miércoles, 12 de noviembre de 2008

Bonasso y otros cómplices


El Presidente Héctor Cámpora y el vicepresidente,
Vicente Solano Lima, en 1973.

En torno al libro de Miguel Bonasso “El Presidente que no fue”.

Aquello fue un grande y funesto engaño. Y este libro es la reproducción del engaño.

Aquella vez hubo quienes sabían y no lo dijeron. Su juego pasaba precisamente por no decirlo. Sabían lo que empezaba a acontecer y fraguarse en el círculo áulico del Gran Señor, su emperatriz y su adivino, desde los primeros días de la seudo presidencia de Cámpora. Ahora nos lo confirma un integrante del grupo que sabía y no lo dijo.

Omitiré en este comentario un párrafo sobre el Jefe y su manera de obrar en la ancianidad. Pero sí debo decir que necesitamos una indagación valiente y sincera, sin hipocresía, sin intereses dictados por la condición de posibles albaceas o curadores in lite, acerca de quién era ese Jefe, qué lo poseía, sus decisiones y sus rasgos cuando estaba a punto de deponer a su elegido Cámpora y volver a la Presidencia. Mientras no se haga ese examen, al que Bonasso y muchos otros debieran aportar honestamente, seguiremos escondiendo una pústula que no nos deja caminar bien.

Sostuve que este libro también es un engaño. Quiere presentarnos a un Cámpora admirable, pero queda más bien la idea de alguien más cercano a lo risible – si no se hubiera tratado de una tragedia, eso que él ayudó a producir. O quizás entre lo comprensible y lo risible, con algún destello de grandeza que le fue prestado por el momento, ese cruel Cupido histórico.

Pero ese Cámpora, no nos mientan, tipo simpático y pintoresco en lo individual, estuvo entre los primeros que sabían y no quisieron saber; pudo haber previsto, pudo haber intentado algo, y no lo hizo. La virtud de la “lealtad” no es tal cuando se aproxima a la solidaridad mafiosa; cuando sirve para encubrir o dar paso al crimen.

Por contrapartida, recuerdo a compañeros que perdieron su vida cuando se los involucró en este juego fementido y fatal. Y duele la sensación de sacrificio estéril: de ellos, de un tiempo, de vidas y de años incinerados en la hoguera póstuma del Jefe. Chicas y muchachos sacrificados porque se aprovechó su noble afán de un país con más justicia y libertad. En esto último, libertad, no siempre de acuerdo con Bonasso y su grupo.

En el límite de todo lo que Bonasso, al decir tanto y tanto, no nos dice, está la estrategia, que se creyó sagaz, de ese grupo que apostó a crecer a la sombra del gran hombre y su movimiento. La Sombra se los devoró; y con ellos, a muchos otros. El filicidio de militantes precedió al genocidio procesista.

Otorguemos el beneficio de la duda. Pongamos que estos dirigentes hayan obrado con la mejor intención, al creer que por vía de disimulación iban a heredar el peronismo para su propio proyecto verticalista con rasgos socializantes. Pero aún quedaría en pie el hecho de que supieron lo que sucedía y lo que se tramaba en palacio: pudieron prever la masacre, alertar sobre ella, no mandar gente al muere. No lo hicieron, quizás porque no estaban programados para reconocer esos datos y reaccionar ante ellos. Pero al menos, a esta altura de los tiempos, ¿no debieran pedir disculpas? Reconocer que si no hubo malevolencia, despotismo ilustrado sobre sus propios seguidores, al menos sí hubo error. Y de trágicas consecuencias.

¿Creerán que todo estuvo muy bien, que la equivocación fue del tiempo, de la historia, y no de ellos? ¿No sienten ninguna responsabilidad Bonasso y sus cofrades? Lo escucho a él, como a Dante Gullo, como a los de la empresa “amiga” Electroingeniería, hablándonos con suficiencia de iluminados acerca de todo lo opinable, sea la crisis financiera, la verdadera democracia, o el nuevo poder que quieren investir de sacralidad popular… Y siempre saben, siempre son los esclarecidos.

Esto los ubica en otro lugar que ya deja de ser el de los equivocados, como todos lo somos alguna vez en la historia. Los pone en el lugar de los cómplices.

Ahora bien: si sabían y no avisaron, si ahora no les entra eso de hacerse responsables de algo y pedir perdón por algo, las perspectivas no son brillantes.

En dudosas manos estamos, si estos tipos tienen cargos de gobierno. Por eso, mejor sacarse esa clase de manos de encima. Y esa clase de meloneo libresco, que suele servir sólo a distintos tipos de negocio. Se trata de servir a la vida y a la libertad. Eso, nomás. Eso, no menos.

Ramón Minieri

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