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Canciones que matan
Hay canciones que matan y hay canciones liberadoras, canciones que dan vida.
Sin que lo sepan sus intérpretes, ni aún sus mismos autores, hay canciones tan deletéreas como pegadizas. Quienes las escuchan y repiten de buena fe, quedan atrapados en la red de un discurso que termina fatalmente mal.
Por caso, las letras que realimentan la violencia romántica, los crímenes por amor. Violencia simbólica, erotizada, justificada por la pasión; pero igualmente criminosa, porque toda violencia lo es, en cualquier escala y modalidad.
Los equipos multidisciplinarios, los servicios de prevención, los ministerios, las comisarías y los consultorios que trabajan para extirpar la violencia contra las mujeres, tienen en su contra al poder de una música de consumo masivo. Mientras un cuartetero proclame Si te agarro con otro te mato (Cacho Castaña); mientras otros desdeñen a su pareja momentánea llamándola La culona, o le adviertan al amigo que ella Quiere acabar contigo (Los Dragones); mientras se escuchen y repitan temas como Matando la liga, de Wisin y Yandel (Nosotros somos así nosotros merca timamos / si hay que matarnos por mi madre nos matamos; otra letra alternativa advierte: Mami subete a mi moto cuidado que no te bajes con los panties rotos¸te doy cabillo,te güileo y te azoto); mientras eso se cante, se baile, se recite, se aplauda, la lucha será despareja. Cuanto más, la causa de los derechos humanos logrará un empate; se atenderá más o menos a las víctimas, se las resguardará, y no siempre, de sus victimarios.
Hay canciones que matan y hay canciones liberadoras, canciones que dan vida.
Sin que lo sepan sus intérpretes, ni aún sus mismos autores, hay canciones tan deletéreas como pegadizas. Quienes las escuchan y repiten de buena fe, quedan atrapados en la red de un discurso que termina fatalmente mal.
Por caso, las letras que realimentan la violencia romántica, los crímenes por amor. Violencia simbólica, erotizada, justificada por la pasión; pero igualmente criminosa, porque toda violencia lo es, en cualquier escala y modalidad.
Los equipos multidisciplinarios, los servicios de prevención, los ministerios, las comisarías y los consultorios que trabajan para extirpar la violencia contra las mujeres, tienen en su contra al poder de una música de consumo masivo. Mientras un cuartetero proclame Si te agarro con otro te mato (Cacho Castaña); mientras otros desdeñen a su pareja momentánea llamándola La culona, o le adviertan al amigo que ella Quiere acabar contigo (Los Dragones); mientras se escuchen y repitan temas como Matando la liga, de Wisin y Yandel (Nosotros somos así nosotros merca timamos / si hay que matarnos por mi madre nos matamos; otra letra alternativa advierte: Mami subete a mi moto cuidado que no te bajes con los panties rotos¸te doy cabillo,te güileo y te azoto); mientras eso se cante, se baile, se recite, se aplauda, la lucha será despareja. Cuanto más, la causa de los derechos humanos logrará un empate; se atenderá más o menos a las víctimas, se las resguardará, y no siempre, de sus victimarios.
Por eso buscar y alentar la verdadera poesía, ofrecer alternativas en la música, son cuestiones de Estado. Cuando se abandona la educación artística en la escuela elemental o en el secundario, cuando no se educan la sensibilidad y la razón para que los ciudadanos logren establecer cierta distancia crítica frente a los productos de la industria cultural de masas, los gobiernos están cometiendo crímenes de lesa humanidad. Se trata de la poesía, tonto.
Nada de esto es novedoso. Así como los orre eran salutíferos, también hubo tangos suicidógenos y boleros sadomasoquistas. De chico supe de una muchacha del vecindario que murió por obedecer a un valsecito de moda: se tomó una botella de lavandina, porque según la letra aquella, al amor desdeñado sólo le cabía la muerte como final.
Canciones para vivir
Felizmente hay también canciones verdaderas, canciones que dan vida y liberan. Es que una verdadera canción no puede sino pretender amor, justicia y libertad para todos; no hay cantares propiamente tales si están al servicio del disvalor. Aún los himnos nazis y fascistas apelan a la camaradería, la solidaridad, la valentía. Tienen que disfrazarse de generosidad revolucionaria para que se los cante con entusiasmo.
Toda canción verdadera anticipa la revolución, el reordenamiento poético de la realidad. Y más: por ser canción, es en sí misma la revolución. En el espacio del cantar, vivimos el tiempo y el paisaje de la libertad y la hermandad logradas. De no ser así, de no ser una intrusión del kairos en el cronos, ¿cómo podría ser la fuente del más bello trastorno?
Uno de estos cantares revolución se llama “Grândola, vila morena.” Nació en Portugal, en 1964, y contribuyó a la caída de un régimen tiránico, ferozmente aburrido.
Buchonlandia, 1926-1974
Antonio de Oliveira Salazar (1889 – 1970) había dirigido con mano de hierro y censura filosa el estado portugués, desde las sombras o a plena luz, nada menos que entre 1926 y 1968, cuando por fin un accidente doméstico lo dejó imbécil; sus allegados le hicieron creer que seguía gobernando hasta que murió en 1970. Fue el dictador más duradero del siglo XX, más que Stalin, Mussolini o Hitler. Compitió amistosamente por ese record con Francisco Franco, al que había ayudado en tiempos de la Guerra Civil española. Para Juan Rafael Llerena Amadeo, ministro de Educación del dictador argentino Videla, era Oliveira Salazar un modelo de estadista, porque había impuesto al Portugal un rumbo inapelable “como quien contempla una estrella, y hacia allí dirige el navío”. Y látigo y sudor para los remeros allá abajo.
Antes de tomar todo el poder estatal, Oliveira Salazar había establecido una favorable imagen pública con su actuación como ministro de Hacienda y mago de las finanzas, capaz de ordenar las cuentas del gobierno y conseguir empréstitos. Como un Domingo Cavallo, pero exitoso. La buena prensa y la gente de orden lo aplaudían. Una vez dueño del gobierno, diseñó el Estado Novo, corporativo y espión. Una guardia de choque, la GNR (Guardia Nacional Republicana), servía para disolver manifestaciones y protestas callejeras, no sin producir víctimas. Su policía política, la DIPE, llegó a enrolar o a enredar a uno de cada tres adultos, como agentes, informantes, infiltrados o relacionados. Era Buchonlandia, el paraíso añorado y envidiado por los mediocres James, Macris y Rodríguez Larretas de estas sureñas latitudes.
¡Pobre Puerto Alegre, Puerto Bello, Puerto Poesía; pobre Portugal! A Salazar lo sucedió, sin que el anciano llegara a enterarse jamás, Marcelo Caetano, un seudo reformista que mantuvo los controles sobre sus compatriotas y la guerra colonialista en el África. Una canción ayudaría a derrocarlo.
Nada de esto es novedoso. Así como los orre eran salutíferos, también hubo tangos suicidógenos y boleros sadomasoquistas. De chico supe de una muchacha del vecindario que murió por obedecer a un valsecito de moda: se tomó una botella de lavandina, porque según la letra aquella, al amor desdeñado sólo le cabía la muerte como final.
Canciones para vivir
Felizmente hay también canciones verdaderas, canciones que dan vida y liberan. Es que una verdadera canción no puede sino pretender amor, justicia y libertad para todos; no hay cantares propiamente tales si están al servicio del disvalor. Aún los himnos nazis y fascistas apelan a la camaradería, la solidaridad, la valentía. Tienen que disfrazarse de generosidad revolucionaria para que se los cante con entusiasmo.
Toda canción verdadera anticipa la revolución, el reordenamiento poético de la realidad. Y más: por ser canción, es en sí misma la revolución. En el espacio del cantar, vivimos el tiempo y el paisaje de la libertad y la hermandad logradas. De no ser así, de no ser una intrusión del kairos en el cronos, ¿cómo podría ser la fuente del más bello trastorno?
Uno de estos cantares revolución se llama “Grândola, vila morena.” Nació en Portugal, en 1964, y contribuyó a la caída de un régimen tiránico, ferozmente aburrido.
Buchonlandia, 1926-1974
Antonio de Oliveira Salazar (1889 – 1970) había dirigido con mano de hierro y censura filosa el estado portugués, desde las sombras o a plena luz, nada menos que entre 1926 y 1968, cuando por fin un accidente doméstico lo dejó imbécil; sus allegados le hicieron creer que seguía gobernando hasta que murió en 1970. Fue el dictador más duradero del siglo XX, más que Stalin, Mussolini o Hitler. Compitió amistosamente por ese record con Francisco Franco, al que había ayudado en tiempos de la Guerra Civil española. Para Juan Rafael Llerena Amadeo, ministro de Educación del dictador argentino Videla, era Oliveira Salazar un modelo de estadista, porque había impuesto al Portugal un rumbo inapelable “como quien contempla una estrella, y hacia allí dirige el navío”. Y látigo y sudor para los remeros allá abajo.
Antes de tomar todo el poder estatal, Oliveira Salazar había establecido una favorable imagen pública con su actuación como ministro de Hacienda y mago de las finanzas, capaz de ordenar las cuentas del gobierno y conseguir empréstitos. Como un Domingo Cavallo, pero exitoso. La buena prensa y la gente de orden lo aplaudían. Una vez dueño del gobierno, diseñó el Estado Novo, corporativo y espión. Una guardia de choque, la GNR (Guardia Nacional Republicana), servía para disolver manifestaciones y protestas callejeras, no sin producir víctimas. Su policía política, la DIPE, llegó a enrolar o a enredar a uno de cada tres adultos, como agentes, informantes, infiltrados o relacionados. Era Buchonlandia, el paraíso añorado y envidiado por los mediocres James, Macris y Rodríguez Larretas de estas sureñas latitudes.
¡Pobre Puerto Alegre, Puerto Bello, Puerto Poesía; pobre Portugal! A Salazar lo sucedió, sin que el anciano llegara a enterarse jamás, Marcelo Caetano, un seudo reformista que mantuvo los controles sobre sus compatriotas y la guerra colonialista en el África. Una canción ayudaría a derrocarlo.
Pero no desesperemos. Ahí viene la canción.
(Termina en el post siguiente)
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