miércoles, 24 de diciembre de 2008

Héctor Ciocchini en dos poesías

Héctor Ciocchini, en dos de sus poesías

Fue un noble hombre, un maestro afable y certero, un dignísimo poeta. Podía hacerte romper el cascarón tan sólo con una frase que después seguirías pensando durante años – me sucede a mí, que lo veo ahora, presente, que oigo su palabra al pie de la letra, cuarenta años después. Y fue un ciudadano valiente, que se atrevió a testificar contra los asesinos de una generación. .

Hay muchos motivos para recordar a Héctor, y muchos de sus mundos que esperan ser recorridos. Quiero volver un día de estos a hablar de él, como él lo hizo para rendir homenaje a su maestro Arturo Marasso, y como a su vez Marasso lo había hecho con Joaquín V. González. Lo haré, cuando supere la vergüenza, cuando me resigne a dejar de manifiesto lo poco que sé de hombre tan excelente, lo poco que mi ignorancia me permitió comprender de él. Con lucidez, Carlos Penelas me señala un camino en este empeño; él ha retratado al hombre y al poeta con trazos claros y luminosos.

Por hoy, les presento a Héctor Eduardo Ciocchini (La Plata, 1922 – Buenos Aires, 2005) en dos de sus poesías.

Las orillas desiertas
I


Reposa tu cabeza
torturada de sombras y tormentas:
sea la lluvia un saludable olvido
en su morosa destilación
sobre las piedras inmemoriales.
Después de cada viaje
en los recintos ardientes del amor,
en su azaroso olvido,
vuelvo a reconocer mi soledad
como un ciego las piedras de su casa.
Y así en la gruta del deseo,
en donde se repiten los sueños de los padres,
vuelve a llorar una sabiduría
en que sólo se atisba la corriente
de un mar brutal y sordo
que renueva incesante su pasión.

(De: Herbolario, 1982).


A María Clara

Sálvame, martirizada,
de la crueldad del amor, de los seres humanos,
de su feroz herida. Llévame
a la serenidad del canto.
Que mi plegaria sea ponderada, un bálsamo
para mi inquieto corazón.

Tú que sufriste todos los martirios
calma este agudo dolor, la soledad de la edad y de la muerte
asomando sus pies debajo de mis pasos.

Amor que me das muerte
retira la crueldad de tus armas,
cede tu paso al sueño y al reposo.

(De: Homenaje a John Keats y Fragmentos de un Diario, 1995).

1 comentario:

badana dijo...

Hermosas poesías.
Engañosa su lectura para un corazón ávido de señales.
Los olvidos azarosos solo arrastran huellas de memorias arenosas . Los hay otros , impiadosos contra los que resisten memorias silenciosas como las rocas.
Gracias por este regalo de navidad que siendo para el mundo , lo tomo como mío