martes, 16 de diciembre de 2008

Georges Navel, II. Textos, o el trabajo de escribir.


Algunos textos de Georges Navel


Manos

“El hombre vive de sus manos. La vida es lo que se toca.” (*)

La fábrica

“Fue con temor que entré por primera vez en la gran nave de la fábrica Citröen de Saint Ouen. Al entrar en este barullo formidable, me decía: Viejo, vas a sufrir acá. ¿Cómo vas a aguantar en este estrépito?

Veía a los demás, ante todo los matriceros, cuyo trabajo exige calma y concentración. Ante grandes mármoles, posaban el trusquín, trazaban una línea, luego se hacían un poco atrás para mirar de nuevo los diseños en las grandes hojas azules, una línea nueva para trasladar. Hacer esto en medio del estruendo me parecía un desafío, me asombraba que una nave tan bullente, tan agitada, pudiese ser un taller. ¿Cómo hacían los matriceros, los torneros, los rectificadores, para no perder el norte? /…/

Todo el espacio, desde el suelo hasta el techo de la galería, estaba cortajeado, surcado, ocupado por el movimiento de las máquinas. Los puentes rodantes corrían por sobre los fijos. En el piso, sobre caminos estrechos, circulaban en congestión carritos eléctricos. No había lugar para fumar. En el fondo de la nave, prensas colosales daban forma a los largueros, los capots, los costados, con un sonido de explosiones. /…/

Los coches de un modelo nuevo no habían salido en la fecha prevista. Esto suponía una gran pérdida para la Citröen. /…/ Se ganaba tiempo, pero se lo perdía para esperar la amoladora, la perforadora, el puente rodante. Estos huecos en la organización de una fábrica que pasaba por funcionar a la americana, para nosotros significaban fatiga.

Más que la insistencia de los jefes, el enorme tam tam de las máquinas aceleraba nuestros movimientos, tensionaba nuestros movimientos, tensionaba nuestra voluntad de ser rápidos. /…/ Afuera, la fábrica me seguía; había entrado en mí; en mis sueños, yo era máquina. Toda la tierra no era sino una inmensa máquina, y yo me había transformado en un engranaje.” (*)

Apicultura

“Hablan de que en la colmena hay una reina; pero nadie ha sabido que esa abeja esté dando órdenes o estableciendo leyes. En realidad, debiera decirse la Abeja Madre.” (**)

La tierra canta

“No hay terraplenero que no se regocije cuando lanza la palada. De la repetición del mismo esfuerzo nace un ritmo, una cadencia en la que el cuerpo encuentra su plenitud. Antes de la fatiga, si la tierra es buena se desliza bien, canta sobre la pala; hay por lo menos una hora en la jornada durante la que el cuerpo es feliz.”… “Se trata de que uno esté siempre conciente: del momento, de las cosas, del gesto.” (*)

Otra tierra

“La tierra de París no tiene olor.” (*)

El tiempo de las cerezas

“¿Por qué uno viene a la cosecha? Pagan poco en la cereza. Fidelidad a la estación… Es un encuentro con antiguas felicidades: un olor de heno, la luz de mayo, ensoñaciones. Conocí a un viejo panadero que, desde hacía veinticinco años, cuando llegaba la temporada dejaba la artesa y venía a fin de abril. Uno se siente cambiado, la piel se endurece, no es tan sensible, sufre menos el clima. Después se siente un nuevo toque de frescura, alcanzado por gracia. Un año yo volví por un aroma de retama, o por haber visto en un camino a un campesino bajo un gran paraguas azul, una mañana de lluvia fina de mayo. No se sabe por qué se vuelve. Comer cerezas hasta hartarse… Se cuentan los años, uno sabe que ha vivido una primavera más, se ha sentido sobre la tierra cuando retornó el mes de mayo. Es una fiesta que se da el trabajador temporario, cosechando primavera durante un buen mes. No se siente en ningún lado tan bien como encaramado a un cerezo, con los pies descalzos sobre las ramas, la espalda desnuda al viento, un hombro al sol y otro a la sombra, realmente en Provenza. Las escaleras le dan al cosechero una flexibilidad de gimnasta. Posado en tierra para cosechar las ramas bajas, siente la hierba en los pies desnudos. El invierno había dejado en los grandes zapatos un cadáver, un hombre blanco que andaba sin placer. En las cerezas uno se vuelve negro, gitano, con los riñones felices al caminar. Y no sólo los riñones: cada fibra, cada músculo hace su juego. Hacía tiempo que no se respiraba sino de un modo neutro, como cuando uno duerme. Nuevamente se respira con nariz de perro; no se respira, se bebe el aire en pequeñas copas y a grandes tragos por las fosas nasales. Son tantos los momentos en que uno se siente vivo, despierto al mundo…” (*)

(Será quizás por pensamientos como este que la canción de la izquierda francesa es "Le temps des cerises"?)

Programa

“Me propuse eliminar la imagen vaga que se tenía del obrero.”

Inspiración, método, escritura. Estado estético, locura a voluntad.

“No sé si esta pequeña iluminación de un breve retorno de la memoria de lo más vívidamente vivido reencontrará su camino o su encrucijada. He encontrado o practicado una especie de método favorable a una especie de permanencia del estado o de los poderes de la inspiración, estado fugitivo que conozco, pero raramente, por instantes, de tanto en tanto. A diferencia de la mínima inspiración fugitiva, o estado de vivo despertar, que luego demanda trabajar en frío de manera más o menos prolongada, busco un flujo constante que no me plantee esa exigencia. No lo consigo siempre, pero no hay trabajo en frío. Lo torrencial de ese flujo me incomoda, me siento diferente de como soy por lo común, demasiado invadido por la abundancia de recursos interiores de los que hasta ese momento venía sintiendo la carencia, salvo por breves momentos. Es demasiado, demasiado. En el momento mismo en que me ponía a plantar unas papas, tuve que dejar la tarea para venir a la mesa. Remitido a un momento de la infancia, creía vivir el tiempo como lo vivía mi madre, nos confundíamos, yo estaba allá. Escribí algunas pequeñas simplezas, poemas cortos, expresiones del momento. La fiesta se prolongaba, la ola no se retiraba sin dejar nada. Lo muy vívido no tenía aún voz. Había alcanzado ese estado en una mañana /…/ sin droga, sin alcohol, sin movimiento /… / sino bajo el efecto de los medios probados de pequeña felicidad. Esta atención absoluta, maníaca, voluntaria a los gestos y las percepciones, este poder de evocación y comprensión… Pareciera que este género de fenómeno se llama “estado estético” … Un estado de dulce locura, nada inquietante, que yo había esperado y provocado.”/ …/Confiaba hallar una maestría de los recursos del espíritu tal que me permitiera volverme loco a voluntad. /…/ Sin este pasaje por la experimentación de un retorno al mundo como cosa nueva, sin la parte de chifladura que entraba en esta experiencia, jamás habría escritos ciertas páginas sobre las cosas del trabajo. La prosa, la escritura recitante, no moviliza la inspiración de la misma manera o con la misma intensidad que lo que llaman poesía, eso otro indefinible.” (***)

Poesía y cancionero popular

“Como hacen los editores grandes, que de vez en cuando publican una obra excelente que no tiene muchos lectores, debieran hacer los editores de discos exitosos, de canciones, asumiendo la publicación de colecciones de poesía. No lo diría con total certeza, pero me atrevo a imaginar que sin la “poesía grande”, la canción popular que hasta el menos lumbrera escucha, sería casi muda o muy inferior. Aunque desconozco al autor, cuando escucho la canción “Llueve sobre la ruta”, diría que la canción y el tema hallan su origen en Verlaine: “Llora mi corazón como llueve sobre la ciudad”. (****)

(*) Travaux, Paris, 1946.
(**) De sus cuadernos de apicultura.
(***) Cartas al poeta Claude Kotelanne. Pág. 2, Meudon, 9 de mayo de 1967. En: A contretemps, nro. 14-15, décembre 2003.
(****) Ibid. Laval d’Aix, 28 février 1972. pág. 8.

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