viernes, 27 de marzo de 2009

Vencer a la cárcel. Los presos crean la Universidad de Neuquén. 2.


Dibujos del preso Italo Grassi: el recreo "a reglamento" (luego modificado por la lucha de los presos); el frío extremo; las cartas con renglones tachados por la censura, a pesar de los preceptos constitucionales. Para ampliar, hacer doble click sobre la imagen con el ratón.


2. Los magníficos presos y el vejamen como sistema.

Quiénes eran los presos de Neuquén

La dictadura depositó cincuenta presos políticos en Neuquén. A tres se los trasladó luego de vuelta a Buenos Aires (dos por haber enloquecido, uno por enfermedad grave). Había más presos políticos en Villa Devoto, Rosario, La Plata, Martín García y otras cárceles.

Luis V. Sommi recuerda a sus compañeros de cautiverio por grupos, según los iba encontrando en cada etapa del itinerario punitivo. En Devoto estaban esperándolos el viejo Kasandieff, los jóvenes Adolfo Roig, A. López, Mauricio Grisman, Floreal Carballo y Kaner Loy; “el aguerrido maquinista ferroviario Aurelio Bracco del Ferrocarril Sud, el tornero Brandeburgo, de los talleres ferroviarios de Liniers", Angel Ortelli “aquel que entró en Teruel junto con El Campesino, al frente de las milicias españolas”, y una veintena de militantes de la Federación de la Carne, entre ellos Trofin, Nieto, Gorosito, Berin y Belche, “aquellos mismos que pocos días antes habían obligado al gobierno a libertar a Peter con las grandiosas huelgas de noviembre de 1943.” Estaba también allí Juan Giolitti, militante sin partido del gremio de la construcción, junto a otros marplatenses como él.

“La mayoría de los presos éramos obreros” señala Sommi; pero también había profesionales y estudiantes. A algunos los volveremos a encontrar años más tarde, recibiéndolo a Nicolás Guillén a su llegada a Córdoba: el Dr. Gregorio Berman, fundador de la salud mental en Argentina, a quien sus pacientes llamaban “el doctor que ayuda a vivir”, y que atendió a los enfermos de la Guerra Civil Española; el también cordobés Dr. Kahn. De Córdoba también venían el abogado Sánchez, los hermanos Blatt, y “un grupo numeroso de estudiantes y obreros, entre ellos Pérez, Sajario y otros”.

Cada traslado ocasiona un momento de sobria alegría, porque los presos encuentran a otros compañeros. En el tren que los lleva a Neuquén han sido embarcados también Antonio Castagnino, “hermano del pintor”, Schmerkin, Marull, Warhaver, Posse, Sapia, González, Arjones. “Nos encontramos con viejos amigos de Mendoza: Mateo Rena (de la Unión Obrera Provincial); el abogado Rafael Armendáriz”. Y en esta que parece la nómina de los luchadores de la Ilíada también están Francisco Muñoz Diez, ex concejal de Rosario; y Juan José Real, preso desde tiempos del anterior gobierno de Castillo, “joven fuerte y talentoso, orientador del grupo, también voluntario de la guerra civil española”; y Pedro Chiaranti, obrero de la construcción; y Antulio H. Lencinas, hijo de Carlos, el asesinado líder popular cuyano; e Italo Grassi que dibujará escenas de la vida carcelaria, y Muzio Girardi, del Comité Central del PC y de la Federación de Obreros del Metal. En el mismo tren se encuentran con Carlos Dujovne, director de la editorial Problemas; Federico García, médico de Mendoza; Encina, director del diario La Hora; Luis Presti, dirigente obrero de Bahía Blanca, Antonio Rossi de Olavarría, Amaro Cano de Zárate, Juan Iapichino, de los obreros de la alimentación de la Capital Federal, Carlos Miranda de Tucumán, Pedro Eber, quien fuera secretario general del sindicato de la madera durante su larga huelga de 1935; Francisco Lucero, viejo luchador ferroviario. Camino a Neuquén iban además el Intendente socialista de Godoy Cruz, David Yohai; y Mario Argüello, Héctor Alvarez, Nauchichel (luego trasladado por enfermedad a Buenos Aires), el chaqueño Aarón Wehsler, Bruno Antinori, Guloni, Ignacio Yuchuk, Basilio Kapuk y Demetrio Necolesen, enloquecidos ambos, Juan Cesario Vázquez , José María García, José J. Sturen, Pantano, Kazandieff, Sachuk, Codina, Feldam de Córdoba; y Kielmas, Manuel Moya, Manuel Archanco, el enólogo mendocino Correa Navarro, los profesores y doctores Notta y Marinetti; y Sinay, Frutos, Fiori, Rossi, Eber, Vucamanovich; Guloni, de Tandil, que será el responsable de la peluquería comunal…

El vejamen como sistema

Según el director del penal de Neuquén “la Constitución pasa por un mal momento”; de modo que las garantías constitucionales para los presos no se respetan. Los prisioneros políticos son alojados en un pabellón que estaba a punto de ser abandonado por su estado ruinoso. Sus cartas son censuradas aún más allá de una lógica persecutoria. No pueden utilizar el plural, referirse a “nosotros” en su correspondencia. Los telegramas son demorados, por si acaso: a un presidiario le llega la noticia de la muerte de su padre cinco días después de acaecida. La alimentación es pésima. Alguien se queda con la diferencia entre el costo de la ración que asigna el gobierno ($3.33) y el reducido valor de la que efectivamente se brinda ($0,75). Cuando la carne es tierna, los presos desconfían; sus prevenciones se confirman cuando descubren gusanos en ella. Avitaminosis, tifus y diversas enfermedades aquejan a los recluídos, que con dificultad logran algún medicamento. Dos penados a los que se castiga sin razón enloquecen.

El sistema está diseñado para destruir a las personas y para beneficiar a los amigos de los funcionarios. En determinado momento se les prohíbe recibir encomiendas del exterior, de modo que estén obligados a comprar víveres y artículos de necesidad en la proveeduría del amigo del director, llamada para colmo de ironía “La Numancia”. Sólo pueden leer un libro de la expurgada biblioteca cada quince días; porque hay un índice oficial de libros prohibidos, hechura de Gustavo Martínez Zuviría, del que Dostoievsky está excluído, entre otros tantos. Los presos pasan esposados las primeras 48 horas a partir de su llegada, vaya a saberse por qué (con ellos se prueban las nuevas esposas automáticas, que aprietan mejor las muñecas). No se puede cantar, ni siquiera el himno nacional. No se puede silbar. No se puede tomar sol. No se puede abrigarse con un echarpe. No se pueden traer flores. No se puede hacer gimnasia. No se pueden usar guantes. Cuando un preso los solicita con un certificado médico, el director le concede usar sólo el izquierdo, pues esa es la mano afectada.

Y a modo de resumen: “la luz era ilegal”, salvo la que encendían a sus horas los guardiacárceles.

Pero los presos políticos de Neuquén lograrían vencer a este sistema. Veamos cómo, en el próximo tramo.

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