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Lo fugaz, lo duradero.
“Pero sabemos que el paso, aunque se desvanezca, es mejor que la piedra sobre la que se anda, que una sola palabra perdida seguirá viviendo cuando hayan caído todas las torres; sabemos que los hombres desvanecidos, los muertos que han sido llevados a unos entierros rápidos y luego olvidados inmediatamente, el gesto que sólo quedaba medio recordado, los momentos olvidados de un millón de vidas oscuras y la ceniza de los amantes enterrados perdurarán mucho más tiempo que el polvo de la ciudad. Levanta, pues, tu corazón cuando miras a esas torres orgullosas; pues te decimos que son menos que una hierba o una hoja, pues la hierba o la hoja durarán para siempre.”
"No hay puerta", 1931.
Thomas Wolfe, escritor
Thomas Wolfe sólo vivió 37 años. Había nacido en 1900 en Asheville, Carolina del Norte. Alguna vez dijo de sí mismo que no era poeta, sino escritor de narraciones. El párrafo anterior, uno entre cientos de ellos, parece desmentirlo. He leído de él su gran novela “Del tiempo y del río”. Una escritura lenta sobre el delirio norteamericano, morosas páginas atravesadas por borracheras, extravíos y trenes disparados en la noche de los pueblitos. Entendí por qué William Faulkner lo consideró el primer escritor de su generación (y el propio Faulkner pretendía ser su seguidor y segundo). Y por qué iluminó los caminos de Jack Kerouac y Philip Roth.
Por estos días encontré, en una mesa de saldos, una traducción de sus Collected Stories (*). Tengo algo que deciros, La fiesta de los Jack y No hay puerta, Un relato del tiempo y del vagabundo, volvieron a cautivarme con su prosa a la vez lúcida, poética, por momentos tocada por acentos de profeta bíblico. El primero de esos tres relatos es una temprana y descarnada crónica del peso del nazismo sobre la vida cotidiana de los alemanes. El sentido de humanidad de Wolfe le permitió ver en la vida cotidiana de Alemania, y denunciar con el simple enunciar, lo que muchos de sus compatriotas no percibían en el régimen hitleriano. En No hay puerta encontré una magistral vivisección del modo de ser de los ingleses a partir de sus comidas, sus conversaciones y su modo de gesticular; admiro esta capacidad de los grandes poetas novelistas, su manera de llevarnos al conocimiento de un todo a partir del análisis de lo concreto – la gorra de Monsieur Bovary.
Asheville, ¿la tenían?
Asheville es ahora una ciudad de unos 75.000 habitantes. Allí se conserva la casa de Wolfe. En el mismo cementerio que él, se halla el sepulcro de O’Henry. También residió en esta ciudad Francis Scott Fitzgerald.
¿Tendrá algo que ver esto, con el hecho de que Asheville (cuya población es en un 75% blanca) haya sido la primera ciudad norteamericana (y sureña, para más datos) que eligió a una intendenta negra; o con que sea un componente importante de la Liga contra las Armas Ilegales (que no concita tantos metros de prensa como la publicitada Asociación del Rifle)?
¿Tendrá esto que ver con la preeminencia de las frágiles palabras sobre las orgullosas torres?
¿Tendrá esto que ver con la preeminencia de las frágiles palabras sobre las orgullosas torres?
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(*) Wolfe, Thomas. Tengo algo que deciros. No hay puerta. Barcelona, Luis de Caralt, 1964.
2 comentarios:
¡Qué bueno que volvió a remontar vuelo tu pluma digital! Aunque nunca comento, siempre paso y leo...y leo, y leo. Y aprendo.
Siempre es un placer leerte.
Abrazo desde la Bahía que tiene tanto de Blanca, como nuestro río de Colorado.
Ludi
que una sola palabra perdida seguirá viviendo cuando hayan caído todas las torres.
las torres luego de caídas seguirán viviendo en las palabras.El hombre necesita también levantar torres que alumbren palabras.Recuerdo las de Italo calvino que hablan de ciudades invisibles, de torres soñadas, de lugares construídos por los sueños de los hombres, de torres que son como palabras.
y que buena esta alianza entre palabra y argamasa.
Hace tiempo que no te encontraba ,gracias por tu regreso.
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