lunes, 5 de enero de 2009

Antefuturos. Ramoncito Zubeldia y el reloj impertérrito.


(Estación María Ignacia - Vela, hacia 1895, época del nacimiento de Ramón Zubeldía.)


Antefuturos. Relatos que nos hacen ser.
Quizás a todos hay relatos que nos constituyen, desde las primeras palabras que escuchamos, o desde ciertas historias que nos narran o que presenciamos en la niñez y la juventud. Aquí en "Antefuturos" van algunos de los relatos que me hicieron ser este que soy.

Ramoncito Zubeldía y el reloj impertérrito

Cuando lo conocí ya andaba por los 70 años, y aún mantenía su altura destacada; pero sus hermanas y sus conocidos insistían en el diminutivo.

Era mi tío abuelo, hermano de mi abuela paterna, Angelita. Después de la separación de mis padres, la mitad materna del árbol no había vuelto a tratarse con los Zubeldía. Y allí me aparecí yo a verlos, cuando tenía once años de edad; qué emoción. Luego seguíamos charlando con Ramoncito, cuando los visitaba una o dos veces por año, en los viajes de vacaciones a Tandil.

Ramón había sido muy lector en sus años mozos. Me contó que había trabajado como empleado de escribanía, sin más instrucción que la de una escuela de campaña en los pagos de Vela, donde la familia tenía un campo y un caserón. Allí se habían afincado sus padres, Zubeldía y Casal de apellido, venidos de Guipúzcoa. Tan sólo leyendo y escribiendo por su cuenta, se había hecho de una esmerada preparación y una destacable caligrafía, útil en los tiempos anteriores a la máquina de escribir.

Ramoncito era uno entre trece hermanos y hermanas. Alguno falleció de joven (“de mocito” decían ellos). De los que vivieron, los más quedaron solteros, entre ellos Ramón y Manuel, cuyos nombres llevo.

Otro día contaré lo que pude alcanzar a saber de los Zubeldía, una familia de lo más interesante, todos con un esmerado vocabulario y una conversación refinada… y con un toque de divertida locura.

En la ciudad Ramón usaba siempre traje negro limpísimo, de chaleco y con pantalón de tipo bombacha, hecho en fino casimir. Varios de esos trajes tenía. El reloj de esta historia, un Ulysse Nardin de plata, ocupaba uno de los bolsillos de ese chaleco.

Me comentó que los González Pacheco, afamados anarquistas, y uno de ellos, Rodolfo, destacado escritor y dramaturgo, eran sus vecinos de campo en Vela. Y con un dejo de orgullo “Y m’hijo, desde joven yo fui y sigo siendo de la Idea.” Sentí la mayúscula en esa palabra cuando él la pronunció. Más tarde supe que Vela (o mejor María Ignacia – Vela) había sido un centro de conocimiento y difusión del pensamiento y la agitación ácrata.

De algún modo que no alcancé a comprender, Ramón era también del partido conservador. Y anticlerical, y antimilitarista.

Cuando recién lo conocías, caías en la trampa. Te preguntaba la hora. Y al igual que yo lo hice, consultabas tu reloj pulsera y le decías, por caso “Las diez y media”. Ceremoniosamente sacaba su reloj de tapas del bolsillo, esos llamados “cebolla”, lo abría como si necesitara verlo y declaraba “No, m’hijo. Son las nueve y media.” Si querías discutirle, estabas perdido. Te iba a explicar que la hora solar para la Argentina era esa que él conservaba en su reloj. Que así se había mantenido hasta 1930. Pero entonces aparecieron los aprendices de brujo a corregir el horario; una hora de adelanto, y después volver atrás… así hasta que alguna vez hubo quien se olvidó de volver a enmendar las cosas, y la mayor parte de los argentinos había quedado con esa hora. Oficial pero falsa. Y para peor, nadie se acordaba de falsificación.

Contra tanto desconcierto y mentira, él mantenía incólume su adhesión a la hora verdadera (según creo, es la del meridiano de Greenwich menos 4). Y alegaba también: “Por qué la gente le dice mediodía a la una de la tarde? Porque sienten que el verdadero mediodía no es cuando lo marca la hora oficial, m’hijo”.

Nunca modificó la hora de su reloj. A veces la hora oficial se alejaba aún más de él (como en el año 1974, en que hubo dos horas de diferencia; y lo mismo le habría sucedido ahora). Cuando alguna vez le pregunté qué esperaba, respondió estoicamente “Nada, m’hijo. Si se acomodan, vamos a andar de acuerdo. Y si no, yo sigo con la hora verdadera.”
Más de una vez me he sentido el último sostenedor de alguna verdad. Y entonces elijo ser porfiado como Ramoncito, fiel a lo que es válido, aunque todos los relojes por algún tiempo estén marcando lo contrario. Alguien tiene que recordar cuál era la hora buena, por si un día se pretende recuperarla.

Ramón Zubeldía falleció en Tandil un día de 1974, a la hora 9 de su reloj. Me divierte pensar que en el acta de defunción figura seguramente la hora que no es.

1 comentario:

badana dijo...

"Más de una vez me he sentido el último sostenedor de alguna verdad."
Eso es producto de un georeferenciamiento desproporcionado Minieri, hay muchos que intentan sostener verdades, hay muchos