miércoles, 3 de septiembre de 2008

Gilgamesh el inmortal... o casi inmortal?


Columna en el programa “Ladran, Sancho”, 6 de setiembre de 2008.
Si le interesa el texto completo de la epopeya de Gilgamesh en castellano, solicítelo en este blog.


Leyenda y mito

Alguna vez hemos abordado la diferencia entre mito y leyenda. En términos sencillos, la leyenda es “algo que se cuenta”. Los partícipes no pretenden que esos hechos maravillosos hayan sido reales. En cambio, el mito sucede. Los hechos del mito están ocurriendo; ese illo tempore (“en aquel tiempo”) no es un “pasado” sino un tiempo fundante, tiempo de permanente vigencia y presencia.

El mito se actualiza en el rito. Cada vez que las mujeres lloran cantando las endechas del joven pastor divino que ha muerto, él está muriendo. Cada vez que saludan gozosas el renacer de las hierbas que sembraron en un pequeño tiesto, el dios está volviendo a la vida. (Joseph Cambell; Mircea Eliade).

La leyenda de Gilgamesh; épica, novela.

Esta vez comentaremos una leyenda, en lugar de un mito. A pedido de varios fanáticos de las historietas (como Carlos y Lucho), recordaremos a Gilgamesh. Pero, pese a ser leyenda, este relato contiene noticias de varios mitos.

Este es el primer poema épico que conocemos: un poema con héroes y hazañas pasmosas. O es la primera novela de aventuras, en cierto modo una road-movie escrita en tabletas de arcilla en Súmer, allá entre 3.000 y 2.500 a.E.C., en base a relatos orales anteriores. Al escuchar la narración, sentiremos que los temas de Gilgamesh resuenan en muchas otras obras de literatura, universal y argentina.
La epopeya de Gilgamesh comenzó a descubrirse casi por casualidad, cuando en la década de 1870 algunos investigadores ingleses se pusieron a desempolvar y leer varias cestas con tabletas traídas de Nínive y almacenadas en el Museo Británico. Como tantas riquezas de países pobres, también esta se halla en un país dominante. Allí encontraron, para su sorpresa, un relato del diluvio que era bastante anterior al tiempo de redacción de los textos de la Biblia. Luego, en otros lugares, se fue completando el poema. Algunas tablillas se encontraron en Boghaz Keui, locación turca hoy, y antaño capital del reino hitita; entre estas, las de Asiria y otras, se fueron llenando renglones del relato.

Gilgamesh es el individuo que “casi” vence a la muerte. Casi, al igual que Orfeo. O acaso realmente logró la inmortalidad? A ver…

Empecemos por Uruk, donde reinaba un soberbio semidiós

El largo poema comienza presentando a su relator, aparentemente el mismo Gilgamesh:

¡Aquel que ha visto el fondo de todas las cosas y de todos los países
aquel que ha conocido todo para enseñarlo a todos,
mostrará parte de su experiencia, y cada uno la aprovechará!
Él ha poseído la sabiduría y la ciencia universal;
¡él ha descubierto el secreto de lo que estaba oculto!
Él lleva en sí el conocimiento de lo que fue anterior al Diluvio,
ha hecho largos viajes, ha padecido,
y se han señalado sus viajes sobre una estela.


La ciudad de esta historia es Uruk. Se nos describen sus impresionantes murallas trazadas a cordel, alzadas sobre siete cimientos de ladrillo y betún. Allí reina Gilgamesh, quien ordenó construirlas; no es un hombre común: dos tercios de él son de dios, y sólo un tercio es humano. Llamativamente, el poema menciona a su madre, la sabia Nin Sin, pero no a su padre.

Gilgamesh es un gobernante soberbio y prepotente: “no le deja un hijo a su padre, una hija a su madre, ni la hija de un valiente, ni la esposa de un héroe”. Las “gentes de Uruk” se quejan de él a los dioses; estos, respetuosos del sentir popular, escuchan el reclamo y reunidos en consejo deciden actuar: fabricarán a otro ser que pueda enfrentarlo de igual a igual.
Aparece Enkidu

La diosa Aruru, que antes había fabricado a los primeros humanos, crea a este competidor de Gilgamesh. Según el texto, ella “imagina en sí misma” a un dios; y amasa el barro de la creación, para hacer esta criatura. ¿No les suena conocido, esto del dios, la imagen, la semejanza, el barro, la criatura?

El ser así creado, Enkidu, es una especie de yeti velludo, que convive con las gacelas y los rebaños. Un cazador lo ve, y espantado va a darle la noticia de esta monstruosa aparición a Gilgamesh, el gobernante de la ciudad.

La mujer que educa, y el distanciamiento

Que las mujeres humanizan a los hombres, es cosa que los varones sabemos – y no siempre nos gusta reconocer. Gilgamesh le envía una educadora a ese hirsuto salvaje al que ha empezado a admirar sin conocerlo. Es una hieródula, una prostituta sagrada, vinculada al templo.

Enkidu queda fascinado al verla, y hace el amor con ella durante seis días y siete noches. (Quisiéramos saber el nombre de la chica, pero no está registrado.)

Pero vean cómo el amor de mujer lo distancia a uno de las bestias. Cuando Enkidu quiere volver a beber junto con las gacelas, los animales huyen de él, asustados. La hieródula lo convence entonces de buscar un amigo digno de él, “semejante a un dios”; y emprenden juntos el camino hacia Uruk. El poema se detiene para decirnos que ella y él “se miran en el camino”…

Mientras tanto, Gilgamesh ha estado soñando con un toro, con un hacha que cae del cielo, con un luchador que lo oprime… Su madre interpreta esos sueños: está por llegar alguien que será su compañero.

La amistad, la aventura y la muerte

Como tantas buenas amistades entre muchachos, la de Gilgamesh y Enkidu comienza con una larga pelea: ambos luchan, destruyendo puertas y muros, hasta que Gilgamesh queda con su rodilla doblegada en tierra. Pero Enkidu reconoce al derrotado como su rey, y como tal, semidivino.

Y emprenden su primera aventura juntos: una incursión al país custodiado por el gigante Humbaba, donde crecen los cedros. El consejo de ancianos de la ciudad (algo así como un Senado), trata de disuadir a Gilgamesh, pero es más fuerte su ansia de gloria. Es que él, nos lo dice su madre, “no conoce el reposo”. Los artesanos les preparan arcos y cascos, y parten de Uruk los dos. Hablándole a Enkidu, Gilgamesh resume el código del héroe de todos los tiempos:

“Amigo mío, sé indiferente a la muerte; aquél que es un valiente y en quien se ha confiado, aquél que va adelante, sabrá preservar su cuerpo y salvará a su amigo; por sus bellas acciones, se hará un nombre”.

Los dos amigos logran matar a Humbaba y despejar la ruta hacia el país de los cedros, el Líbano. Innana, la Venus sumeria, ofrece entonces sus favores al triunfante Gilgamesh, pero él la rechaza con improperios. ¡Esto sí que es soberbia: despreciar a la diosa del amor! (Lo mismo que harían Narciso, Hipólito...) Para castigar el sacrilegio, los dioses envían a un toro feroz que todo lo destroza. Pero los dos héroes matan al toro. Finalmente, el castigo para la soberbia de Gilgamesh será lo más doloroso que sucederle pueda: la muerte de Enkidu, su amigo.

El llanto y la pena de Gilgamesh se hacen sentir todavía con toda la fuerza de la congoja, cinco mil años después.

“Lloro por mi amigo Enkidu
como una plañidera en los funerales. No he de empuñar más
el hacha que pende a mi costado; de mi cintura ha desaparecido el puñal;
mis vestidos de fiesta no me dan ningún placer;
me ha acometido el dolor, y estoy postrado en la aflicción.
¡Oh Enkidu, mi amigo, mi querido amigo,
juntos hemos caminado por montes y valles;
juntos hemos domado y dado muerte al toro celeste;
juntos hemos dado muerte a Humbaba, que residía en el bosque de los cedros!
Y ahora, ¿qué sueño te ha poseído?
¡Tu rostro está inmóvil y no me escuchas!”
Gilgamesh toca su corazón, y este no late más;
rodea a su amigo con sus brazos, como se hace con una desposada;
y ruge de dolor, como un león,
¡como una leona a quien le han arrebatado su cachorro!”


Gilgamesh viaja en busca de la vida eterna

Gilgamesh no acepta que haya que morir; y como hombre activo que es, parte en busca de la inmortalidad. Sabe que un antepasado suyo, Um-Napishti, “ha sido incorporado a la Asamblea de los dioses y ha obtenido la vida”. Irá a buscarlo para conseguir lo mismo; en el camino sortea desfiladeros, supera a los temibles Hombres Escorpiones, y “sin poder mirar hacia atrás” llega por fin a orillas de un gran lago, que lo separa de la morada de Um Napishti. Una diosa tabernera se apiada de él y lo aconseja con palabras cuyo eco se escuchará después en las reflexiones de Salomón:

"¡Oh, Gilgamesh! ¿Por qué andas errante por todos lados?
¡La vida que persigues nunca la obtendrás!
Cuando los dioses crearon el género humano,
han fijado que su destino sea morir;
y ellos han guardado la inmortalidad entre sus manos.
En cuanto a tí, ¡oh Gilgamesh!, satisface tu vientre;
día y noche, diviértete;
que cada noche sea una fiesta para tí:
lleva vestidos bordados,
lava tu cabeza y báñate;
siente placer al mirar al pequeño que se agarra de tí,
alégrate de que tu esposa contra tí se estreche...”

Pero de todos modos, el dios-barquero del trasmundo le enseña a Gilgamesh cómo cruzar el lago de la muerte y alcanzar la morada de Um Napishti. Se nos relata el viaje en detalle: Gilgamesh impulsa la balsa durante un mes y medio, mediante varas que debe dejar perderse una tras otra en esas aguas letales. Cuando ha gastado todas las pértigas, y sólo puede impulsarse con el viento que da en sus vestiduras puestas a modo de vela, llega a la orilla donde lo espera su pariente inmortalizado.

El diluvio

Interrogado por el joven aventurero, Um Napishti le revela lo que llama “un secreto de los dioses”. Es la historia del diluvio, y de cómo él, Um Napishti, por mandato de los dioses confeccionó y dirigió un arca en la que puso “la simiente de toda cosa viviente”, para salvarla, así como a su familia. El detallado relato de la construcción de la nave, de sus medidas, del diluvio que dura cuarenta días con sus noches, de las aves que van en busca de tierra, será retomado luego en el Génesis judío. Sólo subrayaré un detalle que revela una sensibilidad especial en el poema: el Noé sumerio se asomó a la cubierta del barco y vio todo cubierto por las aguas; y entonces, nos dice, “me incliné, me senté y lloré”. Algo que no hace el Noé bíblico. No es la única interesante diferencia entre ambas versiones.

La opinión de las mujeres era muy tenida en cuenta; como lo había hecho la madre de Gilgamesh, ahora la esposa de Um Napishti da un consejo decisivo: su marido debe ayudar al héroe para que este obtenga el talismán de la inmortalidad. Es una flor que nace en el fondo de las aguas, y cuyas espinas desgarran las carnes de quien quiere apresarla. Gilgamesh se ata piedras a los pies, se sumerge, y trae la planta mágica a la superficie. Su proyecto es generoso:

“Ur-shanabi, esta planta es una planta famosa;
gracias a ella, el hombre renueva su soplo de vida.
Yo la llevaré a Uruk, la de los cercados, y la haré comer; repartiré esta planta;
su nombre será: ‘el anciano vuelve a ser joven’!
Yo mismo la comeré, y volveré al tiempo de mi juventud!”


Demasiada felicidad. Fatigado, Gilgamesh se duerme a orillas del lago, y la serpiente que ronda por allí huele esa maravillosa flor, y la devora. Desde entonces las serpientes renuevan su vida y su piel, pero los humanos seguimos siendo ineludiblemente mortales.

El reino de los muertos

La epopeya concluye con un viaje de Gilgamesh al reino de los muertos, en busca de su añorado amigo Enkidu. Luego de practicar varios rituales propiciatorios, llega hasta el difunto, y este le explica la ley de los infiernos:

"- Lo que has tenido cerca, lo que has acariciado y daba goce a tu corazón,
es ahora roído como un vestido por los gusanos.
Lo que has amado, lo que has acariciado y daba goce a tu corazón,
está ahora cubierto de polvo.
¡Todo se hunde en el polvo;
todo se hunde en el polvo!
"

Gilgamesh y su otra inmortalidad

No pudimos obtener la flor de la vida eterna, pero… ¿acaso no la ha logrado Gilgamesh de algún modo? Desde el redescubrimiento de su leyenda en las tabletas de Nínive en 1873, y desde la publicación de “La epopeya de Gilgamesh” por S. N. Kramer en 1944, venimos reconociendo cómo esa historia que se recitaba allá por el 4.000 a.N.E., se prolongó en la tradición literaria mundial.

Las versiones bíblicas de la creación a partir del barro ,y del Diluvio, retoman este relato, que estaba en boca de los cananeos cuando los hebreos invadieron Palestina; las epopeyas homéricas reiteran los temas de la existencia de semidioses, la amistad entre los héroes, la muerte del amigo dilecto, el viaje de ultratumba. Orfeo, Ulises, Eneas, intentan el mismo viaje de Gilgamesh. En los mitos resurge el conflicto del héroe que rechaza el amor; o reaparecen los sabios consejos acerca de cómo disfrutar esta breve vida que se nos concede. Otros temas menores, como la forja de las armas, estaban también destinados a reaparecer, una y otra vez, en los cuentos y la épica. Y en cuanto a la amistad fraternal y la muerte trágica del amigo… ¿no hay algo de Gilgamesh y Enkidu en nuestros Martín Fierro y Cruz?

Si Gilgamesh no logró eternizarse físicamente, por cierto su nombre y su historia gozan de una destacable longevidad. Muchos de nuestros contemporáneos lo conocen gracias a una memorable historieta, "Gilgamesh el inmortal", inventada por Lucho Olivera en 1969, y continuada por Sergio Mulko, Ricardo Ferrari y Robin Wood, hasta la década de 1980.

Algunas reflexiones

Luego de este recorrido por la leyenda y los mitos de Gilgamesh, uno vuelve a descubrir que, como lo sugiere el poema y lo afirman varias de las canciones que trajimos, somos quienes somos porque tenemos los amigos que tenemos. ¿Son los amigos la escuela del ser?

Por otra parte: la amistad es indestructible… salvo para la muerte. Y esta es la tragedia de las tragedias – más aún entre los héroes, que siempre mueren jóvenes. El héroe está casi condenado por el destino a perder tempranamente una parte de sí mismo, a quedar mutilado del amigo.

La búsqueda de la eternidad, o al menos de alguna clase de sobrevida, sigue siendo un desafío para la humanidad. ¿Cómo lograrla? ¿Mediante la prolongación del nombre, o merced a cierta fama póstuma, o por el recuerdo que tendrán de nosotros quienes nos aman?

¿O se sobrevive mediante el arte, mediante la creación, que salva nombres e historias, de este diluvio del tiempo?

En fin, este cronista siente que todavía, sesenta siglos después, ignoramos casi todo acerca de la relación y la tensión entre el amor erótico y la amistad.

Quizás desconciertos como estos explican que Gilgamesh sea una obra tan actual aquí y ahora, como lo fue en Uruk hace 6.000 años.

Un poco de música

Tenemos que limitarnos a escuchar sólo dos o tres canciones; pero es de una enorme riqueza el caudal de música con poesía dedicada a la amistad y la inmortalidad.

Hoy Ute Lemper nos cantó un tema que habla de la camaradería entre quienes enfrentan juntos a la muerte, y al mismo tiempo, de la nostalgia de una mujer. Es “Lilí Marlene”, canción de soldados que ha sido traducida a 37 idiomas. La cantaron los adversarios en más de una guerra; algo hay en ella que la hace sobrevivir a su tiempo, como a Gilgamesh.

Para contrastar, les ofrecemos un cantar desaforadamente machista: “Amigo” por los Inquietos del Norte; aquí una amistad latina se construye a partir de la misoginia.

Y podríamos proseguir con bellezas como Friendship, en la exquisita interpretación de Ray Charles; la Guajira de la Amistad, de José Martí, en la voz de Gianfranco Pagliaro; Amigo Bronco (en la que se añora a un caballo que ha muerto, como aquel alazán de Yupanqui); Los tres amigos, un narcocorrido con algún ribete heroico, cantado por Los Tigres del Norte; Mon ami, mon maître, por Serge Lama; la bellísima Amitié, por el senegalés Youssou N’Dour; I miss my friend, una balada por Darryl Worley…
Buenas noches, y hasta el próximo sábado.






1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Me podría enviar el texto completo a este correo? ¡Gracias!