En la foto, cacería de onas en Tierra del Fuego. En el centro, a los pies, el cadáver de un ona. Del Álbum editado por Tipografía Salesiana, de Turín, 1907, con el epìgrafe "Cacciatori di indii nella Terra del Fuoco". Incluída en el libro de José María Borrero "La Patagonia Trágica", Buenos Aires, Editorial Americana, 1967.
Secretos y mentiras.
Rupatini y Badía
Por estos días estuve recordando con frecuencia a Santiago “Yorek” Rupatini. Y saludo con alegría de corazón este recuerdo, pequeño triunfo de la memoria sobre la injusticia y el crimen.
Yorek se pronuncia “Yor-k”, con un espacio libre, como para una vocal sin tono. La palabra, como el propio Rupatini decía, significa “hermano” en su idioma, el selknam. Él quería que lo llamaran así. Veo ahora que una calle de Tolhuin (quizás la ciudad más nueva de nuestro paìs, fundada en 1972) lleva el nombre “Santiago Rupatini”. Bajo el mismo nombre se lo menciona a Yorek en un expediente de “concesión” (en realidad, menguada devolución) de tierras fueguinas a integrantes del pueblo ona.
Para mantener viva la memoria, quiero compartir con ustedes lo que recuerdo de mi encuentro personal con Yorek Rupatini, en 1964 – hace nada menos que 44 años.
Estaba yo cursando el colegio secundario en Bahía Blanca. Me vinieron a buscar unos amigos, los Fantini, hijos de un periodista que vivía en la calle Rodríguez al 500, diciéndome que en su casa había alguien a quien debía conocer.
Los visitantes en casa de los Fantini eran dos, que habían hecho etapa durante ese día, esperando una combinación de vuelos. Venían de Ushuaia y tenían que seguir viaje hacia Buenos Aires. Uno de ellos, Rodolfo Casamiquela, por entonces un joven investigador que ya había publicado algunos trabajos sobre temas paleontológicos y antropológicos (en particular recuerdo uno sobre Lihué Calel). El otro era Rupatini.
Yorek era bajo y corpulento, con un fuerte tórax y manos grandes, curtidas en el trabajo del campo. Aunque aquel día de primavera era bastante fresco, le bastaba con una camisa liviana de cuadros. Luego comentaría que sentía demasiado calor si se ponía alguna prenda más. Utilizaba una campera tan sólo para llevarla al brazo.
Era un hombre de aspecto sereno, que nos contemplaba a los charlatanes adolescentes de ciudad con divertido interés, y nos hablaba con parquedad. Frecuentemente sonreía.
Ante todo, Yorek nos enseñó a llamarlo así. Después comentó el motivo por el que se lo llamaba “el último ona”: el sólo tenía conocimiento de que existía una pequeña comunidad de tres onas en el campo: su esposa, su hermano y él mismo. Los dos primeros habían fallecido ya. Comentó que era estéril; no había podido tener hijos, y atribuía esto a que su grupo había comenzado a tomar bebidas alcohólicas a raíz de su contacto con los blancos; de ahí el daño.
Nos describió su vida como campesino, los trabajos que realizaba en la cría de ovejas.
Algunos de nosotros habíamos leído el libro de José María Borrero “La Patagonia Trágica” (esa primera parte, donde investigaba el genocidio de los onas). Obligada fue entonces la pregunta por las matanzas de onas encomendadas por los Menéndez, por Rosa Braun y alguno más del linaje. Rupatini contó algunos episodios de estas matanzas que él conocía, y supimos entonces que nada en el libro de Borrero era exageración: el envenenamiento de una ballena para que la comiera un grupo indígena, las cacerías de personas, el pago a los cazadores por cada oreja de indio entregada, y luego por testículos de ona. No sólo se había destacado como cazador el tristemente célebre Colorado Mc Clellan; también alguno de los estancieros había participado. Así lo demostraba una célebre fotografía de Rosa Braun como cazadora, vistiendo breeches y botas, con el pie sobre un cadáver de ona y el fusil apoyado en el suelo, de la que alguien había sacado una copia - el original estaba en el Archivo Salesiano, a la sazón guardado en la sede de la Inspectoría de la congregación, en Bahía Blanca.
Charlamos largamente hasta la tarde. Entre otros temas, recuerdo que Yorek nos comentó que cuando se peleaba con su hermano por cuestiones de momento, o porque habían tomado, “nos puteábamos en castilla”, porque en ona no existían insultos personales. Se reía al narrar esto.
Yorek iba a ser presentado en un programa de televisión de aquellos tiempos. Entre La caldera del diablo, El show de Dick van Dyke, el clan Stivel y Pinky, se le daba un espacio a un integrante de un pueblo originario, claro que con sesgo pintoresquista – “tenemos al último ona”. Por su parte, Rupatini pensaba que podría aprovechar ese espacio para dar un mensaje en defensa de los derechos de los indígenas.
Tres días después, Yorek y Casamiquela pasaron de nuevo por Bahía Blanca en su viaje de regreso.
Esta vez no tuvimos mucho tiempo para conversar. Pero retengo un dato fundamental de lo que Rupatini nos relató. Un día antes de su presentación en el programa televisivo “me llamaron para saber qué pensaba decir. Les dije que se quedaran tranquilos, que no iba a contar nada. Y no conté nada; para qué.”
No supe más de Yorek Rupatini.
…
Hace pocos días, por el canal oficial pude ver algunas escenas registradas en la estancia María Behety, de Tierra del Fuego. Era en un programa dirigido por Juan Alberto Badía, “Estudio País 24”.
Roland Barthes habría estudiado el programa de Badía como una puesta en escena de un argumento de final feliz. En cada región del país este conductor, que aparece como un buen tipo, muestra todas las cosas buenas y la gente buena. El paisaje está integrado habitualmente por elementos naturales definidos como paradisíacos, sin elementos o actividades contaminantes. En esa clase de lugares vive “gente” que se lleva bien, que se pone de acuerdo para hacer actividades interesantes. No se ven comunidades que estén reclamando nada. Hay en cada entrega del programa un concurso, relacionado con datos puntuales, y no con interpretaciones o con distintas ideas. En el certamen se valora la memoria de tipo enciclopédico acerca de lo que se podría llamar “triunfos argentinos”: “cuál es el producto más importante”, “quién fue el que se destacó por”, “en qué actividades sobresale Argentina”… Se nos presenta un país exitoso, sin problemas ni conflictos. Este paraíso está constituido especialmente por las pequeñas localidades del llamado “interior”, donde se supone que la gente es buena, que no hay problemas de “inseguridad”, que de algún modo todos tiran para adelante y se llevan bastante bien entre sí.
En el caso particular de la estancia María Behety y de otras escenas fueguinas, en el programa se exhibió la proverbial bondad de las ovejas. (Nadie recordó aquella observación tan realista de Tomás Moro: “suele ocurrir que las ovejas se comen a los hombres”). Se mostró la habilidad de los esquiladores. Se elogió a esos pioneros (los primeros estancieros, no los peones) que vinieron a hacer patria en aquellas latitudes.
De los onas en ese contexto, de su expolio y matanza, ni palabra. Es que no se los podía encajar en un relato idílico. Supongo que los harán aparecer en algún otro momento, cuando se presenten imágenes de algún museo fueguino. Es un modo de correr a un costado a los pueblos originarios: presentándolos meramente como objetos de colección.
Ese programa “Estudio País 24” es un plato fuerte de la televisión oficial. Ocupa dos horas diarias, de lunes a viernes.
…
Después de ver esa recorrida por la estancia María Behety, se me presentó la imagen de Rupatini. Ese paisano más decente y de palabra más digna que un montón de funcionarios, animadores de televisión y seudo periodistas de estos tiempos.
En su homenaje, estos renglones.
Ramón
Secretos y mentiras.
Rupatini y Badía
Por estos días estuve recordando con frecuencia a Santiago “Yorek” Rupatini. Y saludo con alegría de corazón este recuerdo, pequeño triunfo de la memoria sobre la injusticia y el crimen.
Yorek se pronuncia “Yor-k”, con un espacio libre, como para una vocal sin tono. La palabra, como el propio Rupatini decía, significa “hermano” en su idioma, el selknam. Él quería que lo llamaran así. Veo ahora que una calle de Tolhuin (quizás la ciudad más nueva de nuestro paìs, fundada en 1972) lleva el nombre “Santiago Rupatini”. Bajo el mismo nombre se lo menciona a Yorek en un expediente de “concesión” (en realidad, menguada devolución) de tierras fueguinas a integrantes del pueblo ona.
Para mantener viva la memoria, quiero compartir con ustedes lo que recuerdo de mi encuentro personal con Yorek Rupatini, en 1964 – hace nada menos que 44 años.
Estaba yo cursando el colegio secundario en Bahía Blanca. Me vinieron a buscar unos amigos, los Fantini, hijos de un periodista que vivía en la calle Rodríguez al 500, diciéndome que en su casa había alguien a quien debía conocer.
Los visitantes en casa de los Fantini eran dos, que habían hecho etapa durante ese día, esperando una combinación de vuelos. Venían de Ushuaia y tenían que seguir viaje hacia Buenos Aires. Uno de ellos, Rodolfo Casamiquela, por entonces un joven investigador que ya había publicado algunos trabajos sobre temas paleontológicos y antropológicos (en particular recuerdo uno sobre Lihué Calel). El otro era Rupatini.
Yorek era bajo y corpulento, con un fuerte tórax y manos grandes, curtidas en el trabajo del campo. Aunque aquel día de primavera era bastante fresco, le bastaba con una camisa liviana de cuadros. Luego comentaría que sentía demasiado calor si se ponía alguna prenda más. Utilizaba una campera tan sólo para llevarla al brazo.
Era un hombre de aspecto sereno, que nos contemplaba a los charlatanes adolescentes de ciudad con divertido interés, y nos hablaba con parquedad. Frecuentemente sonreía.
Ante todo, Yorek nos enseñó a llamarlo así. Después comentó el motivo por el que se lo llamaba “el último ona”: el sólo tenía conocimiento de que existía una pequeña comunidad de tres onas en el campo: su esposa, su hermano y él mismo. Los dos primeros habían fallecido ya. Comentó que era estéril; no había podido tener hijos, y atribuía esto a que su grupo había comenzado a tomar bebidas alcohólicas a raíz de su contacto con los blancos; de ahí el daño.
Nos describió su vida como campesino, los trabajos que realizaba en la cría de ovejas.
Algunos de nosotros habíamos leído el libro de José María Borrero “La Patagonia Trágica” (esa primera parte, donde investigaba el genocidio de los onas). Obligada fue entonces la pregunta por las matanzas de onas encomendadas por los Menéndez, por Rosa Braun y alguno más del linaje. Rupatini contó algunos episodios de estas matanzas que él conocía, y supimos entonces que nada en el libro de Borrero era exageración: el envenenamiento de una ballena para que la comiera un grupo indígena, las cacerías de personas, el pago a los cazadores por cada oreja de indio entregada, y luego por testículos de ona. No sólo se había destacado como cazador el tristemente célebre Colorado Mc Clellan; también alguno de los estancieros había participado. Así lo demostraba una célebre fotografía de Rosa Braun como cazadora, vistiendo breeches y botas, con el pie sobre un cadáver de ona y el fusil apoyado en el suelo, de la que alguien había sacado una copia - el original estaba en el Archivo Salesiano, a la sazón guardado en la sede de la Inspectoría de la congregación, en Bahía Blanca.
Charlamos largamente hasta la tarde. Entre otros temas, recuerdo que Yorek nos comentó que cuando se peleaba con su hermano por cuestiones de momento, o porque habían tomado, “nos puteábamos en castilla”, porque en ona no existían insultos personales. Se reía al narrar esto.
Yorek iba a ser presentado en un programa de televisión de aquellos tiempos. Entre La caldera del diablo, El show de Dick van Dyke, el clan Stivel y Pinky, se le daba un espacio a un integrante de un pueblo originario, claro que con sesgo pintoresquista – “tenemos al último ona”. Por su parte, Rupatini pensaba que podría aprovechar ese espacio para dar un mensaje en defensa de los derechos de los indígenas.
Tres días después, Yorek y Casamiquela pasaron de nuevo por Bahía Blanca en su viaje de regreso.
Esta vez no tuvimos mucho tiempo para conversar. Pero retengo un dato fundamental de lo que Rupatini nos relató. Un día antes de su presentación en el programa televisivo “me llamaron para saber qué pensaba decir. Les dije que se quedaran tranquilos, que no iba a contar nada. Y no conté nada; para qué.”
No supe más de Yorek Rupatini.
…
Hace pocos días, por el canal oficial pude ver algunas escenas registradas en la estancia María Behety, de Tierra del Fuego. Era en un programa dirigido por Juan Alberto Badía, “Estudio País 24”.
Roland Barthes habría estudiado el programa de Badía como una puesta en escena de un argumento de final feliz. En cada región del país este conductor, que aparece como un buen tipo, muestra todas las cosas buenas y la gente buena. El paisaje está integrado habitualmente por elementos naturales definidos como paradisíacos, sin elementos o actividades contaminantes. En esa clase de lugares vive “gente” que se lleva bien, que se pone de acuerdo para hacer actividades interesantes. No se ven comunidades que estén reclamando nada. Hay en cada entrega del programa un concurso, relacionado con datos puntuales, y no con interpretaciones o con distintas ideas. En el certamen se valora la memoria de tipo enciclopédico acerca de lo que se podría llamar “triunfos argentinos”: “cuál es el producto más importante”, “quién fue el que se destacó por”, “en qué actividades sobresale Argentina”… Se nos presenta un país exitoso, sin problemas ni conflictos. Este paraíso está constituido especialmente por las pequeñas localidades del llamado “interior”, donde se supone que la gente es buena, que no hay problemas de “inseguridad”, que de algún modo todos tiran para adelante y se llevan bastante bien entre sí.
En el caso particular de la estancia María Behety y de otras escenas fueguinas, en el programa se exhibió la proverbial bondad de las ovejas. (Nadie recordó aquella observación tan realista de Tomás Moro: “suele ocurrir que las ovejas se comen a los hombres”). Se mostró la habilidad de los esquiladores. Se elogió a esos pioneros (los primeros estancieros, no los peones) que vinieron a hacer patria en aquellas latitudes.
De los onas en ese contexto, de su expolio y matanza, ni palabra. Es que no se los podía encajar en un relato idílico. Supongo que los harán aparecer en algún otro momento, cuando se presenten imágenes de algún museo fueguino. Es un modo de correr a un costado a los pueblos originarios: presentándolos meramente como objetos de colección.
Ese programa “Estudio País 24” es un plato fuerte de la televisión oficial. Ocupa dos horas diarias, de lunes a viernes.
…
Después de ver esa recorrida por la estancia María Behety, se me presentó la imagen de Rupatini. Ese paisano más decente y de palabra más digna que un montón de funcionarios, animadores de televisión y seudo periodistas de estos tiempos.
En su homenaje, estos renglones.
Ramón
3 comentarios:
Comparto todos tus puntos de vista, Ramón. El programa de Badía es una patraña en el exacto sentido de la palabra. Sus conductores sobrevuelan la realidad del país y desperdician la posibilidad de "ver" lo que no miramos. ¡Cuan lejos de aquellas "Historias de la Argentina Secreta"!
Gracias, Ramón, por el homenaje a Rupatini. Aprovecho a decirte: En estos días recordaba cuando me contaban, siendo niña, un notable cuento breve que deja pensando. Probablemente se actualiza y toma los rasgos del lugar y la época: me refiero al cuento del "caballo del verdulero" que, cuando se terminó de acostumbrar (a comer menos), se murió. Lo recordé en una conversación en la cual se repetía la frase: "Uno se acostumbra..." ¿Lo tenés presente? ¿Coincidís con mi sospecha de que no es un cuento de origen reciente ni nacido en estas tierras?
Gracias a los dos comentaristas!
Qué cierto lo que dicen.
En cuanto a tu reflexión, Valen:
Voy a rastrear esa historia del caballo del verdulero, mirá vos qué reveladora. Para ponerla al lado de otra, la del Rey desnudo.
Y claro, esa naturalización del sufrir en beneficio del otro, del que tiene el poder, ayuda a perpetuarlo. Y a morirse.
Quizás como tantos otros, el cuento venga de las djatakas hindúes - o de la fuente ignota que las antecedió. El rastreo es largo, porque hay miles.
Abrazo.
Ramón
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