Mil libros en un libro
Milorad Pavic. Diccionario Jázaro. Novela léxico en 100.000 palabras. Ejemplar femenino.
Sin saber nada de literatura ni de crítica literaria, quise comentar la lectura de esta obra, quizás para afrontar el enigma de por qué un libro, ciertos trazos negros sobre un fondo blanco, a uno lo fascina y captura. Por qué habrá lecturas que son como mujeres fatales. (Como mujeres mujeres, en fin. )
Este de Pavic, es mil libros en un libro. Casi diría que cada página y cada renglón son umbrales para otro libro más, otro distinto.
La estructura de esta novela es tan soberana, tan insuperable en lo suyo, tan libérrima en su imaginería, que arriesga no existir. Pero afortunadamente sigue ligada a la tierra y al tiempo por mil ataduras mínimas, como el cuerpo de Gulliver en Liliput. Eso la mantiene acá y la hace legible.
Comenzando por el lugar: el escritor Milorad Pavic es nacido, criado y habita en Belgrado. Ciudad, se nos dice, que ha sido conquistada por cuarenta ejércitos, y reconstruida 38 veces sobre sus ruinas.
Pero el lugar es no sólo espacio, es a la vez tiempo. El lenguaje heredado nos engaña cuando separa ambas dimensiones. Captar el tiempo de Belgrado pide un esfuerzo especial, en nuestra era de saturación informativa como política de olvido, en que a fuerza de noticias superpuestas y sucesivas, la historia inmediata queda tapada. Pero Belgrado es la ciudad donde se cometió el primer historicidio calificado como tal por la UNESCO, en tiempos recientes: el bombardeo de la Biblioteca Nacional por los aviones de Clinton y la OTAN, que para nada fue, según confesión de los mandos, un efecto no deseado. Con la Biblioteca se destruyó buena parte de la memoria escrita de los pueblos eslavos del sur, especialmente serbio croatas. Pavic es especialista en la lengua y la literatura serbias.
Estas destrucciones, y las siempre dudosas supervivencias, están en la novela, que consiste en tres diccionarios cruzados, referidos a un pueblo extinguido. Tres diccionarios que son tres lenguajes, es decir tres culturas, es decir tres visiones del mundo, es decir como mínimo tres mundos, donde de distintas maneras se inserta a los jázaros. Todo un debate de interpretaciones contrapuestas, de historias narradas de distintas maneras, aún contradictorias, se da en torno a los ya inexistentes jázaros, a su conversión al cristianismo, al judaísmo y al Islam (según quién la cuenta), con abundancia de razones y episodios que hacen veraz a cada una de ellas.
Así como son tres los diccionarios desde los que se mira y se narra a los jázaros, son tres los personajes que a fines del siglo XVII se encuentran y desencuentran compilándolos, hasta que se mueren o se matan de consuno. Cristiano, turco y judío; imposible la victoria plena o duradera de ninguno. Y otra vez en 1982, por una de esas simetrías caras a Borges y a los que tapizaron de espejos los pasillos de Versalles, tres émulos contemporáneos viven una fatídica historia semejante, con crímenes oscuros incluídos.
En estas tierras que constituyen un corredor de destrucciones, desde los aqueos, pasando por los hunos, los bizantinos, los cruzados, los turcos, y hasta los superbombarderos de las democracias de Occidente, es imposible que una historia se quiera basar solamente en documentos de frágil papel. Hay otros documentos que debieran venir a ayudar: parte del idioma jázaro ha quedado quizás (siempre es quizás) en el parloteo de los loros de la región. Y puede que otros sucesos sean accesibles por la vía del sueño. Asimismo hay libros que están sólo en la memoria de un sirviente que los fue aprendiendo día a día.
…
Con este comentario deshilvanado no pretendo “dar a entender” el libro de Pavic; tampoco resumirlo. Sólo dar noticia de él, e invitar a otros a la lectura, para no sentirme yo solo con tanta riqueza – y con esta sensación de no estar haciendo sino una cata muy parcial.
Llegado acá entonces, me limitaré a recordar algunas de las muchas imágenes por donde transcurre el relato. Pavic es un imaginero cuyas orfebrerías son de imposible transcripción cinematográfica: sólo pueden transmitirse con las mismas palabras de que están hechas. Y cada una de esas imágenes es metáfora desplegable en varios planos. Tropológica también, porque todas se refieren a nosotros.
Imágenes: la de un libro imprescindible que se hereda en una familia y que se extingue porque su último dueño lo utiliza, hoja por hoja, comida tras comida, para absorber la insana grasa de su plato. Y los hijos no pueden poner coto al desastre. La de otro libro que tiene derecho y revés, y que incluye un reloj de arena, reloj que organiza la lectura, pues hay que invertir el libro y pasar a leer desde el otro extremo, cuando la arena deja de correr. La de un hombre famoso “por saber valorar un sable por su sonido, como se hace con las campanas”; la de dos adversarios que se sueñan recíprocamente. Una iglesia cuyas mitades han sido construídas en comarcas distanciadas por mil kilómetros. Un hombre “atractivo, de amplio tórax, como una jaula para pájaros grandes o fieras pequeñas”. Una familia en la que el derecho a la sucesión está condicionado por el color de la barba de los herederos. El kouros, un sosía onírico: ese otro en el cual uno se transforma al soñar. Un apóstol viajero a tal punto que nunca se mezclaron ante él las migajas de su almuerzo con las de su cena. Los jázaros que leían los colores como si fueran textos. Los lugares donde hay tiempos que corren en dos distintos sentidos, y uno se halla allí en medio. Las instrucciones y consignas para soñantes. La transmisión de noticias mediante aromas…
Todas estas imágenes han sido tomadas de unas pocas páginas de la novela de Pavic.
Y todo ello no es sino una minucia, ay, comparado con lo que se habrá perdido en la Biblioteca de Belgrado. Y no es sino una muestra muy pequeña de la riqueza de este pueblo al que Pavic pertenece, pueblo de múltiples culturas, cuyo diccionario ha de ser al menos tríplice, y cuya existencia va siendo continuamente garroneada por las destrucciones que provocan los Imperios.
Dicen que quizás a Pavic le otorguen el Premio Nobel de Literatura. Ojalá que sí, para homenaje a su fecundidad y como reconocimiento a la sufrida colectividad serbia. Ojalá que no, para que la industria editorial no lo destruya al mercarlo.
Me queda una intriga: cómo será, qué contendrá un ejemplar masculino de este mismo libro. ¿Alguien lo ha conseguido?
Barcelona, Editorial Anagrama, 1989.
Milorad Pavic. Diccionario Jázaro. Novela léxico en 100.000 palabras. Ejemplar femenino.
Sin saber nada de literatura ni de crítica literaria, quise comentar la lectura de esta obra, quizás para afrontar el enigma de por qué un libro, ciertos trazos negros sobre un fondo blanco, a uno lo fascina y captura. Por qué habrá lecturas que son como mujeres fatales. (Como mujeres mujeres, en fin. )
Este de Pavic, es mil libros en un libro. Casi diría que cada página y cada renglón son umbrales para otro libro más, otro distinto.
La estructura de esta novela es tan soberana, tan insuperable en lo suyo, tan libérrima en su imaginería, que arriesga no existir. Pero afortunadamente sigue ligada a la tierra y al tiempo por mil ataduras mínimas, como el cuerpo de Gulliver en Liliput. Eso la mantiene acá y la hace legible.
Comenzando por el lugar: el escritor Milorad Pavic es nacido, criado y habita en Belgrado. Ciudad, se nos dice, que ha sido conquistada por cuarenta ejércitos, y reconstruida 38 veces sobre sus ruinas.
Pero el lugar es no sólo espacio, es a la vez tiempo. El lenguaje heredado nos engaña cuando separa ambas dimensiones. Captar el tiempo de Belgrado pide un esfuerzo especial, en nuestra era de saturación informativa como política de olvido, en que a fuerza de noticias superpuestas y sucesivas, la historia inmediata queda tapada. Pero Belgrado es la ciudad donde se cometió el primer historicidio calificado como tal por la UNESCO, en tiempos recientes: el bombardeo de la Biblioteca Nacional por los aviones de Clinton y la OTAN, que para nada fue, según confesión de los mandos, un efecto no deseado. Con la Biblioteca se destruyó buena parte de la memoria escrita de los pueblos eslavos del sur, especialmente serbio croatas. Pavic es especialista en la lengua y la literatura serbias.
Estas destrucciones, y las siempre dudosas supervivencias, están en la novela, que consiste en tres diccionarios cruzados, referidos a un pueblo extinguido. Tres diccionarios que son tres lenguajes, es decir tres culturas, es decir tres visiones del mundo, es decir como mínimo tres mundos, donde de distintas maneras se inserta a los jázaros. Todo un debate de interpretaciones contrapuestas, de historias narradas de distintas maneras, aún contradictorias, se da en torno a los ya inexistentes jázaros, a su conversión al cristianismo, al judaísmo y al Islam (según quién la cuenta), con abundancia de razones y episodios que hacen veraz a cada una de ellas.
Así como son tres los diccionarios desde los que se mira y se narra a los jázaros, son tres los personajes que a fines del siglo XVII se encuentran y desencuentran compilándolos, hasta que se mueren o se matan de consuno. Cristiano, turco y judío; imposible la victoria plena o duradera de ninguno. Y otra vez en 1982, por una de esas simetrías caras a Borges y a los que tapizaron de espejos los pasillos de Versalles, tres émulos contemporáneos viven una fatídica historia semejante, con crímenes oscuros incluídos.
En estas tierras que constituyen un corredor de destrucciones, desde los aqueos, pasando por los hunos, los bizantinos, los cruzados, los turcos, y hasta los superbombarderos de las democracias de Occidente, es imposible que una historia se quiera basar solamente en documentos de frágil papel. Hay otros documentos que debieran venir a ayudar: parte del idioma jázaro ha quedado quizás (siempre es quizás) en el parloteo de los loros de la región. Y puede que otros sucesos sean accesibles por la vía del sueño. Asimismo hay libros que están sólo en la memoria de un sirviente que los fue aprendiendo día a día.
…
Con este comentario deshilvanado no pretendo “dar a entender” el libro de Pavic; tampoco resumirlo. Sólo dar noticia de él, e invitar a otros a la lectura, para no sentirme yo solo con tanta riqueza – y con esta sensación de no estar haciendo sino una cata muy parcial.
Llegado acá entonces, me limitaré a recordar algunas de las muchas imágenes por donde transcurre el relato. Pavic es un imaginero cuyas orfebrerías son de imposible transcripción cinematográfica: sólo pueden transmitirse con las mismas palabras de que están hechas. Y cada una de esas imágenes es metáfora desplegable en varios planos. Tropológica también, porque todas se refieren a nosotros.
Imágenes: la de un libro imprescindible que se hereda en una familia y que se extingue porque su último dueño lo utiliza, hoja por hoja, comida tras comida, para absorber la insana grasa de su plato. Y los hijos no pueden poner coto al desastre. La de otro libro que tiene derecho y revés, y que incluye un reloj de arena, reloj que organiza la lectura, pues hay que invertir el libro y pasar a leer desde el otro extremo, cuando la arena deja de correr. La de un hombre famoso “por saber valorar un sable por su sonido, como se hace con las campanas”; la de dos adversarios que se sueñan recíprocamente. Una iglesia cuyas mitades han sido construídas en comarcas distanciadas por mil kilómetros. Un hombre “atractivo, de amplio tórax, como una jaula para pájaros grandes o fieras pequeñas”. Una familia en la que el derecho a la sucesión está condicionado por el color de la barba de los herederos. El kouros, un sosía onírico: ese otro en el cual uno se transforma al soñar. Un apóstol viajero a tal punto que nunca se mezclaron ante él las migajas de su almuerzo con las de su cena. Los jázaros que leían los colores como si fueran textos. Los lugares donde hay tiempos que corren en dos distintos sentidos, y uno se halla allí en medio. Las instrucciones y consignas para soñantes. La transmisión de noticias mediante aromas…
Todas estas imágenes han sido tomadas de unas pocas páginas de la novela de Pavic.
Y todo ello no es sino una minucia, ay, comparado con lo que se habrá perdido en la Biblioteca de Belgrado. Y no es sino una muestra muy pequeña de la riqueza de este pueblo al que Pavic pertenece, pueblo de múltiples culturas, cuyo diccionario ha de ser al menos tríplice, y cuya existencia va siendo continuamente garroneada por las destrucciones que provocan los Imperios.
Dicen que quizás a Pavic le otorguen el Premio Nobel de Literatura. Ojalá que sí, para homenaje a su fecundidad y como reconocimiento a la sufrida colectividad serbia. Ojalá que no, para que la industria editorial no lo destruya al mercarlo.
Me queda una intriga: cómo será, qué contendrá un ejemplar masculino de este mismo libro. ¿Alguien lo ha conseguido?
Barcelona, Editorial Anagrama, 1989.
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