sábado, 27 de diciembre de 2008

Héctor Ciocchini. Textos de su última época.



Ilustración: tapa de la Antología de HEC, Linteo Poesía, 1999.








Héctor Ciocchini en dos textos de su última época

Egina


(De: Fragmentos de un Diario. 1995).


Marasso siempre decía: “Me combaten y me niegan como poeta por mi culto a Grecia.” No lo comprendía hace más de treinta años. Ahora lo veo claramente. Todo está dado para que la intolerancia en todos sus aspectos haya prosperado en la Argentina.
Pero, en mi viaje, varios acontecimientos prepararon lo que para mí fue una revelación. En el pequeño centro de la ciudad había varias librerías. Mirando en los atriles, vi la obra de Jean Roy, La nuit c’est le manteau des pauvres.
Venía de recorrer los espléndidos restos del templo de Afaia, Coré o Proserpina, la que desaparece. Vi a varios muchachos desnudos en una actitud casi de adoración. El sol de la siesta era tibio como una dulce caricia. Pedí allí por mi hija María Clara.
Luego, al volver a pasar por aquella librería vi la tapa del libro de Jean Roy. Era una niña blanca como una estatua. Era un cuadro de René Magritte. De la sien de aquella niña goteaba la sangre provocada por una herida de bala. Su nombre era Souvenir. El presagio era certero. Desesperado no pude moverme.
Simone Weil decía que la única manera de consolar a los sobrevivientes de los campos de concentración era mostrarles objetos de belleza. Quizá el destino me deparaba esa verdad terrible en un lugar como Grecia. Durante años sufrí en mi cuerpo las torturas que se le infligían. Y luego, el saber de las complicidades que se tramaron para tales hechos fue un motivo desolador. /…/
Sabía que yo no pertenecía a ningún sitio. Que era un ser marginado de la vida, y que pocos podían entenderlo. La hermandad en el dolor es fuerte y rara. El consuelo es animal, pero la herida continúa abierta y sin consuelo. Era inútil decirlo, explicarlo. /…/
Recordaba una frase de una carta de Nietzsche: “¿Qué se ha hecho de las almas grandes y tiernas?” El solitario de Alta Engadina, el lector de Hölderlin daba su respuesta lúcida, aunque no consoladora.



Preparación del Viaje



(De “Los usos de la tierra”, 1999)

Alivia mis dolores, dulce noche,
tierna madre que traes el reparador sueño;
tú preparas mi viaje, esa encendida
llama de amor que me devuelve
a mi origen primero.
Liviano y distraído, fui como un niño
entre sombras y dudas,
en la tierna candidez que creaba
sus dioses y sus héroes.
Como una adolescente, mi alma se despoja
de su túnica, y en su otra mano lleva
el fruto que le entregó la vida.
En semisueño velas por un tránsito
que fue dolor e intenso gozo,
equivocado y solo,
por la selva
que odio y amor estrechan
en durísima fronda.
Unos ojos dulcísimos me aguardan,
los ojos que consuelan y apaciguan,
que el trovador y el místico entrevieron
nimbados de alegría más que humana.
Será dulce dormir en la mirada
de una justicia que es consuelo y gracia.

21-VI-1995.

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