El árbol de nombre desconocido en la esquina de mi casa.
Tanto es lo ignorado. Homenaje a Martín Gil (1868 – 1955)
Nos rodea lo ignorado, y así nos dejamos vivir.
-¿Ese árbol? Usted sabe cuánta gente me pregunta el nombre… No sé – me dice mi vecina ante ese magnífico ejemplar plantado desde hace treinta años frente a la puerta de su casa; ese que todos los veranos se prodiga en extraños frutos tejidos con prietos hilos de seda resinosa en su interior. – Alguien habrá traído una semilla del norte – aventura ella. Tampoco yo sé el nombre de ese árbol, cuya foto incluyo aquí.
Ignoramos también el nombre de muchas de las estrellas que admiramos cada noche. Desconocemos cómo vive el insecto que anda por el patio, y cómo va a obrar nuestro perro o nuestro gato. No sabemos cómo se hacen la sal, el azúcar, el pan, nuestros alimentos elementales. Las más y los más desconocemos el significado de nuestros nombres, el origen de nuestros apellidos. Se nos escapa el motivo y la intención de algo tan íntimo como nuestros sueños –su alambique está en un cuarto cerrado para nosotros. Ignoramos el nombre de esa flor silvestre, tanto como el día y la hora en que hará eclosión la crisálida dormida de nuestra muerte, por ahora plegada en algún lugar secreto de nuestro cuerpo.
Vamos como el minero con su lámpara sorda sobre la cabeza, iluminando apenas y mal, el menguado espacio que van a hollar nuestros pies. La desmemoria atrás, la imposibilidad de prever adelante, nos cierran el espacio.
Por eso es tan liberador que de vez en cuanto encontremos algún sabio. Alguien que haya querido ocuparse de ver un poco más, y un poco más lejos. Alguien que haya querido ofrecer lumbre gratis, sin otro goce que el del propio conocimiento y el servicio a los demás – aunque a veces los beneficiarios se resistan de mala manera a recibir el servicio gratuito.
Por eso es tan valioso un hombre como Martín Gil, al que quiero rendir homenaje en este artículo y en el siguiente. Un sabio nuestro, escasamente reconocido. Porque en fin, parte de este asedio de lo desconocido es que también ignoremos a nuestros sabios.
Nos rodea lo ignorado, y así nos dejamos vivir.
-¿Ese árbol? Usted sabe cuánta gente me pregunta el nombre… No sé – me dice mi vecina ante ese magnífico ejemplar plantado desde hace treinta años frente a la puerta de su casa; ese que todos los veranos se prodiga en extraños frutos tejidos con prietos hilos de seda resinosa en su interior. – Alguien habrá traído una semilla del norte – aventura ella. Tampoco yo sé el nombre de ese árbol, cuya foto incluyo aquí.
Ignoramos también el nombre de muchas de las estrellas que admiramos cada noche. Desconocemos cómo vive el insecto que anda por el patio, y cómo va a obrar nuestro perro o nuestro gato. No sabemos cómo se hacen la sal, el azúcar, el pan, nuestros alimentos elementales. Las más y los más desconocemos el significado de nuestros nombres, el origen de nuestros apellidos. Se nos escapa el motivo y la intención de algo tan íntimo como nuestros sueños –su alambique está en un cuarto cerrado para nosotros. Ignoramos el nombre de esa flor silvestre, tanto como el día y la hora en que hará eclosión la crisálida dormida de nuestra muerte, por ahora plegada en algún lugar secreto de nuestro cuerpo.
Vamos como el minero con su lámpara sorda sobre la cabeza, iluminando apenas y mal, el menguado espacio que van a hollar nuestros pies. La desmemoria atrás, la imposibilidad de prever adelante, nos cierran el espacio.
Por eso es tan liberador que de vez en cuanto encontremos algún sabio. Alguien que haya querido ocuparse de ver un poco más, y un poco más lejos. Alguien que haya querido ofrecer lumbre gratis, sin otro goce que el del propio conocimiento y el servicio a los demás – aunque a veces los beneficiarios se resistan de mala manera a recibir el servicio gratuito.
Por eso es tan valioso un hombre como Martín Gil, al que quiero rendir homenaje en este artículo y en el siguiente. Un sabio nuestro, escasamente reconocido. Porque en fin, parte de este asedio de lo desconocido es que también ignoremos a nuestros sabios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario