martes, 6 de julio de 2010

Mujeres, dominaciones, denominaciones. 1. Las desmarcadas.

En el centro, Bibiana García. Su estampa imponente le motivó la calificación
de "reina de los catrieleros" en la prensa de Buenos Aires.
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Felizmente hay algo mercurial en el tema de la mujer – algo que se desliza al margen de los controles y los hábitos intelectuales. En mi experiencia de historiador me sucede estar indagando y elaborando algún trabajo, y ser sorprendido por “ese otro” documento, esa otra forma de pensar y sentir que suele nacer de “esas otras” personas tan poco presentes en nuestra historia tradicional, las mujeres. Desde ese otro lugar, su presencia trae la pregunta por la integridad de lo humano, la pregunta por las cualidades y posibilidades que hemos perdido en algún recodo del proceso de esto que llamamos civilización. En suma, cuando en una investigación se cuelan las mujeres, los marcos se expanden, los conceptos seguros caen, y tenemos que renovar la mirada, el corazón y la cabeza.
Y confrontando con este “otro tema” de las mujeres, reaparece esa forma de extirpar “todo lo otro” que es la desmemoria socialmente construída. Es decir, las tácticas y técnicas con que se remarca el recuerdo de ciertos episodios y personas, a la vez que se ahoga en la cuna la otra memoria: la de aquello que pudo abrir paso a una historia y una sociedad distintas, más humanas.

Los datos que siguen surgieron al costado de otra búsqueda en archivos y libros: la historia de las estancias inglesas y de una huelga perdida en los campos de Río Negro, allá por 1921. En los resquicios del discurso policial o periodístico, comenzaron a aparecer las mujeres.
En la Argentina de los años 1900 a 1920, se daba por sobreentendido en general que las mujeres debían transmitir la sumisión como un valor. Muchas lo seguirán haciendo todavía – como muchos varones mantienen sus roles tradicionales-; y muchas otras vivirán la contradicción entre lo que sienten y quieren, y esta tradición de ser docentes del sometimiento. El punto es importante, porque hoy como entonces la mayoría de los chicos aprenden estas cosas por transmisión de las mujeres.
Pero también en esos años, como en todos los tiempos, hubo mujeres que buscaban la plenitud de la vida humana, ya en la acción política como en la vida personal, sin quedarse en el rol asignado.

En una revista “Caras y Caretas” de 1899 se habla de Bibiana García. En páginas donde las mujeres aparecen mayormente como esposas o hijas de señores, o como actrices o sopranos, y donde los señores quieren parecer europeos, Bibiana es una alteración. Es mujer y es india. No acude a Buenos Aires en calidad de espectáculo, sino como representante de una comunidad: reclama el reconocimiento oficial para la segunda colonia de indios catrieleros expulsados de Azul y asentados en Río Negro. La Colonia que finalmente se llamó y se llama Catriel, como Bibiana quería.
En 1900, tras el asesinato de Humberto I rey de Italia, la misma revista dedica un largo artículo a los anarquistas de Buenos Aires. ¿”Los”? Es característico en las asociaciones y periódicos anarquistas el papel de las mujeres como dirigentes, redactoras, activistas – ellas prefieren el título de “agitadoras”. Y sólo en este ámbito “ácrata” encontramos textos hechos por y para mujeres.
En 1918 se constituía en General Roca una Sociedad de Oficios Varios, de orientación anarquista. En ella, como en ningún otro grupo político del Territorio de entonces, hay una mujer: María Méndez. No hemos hallado más datos acerca de ella; pero seguramente era una destacada militante, puesto que estaba en el grupo promotor de la Sociedad.
Ni en Río Negro ni en la Patagonia escaseaban los conflictos. En el Territorio, los años 1921-22 estuvieron sacudidos por huelgas, actos de protesta y propuesta social alternativa, y una fuerte represión policial. Las matanzas de peones realizadas por tropas del Ejército ensangrentaron Santa Cruz. Y es allí donde otras mujeres nos dan un ejemplo de heroica dignidad contra toda obediencia debida, que ha sido recuperado por Osvaldo Bayer: las chicas del prostíbulo “La Catalana” de San Julián, se niegan a recibir a los soldados del jefe de la represión, teniente coronel Varela, y les gritan “asesinos”.
Por los mismos días, la Jefatura de Policía de Viedma autorizaba una rendición de gastos elevada por José Romero, oficial a cargo del destacamento de Sierra Grande. Romero había pagado “Diez pesos $10 por 10 raciones de lo que acompaño recibos”, por “racionamiento de presos el siguiente: Silvestre González y Josefa Faustina Murguindo acusados de adulterio, desde el 11 de octubre hasta el 21 del mismo” .
Diez días de cárcel por la mera acusación... Vienen a colación unas líneas de las “Evocaciones porteñas” del juez Gastón Tobal: hacia 1900, cuando había “un divorcio debido a inconducta de las señoras, se les quitaba a sus hijos, se las soterraba lejos, y alguna vez se les dijo a sus niños que ellas habían muerto.” (Por lo visto, se presumía que la “inconducta” era una tacha en la que sólo podían incurrir las señoras.)
En relación con el tema que llevó a estos descubrimientos, aparece una mujer ubicada en el otro extremo: la que sirvió como bien de cambio, quizás sin saberlo. Guillermina de Oliveira Cézar, porteña de familia renombrada, se casó con Eduardo Wilde, amigo del dos veces presidente Roca, de quien fue ministro y embajador plenipotenciario. Cuando los ingleses necesitaron garantes para pedir enormes concesiones de tierras gratis en el norte de la Patagonia, acudieron entre otros a Filiberto y Miguel de Oliveira Cézar, hermanos de Guillermina. Las concesiones fueron acordadas a los “cuñados” en cuestión de días por la Dirección de Tierras, mientras que los pobladores originarios tuvieron que esperar sus títulos durante medio siglo o más.
/Sigue y concluye en la parte 2./

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