Antefuturos
Los viajeros, el viaje
Cuánto viaje para llegar hasta acá; hasta vos que estás leyendo, hasta mí que estoy escribiendo, a ambos lados de este espejo imperfecto. Cuántos viajeros, desde el comienzo de la especie, se han ido pasando la semilla, de un siglo a otro, de un continente a otro, como en una carrera de postas. Y con la semilla un encriptado de sueños, fantasmas, miedos y alegrías: nombres de mitos con los que nos hacemos y deshacemos.
Decía que somos algo más que viajeros. Somos el viaje mismo; en nosotros está cifrado todo lo que ha sucedido. Estuve ahí, podemos decir cada vez. Estuve a la orilla de ese río de Siberia y en ese monte del Cáucaso. Estuve en ese barranco de Etiopía y en esa antigua ciudad. Estuve con los bárbaros y con los imperiales, con los peones que arrastraron piedras en Sacsahuaman, quizás sin ganas y sin saber para qué, y con los que sabían, y con los que después asaltaron la fortaleza. Encuentro mi cara y la tuya ahí arriba, en la foto de esos inmigrantes arracimados en la cubierta del barco que los traía a la América, a los logros y decepciones de la América.
Estuvimos ahí. Estamos ahí todavía, porque ese ahí es parte nuestra.
A veces pensamos que este viaje es una larga serie de derrotas. Qué pocos festejos nos han tocado vivir; y aún estos, qué relativos, qué sospechables. Fiestas de príncipes nuevos que luego se volvían tiranos, de revoluciones que después fueron traicionadas. Y aunque nada de eso nos sucediera o nos afectara, de todos modos seremos siempre vencidos por el olvido y la muerte. Pero en perder y perder está nuestro ganar: el viaje sigue y con él seguimos después de cada derrota, más allá de lo derrotado.
El viaje sigue. Por eso los antepasados son antefuturos. Revisando su legado de deseos y frustraciones recogemos lo esencial para la próxima etapa. Si el viaje es aprendizaje, como en Wilhelm Meister, en el cuento del Compañero de Viaje de Andersen y en tantos otros relatos, entonces siempre hemos estado aprendiendo, y seguimos aprendiendo.
Los viajeros, el viaje
Cuánto viaje para llegar hasta acá; hasta vos que estás leyendo, hasta mí que estoy escribiendo, a ambos lados de este espejo imperfecto. Cuántos viajeros, desde el comienzo de la especie, se han ido pasando la semilla, de un siglo a otro, de un continente a otro, como en una carrera de postas. Y con la semilla un encriptado de sueños, fantasmas, miedos y alegrías: nombres de mitos con los que nos hacemos y deshacemos.
Decía que somos algo más que viajeros. Somos el viaje mismo; en nosotros está cifrado todo lo que ha sucedido. Estuve ahí, podemos decir cada vez. Estuve a la orilla de ese río de Siberia y en ese monte del Cáucaso. Estuve en ese barranco de Etiopía y en esa antigua ciudad. Estuve con los bárbaros y con los imperiales, con los peones que arrastraron piedras en Sacsahuaman, quizás sin ganas y sin saber para qué, y con los que sabían, y con los que después asaltaron la fortaleza. Encuentro mi cara y la tuya ahí arriba, en la foto de esos inmigrantes arracimados en la cubierta del barco que los traía a la América, a los logros y decepciones de la América.
Estuvimos ahí. Estamos ahí todavía, porque ese ahí es parte nuestra.
A veces pensamos que este viaje es una larga serie de derrotas. Qué pocos festejos nos han tocado vivir; y aún estos, qué relativos, qué sospechables. Fiestas de príncipes nuevos que luego se volvían tiranos, de revoluciones que después fueron traicionadas. Y aunque nada de eso nos sucediera o nos afectara, de todos modos seremos siempre vencidos por el olvido y la muerte. Pero en perder y perder está nuestro ganar: el viaje sigue y con él seguimos después de cada derrota, más allá de lo derrotado.
El viaje sigue. Por eso los antepasados son antefuturos. Revisando su legado de deseos y frustraciones recogemos lo esencial para la próxima etapa. Si el viaje es aprendizaje, como en Wilhelm Meister, en el cuento del Compañero de Viaje de Andersen y en tantos otros relatos, entonces siempre hemos estado aprendiendo, y seguimos aprendiendo.
Ramón
Jueves 5 de febrero de 2009
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