miércoles, 15 de abril de 2009

Arturo Jauretche, poesía y combate. 1.

Arturo Jauretche.

No es raro que en nuestras sufridas y esquilmadas repúblicas los poetas se decidan a combatir no sólo con la palabra. Roque Dalton, Ernesto Cardenal, Paco Urondo, dan fe de esta fe en la palabra, que es esperanza en los hombres, y que suscita la caridad de las armas. Y antes tuvimos a José Hernández, a Hilario Ascasubi, enastando en la poesía de un arma la bandera de su patria y de su pueblo… y a cuántos más.

A caballo entre dos épocas, Arturo Jauretche peleó en una patriada; y escribió un poema gauchesco, para disputar en el campo de las memorias lo que no se había podido ganar en el campo de los aceros. Ambas, patriada y poema gauchesco, fueron últimas obras en su género.

Uno podría sentarse a conversar y discutir con Arturo Jauretche. Hacerle muchas preguntas, como las que le hicimos en Bahía Blanca dos días antes de su muerte, sobre sus opciones políticas. Pero más allá de todas las preguntas, quedaría una respuesta incólume: la de una vida jugada a la causa popular, aún a riesgo de equivocarse.

En 1933 era presidente de la Nación el general Agustín P. Justo, heredero del golpe militar contra Hipólito Yrigoyen, y electo en comicios escandalosamente fraudulentos. Muerto Yrigoyen, había quedado al frente del radicalismo Marcelo T. de Alvear. Con los años se iría acentuando la vocación negociadora de este radicalismo oficial, que terminaría aliado a los conservadores y sucio en los negociados de la época.

Los radicales yrigoyenistas intransigentes buscaban deponer a un régimen asentado en el fraude y en una vasta red de corrupción, en cómoda alianza con el capital británico. Querían encarar la tarea libertaria y justiciera que no asumía la izquierda argentina. Cegado el camino de las instituciones, optan por la revolución armada. Lo hacen en varias oportunidades, y son derrotados.

El intento más amplio y comprometido se lleva a cabo a fines de 1933. Hay episodios de sublevación en Concordia, Rosario, Cañada de Gómez, y especialmente en Paso de los Libres y Santo Tomé (Corrientes).

En Paso de los Libres peleó Jauretche, a sus 32 años de edad. Lideraba el movimiento el coronel Bosch. ¿Cuántos fueron los combatientes? Quizás dos centenares. Confiaban en que la sorpresa y el éxito inicial servirían para convocar a más personas que estaban esperando una señal de recuperación nacional. Creían en la vieja receta yrigoyenista: unos cuantos civiles armados, algún militar rebelde, unos cuantos fusiles y revólveres, y luego vendría el seguro apoyo de un pueblo que estaba callado pero simpatizaba con “la Causa”. Pero aunque en un primer momento lograron ocupar ambas localidades, fueron luego cruelmente reprimidos por el Ejército. Como novedad, por primera vez se usaron aviones – para matar compatriotas.

Los rebeldes padecieron la muerte de 53 camaradas. De los sobrevivientes, algunos fueron al exilio y otros a la cárcel. Entre estos Jauretche, que estando en prisión hace la crónica en verso de la patriada. Acude a una forma fácil de memorizar y comprender: el octosílabo en estrofas de seis versos (a veces alternadas con cuartetas u octavillas), como en el Martín Fierro.

La obra se llamó “El Paso de los Libres” y fue prologada por Jorge Luis Borges.

Comparto con los amigos del Simurgh algunos párrafos de Borges y versos de Jauretche.

Decía Borges en noviembre de 1934:

"En la patriada actual está descontado el fracaso: un fracaso amargado por la irrisión. Sus hombres corren el albur de la muerte, de una muerte que será decretada insignificante. La muerte, siéndolo todo, es nada: también los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura y el régimen carcelario. Afrontarlos, demanda un coraje particular. /…/

La tradición, que para muchos es una traba, ha sido un instrumento venturoso para Jauretche. Le ha permitido realizar obra viva, obra que el tiempo cuidará de no preterir, obra que merecerá – yo lo creo – la amistad de las guitarras y de los hombres".


Arturo Jauretche pone en boca de Barrientos, un paisano payador, su relato. Y Barrientos nos habla del imperativo de pelear por lo que es justo:

Yo soy hombre de trabajo
y muy tranquilo en la paz,
pero estimo el deber más
que la paz que a mí me gusta:
por eso a una causa justa
no le he fallado jamás.


Desde esta opción por la lucha, cuestiona los excesos de la prudencia:

Un “no” que quiere ser “sí”
pero lo sujeta el miedo;
“no” que nace del enriedo
del gusto con la impotencia.
Es un poncho “la esperencia”
con que se tapa el “no puedo”.


Seguimos con "El Paso de los Libres" en la segunda parte de este artículo.

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