miércoles, 28 de enero de 2009

Dos días de viaje por Tuván. Primer día.

Mapa (relativo) de la República de Tuván


Dos días de viaje por Tuván. Primer día.


Los blogs nacieron como diarios de viajes; este pretende serlo, aunque nuestro viaje no siempre supone desplazamiento corporal, sino más bien de la mirada; crónica de la andanza inconclusa que nos hace ser quienes somos. En esta travesía, hoy los invito a incursionar por Tuván.

¿Para qué existe Tuván?

Es más fácil hacernos esta pregunta con esta República y país, que por ejemplo con el Estado y el país llamados Argentina. Proponemos pues un rodeo, caros lectores discusores, para preguntar indirectamente por nosotros mismos.

Parece naturalizada la existencia de los estados nacionales, tanto que mi pregunta suena irreverente. A nadie le gusta que le anden tocando el Estado. Menos aún, si se identifica con él y a la vez se siente como algo endeble, inseguro de sí mismo. Reiteradamente cito a Macedonio Fernández cuando escribía “los pueblos inexistentes son malsanos”; lo son especialmente para quien se pone a preguntar con insistencia acerca de ellos.

Desembarcamos

Tyva o Tuván es una pequeña república ubicada en el sur de Siberia. Con sus 170.000 km2 (menos que la provincia de Córdoba) y sus 300 mil “habitantes” si lo son (menos que Chubut), hace poco ruido en los medios. ¡Con decirles que no figura en el Almanaque Mundial! El editor habrá calculado que no valía la pena aumentar el costo agregando una hoja para país tan inconspicuo. Sí le dio espacio al discutible Vaticano, que no tiene crecimiento demográfico natural, o a la República de Naurú con sus 30.000 surferos, narrando inclusive su crisis entre el ejecutivo y el legislativo (crisis de Naurú, no del Vaticano, por supuesto). En cambio nuestra Tuván sólo aparece en las más anárquicas y felizmente sueltas páginas de Wikipedia. Mejor esto que andar en malas compañías.

Recorriendo sitios y blogs en pos de Tyva, sus habitantes y sus saberes, por momentos temí estar malcopiando a Borges en su persecución de Tlön y Uqbar. Pero este es un país real, no menos que USA si lo es; y su río Alash está corriendo ahora mismo, con aguas no menos reales que las de cualquier poesía o de cualquier río, v. gr. el Colorado.

Pero volvamos a la cuestión urticante. ¿Para qué existe Tuván? Es un país bastante más antiguo que el nuestro. En el siglo XIII lo conquistó Ghenghis Khan, uniendo así a los preexistentes tuvanos con los demás mongoles. Los manchúes los incorporaron al Imperio Chino en el siglo XVIII. En 1885 los tuvanos se rebelaron contra los chinos; en 1917 se pronunciaron a favor de la revolución soviética; pelearon otra vez contra los chinos que los invadieron en esos tiempos revueltos; se declararon República Popular en 1924; y en 1992 han asumido el estatuto de República Autónoma.

Están ahí, existiendo desde la prehistoria, defendiendo su existencia desde al menos el siglo XIII, ¿para qué?

Naciones, estados, providencia y crímenes

Para Godofredo Guillermo Herder, ministro eclesiástico, historicista y optimista, cada nación de la tierra era necesaria, porque encarnaba un sentido querido por Dios, un designio suyo de confiarnos o enseñarnos algo. Todas y cada una debían existir; si alguna hubiera faltado, habría quedado trunco el propio discurso divino, como un texto al que se le sustraen varias letras, e ininteligible la historia humana que se fundaba en él.

Hoy más bien nos preguntamos si tienen sentido los fanatismos nacionales, las masacres que ocasionan, y con ellos, las naciones que los generan. Y apostamos a modos de organizar las sociedades no sustentados en la nación: estados multiétnicos, estados federativos… y estados como los que aún están por inventarse.

Herder escribió lo suyo cuando aún Alemania no estaba unificada. Él pensaba las naciones más como pueblos que como estados; las sentía como entidades colectivas fascinantes por sus particularidades y diversidades, sus músicas, sus idiomas, sus formas literarias. Estos rasgos les daban sentido y presencia, más que un Estado propio.

En esa serie de pequeños estados alemanes que eran Alemania pero de otra manera, el pensador anarquista Rudolf Rocker descubrió una vida cultural más intensa y bulliciosa que bajo el estado único que luego remacharon los prusianos. La Alemania unida a fuerza de sangre y acero quiso luego imponer su receta al continente y al mundo, con los resultados consabidos.

La República de Tuván, o Tyva, quizás esté a salvo de incurrir en tales excesos. En parte porque precisamente no es un estado nacional. Los tuvanos son sólo uno entre los muchos pueblos turco-mongoles del Asia, no el único. Hasta les resulta un poco difícil decir desde qué lugar o raya se diferencian de sus vecinos inmediatos. Hay tuvanos dando vueltas por Mongolia y por China. Hay rusos, mongoles y chinos en Tuván.

El estado-nación como asesino serial

Es para pensar si existe realmente algún estado-nación en el mundo. Diría que no: que no hay estado tal que se superponga exactamente con una nación, ni viceversa. Los estados naciones son construcciones ideológicas. Amasijos de himnos, inflamantes lecturas escolares, mapas ampulosos a la hora de servirse tierras irredentas, conscripción, burócratas, oficiales y prelados, esos “estados nacionales” que no lo eran, se comportaron como los asesinos más masivos y alevosos de todos los tiempos. Hay que recordarles a los distraídos que los mayores crímenes no son cometidos por pibes a los que hay que penalizar, sino crímenes de Estado, cometidos por personeros que creen tener una misión trascendente. (Y a menudo también, por las grandes empresas asociadas a esos personeros.)

Ha habido una construcción mítica de los estados nacionales, también en la Argentina. Se dio por supuesto que aquí debía haber una sola nación. Si no la había, era cuestión de hacerla. “El Estado crea la escuela, y la escuela crea la nación”. La conscripción al modo prusiano completaba la tarea creativa. De este modo aplastamos, desde el primer grado escolar en el más piadoso de los modos, a naciones presentes en nuestro territorio que siguen hasta hoy esperando se les reconozca su derecho a la existencia como tales, en un estado federativo plurinacional.

El intento de construcción ideológica del estado nación redunda en tragedia. La historia reciente de las guerras balcánicas nos lo dice una vez más, como la del Medio Oriente. Las operaciones de extinción de diferencias en los países latinoamericanos lo han demostrado. Creo que hay motivos para no querer un estado israelí sobre tal modelo; tampoco un estado palestino, ni un estado mapuche. Se trata de no copiar los modales de los estados victimarios, sino de imaginar estados sin víctimas necesarias.

Por cierto la otra construcción mítica, aquella de la dictadura del proletariado, causó tantos muertos como la de los estados nacionales. Pero cuando Stalin se vio amenazado por una posible victoria nazi, volvió de su mal digerido materialismo dialéctico al nacionalismo mítico, reinstaurando el culto a la Santa Madrecita Rusia, en una síntesis del milenarismo tradicional con el soviético.

Pero bueno, ¿para qué existe Tuván?

Preguntarle a la pregunta

El pensamiento nace en la pregunta. Pero sólo crece y despliega las alas cuando nos animamos a preguntarle a la pregunta. En este caso, ¿para qué nos acostumbran a preguntar para qué?

¿Será para que nos acostumbremos a contestar en términos de “para que…”? ¿Es decir, a encuadrarnos en un pensamiento forzado según el cual los entes deben tener finalidad? Y por otra parte, ¿quién está autorizado a definir ese para qué?

Pero por qué no pensar que cada ente tiene y debe tener ante todo su fin y su gozo en sí mismo…

Veamos entonces qué índole de felicidad, si alguna, brinda Tuván a propios y a extraños, a habitantes y a lectores lejanos; qué hay allí de bello y propio en sí mismo. Entonces podremos dar por superada la pregunta inicial.

Acompáñenme al post siguiente, y trataremos de desbrozar esa incógnita.

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