martes, 28 de julio de 2009

Canciones de poder, 1. La Marsellesa y sus hermanas.

Eugéne Delacroix, "La Libertad guiando al pueblo".

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Un regalo: La Marsellesa en Casablanca

Para el 14 de Julio, el poeta Carlos Penelas nos envió a los amigos un regalo tan bello como certero: La Marsellesa, en la estremecedora interpretación de la película Casablanca; ahora este “Canto de Guerra” anda a tambor batiente por las rutas de Internet, esparciendo la pólvora y la emoción de una revolución en marcha.

Recordemos: “Casablanca” se filmó en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial. La película no era para nada evocativa, sino totalmente contemporánea de los sucesos que relataba. El nazismo y sus aliados ensombrecían buena parte del mapamundi; recién a fines de ese año la derrota nazi en Stalingrado inclinaría el fiel de la balanza de la guerra. Pero por el momento, todo parecía en contra de las libertades. La canción compuesta para la Revolución Francesa en 1792, un siglo y medio antes, había sido prohibida… en la propia Francia continental, la gobernada por los colaboracionistas.

En ese bar humoso que regenteaba Humphrey Bogart, los nazis estaban ocupando el aire de prepo, cantando “El Guardia del Rin”. Pero allí surge la canción libertaria. Se inicia con una mirada de mutuo entendimiento, con un susurro, un gesto de asentimiento… y brota primero desde un piano, desde una sola garganta; uno a uno, se le van sumando los hombres y las mujeres allí presentes; hasta que rompe el sórdido código de silencio y servilismo de una tierra ocupada. (La imagen gráfica de esta canción es la que pintaría Delacroix, algunas revoluciones después: "La Libertad guiando al pueblo" con los pechos al aire, bandera en mano, con una guirnalda de pistolas y fusiles en derredor.) La canción resplandece, traspasa el momento, instala otro tiempo, el tiempo verdadero de la utopía perdurable que nos nutre. Está llamando a los hijos de la patria a que luchen por la libertad contra los déspotas. ¡A las armas, ciudadanos! Esto es para verlo y vivirlo otra vez.

Se dirá que los actores le agregan al canto una carga emotiva adicional, que quién sabe si la canción de por sí... Pero no hay quien pueda entonar La Marsellesa sin que lo arrastre esa carga, esa ionización del aire y de los corazones.

A pesar de ser himno nacional (restaurada como tal en 1945), de forzosa comparecencia en las ceremonias oficiales, La Marsellesa conserva intacto su temperamento revoltoso; y tiene, como todas las canciones de su familia, la cualidad de la reviviscencia. Cada vez que la oímos es la primera vez. Cada vez nos incita con una voz nueva, no gastada, al combate por la libertad.

Se califica a La Marsellesa como “canción revolucionaria”. Pero ¿es que hay canción, canción de verdad, canción poesía, que no sea revolucionaria? Crear un espacio, un tiempo de belleza, es dotarlo de una armonía que el presente tangible no tiene. Por consiguiente, viene a ser un modo de confrontar con lo existente. La creación estética es política, por el simple peso de la nostalgia de lo preciado ausente.

De la misma progenie hemos presentado ya la “bola suriana” por la muerte de Emiliano Zapata. En ella, la política se torna panteísta: flores, animales del campo y pájaros se incorporan a la causa de la tierra y la libertad.

Hoy quiero recordar otras dos canciones que atraviesan la historia. Atravesamiento doble: porque sobrenadan los años y siguen siendo actuales cada día; y porque cruzan perpendicularmente el tiempo de lo sucesivo con el tiempo de la emoción, de la irrupción de lo otro histórico y de la belleza, para desmentir la oprimente imposición de lo que el poder define como “real”.

Una de ellas habla de cerezas. Vamos a buscarlas al artículo siguiente.


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