martes, 17 de marzo de 2009

La escritura es el oficio de Hécate



Hécate la triple y las Kárites (las Gracias). Estatua griega del siglo III a. C., gliptoteca de Munich.

La escritura es el oficio de Hécate
En el país-feria de la identidad… y de La Salada

Pero qué buscan con tanto afán, qué buscan… Dicen que en la feria trucha de La Salada gastan unos diez mil millones de pesos por año. Cifra tan mentirosa como cualquiera, porque desde tiempos de la Colonia toda estadística en estas tierras es hemipléjica o... tuntunológica – basada en el viejo paradigma del tuntún. ¿Cómo se pueden dar cifras ciertas del contrabando? Pero en fin: millón más, millón menos, este es el lugar comercial más frecuentado de Argentina. Allá atrás quedó Coto.

Quiénes son los que compran, por qué… Miro las fotos de la Feria: la clientela es mayormente de “clase media”: pequeña burguesía. ¿Qué van a comprar ahí? Porque ropa o zapatillas baratas se consiguen en muchos lugares; tiendas de bolivianos emprendedores, las hay por todos lados. Parece que el atractivo es la combinación de precios bajos y marcas reconocidas.

De marca. Se dice: zapatilla de marca, remera de marca. “De marca” significa “distinguido”: es distinto de los de uso común, lleva un sello que lo diferencia. Y al comprarlo sentirán que esta diferenciación de la pilcha o la zapatilla se transfiere a ellos.

Del mismo modo se piensa la individualidad, la “identidad”. El ser uno mismo, como persona o como sociedad, pasa a ser cuestión de marcas adquiridas. Hay una búsqueda afanosa, una compra omnívora, una persecución insaciable de “identidad”. Como de quien dijera: “Por favor, véndanme algo que me distinga; algo que me haga creer a la vez que (a) no soy como todos los demás, y (b) que sí soy como algunos pocos.” Se adquieren galerías de retratos de antepasados ajenos envasados en marcos ovales, con bigotes manubrio y rodete; antigüedades fictas, gustos particulares (“a mí no me traigas eso”), lugares únicos, vinos que sólo yo me sé, comidas en restoranes temáticos. El propio cuerpo llega a ser marcado por este afán, cuando al hermoso tatuaje con fines estéticos lo sustituye o lo subyace algo más fuerte: hago marcar mi cuerpo, le escribo nombres y lemas para distinguirlo de todos los otros, como el tonto del cuento que tenía que dormir en una posada, y se ató un globo al pie para reconocerse al despertar a la mañana.

Tanta adquisición para tener identidad, es una carrera hacia lo imposible. Siempre habrá alguien más, muchos más, con las mismas o parecidas marcas. En el mismo cuento, un pícaro se despierta antes que el tonto, se ata el globo a su propio pie, y cuando el tonto despierta queda despavorido: cree que ya no puede saber quién era. "Si tú eres yo, entonces por favor díganme quién soy yo", grita.

El poder económico y político estampan y aprovechan esta ideología de la identidad en las personas. La búsqueda insaciable favorece a quienes dominan el mercado. La avidez por tener marcas lleva a que los ciudadanos compren, sin derecho a devolución, líderes más o menos “de marca”.

¿Se podría volver a pensar esto de la “identidad”? Pensarlo con un marco distinto del marketing o del poder.

Se habla de “identidad” como un valor adquirido y adquirible; pero ¿existe algo, alguien idéntico a sí mismo? Para que sean idénticos, tienen que ser dos. ¿Hay, puede haber una igualdad de uno con uno, una convertibilidad personal sin fisuras? Si tanto se postula este ser idéntico a sí mismo, ¿no es porque se siente, se teme o se supone duplicidad? Si digo que quiero ser yo mismo, ¿no será porque me siento otro?

Y más preguntas. ¿De veras uno es más uno, cuanto más se diferencia de los otros? La identidad, ¿es sólo una sustracción de todo, de todos los demás? Pero entonces, ¿qué queda? Y si de este modo se construye la visión de nuestro propio ser, ¿de qué vale que digamos que nos oponemos a la exclusión? La tenemos tejida en nuestra constitución propia.

Identidad es palabra peligrosamente cercana a “ídem” (lo mismo). Cuando se busca, se defiende, se compra todos los días la identidad, ¿se está buscando llegar a ser otro ídem? ¿Identidad es mismidad?

Y aún otra vuelta de tuerca. Este inmovilismo del “uno a uno”, conforme al cual uno tiene que ser siempre el mismo que uno mismo, ¿no supone condenarnos a la invariabilidad?

Pongamos otra concepción de la identidad; a ver cuál es más sana y vital para tiempos de borrasca de colectividades y tribus de mercado, de existencias fragilizadas por la ley de hierro de la acumulación de capitales.

Pongamos que el principio de identidad se tornara principio de entidad: soy lo que soy, somos lo que somos, por ser lo abierto a presencia, al ente. Entonces esta punzada de alfiler en el continuo, este agujerito que llamo yo, yo mismo, vale no por todo lo que no es, lo que excluye, sino porque puede ser todo. Porque, tan diminuto, empero da acceso y afloramiento a todo otro, a los otros. Y en vez de amurallar vacíos, se trata de multiplicar encrucijadas.

Este es un voto por el retorno de
Hécate. Diosa de los umbrales, de las entradas y salidas, desde y hacia la otredad; de las encrucijadas, y por ello de los partos, en los que una nueva existencia se atraviesa en el camino de lo que siempre se sucede; y deidad mujer de la magia, que conecta esto con lo otro. Diosa de la cara oscura e irresuelta de la Luna. Diosa cuya identidad consiste al menos de tres faces y tres cuerpos; no en esa ficción de unicidad, ese deseo de unidad imposible que aqueja a los insatisfechos compradores de “sí mismos”.

En el país Feria, donde cada uno anda buscando qué comprar, qué conseguir un momento antes que los otros para poder creerse uno, en el país Feria donde tanto tenderete ofrece sucedáneos, la escritura es el oficio de Hécate. Oficio: significa a la vez trabajo cercano al arte, labor que es ritual.

Ramón. Martes 17 de marzo de 2009.

1 comentario:

MorganLeo dijo...

Ramon: Me parece que es parte de la "identificacion" propuesta por las corporaciones, y que por facilismo y falta de espiritu critico se asume como valido.
Es lo que promueven desde la vidriera del comercio, en desmedro de la identificacion por caracteristicas propias.
Se traduce en discriminacion, se traduce en desnaturalizacion de las personas y en transculturizacion.
Se refleja en la oferta de "arte" salido de una linea de produccion.
Nos parecemos cada vez mas a los standares de la television y peor aun, de la television de paises lejanos, que a nuestros padres y abuelos.
Me parece ver detras de eso una gran responsabilidad de la television, que tecnicamente inhibe las fantasias, por invadir el cerebro con imagenes y sonido.
Esa caracteristica, utilizada convenientemente por las corporaciones, va socavando el individualismo y la generacion de ideas originales.
Me parece.
Un abrazo