lunes, 5 de enero de 2009

Antefuturos. Santos Fontana y la expatriación.

Foto: Estación Vázquez, del FCS en provincia de Buenos Aires.

Relatos que nos hacen ser

Quizás a todos hay relatos que nos constituyen, desde las primeras palabras que escuchamos, o en ciertas historias que nos narran o que presenciamos en la niñez y la juventud. Aquí en "Antefuturos" van algunos de los relatos que me hicieron ser este que soy.
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Antefuturos

Vengo de un linaje de hombres oscuros. Esta foto de la estación Vázquez, provincia de Buenos Aires, recuerda a uno de esos hombres.

Mi bisabuelo Santos Fontana fue patriota, estudiante agitador, exiliado, empleado y escritor por afición.

Joven aún, en la década de 1870, participó en las actividades de los estudiantes italianos contra los gobernantes austríacos. Lo descubrieron porque en una función de la ópera, a la que asistía como becario, allá arriba en el gallinero, gritó “Viva Italia!” y arrojó unos panfletos. Supo que iban a arrestarlo, y tuvo que escapar cruzando a nado el Adige. A la orilla se despidió con un abrazo de su padre, al que nunca volvería a ver. Y se vino para América.

Había dejado trunca su carrera de derecho. Primero en Buenos Aires y después en el pueblo de Benito Juárez, fue empleado de un estudio jurídico y notarial. Insistía en combatir desde lejos a los tiranos de su tierra, publicando artículos y versos inflamados en los diarios que aquí se editaban en italiano.

Tuvo seis hijos. Cuando las dos menores, mi abuela Violante y su hermanita Julia, tenían tan sólo cinco y dos años de edad, Santos Fontana murió de un ataque al corazón, sentado en un banco de la estación Vázquez, cercana a Juárez, adonde había ido para realizar un trámite del estudio en que trabajaba. Sería en el año 1900.

Sus combates fueron al fin tan sólo esos que libró cada día para dar de comer a los suyos; sus armas, los lenguajes: esa porfía para manejar un idioma extraño y para no dejar de escribir en el de su país natal; su única gloria, la narración de aquella historia a los más chicos, una y otra vez: el grito en la oscuridad de la ópera, el abrazo al padre, la fuga de una patria que tardaba en liberarse. Imagino las caritas anhelantes de aquellas criaturas alrededor de la luz del quinqué. A través de alguno de esos chicos, la fascinación del relato llegó hasta mí. Y vengo pensando y sosteniendo que es propio de hombres luchar por la libertad; que no es desdoro haber sido derrotado; que mediante la palabra también se puede pelear para ser libre. Algo de ese relato de Santos Fontana me hizo este que soy, y quizás se prolongue en otros.

Me trajeron fotos de la Estación hace pocos días. Por el comentario de un amigo vine a enterarme de que una familia del pueblo donde vivo, tan distante de Vázquez, va allí con frecuencia, y acaricia la idea de quedarse a vivir en un lugar tan bello y tranquilo. Les pedí que me trajeran alguna foto del último lugar de mi bisabuelo, pensando que tendrían demasiadas cosas que hacer como para recordar esto. Y a los pocos días vinieron con estas imágenes.

Vázquez, pueblo enclavado en una rica zona agrícola, era un lugar próspero; hasta tenía su propio teatro donde se representaban óperas. Actualmente sólo habitan allí, me dicen, 48 familias.

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