EL POETA Y EL POLÍTICO por Salvatore Quasimodo
Del discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura 1959. Estocolmo, 1960.
Del discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura 1959. Estocolmo, 1960.
A falta de una traducción castellana corriente, les ofrezco esta de algunos párrafos. Para quien le interese, está disponible una versión completa.
“Larga es la noche que nunca encuentra día”: estas palabras de Macbeth nos ayudan a determinar la condición del poeta. /…/
Tras la publicación de mis primeros libros, en especial la Antología de la Lírica Griega, supe que mis lectores jóvenes escribían cartas de amor citando versos de mis líricas; y versos de ellas también aparecían sobre los muros de las prisiones, escritos por los prisioneros políticos. ¡En qué época he escrito poesías, hemos escrito versos, para caer, irremisiblemente, en la más amarga soledad! /…/
Pero la soledad de la poética, “la larga noche” shakespeariana, era mal soportada por el político, que pedía un Tirteo /un autor de himnos patrióticos – bélicos/ durante las estaciones africana o rusa de los italianos en la guerra.
La guerra, siempre lo he dicho, obliga a una nueva talla al hombre de una patria vencida o victoriosa. Las poéticas y las filosofías se rompen “cuando caen los árboles y los muros”; sería muy simplista pretender retomar, en el punto interrumpido por el primer golpe atómico, los residuos formales de un pasado de decoro y virtud fonética.
Después del remolino de la muerte, los principios morales como las pruebas religiosas se han visto puestos en discusión; los literatos apegados a los éxitos privados de sus menudas estéticas, quedaron separados de la inquieta presencia de la poesía. El poeta, desde la noche, es decir desde la soledad, encuentra su día, e inaugura un diario mortal para los inertes; el paisaje oscuro cede al diálogo. El político y los escritores de alejandrinos con su coraza de símbolos y pureza mística, fingen ignorar al poeta. Es una historia que se repite como el canto del gallo; más aún, como el tercer canto del gallo.
El poeta es un irregular: no habita en el recinto amurallado de la falsa civilización literaria; parece destruir sus formas mismas, y sin embargo las continúa; de la lírica pasa a la épica para comenzar a hablar del mundo y de lo que en el mundo se atormenta a través del hombre. / … /
El poeta comienza entonces a tornarse un peligro. El político juzga con desconfianza la libertad de la cultura, y por medio de la crítica conformista trata de reducir el concepto mismo de poesía a lo inmoble, fuera del tiempo e inoperante. / …/
El poeta tiene un lenguaje que no es el de las vanguardias, sino concreto en el sentido de los clásicos. Elliot dice a este respecto: la del Dante “es la lengua común en el estadio perfecto… sin embargo el estilo simple, del que Dante es el maestro más grande, es un estilo dificilísimo.” Insistimos sobre este lenguaje, que no es el de los parnasianos o el de los inventores de crisis en el cuerpo de una lengua; porque no serán los filólogos los que renueven la letra escrita: ese es un derecho que incumbe a los poetas.
…
El político se sirve del literato que no tiene una posición espiritual contemporánea, sino superada en al menos dos generaciones; y de la unidad de la cultura hace un juego de descomposiciones sabio y turbulento, en el que el factor religioso puede avanzar todavía para aprisionar la inteligencia del hombre.
Error creer que una conquista del alma, una situación particular e individual del sentimiento (la religiosa) puede devenir por extensión “sociedad”. La disciplina ascética, la renuncia del hombre al hombre, no es más que una fórmula de la muerte. El espíritu “operante” siempre cae en la trampa del lobo: su discurso depende a menudo de una mística, de una concepción de un alma que está esclava sobre la tierra. Y espanta a su interlocutor (su sombra, objeto al que ha de disciplinar) con las imágenes de la descomposición física, con un análisis complacido de lo horrendo. En cambio el poeta no teme a la muerte, no porque él participe en la fantasía de los héroes, sino porque la muerte es una visitante continua de sus pensamientos, la imagen de un diálogo sereno. / … /
La poesía no acepta las tentativas “misionales” del político, ni la intervención de una crítica que tenga origen en una filosofía, cualquiera sea. El poeta no sufre desviaciones morales ni estéticas; de ahí, en ciertos momentos, una doble soledad suya, confrontada al mundo como a las milicias literarias. / …/
En el mundo de hoy el político asume varios aspectos, pero nunca le será posible un acuerdo con el poeta: éste se ocupa del orden interno del hombre, y el otro del ordenamiento del hombre. /…/ El poder religioso, que se identifica muy a menudo con el político, siempre ha sido protagonista en esta dura lucha, aún cuando parecía lateral. / … /
A las dulcísimas poesías herméticas de la escuela del dolce stil novo, Dante une la violencia de las invectivas humanas y políticas, no dictadas por el odio, sino por un sentido universal de justicia. ... Ante estas armonías ardientes los estetas han permanecido cautos, relegándolas al limbo de la no-poesía. … La poesía de Dante se hace sospechosa por su misma grandeza, y el falso culto a su memoria hasta hoy no es otra cosa que retórica; tan pocos son los que verdaderamente escuchan su humana Commedia. Todas las naciones tienen poetas que están en la misma línea de civilización del Dante: Schiller para los alemanes, Shakespeare para los ingleses, Molière y Corneille para Francia, Cervantes para España, Dostoyevsky para Rusia. Y a los modernos dejémoslos por el momento en su serenidad armada, en los diversos lugares de nuestra tierra. /…/
Ninguno ignora la función del poeta en la sociedad existente o en evolución. La importancia de un Baudelaire, un Mallarmé, un Rimbaud, como constructores de un “modo” de vida en la colectividad nacional francesa, es más evidente para nosotros que para sus contemporáneos, quienes podían pensar que su poesía no era más que una sinuosa vanguardia literaria, refracción de una lengua plegada a sintaxis líricas provisorias. ¿Reconoce el político esta fuerza activa del poeta en la sociedad? Parece que sí, porque busca eludirla o someterla, en las sociedades de todos los tiempos.
La inteligencia creativa ha sido siempre considerada un contagio mortal. De ahí las variedades de mecenazgo de las cortes medievales, los premios caballerescos mansamente heroicos, las interminables florituras de madrigales – mecenazgo prolongado hasta los umbrales de nuestro siglo. Retrocediendo en el tiempo, recordemos que Platón, como arquitecto de un estado ideal, excluía del mismo a los poetas como elemento de desorden (o de orden, debiera decirse, dada su posibilidad de desquiciar una sociedad ordenada sobre bases antidemocráticas); pero ese ostracismo no era sino otra forma de elusión.
¿Hoy es libre el poeta? Es libre si se presenta como el continuador de iluminaciones seudoexistenciales, decorador de plácidos sentimientos humanos; si, por temor político o por inercia, no se sume profundamente en la dialéctica de su propio tiempo. Era libre en el Quattrocento un Angelo Poliziano, que en una de las Stanze per la Giostra di Giuliano de’ Medici, hace ir a la misa dominical a una ninfa confundida entre las damas seculares; pero no lo era Leonardo da Vinci, escritor de otro genio. /…/ No eran libres Ariosto y Tasso, el abate Parini, Alfieri, Foscolo: la retórica de los sacrificados los pone entre los continuadores del hombre que parece gritar en el desierto, pero corroe la no-verdad.
Pero por su parte ¿es libre el político? No. De hecho, son las castas que lo asedian las que deciden la suerte de una sociedad, las que actúan inclusive sobre el dictador. En torno a estos dos protagonistas de la historia, no libres y adversarios (en el poeta incluimos a todos los escritores determinantes de una época dada) circulan y se precipitan las pasiones, y no hay calma sino durante una revolución o una guerra: la primera, portadora de orden; la segunda, de confusión.
La última guerra ha sido un choque de sistemas, de políticas, de ordenamientos civiles, nación por nación: violencia para recobrar aunque fuere las mínimas libertades. Reaparece un sentido de la vida propio en la resistencia interna al enemigo invasor o doméstico. Resistencia de la cultura y del humanismo campesino, que “alzó la cabeza en los campos ásperos”, como dice Virgilio, contra los poderosos.
De este movimiento armado se desprende, en todos los países, una corriente cultural que no es provisoria, como piensan los atesoradores de hipotecas eternas sobre la civilización inmóvil, inmueble. /…/ Insisto en decir no provisoria. Es que no será el miedo, ni la ausencia, ni la indiferencia, ni la impotencia, lo que le dará al poeta la palabra para comunicar a los otros un emerger no metafísico.
El poeta puede decir que el hombre comienza hoy; el político puede decir o dice que el hombre estaba, y acaso esté siempre, preso en el lazo de su vileza moral, vileza no congénita pero introducida por un derrumbe secular. /…/
La Resistencia es una seguridad moral, no es una poética; el poeta no gobierna palabras para castigar a nadie. Su juicio es de orden creativo, no se formula en un decálogo para inventar vaticinios.
Los europeos conocen la medida de esta Resistencia; es realmente la sección áurea de la conciencia moderna. Aunque grite, el enemigo de la Resistencia es hoy una sombra con una ley débil. La sensibilidad del pueblo no se engaña acerca de la condición del poeta, ni sobre la de su adversario. Cuando se agudiza la antítesis, es la poesía la que sustituye al pensamiento subordinado del político. / … / Europa ha nacido de la Resistencia. /…/ Y la lealtad de la poesía se marca en una presencia ajena a la injusticia o a la intención de la muerte. El político quiere que el hombre sepa morir con coraje; el poeta quiere que el hombre viva con coraje.
Mientras que el poeta es conciente del poder del político, este se percata del poeta sólo cuando su voz reúne profundamente a distintos estratos sociales. … A partir de ese momento comienza una lucha subterránea entre ambos. En la historia los nombres de los poetas exiliados saltan como dados mortales; el político dice sostener la cultura, pero trata de reducir su potencia: su objetivo en cualquier siglo no es otro que quitar tres o cuatro libertades fundamentales del hombre, de modo tal que este continúe, en su eterno cerco, tratando de recuperar aquello de lo que ha sido saqueado.
En nuestro tiempo el político, en sus enfrentamientos con la cultura y por tanto también con el poeta, ejerce su defensa al descubierto u oscuramente por múltiples caminos; el más fácil es el de la degradación del concepto de cultura. Los medios mecánicos-científicos, radio y televisión, ayudan a romper la unidad de las artes, a promover poéticas que no perturban siquiera a las sombras. De estas, las preferidas son siempre aquellas vinculadas al reclamo de las Arcadias para despreciar nuestro tiempo. En este sentido se entiende el significado del verso de Esquilo “digo que los muertos matan a los vivos” que puse como epígrafe en mi último libro, La terra impareggiabile. En este libro el parangón del hombre es la tierra; el adjetivo “laica” que califica a la inteligencia pretende precisamente determinar no una cualidad sino un valor intrínseco; y si hablar así de la inteligencia del hombre constituye un pecado, podemos decir también que el poder religioso excede sus límites al ejercer su fuerza sobre los humildes, en vez de apelar al foco interno de las conciencias.
La degradación del concepto de cultura operada sobre las masas no es un factor político moderno; lo rápido y nuevo es la técnica usada para la dispersión de los intereses meditativos del hombre. El optimismo ha devenido tangible: los mitos y las fábulas (el ansia de eventos sobrenaturales) descienden al folletín policial, asumen metamorfosis visuales en el cine o en el relato épico de los pioneros o del delito. /…/
La ironía de los “círculos mundanos” afirma que el cuadro del disenso está dramatizado por el poeta; que el hombre y su dolor han estado y estarán siempre, tanto en las edades pasadas, como hoy y mañana. Ciertamente. Pero el poeta sabe que es en verdad un drama, la exasperación de un drama; sabe que los aduladores de la cultura son sus fanáticos incendiarios: el collage de los escribas compuesto bajo cualquier régimen corrompe en la periferia y en el centro a los grupos literarios, que agitan la eternidad con esmirriadas caligrafías del alma, con barnices de su imposible “vida de la mente”. Ahora bien, en momentos particulares de la historia, la cultura se une secretamente contra el político: su unidad temporaria sirve de ariete para abatir las puertas de la dictadura. La cultura tiene esta fuerza cuando coincide con la búsqueda de las libertades elementales del hombre. Pero esta unidad desaparece después; derrotado el dictador, resurge la cadena de las facciones.
El poeta está solo: el muro de odio alzado con las piedras lanzadas por las compañías de fortuna literarias lo rodea. Desde ese muro él considera al mundo, y sin andar por la plaza como los aedas, o en el mundo “mundano” como los literatos, desde esa misma torre de marfil tan cara a la torturada alma romántica, llega al medio del pueblo, no sólo en los deseos de su sentimiento, sino también en sus celosos pensamientos políticos.
Esta no es retórica: en todas las naciones, el asedio silencioso al poeta es coherente en la crónica humana. Pero los literatos atados al político no representan a toda la nación; sirven solamente, y digo “sirven”, para retardar por algún minuto la voz del poeta en el mundo. Porque con el tiempo, según Leonardo “ogni torto si dirizza”, todo retuerto se endereza.
De Les Prix Nobel en 1959, editor Göran Litjestrand, Nobel Foundation, Stockholm, 1960.
Salvatore Cuasimodo nació en Modica, Sicilia, Italia, en 1901, y falleció en Amalfi en 1968. Periodista y poeta, publicó sus primeros versos en una revista literaria cuando tenía dieciséis años de edad. Publicó luego los libros de poesía Acque e Terre (1930), Oboe sommerso (1932), Erato e Apollion (1936), Lirici Greci (1940), Ed é subito sera (1942), La terra impareggiabile (1958) entre otros, y traducciones de Sófocles, el Evangelio según San Juan y La Tempestad de Shakespeare. Padeció la dictadura, vivió la resistencia y practicó la poesía. Posiblemente sea esta la más citada de sus páginas poéticas:
Y ENSEGUIDA ANOCHECE
“Larga es la noche que nunca encuentra día”: estas palabras de Macbeth nos ayudan a determinar la condición del poeta. /…/
Tras la publicación de mis primeros libros, en especial la Antología de la Lírica Griega, supe que mis lectores jóvenes escribían cartas de amor citando versos de mis líricas; y versos de ellas también aparecían sobre los muros de las prisiones, escritos por los prisioneros políticos. ¡En qué época he escrito poesías, hemos escrito versos, para caer, irremisiblemente, en la más amarga soledad! /…/
Pero la soledad de la poética, “la larga noche” shakespeariana, era mal soportada por el político, que pedía un Tirteo /un autor de himnos patrióticos – bélicos/ durante las estaciones africana o rusa de los italianos en la guerra.
La guerra, siempre lo he dicho, obliga a una nueva talla al hombre de una patria vencida o victoriosa. Las poéticas y las filosofías se rompen “cuando caen los árboles y los muros”; sería muy simplista pretender retomar, en el punto interrumpido por el primer golpe atómico, los residuos formales de un pasado de decoro y virtud fonética.
Después del remolino de la muerte, los principios morales como las pruebas religiosas se han visto puestos en discusión; los literatos apegados a los éxitos privados de sus menudas estéticas, quedaron separados de la inquieta presencia de la poesía. El poeta, desde la noche, es decir desde la soledad, encuentra su día, e inaugura un diario mortal para los inertes; el paisaje oscuro cede al diálogo. El político y los escritores de alejandrinos con su coraza de símbolos y pureza mística, fingen ignorar al poeta. Es una historia que se repite como el canto del gallo; más aún, como el tercer canto del gallo.
El poeta es un irregular: no habita en el recinto amurallado de la falsa civilización literaria; parece destruir sus formas mismas, y sin embargo las continúa; de la lírica pasa a la épica para comenzar a hablar del mundo y de lo que en el mundo se atormenta a través del hombre. / … /
El poeta comienza entonces a tornarse un peligro. El político juzga con desconfianza la libertad de la cultura, y por medio de la crítica conformista trata de reducir el concepto mismo de poesía a lo inmoble, fuera del tiempo e inoperante. / …/
El poeta tiene un lenguaje que no es el de las vanguardias, sino concreto en el sentido de los clásicos. Elliot dice a este respecto: la del Dante “es la lengua común en el estadio perfecto… sin embargo el estilo simple, del que Dante es el maestro más grande, es un estilo dificilísimo.” Insistimos sobre este lenguaje, que no es el de los parnasianos o el de los inventores de crisis en el cuerpo de una lengua; porque no serán los filólogos los que renueven la letra escrita: ese es un derecho que incumbe a los poetas.
…
El político se sirve del literato que no tiene una posición espiritual contemporánea, sino superada en al menos dos generaciones; y de la unidad de la cultura hace un juego de descomposiciones sabio y turbulento, en el que el factor religioso puede avanzar todavía para aprisionar la inteligencia del hombre.
Error creer que una conquista del alma, una situación particular e individual del sentimiento (la religiosa) puede devenir por extensión “sociedad”. La disciplina ascética, la renuncia del hombre al hombre, no es más que una fórmula de la muerte. El espíritu “operante” siempre cae en la trampa del lobo: su discurso depende a menudo de una mística, de una concepción de un alma que está esclava sobre la tierra. Y espanta a su interlocutor (su sombra, objeto al que ha de disciplinar) con las imágenes de la descomposición física, con un análisis complacido de lo horrendo. En cambio el poeta no teme a la muerte, no porque él participe en la fantasía de los héroes, sino porque la muerte es una visitante continua de sus pensamientos, la imagen de un diálogo sereno. / … /
La poesía no acepta las tentativas “misionales” del político, ni la intervención de una crítica que tenga origen en una filosofía, cualquiera sea. El poeta no sufre desviaciones morales ni estéticas; de ahí, en ciertos momentos, una doble soledad suya, confrontada al mundo como a las milicias literarias. / …/
En el mundo de hoy el político asume varios aspectos, pero nunca le será posible un acuerdo con el poeta: éste se ocupa del orden interno del hombre, y el otro del ordenamiento del hombre. /…/ El poder religioso, que se identifica muy a menudo con el político, siempre ha sido protagonista en esta dura lucha, aún cuando parecía lateral. / … /
A las dulcísimas poesías herméticas de la escuela del dolce stil novo, Dante une la violencia de las invectivas humanas y políticas, no dictadas por el odio, sino por un sentido universal de justicia. ... Ante estas armonías ardientes los estetas han permanecido cautos, relegándolas al limbo de la no-poesía. … La poesía de Dante se hace sospechosa por su misma grandeza, y el falso culto a su memoria hasta hoy no es otra cosa que retórica; tan pocos son los que verdaderamente escuchan su humana Commedia. Todas las naciones tienen poetas que están en la misma línea de civilización del Dante: Schiller para los alemanes, Shakespeare para los ingleses, Molière y Corneille para Francia, Cervantes para España, Dostoyevsky para Rusia. Y a los modernos dejémoslos por el momento en su serenidad armada, en los diversos lugares de nuestra tierra. /…/
Ninguno ignora la función del poeta en la sociedad existente o en evolución. La importancia de un Baudelaire, un Mallarmé, un Rimbaud, como constructores de un “modo” de vida en la colectividad nacional francesa, es más evidente para nosotros que para sus contemporáneos, quienes podían pensar que su poesía no era más que una sinuosa vanguardia literaria, refracción de una lengua plegada a sintaxis líricas provisorias. ¿Reconoce el político esta fuerza activa del poeta en la sociedad? Parece que sí, porque busca eludirla o someterla, en las sociedades de todos los tiempos.
La inteligencia creativa ha sido siempre considerada un contagio mortal. De ahí las variedades de mecenazgo de las cortes medievales, los premios caballerescos mansamente heroicos, las interminables florituras de madrigales – mecenazgo prolongado hasta los umbrales de nuestro siglo. Retrocediendo en el tiempo, recordemos que Platón, como arquitecto de un estado ideal, excluía del mismo a los poetas como elemento de desorden (o de orden, debiera decirse, dada su posibilidad de desquiciar una sociedad ordenada sobre bases antidemocráticas); pero ese ostracismo no era sino otra forma de elusión.
¿Hoy es libre el poeta? Es libre si se presenta como el continuador de iluminaciones seudoexistenciales, decorador de plácidos sentimientos humanos; si, por temor político o por inercia, no se sume profundamente en la dialéctica de su propio tiempo. Era libre en el Quattrocento un Angelo Poliziano, que en una de las Stanze per la Giostra di Giuliano de’ Medici, hace ir a la misa dominical a una ninfa confundida entre las damas seculares; pero no lo era Leonardo da Vinci, escritor de otro genio. /…/ No eran libres Ariosto y Tasso, el abate Parini, Alfieri, Foscolo: la retórica de los sacrificados los pone entre los continuadores del hombre que parece gritar en el desierto, pero corroe la no-verdad.
Pero por su parte ¿es libre el político? No. De hecho, son las castas que lo asedian las que deciden la suerte de una sociedad, las que actúan inclusive sobre el dictador. En torno a estos dos protagonistas de la historia, no libres y adversarios (en el poeta incluimos a todos los escritores determinantes de una época dada) circulan y se precipitan las pasiones, y no hay calma sino durante una revolución o una guerra: la primera, portadora de orden; la segunda, de confusión.
La última guerra ha sido un choque de sistemas, de políticas, de ordenamientos civiles, nación por nación: violencia para recobrar aunque fuere las mínimas libertades. Reaparece un sentido de la vida propio en la resistencia interna al enemigo invasor o doméstico. Resistencia de la cultura y del humanismo campesino, que “alzó la cabeza en los campos ásperos”, como dice Virgilio, contra los poderosos.
De este movimiento armado se desprende, en todos los países, una corriente cultural que no es provisoria, como piensan los atesoradores de hipotecas eternas sobre la civilización inmóvil, inmueble. /…/ Insisto en decir no provisoria. Es que no será el miedo, ni la ausencia, ni la indiferencia, ni la impotencia, lo que le dará al poeta la palabra para comunicar a los otros un emerger no metafísico.
El poeta puede decir que el hombre comienza hoy; el político puede decir o dice que el hombre estaba, y acaso esté siempre, preso en el lazo de su vileza moral, vileza no congénita pero introducida por un derrumbe secular. /…/
La Resistencia es una seguridad moral, no es una poética; el poeta no gobierna palabras para castigar a nadie. Su juicio es de orden creativo, no se formula en un decálogo para inventar vaticinios.
Los europeos conocen la medida de esta Resistencia; es realmente la sección áurea de la conciencia moderna. Aunque grite, el enemigo de la Resistencia es hoy una sombra con una ley débil. La sensibilidad del pueblo no se engaña acerca de la condición del poeta, ni sobre la de su adversario. Cuando se agudiza la antítesis, es la poesía la que sustituye al pensamiento subordinado del político. / … / Europa ha nacido de la Resistencia. /…/ Y la lealtad de la poesía se marca en una presencia ajena a la injusticia o a la intención de la muerte. El político quiere que el hombre sepa morir con coraje; el poeta quiere que el hombre viva con coraje.
Mientras que el poeta es conciente del poder del político, este se percata del poeta sólo cuando su voz reúne profundamente a distintos estratos sociales. … A partir de ese momento comienza una lucha subterránea entre ambos. En la historia los nombres de los poetas exiliados saltan como dados mortales; el político dice sostener la cultura, pero trata de reducir su potencia: su objetivo en cualquier siglo no es otro que quitar tres o cuatro libertades fundamentales del hombre, de modo tal que este continúe, en su eterno cerco, tratando de recuperar aquello de lo que ha sido saqueado.
En nuestro tiempo el político, en sus enfrentamientos con la cultura y por tanto también con el poeta, ejerce su defensa al descubierto u oscuramente por múltiples caminos; el más fácil es el de la degradación del concepto de cultura. Los medios mecánicos-científicos, radio y televisión, ayudan a romper la unidad de las artes, a promover poéticas que no perturban siquiera a las sombras. De estas, las preferidas son siempre aquellas vinculadas al reclamo de las Arcadias para despreciar nuestro tiempo. En este sentido se entiende el significado del verso de Esquilo “digo que los muertos matan a los vivos” que puse como epígrafe en mi último libro, La terra impareggiabile. En este libro el parangón del hombre es la tierra; el adjetivo “laica” que califica a la inteligencia pretende precisamente determinar no una cualidad sino un valor intrínseco; y si hablar así de la inteligencia del hombre constituye un pecado, podemos decir también que el poder religioso excede sus límites al ejercer su fuerza sobre los humildes, en vez de apelar al foco interno de las conciencias.
La degradación del concepto de cultura operada sobre las masas no es un factor político moderno; lo rápido y nuevo es la técnica usada para la dispersión de los intereses meditativos del hombre. El optimismo ha devenido tangible: los mitos y las fábulas (el ansia de eventos sobrenaturales) descienden al folletín policial, asumen metamorfosis visuales en el cine o en el relato épico de los pioneros o del delito. /…/
La ironía de los “círculos mundanos” afirma que el cuadro del disenso está dramatizado por el poeta; que el hombre y su dolor han estado y estarán siempre, tanto en las edades pasadas, como hoy y mañana. Ciertamente. Pero el poeta sabe que es en verdad un drama, la exasperación de un drama; sabe que los aduladores de la cultura son sus fanáticos incendiarios: el collage de los escribas compuesto bajo cualquier régimen corrompe en la periferia y en el centro a los grupos literarios, que agitan la eternidad con esmirriadas caligrafías del alma, con barnices de su imposible “vida de la mente”. Ahora bien, en momentos particulares de la historia, la cultura se une secretamente contra el político: su unidad temporaria sirve de ariete para abatir las puertas de la dictadura. La cultura tiene esta fuerza cuando coincide con la búsqueda de las libertades elementales del hombre. Pero esta unidad desaparece después; derrotado el dictador, resurge la cadena de las facciones.
El poeta está solo: el muro de odio alzado con las piedras lanzadas por las compañías de fortuna literarias lo rodea. Desde ese muro él considera al mundo, y sin andar por la plaza como los aedas, o en el mundo “mundano” como los literatos, desde esa misma torre de marfil tan cara a la torturada alma romántica, llega al medio del pueblo, no sólo en los deseos de su sentimiento, sino también en sus celosos pensamientos políticos.
Esta no es retórica: en todas las naciones, el asedio silencioso al poeta es coherente en la crónica humana. Pero los literatos atados al político no representan a toda la nación; sirven solamente, y digo “sirven”, para retardar por algún minuto la voz del poeta en el mundo. Porque con el tiempo, según Leonardo “ogni torto si dirizza”, todo retuerto se endereza.
De Les Prix Nobel en 1959, editor Göran Litjestrand, Nobel Foundation, Stockholm, 1960.
Salvatore Cuasimodo nació en Modica, Sicilia, Italia, en 1901, y falleció en Amalfi en 1968. Periodista y poeta, publicó sus primeros versos en una revista literaria cuando tenía dieciséis años de edad. Publicó luego los libros de poesía Acque e Terre (1930), Oboe sommerso (1932), Erato e Apollion (1936), Lirici Greci (1940), Ed é subito sera (1942), La terra impareggiabile (1958) entre otros, y traducciones de Sófocles, el Evangelio según San Juan y La Tempestad de Shakespeare. Padeció la dictadura, vivió la resistencia y practicó la poesía. Posiblemente sea esta la más citada de sus páginas poéticas:
Y ENSEGUIDA ANOCHECE
Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra,
traspasado por un rayo de sol;
y enseguida anochece.
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