La poesía es un faisán que desaparece entre la maleza.
Wallace Stevens.
Wallace Stevens (1879 – 1955) nació, pasó su vida y murió en Nueva Inglaterra, la región fundacional de los Estados Unidos. Se recibió de abogado en Harvard y trabajó al servicio de empresas aseguradoras. Cuando le ofrecieron una cátedra de literatura en Harvard, la rechazó. Alguna vez, en tren de urdir la solapa de uno de sus libros, previno al redactor:
“Evíteme, por favor, contar los datos biográficos. Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores”.
Pero mentía; estaban corriendo muchos torrentes bajo esa superficie espejada.
En 1923, cuando Stevens tenía cuarenta y cuatro años de edad, se editaron dos poemarios suyos, Harmonium y El clavel del búho. (Suyos… hasta donde es posible decir que la poesía pertenece a alguien). En ese mismo año nacía su única hija.
Desde cuándo estaba bullendo tanta poesía bajo esa vida rutinaria, esmerilada, no lo sabemos. Él mismo no quiso relatarlo. Por el momento las cosas quedaron así. Recién varios años más tarde, cuando ya tenía 57 de edad, Stevens comenzaría a publicar otros libros, hasta seis, en una sierie que interrumpió su muerte en 1955. Coherente con estos ritmos y disritmias, su manera de concebir la poesía, a la que considera presente en el preciso momento en que nos elude y evade (como ese faisán entre la maleza), reclama alguna página venidera en este blog.
Wallace Stevens me recuerda a Rumí, aquel notario del siglo XIII de Konia, que cuando estaba muy instalado en sus funciones de intelectual y jurista, fue asaltado por la poesía (bajo la figura de su visitante, el linyera místico Shams de Tabriz), y desde entonces no pudo dejar de estar enamorado, de cantar y escribir dísticos.
Wallace Stevens (1879 – 1955) nació, pasó su vida y murió en Nueva Inglaterra, la región fundacional de los Estados Unidos. Se recibió de abogado en Harvard y trabajó al servicio de empresas aseguradoras. Cuando le ofrecieron una cátedra de literatura en Harvard, la rechazó. Alguna vez, en tren de urdir la solapa de uno de sus libros, previno al redactor:
“Evíteme, por favor, contar los datos biográficos. Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores”.
Pero mentía; estaban corriendo muchos torrentes bajo esa superficie espejada.
En 1923, cuando Stevens tenía cuarenta y cuatro años de edad, se editaron dos poemarios suyos, Harmonium y El clavel del búho. (Suyos… hasta donde es posible decir que la poesía pertenece a alguien). En ese mismo año nacía su única hija.
Desde cuándo estaba bullendo tanta poesía bajo esa vida rutinaria, esmerilada, no lo sabemos. Él mismo no quiso relatarlo. Por el momento las cosas quedaron así. Recién varios años más tarde, cuando ya tenía 57 de edad, Stevens comenzaría a publicar otros libros, hasta seis, en una sierie que interrumpió su muerte en 1955. Coherente con estos ritmos y disritmias, su manera de concebir la poesía, a la que considera presente en el preciso momento en que nos elude y evade (como ese faisán entre la maleza), reclama alguna página venidera en este blog.
Wallace Stevens me recuerda a Rumí, aquel notario del siglo XIII de Konia, que cuando estaba muy instalado en sus funciones de intelectual y jurista, fue asaltado por la poesía (bajo la figura de su visitante, el linyera místico Shams de Tabriz), y desde entonces no pudo dejar de estar enamorado, de cantar y escribir dísticos.
Hubo algún puente invisible entre Wallace Stevens y la poesía del mundo islámico. Para entender esa relación que parece remota e inesperada, quizás baste aceptar la lógica del asalto. El asalto es total; te asalta toda la poesía, y no un capítulo de ella. Y también te arrebata todo. El asalto es incontable e ilimitable.
En un hermoso sitio de Internet dedicado a los poemas de Ghalib, encuentro que Frances W. Pritchett, estudiosa de la obra en urdu de este poeta, nos señala una página de Stevens que es también un ghazal, al menos en sus primeras estrofas en la que repite la incantación “es el tiempo el que”…
No he hallado traducciones al castellano de esta poesía de Wallace Stevens, de modo que les ofrezco la que yo he intentado. Precaria como es, me parece que un poco trasluce el ritmo obsesionante del golpeteo del tiempo que golpetea en las palabras de la poesía de Stevens. Agrego en nota al pie (1) el original en inglés.
Todos los preludios a la felicidad (En: El puro bien de la teoría.)
Es el tiempo el que golpetea en el pecho y es el tiempo
El que pega contra la mente silenciosa y ufana,
La mente que sabe que es destruida por el tiempo.
El tiempo es un caballo que corre en el corazón, un caballo
Sin jinete por una carretera a la noche.
La mente se sienta a escuchar y lo oye pasar.
Es alguien que camina velozmente en la calle.
El lector junto a la ventana ha terminado su libro
Y mide la hora por lo tardío de los sonidos.
Aún en la respiración está el golpeteo del tiempo, a modo de
Un retardo en sus golpes,
Un caballo grotescamente tenso, un caminante como
Una sombra en mitad de la tierra. Si imaginamos
Una persona platónica, una gran escultura libre del tiempo,
Y suponemos en ella el habla que no puede hablar,
Una forma, entonces, protegida del golpeteo, puede
Madurar. Un ser capaz puede reemplazar
Al caballo oscuro y al caminante que camina rápidamente.
¡Ah, la felicidad! El tiempo es un enemigo encapuchado,
La música enemiga, el espacio hechizado
En el que tienen lugar los preludios encantados.
Esta es la poesía que asaltaba a ese abogado de las aseguradoras de Nueva Inglaterra, contenido en su traje bien planchado. ¿Cómo hubiera podido resistírsele?
De esta vera historia quiero extraer una inmoraleja: hasta bajo el chaleco más gris puede estar desapareciendo un faisán.
Ramón
13 de febrero de 2009.
No he hallado traducciones al castellano de esta poesía de Wallace Stevens, de modo que les ofrezco la que yo he intentado. Precaria como es, me parece que un poco trasluce el ritmo obsesionante del golpeteo del tiempo que golpetea en las palabras de la poesía de Stevens. Agrego en nota al pie (1) el original en inglés.
Todos los preludios a la felicidad (En: El puro bien de la teoría.)
Es el tiempo el que golpetea en el pecho y es el tiempo
El que pega contra la mente silenciosa y ufana,
La mente que sabe que es destruida por el tiempo.
El tiempo es un caballo que corre en el corazón, un caballo
Sin jinete por una carretera a la noche.
La mente se sienta a escuchar y lo oye pasar.
Es alguien que camina velozmente en la calle.
El lector junto a la ventana ha terminado su libro
Y mide la hora por lo tardío de los sonidos.
Aún en la respiración está el golpeteo del tiempo, a modo de
Un retardo en sus golpes,
Un caballo grotescamente tenso, un caminante como
Una sombra en mitad de la tierra. Si imaginamos
Una persona platónica, una gran escultura libre del tiempo,
Y suponemos en ella el habla que no puede hablar,
Una forma, entonces, protegida del golpeteo, puede
Madurar. Un ser capaz puede reemplazar
Al caballo oscuro y al caminante que camina rápidamente.
¡Ah, la felicidad! El tiempo es un enemigo encapuchado,
La música enemiga, el espacio hechizado
En el que tienen lugar los preludios encantados.
Esta es la poesía que asaltaba a ese abogado de las aseguradoras de Nueva Inglaterra, contenido en su traje bien planchado. ¿Cómo hubiera podido resistírsele?
De esta vera historia quiero extraer una inmoraleja: hasta bajo el chaleco más gris puede estar desapareciendo un faisán.
Ramón
13 de febrero de 2009.
(1) All the Preludes to Felicity (De: The Pure Good of Theory.)
It is time that beats in the breast and it is time
That batters against the mind, silent and proud,
The mind that knows it is destroyed by time.
Time is a horse that runs in the heart, a horse
Without a rider on a road at night.
The mind sits listening and hears it pass.
It is someone walking rapidly in the street.
The reader by the window has finished his book
And tells the hour by the lateness of the sounds.
Even breathing is the beating of time, in kind:
A retardation of its battering,
A retardation of its battering,
A horse grotesquely taut, a walker like
A shadow in mid-earth . . . If we propose
A large-sculptured, platonic person, free from time,
And imagine for him the speech he cannot speak,
A form, then, protected from the battering, may
Mature: A capable being may replace
Dark horse and walker walking rapidly.
Felicity, ah! Time is the hooded enemy,
The inimical music, the enchantered space
In which the enchanted preludes have their place.
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