jueves, 2 de abril de 2009

Cosquín, 2. Crecimiento, caída y renacimiento.

Raly Barrionuevo en Cosquín.

Crecimiento, caída y renacimiento de Cosquín

Crear, sumar, incluir, recuperar

A partir de 1961 la gran fiesta creció sumando símbolos y creando espacios.

Pronto el lugar originario quedó chico y el festejo se trasladó a la plaza Próspero Molina, en el interior de la ciudad, pero siempre sobre la calle-ruta.

Nacieron y crecieron las peñas, espacios informales y vivaces donde se disfrutan comidas tradicionales, se escucha a músicos y poetas, y se baila. En las peñas, en las confiterías, los balnearios, los negocios y la calle, andaban y andan los artistas, mano a mano con todos. Los testimonios orales describen un ambiente muy creativo y libre ya desde los primeros eventos. Se daba otra forma de relación, marcada por una cordialidad y cercanía que no eran habituales en las metrópolis. Este fue otro atractivo del encuentro.

Algunos ritos empezaron a ser componentes habituales del festival: el desfile de las delegaciones en la primera tarde, la guardia de jóvenes danzantes que inician cada jornada en el escenario, la carrera en burro del párroco P. Monguillot y el Dr. Sarmiento, miembros del grupo fundador, la gigantesca guitarra hecha con flores...

Desde los tiempos vinieron volando los símbolos para asentarse en el nuevo espacio, como las aves y los peces que pueblan una laguna recién nacida. Se comenzó a hablar de las “nueve lunas” que dura la fiesta (nueve noches, pero también una gestación); se la definió como una experiencia mítica o mística, como el destino de un peregrinaje al cabo de un camino sagrado, en un sitio poblado por duendes, rodeado de un paisaje que conlleva una carga simbólica: el río, las arenas, los burritos… Algo de sagrado tiene la liturgia de la música folklórica y su instrumental: las “cajas” (tambores – cofres), los cirios y la pirotecnia, las danzas, las hierbas, el romero del peregrino y la albahaca de los reyes, los hornos de pan, los telares, los ponchos que son mantos, las mascaradas y procesiones, las rocas, las curaciones populares. Aunque no siempre se las hace concientes, las asociaciones simbólicas dan densidad a la vivencia.

Se sumaron al Festival la Cátedra Nacional (luego transformada en Congreso Nacional del Folklore), y la Feria de Artesanías. Estos diversos espacios permitieron que una amplia gama de grupos operara en torno al eje común: un movimiento cultural donde se enlazaban tradición e innovación.

Poesía y música evocaban las culturas populares y mestizas nacidas aquí en el siglo XVII; pero acompañándolas con un reclamo de justicia distributiva frente a las flagrantes desigualdades sociales y a la postergación de las regiones del interior. A la vez se valoraba un estilo de vida rural más calmo y equilibrado. Era la añoranza de un tiempo-espacio perdido, quizás recuperable a partir del arte.

Para la economía familiar de Cosquín, el festival pasó a significar un conjunto de pequeños negocios: alquiler de viviendas, estacionamientos, comidas... Estos servicios dan atractivo a la fiesta, y un ingreso a los coscoínos.

Acompañando a la nación

No es sólo que creciera Cosquín; leudaba una nueva conciencia nacional, con una generación próxima a los comienzos de la edad activa que se ponía al tanto de la historia, de la conformación y las deformaciones de su país.

La década de 1960 en Argentina fue un tiempo de fuerte debate y de nuevas ideas sociales y políticas. Las corrientes de izquierda atraían a los jóvenes en el marco de un interés creciente hacia lo nacional. Era un proceso de nacionalización de los jóvenes de clase media en Argentina: hijos o nietos de aquellos inmigrantes europeos que medio siglo atrás habían sido más de la mitad de nuestra población, buscaban las raíces del continente y de la nación en que habían visto la luz.

A estos jóvenes, la poesía y la música tradicional y popular les ofrecían relatos alternativos de la historia nacional, y otro repertorio de formas culturales. Era otro país, otro mundo; también en los modos de relacionarse, como hemos señalado ya. Un vocabulario con términos castizos y quichuas, un repertorio ancestral de símbolos y costumbres, comidas y creencias, modos de hablar y hacer, historias de democracia rudimentaria y rebeliones contra el centralismo autoritario, eran parte de lo que se llamaba “folclore”; algo muy distinto de la cultura escolar de fuente europea y de la historia académica y centrada en la capital que les habían enseñado a estos jóvenes.

Al mismo tiempo se actualizaba el patrimonio musical tradicional, y se alzaban las banderas de un arte comprometido. El Manifiesto del Nuevo Cancionero del poeta Armando Tejada Gómez (1963) proponía un programa de militancia social desde el arte, que contó con amplia adhesión.

Acompañando esa efervescencia, nuevas técnicas ensanchaban las posibilidades de difusión de la obra artística: el disco de vinilo, el tocadiscos familiar, la radio portátil, las nuevas revistas masivas de folclore. La compra de estos bienes culturales, así como de instrumentos musicales, era posible para la mayoría de la población, en una etapa de alto empleo.

Por todo esto la gente venía a Cosquín y se entusiasmaba con sus expresiones culturales. Su participación era también indirecta, por la vía de la reproducción artística y de las réplicas locales: los llamados “Precosquín”, encuentros locales o regionales donde se produce la preselección de artistas que luego representarán oficialmente a sus provincias en los distintos géneros.
Tristes comienzos de siglo

A comienzos del siglo XXI, la Municipalidad y la Comisión Municipal de Folklore llegaron a tener los teléfonos cortados por falta de pago. La administración del mayor acontecimiento turístico cultural de la Argentina estaba en quiebra.

Por otra parte, ni la ciudad ni el paisaje local habían mejorado. Perdido el equilibrio de la época de los viejos caserones, las calles estaban saturadas de locales precarios. La propia plaza Próspero Molina, lugar mágico por algunos días, era un pesado y feo espacio de cemento durante diez meses del año.

Qué no había pasado!

¿Qué había pasado? Más bien, qué no había pasado, en esos cuarenta años en la Argentina!

Las clases medias se habían fragmentado, y una parte de ellas, la de mayores ingresos, optaba por otros productos culturales, relegando al folklore al cajón de los arcaísmos. Las industrias culturales norteamericanas habían ganado los espacios de reproducción del país. A su vez, la propia música folklórica se demoraba en temas y formas interpretativas de los años ’60 y ’70. Algo especialmente nefasto fue el impacto de los gobiernos militares, y en especial la última tiranía cívico-militar de 1976-1983. El “Proceso” instauró la censura y la proscripción de artistas, prácticas letales para todo movimiento cultural. En un caso al menos, el de Jorge Cafrune, el castigo por resistirse a la censura, precisamente en el escenario de Cosquín, fue la muerte. La persecución y el silenciamiento afectaron a la generación que había acompañado el crecimiento de del folklore y del festival en los ‘60/’70. Y después, como si todo esto hubiera sido poco, en los años ’90 la dolarización y el neoliberalismo en el poder llevaron a una desafortunada privatización del Festival. La administración privada lo vació hasta la ruina; cuando el Municipio quiso retomar la gestión, se encontró con que, entre otras alevosías, los empresarios habían registrado como propio el grito inaugural del Festival, “Aquí Cosquín…”! Se hacía realidad el dicho popular: había que pagar por saludar.

Esa formalización mercantil afectó al corazón del festival, que no es otro que ese clima de convivencia y encuentro no comerciales. Felizmente, pasada la marejada privatizadora neoliberal, el clima afectivo resurge. En el Festival vemos actualmente el reencuentro entre jóvenes universitarios, gente mayor y artistas. Figuras nuevas y de calidad, como Emiliano Zerbini o Raly Barrionuevo, son portaestandartes de ese reencuentro generacional y cultural. Y sé que estoy omitiendo nombrar a muchos otros artistas que protagonizan también esta renovación.
Un fallo ejemplar

Un ejemplar fallo judicial acompañó y protegió este renacimiento. En 2001, una jueza de la localidad, la dra. Coste, señaló “la trascendencia de este prestigioso y mítico Festival”, su condición de “centro de interés vinculado al patrimonio cultural tangible e intangible de los ciudadanos de este pueblo, de esta provincia y del país todo”... Y la mirada poética y antropológica sirvió de sustento a lo práctico: en su sentencia, la magistrada estableció que el Festival debía ser administrado por la Municipalidad de Cosquín. Con este fallo, una administración de justicia comprometida con el valor superior de la cultura popular, auspiciaba el comienzo de la recuperación.
Resistencia y renacimiento

Aún en aquellos años catastróficos, sobrevivía en los rincones el espíritu de Cosquín, esperando para tomarse la revancha. Lejos del gran negocio del festival privatizado, ibas por la calle y veías un hombre sentado en el cordón de la vereda, tocando su guitarra o su charango y entonando una melodía tradicional; y ahí nomás un grupo espontáneo de visitantes tomaba sus pañuelos y comenzaba a bailar en la calle. En una sola peña vimos anunciarse a sesenta artistas y grupos. En la plaza principal, Soledad emocionaba a los jóvenes, se agitaban ponchos y pañuelos, y se cantaba en voz alta. Más de una de sus canciones procedía de la década de 1970. Se mantenía viva el alma del Festival.

En las últimas ediciones, hemos visto sobre el escenario a grupos musicales que representaban a fábricas recuperadas. Hemos escuchado a músicos jóvenes como los que ya mencionamos más arriba, y hemos visto a gente mayor revoleando los pañuelos al son de un tema de Emiliano Zerbini.

Cosquín ha resucitado. Nacido de aquel mestizaje de raíces indias, bohemia de tuberculosos, obreros izquierdistas, Cosquín sigue vivo y vuelve a ser fuerte.
Quizás el duende, aparentemente tan frágil, sea la criatura más resistente: pudo sobrevivir a la dictadura de las armas y luego a la del dólar, a las balas de plata y a las de plomo, y ahí asoma otra vez, romántico, riente y veraz.


Abril de 2009.

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