martes, 2 de septiembre de 2008

La ciudad y los mitos


Columna de inactualidad en el programa “Ladran, Sancho” en FM de la Comarca, La Adela (provincia de La Pampa) el sábado 23 de agosto a las 20.30

La ciudad como mito, desde Jericó hasta Chica

Escuchábamos "New York, New York", en la célebre versión de Frank Sinatra; ahora oigamos unas sevillanas del siglo XVIII, cantadas en 1931 por Argentinita, Encarnación López Júlvez. Al piano el recopilador de las canciones, Federico García Lorca. En ambas canciones, como en tantos tangos, como en las de Charly García y casi todo el rock, se nos está diciendo que somos seres de ciudad; que esa determinada ciudad, para bien o para mal, es constituyente de nuestros tejidos afectivos y mentales. Tanto, que hasta tiene su propia forma musical, su "aire": Sevilla tiene sus sevillanas; y Nueva York y Buenos Aires y tantas otras ciudades tienen sus músicas propias e inconfundibles.

Ambigua criatura, la ciudad mítica. La vida y la muerte, la crueldad y la santidad, se mezclan en la mitología de esta creación material humana – la más grande, esa donde caben y se dan todas las otras creaciones.

Jericó y la música final

No conocemos ningún mito de fundación de la ciudad más antigua y continuamente habitada del mundo, Jericó , la “ciudad de las palmeras”. Se formó hacia 9.000 a. E. C. y sobrevivió a todos los imperios, reedificándose veinte (sí veinte veces) sobre sí misma, hasta hoy.

Pero nos queda un mito de su destrucción por la música. Hay un lazo entre ciudad y música. Hace unos días comentábamos cómo la muralla de Tebas de Grecia fue creada por dos héroes gemelos: el forzudo Zeto, que levantaba las piedras a pulso, y Anfión, que movía los sillares con la sola fuerza de la armonía, al tocar su flauta. En cuanto a Jericó, cuando los invasores israelitas (los de entonces, 1450 a.E.C.) ocuparon Palestina por la fuerza, destruyeron la ciudad con la música de sus trompetas, según se lo había indicado su dios.

La ciudad como un corte: Eridú y familia, México y Cuzco.

De las primeras ciudades, las de Súmer, sí tenemos leyendas originarias. Las tablas reales sumerias dan una lista de cinco urbes que dominaron sucesivamente el país antes del diluvio: Eridú, Bad Tibira, Larak, Sippar y Shuruppak. Nos dicen: “Cuando bajó del cielo / La realeza se asentó en Eridú.”

Hay un corte, una interferencia de los dioses en el espacio y el tiempo de los hombres, que constituye la ciudad, criatura teo-política, sede del poder sacerdotal y real. Un dios la funda, introduce esta novedad en el tiempo y el espacio. Quizás porque se siente a la ciudad como protectora, nutridora, ordenadora, se le atribuye carácter divino.

Algunas veces el corte es producido por un rey-dios, un emperador celeste. Así en el caso de Menfis, de Persépolis, de Beijing, de la Samarcanda refundada por Tamerlán…

En nuestra América, hay también una intervención divina en los comienzos de México y Cuzco: una señal de los dioses marca el lugar donde han de fundarse. Para Tenochtitlán (en 1325 E.C.), es la aparición del águila sobre un nopal; para Cuzco (siglo XIV), la varilla de oro que se clava allí donde hay una conexión entre varios mundos.

La ciudad como crimen o como tesoro de seducción

Otro mito posterior y diferente atribuye la fundación de Eridú al dios babilonio Marduk. Fundar la ciudad sigue siendo tarea de la deidad, sí. Pero ahora, según el texto del Enuma Elish, Marduk funda la ciudad (y la humanidad misma) luego de un crimen. Da muerte a la serpiente/caos Tiamat, habitante del abismo, el Apsu. Un pensamiento dualista pone al dios matador y ordenador frente al poder de lo confuso. El dios matador funda la ciudad (que es ni más ni menos que el cosmos), sobre el cadáver de lo caótico. Sobre esa muerte pronuncia las palabras que van creando los seres de este mundo.

Recordemos el mito de la fundación de Roma. También allí la ciudad nace de un crimen: un fratricidio, hecho por el varón.

Hay otra corriente de mitos totalmente enfrentada a esta. Mitos donde una diosa nutridora y protectora funda el orden y la civilización, con dones robados a los dioses gracias a sus artes de seductora. Así lo hizo Inanna, la Venus sumeria, para beneficio de los humanos. Esas diosas de las ciudades llevan coronas muradas, con almenas, como Cibeles, … y luego las Vírgenes Negras que difundieron los templarios.

La ciudad es el muro

Para el mito de la fundación, el muro es la ciudad misma. El nombre de la antigua capital egipcia, Menfis, significa “muros blancos”. Uruk era “la ciudad de las altas murallas”, construídas nada menos que por Gilgamesh, con siete capas de ladrillos abetunados superpuestas en sus cimientos. La muralla separa lo que se entiende como “ordenado”, del resto del mundo, lo caótico. Caótico por dominado. Porque desde que hay registros, y hasta Chiapas, “eso otro” que es el campo, lo vago, el vértigo del espacio, se viene insubordinando (¿Sería Tiamat un emblema de esta insurrección?) (¿Y será por esto de la muralidad, que el Urbanismo todavía se imparte en las facultades de Arquitectura?). Al identificar campo y barbarie, Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento (fresca aún la marca de la rebelión rural de 1829 en la campaña bonaerense) apelaban a un viejo y fuerte tema mítico.

Cuando alguien “insulta” la ciudad (es decir, salta por encima de su muro, como lo hizo Remo), sobreviene el castigo impuesto por el “orden”: el fratricidio. Así nace y se afianza la ciudad. Y cuando en nuestras tierras los conquistadores procedían a una fundación, los símbolos recordaban la escena de Roma. El fundador hacía plantar el rollo o picota, un poste que serviría para ajusticiar a quien fuere menester. Se plantaba ante el rollo con su espada desenvainada, y tras dar unos tajos al aire, a las hierbas y a la tierra, daba por fundada la urbe.

La ciudad como ombligo

Toda ciudad se siente, es, un ombligo. El caso más gráfico, Cuzco, la ciudad habitada más antigua de América: su nombre significa centro, ombligo, cinturón. Allí, según la mitología inca, confluían como en un punto de capitón el mundo inferior (Uku Pacha), el visible (Kay Pacha) y el superior (Hanan Pacha).
Cuzco era un punto de enlace cósmico. Hay alguna analogía entre esta concepción del eje que une los mundos, y nuestro árbol del Gualich. Y su fundación no rompe o mata, sino que concilia y une los mundos. Un dato diferencial es que hay una mujer fundadora: junto a Manco Cápac está Mama Ocllo, que viene a traer las artes de la civilización. Rapa Nui, Pekín, Delfos, también creen o creyeron ser ombligo del mundo. V. Los fundadores míticos de Cuzco

Ciudad, lo que fue; ciudad, lo que vendrá

Pensamos el pasado enhebrando ciudades, y de igual modo pensamos el futuro. El tiempo que vendrá se expresa en la ciudad soñada, en la que se va a concretar la vida perfecta, justa y feliz. La Cittá del Sole de Campanella, como las utopías de Charles Fourier, Robert Owen, Benjamin Richardson, Etienne Cabet, son todas ellas ciudades felices – las ciudades de la paz final y la justicia.

El milenarismo cristiano llama a esa ciudad, a ese tiempo del fin de los tiempos, la "Jerusalem celeste". San Juan la vio y la describió en el Apocalipsis. Sus doce puertas son doce enormes perlas; y doce macizas piedras preciosas son su cimiento. Tendrá forma cuadrada, como según el pensamiento mítico ha de tenerla todo aquello que está destinado a perdurar en este bajo mundo.

Otras ciudades venideras, soñadas en nuestro tiempo, distan de ser tan luminosas y felices. Las anticipaciones en las películas y series (Matriz, Ciudad Gótica), nos pintan megalópolis desgarradas entre tribus que defienden sus cotos neofeudales; ciudades en las que hay que esconderse bajo tierra para escapar de los abusos del poder. Isaac Asimov ubica en el futuro, no a Jerusalem sino a Chicago. Para entonces se llamará Chica (según la novela “Un guijarro en el cielo”), y será el centro urbano de una región donde el suelo está tan contaminado por las armas nucleares, que relumbra. Pero esa Chica será también el centro de la transformación, desde donde comenzará a construirse de nuevo un mundo de paz.

Otros presagios

Será que para reconstruir nuestra vida, nuestras sociedades, tenemos que encontrar nuevos mitos – sobre todo, nuevos mitos para la ciudad? Nuevos presagios que no se refieran a la criminosidad y el robo de los dones de la civilización? Vean qué hermoso y renovador es un relato de ciudades chinas de Ray Bradbury, narrado por Esteban Ierardo: http://www.temakel.com/ensayobradbury.htm

Los Anfiones de hoy

Nos despedimos con música: la “Cumbia de la Ciudad” de León Gieco, donde el cantor profetiza: la utopía se está dando aquí y ahora, en las calles y en los encuentros de la ciudad, en ”la gente que trabaja en las calles de noche y de día”. A semejanza de Anfión, poetas como Ray Bradbury y León Gieco pueden mover las piedras con sus imágenes y su música.

Un abrazo para todos, y buenas noches.

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