Presentación de James Lee Peters
La imaginación es irreverente. Cuando supe de la existencia de un tal James Lee Peters y de sus capturas de pajaritos en el valle del Colorado en 1921, me figuré un inglés garza de ojos claros, lentes redondos, zancas largas enfundadas en breeches, red y gomera en mano, dando carreritas por esos campos de Dios y de los alpatacos.
Esa imagen estaba contaminada con la del estrafalario villano entomólogo de El Sabueso de los Baskerville. Al personaje lo supuse británico porque la noticia de su existencia me la hizo llegar Caroline Holder, amiga que vive en Inglaterra. Ella descubrió y está traduciendo el libro (*) donde una muchacha inglesa, Mollie Robertson, evocó su niñez en la Línea Sur hasta 1923. Ese mismo año, el ornitólogo Peters publicó un artículo (**) sobre las aves de verano en la Patagonia; en él agradecía la hospitalidad que en la estancia Huanuluan le brindó su administrador, el padre de Mollie. Con este dato externo Caroline fortalecía las pruebas de la historia narrada en el libro de Mollie. Y como Peters también menciona las aves de Río Colorado, me envió copia del artículo.
Contra mis fantasías, James Peters no era ni delgado ni zancudo, ni inglés. Su foto y el obituario lo retratan retacón, de sólido cuerpo redondeado. Y pertenecía a una linajuda familia del riñón norteamericano, afincada en Boston desde los tiempos de los Padres Peregrinos. Tampoco usó gomera para cazar los pajaritos, sino un práctico rifle – malhadado, digo yo.
Nacido en Boston en 1889, Peters se graduó en Harvard, y llegó a ser Presidente de la Sociedad Ornitológica Americana. A su muerte (en 1957) era reconocido por su obra magna, siete volúmenes de una Check List of Birds in the World – Lista de control de los pájaros del mundo. La obra fue continuada por otros especialistas, que utilizaron los ficheros de Peters, hasta alcanzar dieciséis volúmenes. Todos los pajaritos están enrolados allí, salvo los que seamos capaces de empollar en nuestra pura invención.
“Es, y será durante años, la única lista de control de la avifauna del mundo” afirman de la Check List dos epígonos de Peters, M Ross Lein y Bruce Beehler.
Antes de esta, la mejor lista había sido la de Carlos Luciano Bonaparte, príncipe de Canino, sobrino de Napoleón el Grande. Carlos Luciano conquistador de los aires, había publicado en Leiden su Conspectus Generum Avium entre 1850 y 1857.
Desde muy joven James Peters se había interesado por la observación de la naturaleza. En 1904, con 15 años de edad, participó en una expedición a la isla Magdalen (Québec). Allí su dedicación llamó la atención de los adultos: haciendo equilibrio sobre el borde del acantilado, se dedicaba a juntar los pájaros muertos por sus choques contra el faro, para luego alinearlos prolijamente y clasificarlos. Apenas graduado, y trabajando sin sueldo para el Museo de Zoología Comparada de Harvard, realizó una serie de viajes de estudio de aves por América Central y por el Sur de EEUU.
Fue reclutado para la Guerra Mundial; y cuando regresó de la Alemania ocupada, su superior John C. Phillips lo envió en viaje a la Argentina, para recopilar datos sobre las Anátidas (la familia de los patos). Peters estuvo entonces (en 1921) en Mendoza, luego en Tucumán, y finalmente se vino para la Patagonia. Su objetivo final era la Línea Sur de Río Negro. De esta correría le quedó un sobrenombre: Patagonia Pete.
Todo el mundo en un fichero
De vuelta en Harvard, fue designado asistente del Museo; años después lo promovieron a Curador auxiliar, y en 1932 a Curador titular, cargo que ocupó hasta su muerte. Antes de esa fecha había viajado por el Caribe y Centroamérica. Completó su conocimiento de las aves mediante las colecciones de ejemplares de Asia y África existentes en el Museo.
En 1923 comenzó a reunir un fichero de todos los pájaros del mundo. Con dejo paciente, anotaba que ese trabajo le llevaría unos diez años. En 1931 publicó el primer volumen de su Lista de Control; y al año siguiente se casó de por vida.
Parece que una vez terminados sus viajes, Peters llevó una vida de lo más rutinaria. Durante años y hasta su muerte, viajaba todos los días entre Harvard y Cambridge. Trabajaba allí con los ficheros, se reunía con algún colega en el Club o en la Asociación, y vuelta a casa. No terminó con las fichas en 1932; apenas si iba por la mitad del trabajo cuando murió en 1957. Es decir que pasó 34 años en esa tarea.
Su escritura es sobria, obediente a un modelo de escrito científico que excluye los valores estéticos. Basta comparar cualquiera de los asientos de su contabilidad mundial, con algún párrafo de Guillermo Enrique Hudson relativo a la misma especie.
Un ejemplo. Acerca de la torcaza, Peters anota (p. 288): Zenaida Auriculata Auriculata / …/ Residente veraniego muy común del oeste de Río Negro.” … “El 14 de noviembre maté una hembra que tenía un huevo en la cloaca, listo para poner; pero no encontré el primer nido hasta el 1º de diciembre”…”El pájaro que había matado antes, el 11 de setiembre, estaba evidentemente en muda prenupcial” … “Al desollarlo se encontraron varias plumas pennadas sobre el pecho y los flancos.”
Los despachos de Peters sobre las Anátidas, objetivo principal de su viaje, son algo más extensos, pero no más expresivos. Comparemos: sobre la misma Zenaida, Hudson nos dice (en “Aves del Plata”):
“En el territorio argentino ésta es la especie más común del grupo de las Palomas. Es conocida por todos como "Torcasa", probable corrupción de Tórtola.
/…/ Cuando el cardo gigante cubre los campos en verano, un número increíble de Torcazas aparece, ya avanzada la estación y por lo general pasa todo el invierno en los campos, congregándose cada tarde, en cantidades incontables, en cualquier sitio donde haya árboles suficientes para ofrecer un lugar de descanso que les convenga.
En los días claros y tibios de agosto, el dulce y triste canto parecido a un sollozo de esta Paloma se oye en todas las arboledas. Se compone de cinco notas y es un sonido agradable, suave y susurrante que le hace a uno sentir, con anticipación, el lánguido sentimiento veraniego en las venas.”
Acto seguido Hudson describe el nido de la Zenaida, y comenta su preferencia por la vecindad de las habitaciones humanas. Y narra una historia de adopción y regreso:
/…/ “Un verano, una Torcaza puso un huevo en el nido de una de mis Palomas domésticas que estaba construido en la ancha rama horizontal de un árbol, a cierta distancia del palomar. El huevo fue incubado y el pichón criado por sus padres adoptivos. Cuando pudo volar estableció su domicilio con las demás Palomas. A la primavera siguiente comenzó a separarse de sus compañeras, volaba hasta el porche y permanecía allí arrullando todo el día.
Al fin voló a la arboleda, donde según creo encontró pareja y no la vimos más.”
De casa al trabajo
Peters murió a los 68 años, cuando todavía estaba fichando pájaros. Extraña constatar que en el país del trabajo en equipo, no había dejado colaboradores preparados ni un plan escrito para facilitar la continuación de su Lista universal.
Me quedo pensando en ese hombre de traje gris, reloj de bolsillo y corbata de pintitas, pulcramente peinado, todos los días de casa al trabajo y del trabajo a casa. En su amistad con un solo amigo que también era su colega académico, Alexander Wetmore, que escribió su obituario; en su perdurable monogamia (como la del carpintero real, hasta donde puede uno confiar en los informes); y en su devoción de oficinista de las aves a ese monstruoso fichero que le permitió adquirir fama.
Las palabras suelen posarse en algunos diccionarios – no en todos. En un excelente diccionario etimológico encuentro varias pistas para el significado originario de “pájaro”. Un etimólogo sostiene que nuestro vocablo “pájaro” y el inglés “sparrow” (gorrión) proceden del latino “pan-ser”; y este, de “Spandere”: expandir, desplegarse. El vocablo originario fue spar, vibrar, lanzarse.
Qué se desplegaba en James Peters, cuál fue la expansión, el vibrar y el arrojo que aprendió de los pájaros. Qué le quedó de ellos.
En el tramo siguiente veremos qué aves registró en la comarca del Colorado.
Referencias
(*) Robertson, Mollie. The Sand, the Wind and the Sierras. Days in Patagonia. Illust. by Maurice Wilson. London, Geoffrey Bles, 1964.
(**) Peters, James Lee. Notes on Some Summer Birds of Northern Patagonia. (Bull. of the Museum of Comparative Zoology at Harvard Coll., Vol. LXV, nº 9. Cambridge, Mass., May 1923.)
1 comentario:
El hallazgo del trabajo de James Lee Peters que permitió escribir este artículo, es por sí mismo toda otra historia. Un enlace entre Maquinchao y Río Colorado. Pero no así tan directo, sino: Maquinchao / Nepal / Bristol / Río Colorado.
Marcelo Sánchez, maquinchense por pertenencia afectiva que vive habitualmente en Nepal, está acopiando materiales para la historia de su terruño patagónico. En esas búsquedas minuciosas, infatigables que hace, encontró el artículo de Peters, recién llegado a la red gracias a Google Books.
En el artículo aparece John Hobson, el encargado de la estancia Huanuluan, donde recaló Peters en su viaje. Hobson es el papá de Mollie Robertson, quien escribió un hermoso libro sobre su infancia en estas estancias (The Sand, the Wind and the Sierras). La traductora de Mollie al castellano es Caroline Holder, argentina residente desde hace años en Bristol.
(Marcelo y Caroline se conocieron en un foro de chat. Y yo he llegado a ambos gracias también a la “red de redes”. Antes o después tuve la buena fortuna de conocerlos personalmente.)
Hallado este material, Marcelo Sánchez desde Nepal se lo envió a Caroline Holder. Y ella a este cronista, pues vio que aparecía varias veces mencionado Río Colorado.
A ellos mi gratitud. Y una reflexión también: dice Julian Barnes que una red es un conjunto de “muchos agujeros entrelazados”. Agujeros… la búsqueda, la ansiedad, el deseo de encontrar y compartir conocimiento. Creo que son los que dan vida y sentido a la Red.
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