martes, 19 de agosto de 2008

William Faulkner, creador de mitos y humanista


Apunte para la columna en el programa "Ladran, Sancho", en FM La Comarca, programa del sábado 26 de julio, a las 8.30 de la noche


“En mi obra cuento siempre la misma historia, una y otra vez: la misma carrera de caballos hacia la nada.”


Hoy los invito a salirnos de nuestro recuento de mitos, para encontrarnos con una tarea mítica en sí misma. Escucharemos hablar a un escritor – el que pensó y sintió la frase que antecede, alguien que creó todo un territorio mitológico, viviente por todos los tiempos.


( Vamos escuchando en ráfagas una música relacionada con este hombre: el blues "When the Levee Breaks" Cuando el dique se rompa”, por la pareja de Memphis Minnie y Kansas Joe Mc Coy. Se refiere al Great Flood, la gran crecida del Mississippi de 1927, más o menos como la nuestra de 1915, pero que duró dos meses. La crecida provocó la ruina de muchos labriegos en el sur y obligó a un gran éxodo de afroamericanos hacia el norte de Estados Unidos. )

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Pese al sentido trágico de su obra literaria, invadida por personajes marginales que enfrentan un infausto destino, era un hombre con agudo sentido del humor. Al ser entrevistado por The Paris Review manifestó

“el mejor empleo que jamás tuve fue el de administrador de un burdel: era un sitio tranquilo en las mañanas, lo cual me permitía escribir; se animaba por las noches, lo cual me entretenía; yo estaba libre del temor y el hambre, disfrutaba de cierta aureola social y me respetaban por igual la policía y los delincuentes.”

Lo habían echado de su empleo anterior como encargado de distribuir el correo de la Universidad, porque leía las cartas antes de entregarlas.

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‘’Durante toda su vida evitó los discursos, e insistía en que no tenían que considerarlo un hombre de letras. “Soy sólo un granjero al que le gusta contar historias” dijo una vez. Debido a su conocida aversión a todo pronunciamiento formal, había mucho interés, cuando viajó a para recibir aquel premio, en lo que diría en el discurso que la costumbre le obligaba a dar. Evidentemente, él quiso rectificar entonces la impresión errónea de que su obra era pesimista. Pero más allá de eso, se percataba de que, por ser el primer novelista de su país que recibía el premio después de terminada la Segunda Guerra Mundial, debía asumir la obligación especial de tomar en cuenta la situación modificada del escritor y del hombre.” (Comentario de Richard Ellmann)

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Pronunció su discurso ante el rey, en Estocolmo, con una lengua de trapo, de manera ceceante, gangosa, balbuceante y nasal, con voz ronca y enunciación ininteligible.

Hubo que esperar a que se publicara, al siguiente día, para poder apreciar la majestuosidad de aquella prosa y el esplendor de las ideas que había expresado.
Lo que ninguno sabía es que había estado bebiendo intensamente durante muchos días antes de su viaje a Suecia. Cuando entraba en uno de sus episodios alcohólicos no salía de la cama y había que alcanzarle vaso tras vaso del bourbon sureño que consumía ansiosamente. Igual que Hemingway y Scott Fitzgerald se convirtió en un alcohólico desde muy joven y ese descarrío le dominó toda su vida. (Lisandro Otero. Prensa Latina, febrero de 2002.)

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Después del blues “When the Levee Breaks”, escucharemos parte del mismo tema en la versión de Led Zeppelin: una puesta antológica, que no pudo repetirse; música que ha sido definida como “whirling” - remolineante como la crecida misma.

Al final, si el tiempo alcanza, habrá otro tema musical relacionado con este hombre.



Ahora lo prometido:



William Faulkner - Discurso de aceptación en la entrega del Premio Nobel de Literatura, 1950.


Siento que este premio me ha sido otorgado, no a mí como persona, sino a mi trabajo: a una vida de trabajo en la agonía y el sudor del espíritu humano, no en procura de gloria y menos aún de dinero, sino de crear, a partir de los materiales del espíritu humano, algo que no existía antes.


Por eso, no soy más que un guardián de este premio. A su parte representada en dinero no será difícil encontrarle una destinación acorde con el propósito y el significado que le dan origen. Pero querría hacer lo mismo con el reconocimiento: usar este momento como un pináculo desde donde me escuchen los hombres y las mujeres jóvenes que ya están dedicados a las mismas angustias y tribulaciones que yo, entre quienes está aquel que algún día ocupará el mismo lugar que ocupo ahora.


Nuestra tragedia de hoy es un miedo físico general y universal tan largamente padecido, que a duras penas lo podemos soportar. Ya no quedan problemas del espíritu; tan sólo una pregunta: ¿cuándo seré aniquilado?


Es por eso que el hombre o la mujer joven que escribe actualmente ha olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo, que solos bastarían para producir buena escritura porque son lo único sobre lo cual vale la pena escribir, lo único que justifica la agonía y el sudor. Debe aprenderlos de nuevo. Debe enseñarse a sí mismo que lo más despreciable de todo es tener miedo; y una vez aprendido, olvidarlo para siempre sin dejar espacio en su taller para nada distinto de las verdades y certezas del corazón, de las verdades universales sin las cuales cualquier relato es efímero y fatal: el amor, el honor, la piedad, el orgullo, la compasión, el sacrificio. Mientras no lo haga, su trabajo está bajo maldición. No escribe sobre amor sino sobre lujuria, sobre derrotas en las que nadie pierde nada valioso, sobre victorias sin esperanza y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Su dolor no llora sobre fibras universales y no deja huella. No escribe con el corazón; escribe con las glándulas.


Mientras no aprenda estas cosas, escribirá como si estuviera viendo el final del hombre e inmerso en él. Me rehúso a aceptar el fin del hombre. Es demasiado fácil decir que el hombre es inmortal simplemente porque permanecerá; que cuando repique y se desvanezca el último campanazo del Apocalipsis con la última piedra insignificante que cuelgue inmóvil en la agonía del fulgor del último anochecer, que incluso entonces se oirá un sonido: el de su voz débil e inagotable, que seguirá hablando. Me niego a aceptarlo. Creo que el hombre no sólo perdurará, prevalecerá. Es inmortal, no por ser el único entre todas las criaturas que posee una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y fortaleza. El deber del poeta, del escritor, es escribir sobre estas cosas. Tiene el privilegio de ayudar al hombre a resistir aligerándole el corazón, recordándole el coraje, el honor, la esperanza, el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han enaltecido su pasado. La voz del poeta no debe ser solamente el recuerdo del hombre, también puede ser su sostén, el pilar que lo ayude a resistir y a prevalecer.


[Estocolmo, 10 de diciembre de 1950]


En cuanto a "When the Levee Breaks", la canción se conecta con un relato de Faulkner (la historia corta "Old Man") que narra la huída de un presidiario que aprovechó la gran crecida de 1927.

No es la única canción del creador del mítico territorio de Yoknapatawpha.

Para concluir, escuchemos otra: “A Rose for Emily”, por Zombies. Lleva el mismo título de un imperdible cuento muy breve de William Faulkner, en el que Emily Grierson, una gran dama soltera del antiguo Sur, sorprende de un modo definitivo a quienes acuden a su velatorio.

Un saludo cordial para todos. Buenas noches.

Ramón.

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