jueves, 29 de enero de 2009

Semblanza de Martín Gil. Datos y textos.


Camino de las Altas Cumbres, Córdoba. Construido en la gobernación de Ramón J. Cárcano, siendo Martín Gil su ministro de Obras Públicas.


SEMBLANZA DE MARTÍN GIL. Datos y textos.

El casi olvidado Martín Gil fue un sabio argentino. En las efemérides lo califican, injusta y menguadamente, como “meteorólogo, astrónomo y escritor.”Aún esto no sería poca cosa. Pero fue, insisto, un sabio, conforme al modelo de los “savants” franceses… o aún antes, al de los Siete Sabios de Grecia.
Así quisiera que lo consideremos, porque su interés por el conocimiento no reconoció límites disciplinarios. Fue fundador de la meteorología nacional; impulsó y renovó el Observatorio Astronómico de Córdoba. Pero también fue doctor en Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Y ministro de Obras Públicas en el excelente gobierno de Ramón J. Cárcano, ese demócrata ilustrado, en la provincia de Córdoba, cuando se construyeron escuelas y caminos que renovaron la geografía y la mentalidad provincial. Por entonces Martín tenía 27 años de edad. Y también fue diputado y Senador provincial, y diputado nacional; y profesor del Colegio Nacional de Buenos Aires, y director del Servicio Meteorológico Nacional… y observó festejos y recopiló canciones en la sierra, y escribió muchos bellos libros, en una prosa tan poéticamente científica como científicamente poética.

¿Hará falta más que esto para reconocerle el apelativo de “sabio”? Por si fuere menester, el Simurgh recordará algunos rasgos y textos del admirado Martín Gil.

Nació en Córdoba el 23 de octubre de 1868, y murió en Buenos Aires el 9 de diciembre de 1955.

Fue tan prudente como valiente. Sabemos que la clerigalla cordobesa era y es hueso duro de roer. En alguno de sus escritos (“Charla de don Lino”, de 1906, en el volumen “Aguamansa”) consta este diálogo, sólo en apariencia ingenuo:

- Bienaventurados los mansos, don Lino, porque ellos poseerán la tierra.
- Lo dudo, amigo! Los mansos cuando más podrán contar con un lindo bozal, de plata si usted quiere; con necesidades, las más de las veces, o en su defecto con tierras celestes inaccesibles al impuesto territorial, es verdad, pero muy poco aptas para la agricultura.

Tengamos presente que el personaje de don Lino, el zapatero, es vocero del pensamiento de don Martín.

Posiblemente también lo sea don Quiterio, con quien Martín regresa, al tranco de la mula, en la noche serrana, de una novena. Aunque ambos son de la fracción conservadora de Cárcano, un librepensador y anticlerical reformista, se aproximan al anarquismo:

- ¿Qué es lo que divisa tanto, niño? – dijo el viejo animando la mula que amenazaba espantarse.
- Miraba esa larga cinta de luz lechosa que alumbra como sin ganas, allá arriba – le contesté, señalando la Vía Láctea.
- Y a la verdad, que está bastante relumbrosa – dijo ño Quiteria levantando la cabeza -; parece como si fuera el tirador de plata con que el cielo se faja la cintura. Y ese es el único tirador con chafalonía que veo durar a su dueño, en estos malos tiempos que corremos – dijo con tristeza -. ¿Y sabe, niño, por qué le dura? – Porque en el cielo no hay cuestiones con Chile, ni política, ni jueces de paz, ni escuagras que mantener, ni pulperías, ni casas de empeño; si no, ¡qué años que estaría toda su plata convertida en barra y requeteguardada en el baúl de algún gringo masón!”
… (Una novena en la sierra, 1902)

En estos días de enero de 2009 veía yo a Sirio ardiendo como una antorcha en el cielo. Y recordaba las observaciones de Martín Gil sobre lo justo o injusto de que hablemos de la “canícula”, los días del Perro (constelación de la que Sirio representa la cabeza) para referirnos a las más ardorosas jornadas de verano. Y aún otra observación de su libro (imposible de conseguir) “El cielo y la tierra”, que supo contarme el amigo poeta Ángel Fuentes “Cuando Sirio acrecienta su brillo, en uno de sus ciclos, entonces es más fuerte el celo de los gatos.” Y efectivamente, estos han sido días de gañidos, maullidos y alaridos entre los enamorados felinos del barrio.

Martín Gil utilizó la prosa poética para referir sus reflexiones científicas y antropológicas. Sus descripciones de las costumbres cordobesas (que a menudo criticaba) y de los rituales (en los que no creía) son respetuosas, sin dejar de marcar lo que él no compartía. Con suave ironía se refiere al efecto de las múltiples campanas de las iglesias cordobesas, que has de escuchar creas o no, sobre los nervios desquiciados de los pobres enfermos insomnes; a la percepción de las beatas, agudizada por ayunos y largas oraciones, a la que no se le escapa noticia alguna de la vida del vecindario. Y se divierte narrando cómo los gérmenes patógenos de Buenos Aires, en congreso general, deciden trasladarse a la ciudad de Córdoba, pues en ella pasarán todavía muchos años antes de que exista una red cloacal adecuada…

El presente ciclo de desecación de la región, la arborifobia cordobesa que produce la tala de los naranjos del patio de la Universidad, y así provoca la huída de la estatua del obispo Trejo, la avidez de los procuradores que embargan las cosechas de trigo, la indiferencia del ferrocarril inglés ante las penurias del chacarero gringo, la vocación festejante de los ediles de la docta, que a la menor oportunidad hacen estallar bombas de estruendo (estamos hablando de los comienzos del siglo XX)… todo ello es señalado, comentado y gentilmente expuesto por Martín Gil, que mezcla la crítica social con la sonrisa.

Prosa poética, dijimos. Demos tan sólo una muestra de ella.

“En octubre, a las tres de la mañana, el cielo es un jardín. Es el mismo que corresponde a las primeras horas de las noches de verano, así que anticiparse a gozar de él es como si dispusiéramos de una parte del cielo en invernáculo. Las mejores flores del jardín están abiertas”… “Hacia el norte, van pasando las Pléyades, ese grupo delicioso de seis pequeñas estrellas a simple vista. Son las vírgenes que acompañan a Diana, huyendo de Orión, el cazador. A sus ruegos, fueron convertidas por los dioses en siete palomas blancas y colocadas en el cielo.”…” Apuntando al centro del grupo con el anteojo, se presencia un bello espectáculo, porque entonces las siete palomas se extienden y se separan como espantadas, brilla su plumaje, y entre los claros que ellas dejan, surge una multitud de estrellitas, como si el instrumento fuera un halcón, que al perseguir y dispersar la bandada de palomas, hubiera puesto en alboroto un enjambre de picaflores.”… “Siguen sus hermanas las Hyades, las divinidades pluviales,siempre llorando la muerte de su hermana Hyas. Forman una V o un compás, y en el extremo de uno de sus brazos resplandece una linterna roja: es Aldebarán, el ojo del toro. El Tauro despide chispas por su ojo de fuego, al verse amenazado por Orión.”… Y así prosigue la cautivante prosa de este científico, hombre de leyes, recopilador de dichos y costumbres, conocedor omnívoro.

Julio Salinas señaló que frente a la adocenada y rutinaria poesía de fines del siglo XIX, la prosa poética marcaba los nuevos rumbos de la palabra viva. Al leer a Martín Gil, se siente esta vitalidad de la palabra. No sólo sabía mucho; fue capaz de decirlo de la mejor manera, iluminando sin herir.

En algún momento de su vida Martín Gil fue dueño de algún campo. Luego dejó de tenerlo. Más no sé, porque he hallado pocos datos de su biografía.

Lo que sí creo es que no necesitaba campos, quien de este modo se había hecho dueño del cielo, de la tierra y de la palabra.

1 comentario:

Marta Álvarez Moncada dijo...

Recuerdo que me contaban que una vez en el campo luego de esquilar las ovejas, a la noche llegó el viento Sur y el frío les mató muchas de las ovejas recién esquiladas. Por eso abandonó el campo y entre sus intereses estaba la meteorología procurando lograr un modo de prevenir el clima.