antigua moneda de plata de la ciudad de Cirene.
El silfio, 1. La planta que dio origen a la forma del corazoncito.
Algo hemos contado acerca del silfio en una charla sobre las plantas y el poder. Volvemos sobre el tema, a pedido de un amigo.
Cuando queremos dibujar un corazón, casi por automatismo le damos esa forma de “corazoncito” con dos asas a la que nos han acostumbrado desde chicos. Así nos lo enseñaron la gráfica más o menos ingenua transmitida por madres y padres, las historietas, los libros infantiles o no tantos, la práctica escolar, y aún la iconografía religiosa. Por otro lado, sabemos que la forma del corazón no es esa. El simpático objeto de las dos orejitas dista de semejarse a ese músculo ceñudo y porfiado, ese trabajador incansable con rostro de puño que defiende oscuramente nuestra vida.
Cuando queremos dibujar un corazón, casi por automatismo le damos esa forma de “corazoncito” con dos asas a la que nos han acostumbrado desde chicos. Así nos lo enseñaron la gráfica más o menos ingenua transmitida por madres y padres, las historietas, los libros infantiles o no tantos, la práctica escolar, y aún la iconografía religiosa. Por otro lado, sabemos que la forma del corazón no es esa. El simpático objeto de las dos orejitas dista de semejarse a ese músculo ceñudo y porfiado, ese trabajador incansable con rostro de puño que defiende oscuramente nuestra vida.
Para saber de dónde procede aquella forma convencional, tenemos que volver la mirada hacia el silfio.
En algunas imágenes hititas y mitanas aparece un príncipe distribuyendo cierto producto vegetal entre sus cortesanos: semillas de silfio. El reparto de este preciado producto hecho por el señor de la ciudad o del reino entre sus vasallos, fue práctica habitual en las civilizaciones arcaicas, anteriores a griegos y latinos. El rey o señor compraba cargamentos de él, y los entregaba en palacio, en un acto político que demostraba su magnanimidad, su carácter de sostenedor del bienestar de los súbditos… y de paso, como todo acto de poder es acto de confirmación de un orden, remarcaba las jerarquías políticas: las semillas eran entregadas a los señores o jerarcas del reino. Se supone que estos realizarían luego algún tipo de distribución, tampoco igualitaria, entre quienes integraban sus séquitos.
En algunas imágenes hititas y mitanas aparece un príncipe distribuyendo cierto producto vegetal entre sus cortesanos: semillas de silfio. El reparto de este preciado producto hecho por el señor de la ciudad o del reino entre sus vasallos, fue práctica habitual en las civilizaciones arcaicas, anteriores a griegos y latinos. El rey o señor compraba cargamentos de él, y los entregaba en palacio, en un acto político que demostraba su magnanimidad, su carácter de sostenedor del bienestar de los súbditos… y de paso, como todo acto de poder es acto de confirmación de un orden, remarcaba las jerarquías políticas: las semillas eran entregadas a los señores o jerarcas del reino. Se supone que estos realizarían luego algún tipo de distribución, tampoco igualitaria, entre quienes integraban sus séquitos.
El silfio es una planta extinguida – aunque actualmente en Italia están realizando investigaciones para recuperarla o para detectar otras del mismo género, Asteracea. Tendemos a olvidar lo que ya no existe. Pero teniendo en cuenta lo importante que fue, un olvido tan radical y difundido parece extraño. Se lo conoció, valoró y utilizó, y se lo representó en frescos, tabletas y relieves en Creta, Mitanni, Hatti, Egipto y todo el Cercano Oriente. Pero ahora está en la penumbra de la memoria, como en nuestras tierras sucede con el cebil, fundamental para las experiencias místicas y artísticas en las culturas originarias de las regiones del centro y noroeste.
Falta que señalemos lo que hacía tan valiosa a la planta. Lo vemos en el artículo siguiente.
Falta que señalemos lo que hacía tan valiosa a la planta. Lo vemos en el artículo siguiente.
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