relatos suya, Pálido caballo, pálido jinete. Por lo que alcanzo a saber del resto de su obra, está impregnada de mayor pesimismo que esta.
Puesto a buscar datos biográficos de esta magnífica mujer de letras y de militancia social, me sorprendió la púdica mentira, por acción y omisión, de la solapa de su libro editado por Espasa Calpe y Destino. Allí se indica que “creció en una vieja familia católica” (no es cierto)… y en cuanto a su vida luego de haber crecido, tan sólo que residió en París. Unas cuantas biografías en español que encuentro en la red repiten el mohín.
Ningún relato es del todo certero, pero trataremos brevemente de hacer justicia a los padeceres y logros de Katherine.
Nació en Tejas, la crió su abuela (de la que tomó el nombre) porque quedó huérfana de madre a los dos años; fue a la escuela metodista. Se casó y divorció cuatro veces. La primera, con un ranchero tejano borrachín y golpeador, que la tiró escaleras abajo y le rompió una pierna. En ese "ámbito familiar" de casada fue que se convirtió al catolicismo, del que luego abjuró, para volver a profesarlo en sus últimos años de vida. “He perdido hijos de todas las maneras posibles” dijo ella misma. Estuvo en París, sí. Pero estuvo en el México de Pancho Villa y de Diego Rivera, como militante de una revolución que luego la decepcionó. Y también luchó contra la ejecución de Sacco y Vanzetti.
Rota la solapa mojigata, vamos a una muestra de su escritura. Para situarla, una breve información. Entre 1915 y 1918 Katherine (que se había escapado del ranchero bruto y vivía en Chicago), fue una famélica extra de cine, estuvo meses y meses internada en un hospital por un erróneo diagnóstico de tuberculosis que resultó ser bronquitis; luego contrajo una temible influenza, quedó pelada y cuando volvió a tener cabello, era blanco. Tenía 28 años de edad, y había vivido ya mucho. Como el Fedor Dostoievsky que pasó el momento del fusilamiento, decidió que sería escritora.
Pálido caballo, pálido jinete se conecta con esas experiencias de vida de Katherine Ann Porter. La epidemia de gripe, la euforia de la propaganda belicista (en momentos en que los vendedores presionan al pobrerío para que les compre Bonos de la Guerra, amenazando con marcar al remiso, para su desprestigio social), la miseria de la civilización en la que una joven intenta simplemente ser, simplemente ser, pero no hay lugar, aparecen en este escrito. A modo de muestra reducida, transcribo unas pocas páginas en el inserto siguiente.
He vuelto a un libro suyo que me ganó de entrada la sede del amor y de la angustia. Amor por los seres débiles que somos, angustia por el entorno civilizado de amenaza. El libro es una colección de relatos suya, Pálido caballo, pálido jinete. Por lo que alcanzo a saber del resto de su obra, está impregnada de mayor pesimismo que esta.
Puesto a buscar datos biográficos de esta magnífica mujer de letras y de militancia social, me sorprendió la púdica mentira, por acción y omisión, de la solapa de su libro editado por Espasa Calpe y Destino. Allí se indica que “creció en una vieja familia católica” (no es cierto)… y en cuanto a su vida luego de haber crecido, tan sólo que residió en París. Unas cuantas biografías en español que encuentro en la red repiten el mohín.
Ningún relato es del todo certero, pero trataremos brevemente de hacer justicia a los padeceres y logros de Katherine.
Nació en Tejas, la crió su abuela (de la que tomó el nombre) porque quedó huérfana de madre a los dos años; fue a la escuela metodista. Se casó y divorció cuatro veces. La primera, con un ranchero tejano borrachín y golpeador, que la tiró escaleras abajo y le rompió una pierna. En ese "ámbito familiar" de casada fue que se convirtió al catolicismo, del que luego abjuró, para volver a profesarlo en sus últimos años de vida. “He perdido hijos de todas las maneras posibles” dijo ella misma. Estuvo en París, sí. Pero estuvo en el México de Pancho Villa y de Diego Rivera, como militante de una revolución que luego la decepcionó. Y también luchó contra la ejecución de Sacco y Vanzetti.
Rota la solapa mojigata, vamos a una muestra de su escritura. Para situarla, una breve información. Entre 1915 y 1918 Katherine (que se había escapado del ranchero bruto y vivía en Chicago), fue una famélica extra de cine, estuvo meses y meses internada en un hospital por un erróneo diagnóstico de tuberculosis que resultó ser bronquitis; luego contrajo una temible influenza, quedó pelada y cuando volvió a tener cabello, era blanco. Tenía 28 años de edad, y había vivido ya mucho. Como el Fedor Dostoievsky que pasó el momento del fusilamiento, decidió que sería escritora.
Pálido caballo, pálido jinete se conecta con esas experiencias de vida de Katherine Ann Porter. La epidemia de gripe, la euforia de la propaganda belicista (en momentos en que los vendedores presionan al pobrerío para que les compre Bonos de la Guerra, amenazando con marcar al remiso, para su desprestigio social), la miseria de la civilización en la que una joven intenta simplemente ser, simplemente ser, pero no hay lugar, aparecen en este escrito. A modo de muestra reducida, transcribo unas pocas páginas en el inserto siguiente.
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