De las amonestaciones, y otras estupideces conexas
En las últimas semanas ha sido uno de los temas preferidos por los medios de prensa, el retorno de las amonestaciones a las escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires.
Hemos escuchado una y otra vez a periodistas bienpensantes, a funcionarios de la Ciudad, y a oyentes que llaman a las radios para manifestar su añoranza por los buenos viejos tiempos, pronunciándose en defensa de una medida que supuestamente restaura un orden perdido en los colegios de nivel medio, y les devuelve autoridad a los profesores.
Considero que estas opiniones son una manifestación más del temor de nuestra sociedad ante el cambio; temor ante todo lo que remueve o amenaza estructuras y pautas heredadas, sin importar si estas son justas o injustas.
Pero por el momento me abstendré de ahondar en las causas de esas actitudes. Más bien quiero poner de manifiesto algunos razonamientos erróneos que se escuchan en los “medios” y que circulan entre algunos sectores de la ciudadanía. Para que no repitamos estupideces, nomás.
Observo a periodistas que se plantan frente a las cámaras, y escucho a otros que sin duda se plantan firmemente frente a los micrófonos, para lanzar urbi et orbi el razonamiento decisivo para defender la existencia de las amonestaciones: “al fin y al cabo, nosotros nos educamos en un sistema en el cual existían las amonestaciones, y no nos ha ido tan mal”.
Es un argumento especioso. Pero además es peligroso, porque introduce una técnica de mentir en lugar de una lección de racionalidad en la argumentación. Me parece que esta opinión está dando la pauta de que se aprendió a defender lo impuesto, más que a pensar por cuenta propia.
El argumento es especioso, porque con el mismo criterio alguien podría decir “al fin y al cabo, mi maestro de segundo grado me toqueteaba, y tan malo no he salido.” O “en la colimba me degradaron como persona, me castigaban con orden cerrado y yo veía cómo los jefes se llevaban cosas del cuartel para su casa, pero tan malo no salí. Quiero que vaya mi hijo a vivir eso mismo”.
Por otra parte se podría preguntar: acaso los militares genocidas, los civiles que los promovieron y apoyaron, los religiosos cómplices y los torturadores, no eran también ex alumnos de sistemas donde se repartían amonestaciones… ¿y diríamos que “tan malos no fueron”? Y no con esto quiero decir que esta gente fue como fue a causa de las amonestaciones. Simplemente quiero poner de relieve que esa forma de argumentar es limitada y mentirosa.
A ver entonces, si podemos ponernos de acuerdo en torno a lo siguiente: la presunta normalidad actual de los periodistas, los funcionarios y las personas que envían cartas de lector o llaman a las radios, no constituye de por sí un criterio de verdad. Lo que una de estas personas considera “normal” no puede servir como argumento para justificar ninguna práctica del pasado. Si empezamos por ahí, al menos habremos despejado una falacia y una trampa para el pensamiento.
Si lo que se pretende es rescatar es el pensamiento tradicional, entonces habría que recordar algunas observaciones de nuestros paisanos: “Con miedo no se puede aprender nada” les he oído decir.
También del pensamiento popular adoptó Juan de Mairena aquel axioma para la vida histórica y civil: “aquellos polvos trajeron aquestos lodos”. La tierra de ayer ayudó a generar el barro de hoy. Para quedar limpios, de nada sirve volver al polvaderal de ayer.
Quiero destacar también un enorme acervo de experiencia de docentes, alumnos y padres/madres que han pasado los años de escuela hasta el egreso de los chicos, sin que existieran ni se aplicaran amonestaciones.
Porque lamentablemente, en esta como en otras cuestiones, la imagen que nos presentan los “medios” es un poco parcial. Sólo aparecen esos casos extremos de trifulca y atropello a docentes o a compañeros, que se dan en algún colegio de gran ciudad, y que además son filmados por los propios chicos, precisamente para que aparezcan en esos medios. (¿Habrá que tener en cuenta la especificidad de las "escuelas mediáticas" o "espectacularizadas"? ¿Hasta qué punto sirve para una discusión de lo escolar, esta prioridad de lo espectacular?)
En las últimas semanas ha sido uno de los temas preferidos por los medios de prensa, el retorno de las amonestaciones a las escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires.
Hemos escuchado una y otra vez a periodistas bienpensantes, a funcionarios de la Ciudad, y a oyentes que llaman a las radios para manifestar su añoranza por los buenos viejos tiempos, pronunciándose en defensa de una medida que supuestamente restaura un orden perdido en los colegios de nivel medio, y les devuelve autoridad a los profesores.
Considero que estas opiniones son una manifestación más del temor de nuestra sociedad ante el cambio; temor ante todo lo que remueve o amenaza estructuras y pautas heredadas, sin importar si estas son justas o injustas.
Pero por el momento me abstendré de ahondar en las causas de esas actitudes. Más bien quiero poner de manifiesto algunos razonamientos erróneos que se escuchan en los “medios” y que circulan entre algunos sectores de la ciudadanía. Para que no repitamos estupideces, nomás.
Observo a periodistas que se plantan frente a las cámaras, y escucho a otros que sin duda se plantan firmemente frente a los micrófonos, para lanzar urbi et orbi el razonamiento decisivo para defender la existencia de las amonestaciones: “al fin y al cabo, nosotros nos educamos en un sistema en el cual existían las amonestaciones, y no nos ha ido tan mal”.
Es un argumento especioso. Pero además es peligroso, porque introduce una técnica de mentir en lugar de una lección de racionalidad en la argumentación. Me parece que esta opinión está dando la pauta de que se aprendió a defender lo impuesto, más que a pensar por cuenta propia.
El argumento es especioso, porque con el mismo criterio alguien podría decir “al fin y al cabo, mi maestro de segundo grado me toqueteaba, y tan malo no he salido.” O “en la colimba me degradaron como persona, me castigaban con orden cerrado y yo veía cómo los jefes se llevaban cosas del cuartel para su casa, pero tan malo no salí. Quiero que vaya mi hijo a vivir eso mismo”.
Por otra parte se podría preguntar: acaso los militares genocidas, los civiles que los promovieron y apoyaron, los religiosos cómplices y los torturadores, no eran también ex alumnos de sistemas donde se repartían amonestaciones… ¿y diríamos que “tan malos no fueron”? Y no con esto quiero decir que esta gente fue como fue a causa de las amonestaciones. Simplemente quiero poner de relieve que esa forma de argumentar es limitada y mentirosa.
A ver entonces, si podemos ponernos de acuerdo en torno a lo siguiente: la presunta normalidad actual de los periodistas, los funcionarios y las personas que envían cartas de lector o llaman a las radios, no constituye de por sí un criterio de verdad. Lo que una de estas personas considera “normal” no puede servir como argumento para justificar ninguna práctica del pasado. Si empezamos por ahí, al menos habremos despejado una falacia y una trampa para el pensamiento.
Si lo que se pretende es rescatar es el pensamiento tradicional, entonces habría que recordar algunas observaciones de nuestros paisanos: “Con miedo no se puede aprender nada” les he oído decir.
También del pensamiento popular adoptó Juan de Mairena aquel axioma para la vida histórica y civil: “aquellos polvos trajeron aquestos lodos”. La tierra de ayer ayudó a generar el barro de hoy. Para quedar limpios, de nada sirve volver al polvaderal de ayer.
Quiero destacar también un enorme acervo de experiencia de docentes, alumnos y padres/madres que han pasado los años de escuela hasta el egreso de los chicos, sin que existieran ni se aplicaran amonestaciones.
Porque lamentablemente, en esta como en otras cuestiones, la imagen que nos presentan los “medios” es un poco parcial. Sólo aparecen esos casos extremos de trifulca y atropello a docentes o a compañeros, que se dan en algún colegio de gran ciudad, y que además son filmados por los propios chicos, precisamente para que aparezcan en esos medios. (¿Habrá que tener en cuenta la especificidad de las "escuelas mediáticas" o "espectacularizadas"? ¿Hasta qué punto sirve para una discusión de lo escolar, esta prioridad de lo espectacular?)
Pero lo que no se proyecta en los noticieros de la tele son los varios cientos de miles de escenas en escuelas donde simplemente los adultos y los pibes se llevan relativamente bien, sin que se utilice la amonestación, ni la palmeta, ni alguien amenace a la maestra o a la profesora. En el pueblo donde vivo, esa es la realidad cotidiana; no quiero decir con esto que los pibes o los adultos sean beatíficamente buenos, ni que no exista algún conflicto, debate u observación sobre el comportamiento de alguien. Pero insisto: lo nuestro, posiblemente por carecer de episodios aberrantes, nos excluye de los grandes medios nacionales.
En mi caso particular, durante años he enseñado en un colegio secundario, y durante años mis cinco hijos han aprendido en ese mismo colegio, en un marco institucional en el que se habían suprimido las amonestaciones (el CBU rionegrino). Eso sí: todos los días había una evaluación cooperativa del comportamiento, entre chicos y docentes. A veces, también algún docente recibía alguna observación. Y funcionaban los consejos de convivencia, con un nivel de debate que era parte de la buena salud y de las libertades de la institución.
En mi caso particular, durante años he enseñado en un colegio secundario, y durante años mis cinco hijos han aprendido en ese mismo colegio, en un marco institucional en el que se habían suprimido las amonestaciones (el CBU rionegrino). Eso sí: todos los días había una evaluación cooperativa del comportamiento, entre chicos y docentes. A veces, también algún docente recibía alguna observación. Y funcionaban los consejos de convivencia, con un nivel de debate que era parte de la buena salud y de las libertades de la institución.
Esta fue solo una de las muchas experiencias semejantes que se produjeron en nuestro país. Experiencias que han sido sumidas en el olvido o desconocidas sistemáticamente, o bien relegadas a un museo de lo anecdótico, de las cosas raras, de lo supuestamente imposible. Han existido en la Argentina escuelas y colegios donde se aprendió y se enseñó en libertad y para la libertad. Y anduvieron tan bien, que una y otra vez alguien decidió truncar esas experiencias, para que no cundiera esa transformación. La reforma educativa mendocina de los años 30, la escuela santafesina de las hermanas Cosettini en los años 30, las innovaciones que promovieron Luz Vieyra Méndez y otros destacados pedagogos cordobeses en la década del 40, el Ciclo Básico secundario de la Universidad Nacional del Sur en los '60 del siglo pasado, deben ser recordados como ejemplos válidos de lo que se puede y lo que se debiera hacer para una escuela de la democracia. La "memoria de la educación" que proveen los medios, debiera contemplar estos procesos, y no sólo quedar adherida a la nostalgia de los periodistas que añoran cierto tipo de escuela vertical e instruccionista.
Estimados opinantes que aplauden el regreso de las amonestaciones: les pido reflexionen que si los castigos sirvieran para algo, en la Argentina hace rato que ya no harían falta castigos. Hubo tantos, que a esta altura de los tiempos tendríamos que ser los más educados del mundo. Pero bien sabemos que no lo somos.
Como bien sostiene otro principio tradicional “más jaulas no enseñan a volar mejor”. De lo que se trata, en la escuela como en cualquier otro lado, es de aprender a vivir en libertad. Libertad que supone instituciones, por supuesto; y sistemas de estudio y prevención de conductas que van contra las libertades. Y las comunidades así organizadas y dueñas de sus instituciones, tienen que “hacer algo” para modificar esas conductas. En las experiencias que he narrado, ese “algo” eran reparaciones ofrecidas a la comunidad del curso o de la escuela. Creo que de este modo mis alumnos salieron de la escuela sabiendo mucho más acerca de cómo gobernarse, cómo respetar las leyes y cómo participar, de lo que yo sabía a la edad de ellos.
En fin, no nos apuremos a aplaudir el regreso de las amonestaciones en Buenos Aires, porque la mera sanción no resuelve nada. La autoridad del adulto se adquiere y se mantiene por muchos otros medios que no tienen mucho que ver con la posibilidad de sacar a alguien del aula, por unos días o para siempre. Y la relación de autoridad se asienta en una red de respetos y consensos, donde también los jóvenes deben ser partícipes y decidir.
Estimados opinantes que aplauden el regreso de las amonestaciones: les pido reflexionen que si los castigos sirvieran para algo, en la Argentina hace rato que ya no harían falta castigos. Hubo tantos, que a esta altura de los tiempos tendríamos que ser los más educados del mundo. Pero bien sabemos que no lo somos.
Como bien sostiene otro principio tradicional “más jaulas no enseñan a volar mejor”. De lo que se trata, en la escuela como en cualquier otro lado, es de aprender a vivir en libertad. Libertad que supone instituciones, por supuesto; y sistemas de estudio y prevención de conductas que van contra las libertades. Y las comunidades así organizadas y dueñas de sus instituciones, tienen que “hacer algo” para modificar esas conductas. En las experiencias que he narrado, ese “algo” eran reparaciones ofrecidas a la comunidad del curso o de la escuela. Creo que de este modo mis alumnos salieron de la escuela sabiendo mucho más acerca de cómo gobernarse, cómo respetar las leyes y cómo participar, de lo que yo sabía a la edad de ellos.
En fin, no nos apuremos a aplaudir el regreso de las amonestaciones en Buenos Aires, porque la mera sanción no resuelve nada. La autoridad del adulto se adquiere y se mantiene por muchos otros medios que no tienen mucho que ver con la posibilidad de sacar a alguien del aula, por unos días o para siempre. Y la relación de autoridad se asienta en una red de respetos y consensos, donde también los jóvenes deben ser partícipes y decidir.
Aún desde una lógica empresarial, que suele ser atractiva para la fracción política que gobierna la Ciudad de Buenos Aires, la mera insistencia en la potestad disciplinaria del docente sería contraproducente con vistas al producto deseado. Hay docentes que no necesitan estar afianzando su autoridad. La tienen por presencia, por compromiso, porque creen en lo que hacen, y porque saben. Pero si reforzamos a todos por igual poniéndoles esta palmeta simbólica en la mano, entonces puede que estemos favoreciendo la mediocridad. Y finalmente, me pregunto si quien tiene que recuperar autoridad y vigencia en la sociedad argentina es sólo el docente, o es la escuela en su conjunto.
Seré insistente en algo: la escuela sin amonestaciones y con evaluación cooperante que he descripto, no es utópica. Me he limitado a recordar algunas características de un sistema educativo que funcionó aquí, no hace tanto tiempo; como otros que lo precedieron. Y seguramente otros lo han de seguir, porque felizmente el espíritu de libertad no se resigna - es ese viento que una y otra vez, vuelve a soplar cuando y donde quiere.
Valgan estos testimonios para que la memoria no sea tuerta. Porque como dijera don Ata, “atrás de los equivocos / se vienen los perjudicos.”
Seré insistente en algo: la escuela sin amonestaciones y con evaluación cooperante que he descripto, no es utópica. Me he limitado a recordar algunas características de un sistema educativo que funcionó aquí, no hace tanto tiempo; como otros que lo precedieron. Y seguramente otros lo han de seguir, porque felizmente el espíritu de libertad no se resigna - es ese viento que una y otra vez, vuelve a soplar cuando y donde quiere.
Valgan estos testimonios para que la memoria no sea tuerta. Porque como dijera don Ata, “atrás de los equivocos / se vienen los perjudicos.”
1 comentario:
Yo también me crié temiendo a muerte las amonestaciones, y recuerdo que anhelaba la creación de un sistema para que nosotras las alumnas pudiéramos amonestar a las profesoras, quienes asimismo eran capaces de necedades e injusticias...
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