lunes, 23 de mayo de 2011

Guerra a la lectura útil

Mujer con libro. Pablo Picasso.

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Como aquellos alcaldes del villorrio de Móstoles que le declararon la guerra al emperador Napoleón, este escritor de aldea le declara la guerra a la lectura útil.

Levantamos la bandera de la lectura inútil, como arte, fuente de gozo y espacio ocioso. ¡Basta de guías de lectura, cuestionarios, orientaciones y demás alias del leer ladrón, del avieso leer para acopiar datos útiles! Cuando de verdad se lee, se lee para leer, del mismo modo que cuando se ama de veras, se ama para amar. Si lo que se quiere es que alguien lea, la única orientación debiera ser aquella que una vez hizo un ángel: “tolle, lege”, toma, lee. Si lo que se pretende es que mediante la lectura crezca el diálogo y el conocimiento, la única pregunta válida debiera ser “¿Qué leíste?”? Pregunta que contiene a muchas otras: qué sentiste, cómo recibiste lo que allí había, qué te llevó a pensar...

Hasta el corazón de las humanidades, las viejas musas revoltosas, ha entrado el vicio de la consigna. Se nos dice “En este texto de Cervantes encontrarás las cuatro características de…” “señala cuáles han sido las etapas de la historia latinoamericana según…” Hay un implícito mandato negativo que amenaza: “Y ni se te ocurra con ponerte a divagar, con encontrar o comentar otros hallazgos”. En los cuarteles de antaño se decía que los cadetes novatos debían dejar afuera sus atributos masculinos. Ahora da la sensación de que hay aulas en cuyo dintel hay que dejar colgados el pensamiento propio, la fantasía y la sensibilidad, si es que uno quiere ingresar.

La posibilidad de despliegue que ofrece la lectura, queda así escamoteada en función del acopio de datos. No se trata ya de leer, sino de leer para cumplir con el programa. Se lee para hacer viable el desempeño de una profesión o de un empleo. Se lee para el mercado, en fin. El mercado de los títulos o de los ingresos.

Algún docente (los que antes se llamaban maestros) murmura avergonzado que de este modo, con la guía o el cuestionario, se logra que los chicos atiendan a lo que leen. Y con ello se favorecen los hábitos de lectura. Me atrevo a disentir. Ninguna jaula enseña a volar, y leer es un arte de volar, hasta perderse y hasta encontrarse quizás. ¿Quién tendrá ganas de leer algo tan aburrido, leer para encontrar las cuatro características de o las etapas según? Quizás más conducente y generador sería invitar a leer para encontrar algún error real o presunto del autor, o para escribir lo que a uno le venga en mente, le repica o le pica luego de leer el texto, sea algo o nada.

Con los mismos argumentos quisiéramos defender el pensar inútil, el estar abstraído. Hay ejemplos, desde el pícaro Tales de Mileto hasta hoy, de que la abstracción no es distracción; y no hay invento que haya nacido sólo de la aplicación, sin divagación, sin inspiración pasajera. Newton estaba mirando la manzana, Benjamin Franklin extasiado ante el rayo; los dos, afuera del laboratorio, y sin guía de lectura en mano.

Pero el mercado exige leer como entrenamiento para el éxito personal venidero (que acaso jamás llegue). Una lectura útil, una lectura que se cierre en algún tipo de resolución, como un cuestionario contestado.

Llegamos a pensar que precisamente eso, el generar mentes de cuestionario resuelto, sea el propósito de la educación formal, del llamado sistema educativo, y del sistema social en su conjunto. No se trata de propiciar la innovación, lo heterodoxo, lo otro, sino de reiterar lo mismo, aunque se lo aderece de tanto en tanto con la apariencia de lo nuevo.

Queridos amigos de todos los gremios, incluidos los del magisterio: defendamos la lectura utópica, la lectura no sistémica. Contra el leer útil, contra la guía de lectura, contra el cuestionario, sostengamos la lectura que merece el nombre de tal. Si hay que adjetivarla, diremos lectura ociosa, o creativa, o libre.

Hay modos y modos de leer, como de cualquier otra cosa. La diferencia está en el modo; el “qué” es en realidad una forma aparente, estatuada, del decisivo “cómo”. Lo que parece una misma operación desde una visión de lo externo, se revela diferente cuando preguntamos por las operaciones mentales involucradas. Arnold Toynbee señalaba que leemos como los hebreos, minuciosamente, palabra por palabra, al pie de la letra; y con ello malentendemos los textos griegos, que fueron escritos como ayudamemorias, para saltar de frase en frase y más allá de todas las frases. Tomando ese hilo, diríamos que el modo de “leer” mutilado que hoy se instala sin crítica en algunos espacios del sistema educativo, responde a dos modelos: el catecismo, y el manual de instrucciones de una maquinaria. El vocabulario traiciona la progenie de este modo de lectura: la “guía” recuerda aquellas Guías de Pecadores, el “cuestionario” huele a inquisición.

¿A quién sirve ese modo cautivo de leer?

Por nuestra parte, le declaramos la guerra sin cuartel a la lectura útil. Invitamos a maestros y discípulos, a que vayan al amor de la palabra. Dejen a un lado los manuales de cómo acariciar, y pónganse a jugar a la entrega, sea que el encuentro resulte gratificante o terrible. Los llevará mucho más allá de ustedes mismos, nos llevará a otros mundos.

Esperémonos en el próximo extravío, en el próximo hallazgo que no pudo ser previsto por ninguna guía.

Simurgh. Mayo 2011.

Dedicado a las plazas de España y al recuerdo de Móstoles.

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